Los socios/as escriben
‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 15.
Decimoquinta entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.
Este trabajo es sucio y asqueroso. Moralmente y medioambientalmente está bien, supongo, pero qué cantidad de grasa nautica. ¡Y qué lento es!
Estoy desesperada de impaciencia. Una cosa es trabajar durante años en un proyecto, poniendo piezas en su sitio con la ilusión que da el sentir la promesa de las E. coli Q1 en nuestras tripas, con sus cadenas de transporte electrónico rudimentarias, electrones que danzan cuánticamente por la proteína, un poco como ocurre de forma natural en la fotosíntesis, que también tiene su parte cuántica. Y otra cosa es haber perdido prácticamente dos años en los astilleros de Puerto Progreso, capacitándonos para el servicio industrial como mecániques de barcos. Casi puedo escuchar la réplica de Rosario en mi cabeza: «¡Es un rodeo necesario en el camino a Europa!». Igualmente, es ir en camino a la Europa fascista. Perder dos años, para ponernos en camino de perder más tiempo todavía.
Y ahorita dos meses más en el barco-poblado intercontinental «Consenso». Consenso es lento, y se hacen pesados los rugidos mecánicos, día y noche, y la sensación de estar aislada y no poder escapar, pero es robusto y sostenible, y a prueba de lo peor que nos tenga preparados el cielo o el océano. Más importante aún, para Rosario y para mí, es que es un barco que en los últimos años hizo los suficientes favores en alta mar como para poder colar polizones en algún barco fascista europeo que nos deje en el puerto de Valencia, en España.
Si lo pienso, qué locura de viaje y qué locura volver a migrar. Afortunadamente, las necesidades sociales facilitan la migración, incluso atravesando fronteras de dictaduras. Hace décadas que quedó claro, que es insostenible contener las olas migratorias climáticas. Incluso políticamente, para lidiar con minorías insatisfechas, se acabó aceptando que es que es más fácil dejar a los descontentos que migren que lidiar con sus levantamientos. La versión oficial es que hay un consenso internacional adoptando la migración como un derecho humano fundamental y universal. A la vez, hay una competición por el efecto propagandístico: el país al que entran más inmigrantes es el más atractivo.
«Consenso» es un barco bien hecho y bien mantenido. Es un orgullo, la verdad. Y lo bueno de la mecánica de barcos es que, cuando va todo bien, deja bastante tiempo libre. Estoy aprovechando para desarrollar las primeras etapas de la parte matemática y de ingeniería de biología sintética.
Elle está muy emocionade con el viaje. Dice que lo ve como un viaje de ampliación de la subjetividad. Que salimos del nosotres estratégico y nos vamos al nosotres empático. El nosotres estratégico, según elle, es cada colectivo, nuestra sociedad revolucionaria, les que compartimos ideales. Y el nosotres empático sería el que se extiende a la Humanidad, que vive en tragedia, miseria y mezquindad pero donde también hay belleza, amor, sencillez y sofisticación. El nosotres estratégico no tiene sentido ni proyecto vital sin el nosotres empático, y, aunque va a ser duro, está bien salir de nuestra burbujita.
Valencia (¡Europa!), 22 de enero de 2076
¿Es posible que hayan pasado 18 años? Hace más de media vida, el 2 de junio de 2057, me escondía en un sótano del puerto. Una cría de 16 años. No sabía nada, y me creía tan lista. Y ahora estoy nuevamente arriesgando la vida. Antes de salir de «Consenso» puse a reciclar todos los diarios que me guardaba, y ahora vuelvo a los diarios evanescentes de la clandestinidad, al diario que destruyo tras escribirlo, a medio camino entre el diario de papel y el diálogo interior.
Vuelvo a encontrarme en un sótano asqueroso de un puerto industrial, de olores penetrantes. Me da asco dormirme pensando en las cucarachas que salen a pasear cuando notan que no hay movimiento. Asco y miedo, porque hasta que volvamos a estar en territorio seguro Rosario y yo llevamos en las tripas a mis criaturas, a mi proyecto vital, que ahora son parte de nosotres, y una mala gastroenteritis se las puede llevar por delante.
Ahora nadie me busca, ya no soy fugitiva, pero sigo siendo clandestina. Ahora soy todavía más clandestina, porque cuando era cría solamente me perseguían por lo que había hecho una noche. Ahora, si supieran que existo, me perseguirían por lo que estuve haciendo durante casi veinte años, y por lo que planeo hacer en los próximos veinte.
La parte menos mala es que vuelvo a viajar acompañada, y esta vez sí que confío totalmente en mi compañere. La esperanza es que nadie va a ver a un par de peligroses anarquistes, en territorio fascista, lo que van a ver es a dos despreciables migrantes chicanas. Que es como decir que no nos van a ver. Las ventajas de ser percibida como mujer para la vida clandestina, y más aún como mujer racializada, en una sociedad patriarcal y racista: el pasar por tonta, el pasar por inofensiva, el pasar por sumisa. La desventaja, claro, que al no ser vistes como seres humanos completos por la ciencia oficial de aquí estamos en constante riesgo de abusos, palizas, violaciones.
El plan es hacer lo que podamos por mantenernos a salvo, encontrar trabajos legales, mantenernos a salvo de abusos del patrón, encontrar un grupo de activistas o revolucionarios, y ayudarles. Y mantenernos a salvo de ellos también, claro. Por muy revolucionarios que sean, seguirán siendo falos educados en un fascismo patriarcal.
Mientras tanto, yo seguiré avanzando en mi proyecto lo que pueda y como pueda. Sin medios, sin ayuda y en la clandestinidad. Y cuando Rosario se quede satisfeche de sus experimentos sociológicos, nos vamos al norte a seguir con mi trabajo en serio.