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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 14.
Decimocuarta entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.
Ya le di muchas vueltas y voy a hacer lo razonable. Por una vez, voy a hacer lo que recomienda todo el mundo.
No sé si voy a querer una familia, o si voy a poder tenerla. Sí sé que voy a necesitar emprender un viaje muy largo. Sé que tengo planes vitales muy ambiciosos. Y ya cumplí los 29. Así que voy a congelar óvulos y dejarlos en este laboratorio.
¿Por qué me resulta tan difícil esto? Creo que en parte es admitir que no sé a dónde va mi vida. Organicé yo sola un proyecto que es como poco incierto y que, saliendo todo bien, se extenderá por décadas y continentes. Cuando lo pienso así, me parece delirante.
Finjo todo el tiempo que sé lo que quiero, sobre todo desde que empecé a poner en orden mis ideas sobre mi proyecto científico. En realidad voy avanzando a tientas, corriendo en la oscuridad desde la noche del pastelazo a Johnson en el restaurante de mi mamita. También lo hace difícil que no sé qué va a ser de estos óvulos que voy a dejar detrás. Los congelo, ¿y luego, qué? Yo sigo corriendo a ciegas, y parte de mí se queda en el congelador.
Selva El Ocote, 7 de septiembre de 2072
Rosario y yo estamos unas semanas cuidando el macizo forestal de El Ocote, perdiéndonos por su sistema cavernario y admirando los ríos subterráneos. Es sobrecogedor, parece que esté igual que hace siglos. Más calor y humedad aún que en NTec, como me recuerda Rosario cada día. Las horas de día son poco soportables, pero pasamos los anocheceres y los amaneceres buscando en el cielo zopilotes rey, hocofaisanes y gavilanes nevados. Por gusto, pero también como parte de nuestra responsabilidad para documentar sus poblaciones y su actividad.
Pero hoy no. Hoy al amanecer tuve con Rosario la que puede haber sido la conversación más importante de nuestras vidas. El tener esa plática es el motivo real por el que volví hace unos meses a NTec a pedirle a Rosario que viniera conmigo a El Ocote.
Como me pasa siempre, mientras lo platicábamos a ratos me tuve que quitar las gafas para no distraerme. Cuando los pensamientos se me desbocan y parece que voy a perder la cabeza, ver borroso me ayuda a concentrarme y pensar justo en lo que necesito pensar.
¡Rosario se viene conmigo a Europa! La decisión y el compromiso ya son firmes: estamos juntes en esto. Aún en compañía, va a a ser arriesgado, pero mucho menos riesgo acompañada, y mucho mejor todo en general.
Es una sensación increible. Cada vez me creo más que este proyecto va a salir adelante, aunque me cueste otros diez años de trabajo. Vamos a apuntarnos ya mismo, les dos juntes, a la capacitación para el servicio exterior.
Otra ventaja de tener compañía en esta aventura es la redundancia de las muestras. Cada vez que salgo de un laboratorio y viajo, llevo una copia del proyecto en las tripas, donde siempre se llevó el contrabando. En el caso de las colis, es donde además van más seguras. Pero pensando en un viaje transoceánico, intercontinental y clandestino, en el que la continuidad de mi proyecto dependerá de mis intestinos, le tengo pánico a las infecciones digestivas, o a un estreñimiento fuerte que requiera laxantes. Siendo dos, hay menos riesgo de pérdida catastrófica.
Voy a quemar esto antes de que lo lea nadie, así que lo puedo decir claro: Rosario me cae bien pero no es todo bonito. Hubo una negociación. Lo que necesita elle frente a lo que necesito yo. No iremos directes a Escandinavia, que es lo que necesita mi proyecto. Antes, Rosario quiere que pasemos por España. Quiere ver de primera mano un ejemplo de fascismo en Europa, en su territorio original. Y quiere dar apoyo a algún grupo revolucionario por allí, si lo encontramos. Compartir nuestra utopía, dice. ¿Compartir la utopía con los fascistas? Yo veo que es perder el tiempo, y suerte si no perdemos también la vida.
Lo mejor, que no solamente ya no soy «La Hija de la Camarera» que fui en la Supremacía. Estoy incluso dejando de ser «La Niña del Proyecto Cuántico» que me llamó mi gente en NTec. Estoy creciendo.
Lo peor, que no sé cuándo volveré a esta tierra, a mi tierra. O si volveré. No sé si veré crecer a los críos de Tonatiuh y Citlalí y de John y Louise, en Nuevo Tecpatán, o qué pasará con los óvulos que dejé en Chivela. Podemos estar a punto de empezar un viaje como clandestines para morir en Europa.