Sociedad

El miedo, nuestra gran debilidad

'La mirada' de Mónica G. Prieto: "El coronavirus remitirá. Se hallará una vacuna, pero la debilidad que demostramos como sociedad en la gestión de la crisis no desaparecerá, porque es síntoma de una enfermedad".

Un chico hace una foto al cartel de una farmacia de Barcelona que informa sobre las mascarillas. REUTERS / NACHO DOCE

La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Mónica G. Prieto aquí.

En esta sociedad con tanta información a su alcance –y al tiempo, tan desinformada–, las mesuradas opiniones de los médicos y expertos de la OMS parecen no haber calado. Sus esfuerzos para frenar el alarmismo por la llegada del coronavirus a España no han tenido éxito porque parte de la sociedad ha optado –alentada por medios que confían en aumentar ventas supliendo el periodismo con sensacionalismo– por dejarse llevar por el pánico. La venta de mascarillas y desinfectantes se ha disparado hasta acabar con las existencias y muchos cambian sus planes para evitar aglomeraciones, afectando al desarrollo de diversas industrias.

El fantasma de la recesión acecha más que nunca ante el impacto económico innegable que va a tener la epidemia en todo el mundo, con millones en cuarentena y países como Japón, conminando a parte de su población a trabajar desde sus casas para evitar nuevos contagios. Resultan comprensibles las medidas adoptadas en Asia para frenar un virus cuyo problema real no es la letalidad, sino el desgaste sanitario y económico que va a provocar en naciones aterrorizadas por la posibilidad de que el virus se expanda sin control. Una enorme masa de trabajadores no puede acudir a sus puestos laborales por temor a infectar o ser infectada, lo cual repercute en los datos de producción. El cierre temporal de colegios y la cancelación de eventos comerciales, deportivos e institucionales pondrá freno al desarrollo normal de los países, pero se aceptan con normalidad, como medidas diseñadas para evitar males mayores. Ante un problema poco ordinario, se normalizan medidas extraordinarias.

En Occidente, mientras tanto, retransmitimos cada caso sospechoso de contagio como si de un partido de fútbol se tratara, con la misma intensidad y dramatismo, como si nos fuera la vida en ello. Como si hubiera sido posible ser ajenos a una epidemia en el mundo global en el que vivimos. Da la impresión de que nos resistimos a que la realidad amenace nuestra zona de confort, a que existan variables inesperadas que nos arrebaten la rutina. Pero la vida es, precisamente, una concatenación de imprevistos que deberían ayudar a la sociedad a madurar, a superar dificultades y sacar lecciones para enfrentarse a nuevos desafíos. Como ocurrió siempre, sin que nadie se ufanara por ello.

El espíritu de superación, la fortaleza y la supervivencia deberían ser valores comunes y no excepcionales. Lo reprochable debería ser dejarse llevar por el miedo. Una sociedad sana intenta conservar la calma. Acepta que hay factores que escapan al control de todos –fenómenos naturales o meteorológicos, epidemias, guerras, accidentes– y que la vida consiste en un continuo aprendizaje. Sin alarmismos ni estampidas. Sin culpar a papá Estado ni buscar protectores ni responsables, sino esforzándose en contribuir a la solución. El sentido común –rehuir a personas con síntomas de gripe, lavarse las manos, buscar asistencia si existen síntomas– debería ser el principal recurso para combatir el alarmismo, pero parece más cómodo dejarse llevar por el miedo. Miedo al extranjero –el coronavirus que viene de fuera de nuestras fronteras–, miedo a un enemigo invisible que viene a arrebatarnos nuestra normalidad. 

El coronavirus remitirá. Se hallará una vacuna, pero la debilidad que demostramos como sociedad en la gestión de la crisis no desaparecerá, porque es síntoma de una enfermedad. El miedo a perder nuestra calidad de vida nos hace pusilánimes, y por eso el miedo se propagará, más contagioso que ningún virus. Nos dejará indefensos ante la superchería de medios, políticos y pseudocientíficos sin escrúpulos, y a merced de vendedores de humo que ofrecen soluciones imposibles a problemas que ni siquiera son previsibles. El miedo nos hace vulnerables y, en lugar de vencerlo, nos entregamos a él con la inconsciencia de quien desconoce que, presas del pánico, regalamos un poco de nuestra libertad.

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Comentarios
  1. Muy bueno y de agradecer el artículo de Mónica enmedio de este ruido mediático que no hace más que acrecentar el miedo de la gente a contraer una gripe menos peligrosa aunque más contagiosa que una normal.
    Como tengo muchos puntos en común con Mónica,invito a sus lectores críticos, inquietos y escépticos, amigos de profundizar en las causas reales, a visitar mi blog LA HORA DEL PENSAMIENTO LIBRE
    ( laeradelnosotros.blogspot.com) y mi último artículo: «¿ La peste del siglo XXI?», un pequeño ensayo para incrédulos mediáticos.

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