Dolor sin gloria

En una escena de la mítica comedia de los Monty Python La vida de Brian, un funcionario romano va preguntando a una fila de sentenciados a muerte su forma de morir. “¿Crucifixión?” les pregunta, y todos sumisamente van contestando que sí. Les van asignando una cruz por persona, hasta que la respuesta de uno de ellos es negativa. Los funcionarios le miran sorprendidos y él lo explica: “No, libertad”. Poco después el condenado a muerte confiesa que es una broma, y le crucifican junto a los demás.

A mí, ese momento justo en el que elige la libertad, frente al sufrimiento y a una muerte agónica, me parece, sin pretenderlo, la definición perfecta de eutanasia.

La eutanasia, del griego antiguo “buena muerte”, goza de una enorme aceptación social. Según todas las encuestas, una amplia mayoría de españoles están a favor de que morir en paz se convierta en un derecho.  

Gracias a la tramitación de la ley de eutanasia del Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos, hemos vuelto a entrar en la Champions League de los derechos sociales. Somos el cuarto país de Europa y el sexto del mundo en legalizar la eutanasia activa. Esto sí es Marca España.

A pesar de esto, son todavía muchos los que pretenden seguir eligiendo por nosotros una muerte “como Dios manda”. 

Porque una vez más, con la Iglesia hemos topado.

La mayoría de las autoridades eclesiásticas se oponen a esta ley; incluso algunos como Juan Antonio Reig, el Obispo de Alcalá, han llegado a pedir que “se sufra como Cristo”. ¡Ay, Dios!

Ya vemos que los argumentos de la Conferencia Episcopal contra la eutanasia, del tipo “hay que sufrir hasta el último minuto”, parecen tópicos más propios de una tertulia deportiva que de un asunto de tanta importancia para la sociedad. 

Pero no son los únicos. En contra de su tramitación han votado el PP, UPN, Foro Asturias y Vox. Pero no se han limitado a votar en contra, la ultra ultra derecha ha comparado esta medida con la “solución final” de la Alemania nazi (y aún así han votado en su contra) y José Ignacio Echániz, el portavoz del PP en este asunto, ha llegado a acusar al gobierno de querer usar la eutanasia para ahorrar en pensiones y gastos de dependencia, forzando la muerte de personas mayores.

Sería irónico, si no fuera tan cruel, que esto lo estén diciendo los responsables, durante su gobierno, de los brutales recortes en la sanidad pública de los últimos años, que provocaron miles de muertes, como los pacientes de Hepatitis C que murieron esperando un tratamiento que nunca les llegó. 

Aunque algunas voces dentro de la derecha se están empezando a plantear esta oposición tajante a determinados avances en derechos sociales que gozan de amplia mayoría en nuestro país. 

Los más moderados del PP acusan a Pablo Casado de que con su postura cada vez más alejada del centro derecha, lo que está forzando, paradójicamente, es su suicidio asistido. Está acabando voluntariamente con su vida política, para morir en brazos de la ultraderecha.

La derecha, con este tema de la eutanasia, está haciendo lo que técnicamente podemos llamar un “Suárez Illana”: dar la espalda a la realidad, en un gesto ridículo, absurdo y de falso orgullo. 

Una frase popular, que algunos atribuyen al director de cine Woody Allen y otros al cómico Lenny Bruce, dice que comedia es igual a tragedia más tiempo.

Lo que ahora se ha convertido en una postura incluso cómica, hace algún tiempo a algunos les parecía una verdadera tragedia y el fin de la familia tradicional en España, como el divorcio o el matrimonio homosexual.

Esperemos que con el tiempo algunos se den cuenta de lo ridículo que resultará en un futuro oponerse a algo tan humano como evitar el sufrimiento inútil y poder elegir un final de nuestras vidas digno.

Esperemos que, ya que el neoliberalismo salvaje nos está poniendo cada vez más difícil lo de tener una vida digna, por lo menos nuestra muerte lo sea.

Que el ‘descanse en paz’ de las lápidas de nuestros cementerios, sea extensivo a los últimos momentos de nuestras vidas en los hospitales.

Porque sufrir para morir no es vida, es un dolor sin gloria.