Cultura

Una nota con un corazón

'La mirada' de Laura Casielles: "Aquí estamos, intentando otra vez poner palabras nuevas a la vieja historia. Como todo el rato, por otra parte. En las cañas y los grupos de whatsapp y los monólogos del insomnio. Hablamos del amor que llega y del que se fue, de la insatisfacción, de los engaños, del anhelo, del miedo, de las dudas".

Un marine de la Segunda Guerra Mundial, hoy con 104 años, rodeado de cientos de cartas por el día de San Valentín. REUTERS

La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Laura Casielles aquí.

¿Tú eras de quienes en el cole recibían muchas notitas con corazones, o de quienes se pasaron la infancia y la adolescencia anhelando que les llegase una por fin, así fuera por casualidad? Porque ahí empezó todo, a lo mejor. Luego llegaron las películas de princesas, las canciones pop, las vidas de los demás como un espejo siempre frustrante. Se nos fue llenando el alma de mandatos, de éxito y fracaso, de un camino pautado en el que nunca nada se parece a la imagen que nos iba imponiendo el mundo con calzador. 

Esto del amor es uno de los ejemplos más nítidos de la capacidad que tenemos las personas para complicar lo sencillo. Cogemos la luz más limpia que conocemos (esos raros momentos de conexión y calma en los que diríamos, con profunda sorpresa, que todo está donde debe) y los vamos llenando de presiones, de recuentos, de ego, de jaulas, de orgullo, de mochilas llenas de piedrecitas que van levantando un muro alrededor de la pureza.

Decía Jeanette Winterson que el problema son los clichés: “¿Por qué lo menos original que podemos decirnos uno a otro sigue siendo lo que más anhelamos oír? ‘Te quiero’ siempre es una cita”. Decía Nizar Qabbani: “Cuando un hombre está enamorado / ¿cómo puede usar palabras viejas?”

Y sin embargo, aquí estamos, intentando otra vez poner palabras nuevas a la vieja historia. Como todo el rato, por otra parte. En las cañas y los grupos de whatsapp y los monólogos del insomnio. Hablamos del amor que llega y del que se fue, de la insatisfacción, de los engaños, del anhelo, del miedo, de las dudas.

Porque eso que hemos llamado amor está por todas partes. Por eso que torpemente hemos llamado amor nos cambiamos los cuerpos, decidimos países, abrimos hipotecas, tomamos ansiolíticos. Por eso que inocentemente hemos llamado amor llegamos a la luna y a las vacunas, logramos obras de arte, ganamos maratones, rompemos las reglas. La misma cosa que nos tiene flotando un día, nos baja al fango al siguiente. Y, pese a todo, lo nombramos con la boca pequeña, hemos ido aprendiendo a cubrirlo de pudor. Nos puebla las noches y los días pero nunca sale en los periódicos, por más que la portada de cada cual lleve en letras más grandes que ningún titular el placer o la pena que nos ande visitando esa mañana. 

Bueno, en realidad vamos sacándolo cada vez más a la luz de los focos, eso también es cierto. Serán los aprendizajes del feminismo, o los de tantas mentes libertarias que nos han ido dejando un legado de pistas a través de los siglos: el caso es que sí que empieza a ser consenso que tiene sentido hacer de lo íntimo otro terreno de los debates compartidos. Estamos poniendo sobre la mesa común las entrañas más o menos abiertas de nuestros intentos. Nuestras reflexiones en torno a la libertad, los desafíos con los que nos ponemos de pie delante de las estructuras, las tímidas intuiciones sobre cómo reinventar la rueda que tan obsesivamente nos ocupan. Y el dolor, claro: el dolor. Porque tenemos como un software dentro de las cabezas que dificulta mucho salir del camino pautado y nos lleva siempre a los mismos, trillados bucles.

No pasa nada, lo volvemos a intentar.

Hablamos, hablamos, escribimos, escribimos, porque nos va la vida –la vida buena– en entender algo. Porque nos acompaña sabernos legión en este desamparo. Y porque, digámoslo ya, no tenemos ni idea. 

Miradme a mí ahora, por ejemplo. Tratando de escribir alguna cosa que no esté entre interrogaciones cuando soy, como todos, un manojo de dudas y culpas, un ser que todas las semanas monta un drama, el mismo remolino de temblores que tiene fritas a las amistades con mensajes que son el espejo de tantos otros mensajes que también me tienen a mí el teléfono hecho una hoguera. ¿Será por eso por lo que aprendemos que las notas con corazones son una cosa que da vergüenza? ¿Porque nos hacen enormemente vulnerables? 

Tratados, canciones, poemas: intentamos una y otra vez cambiar el final del cuento. O que no lo tenga, más bien. Vamos construyendo con ladrillos que nos inventamos una casa que solo está en el aire. De eso está hecha, esta historia: de palabras firmes que pronunciamos para poder sobrellevar que hablamos de algo que no podemos agarrar. Ni el matrimonio ni el poliamor ni ninguna de las versiones de lo mismo que logremos figurarnos nos pueden dar lo que anhelamos: una seguridad radicalmente contradictoria con la materia de la que se alimenta la cuestión. Nos decimos que tomamos decisiones porque aterra asumir que tal vez queremos decir: “Por favor, no te mueras, no te vayas de aquí”.

Ahí seguimos, qué bonitos: con una fe pese a todo irreductible en que podemos hacerlo mejor. Olvidando una y otra vez lo que supimos un ratito para intentar habitar las nuevas formas en las que nos vaya sorprendiendo esa luz tan limpia que tiende enseguida a volverse corsé. Hablando y hablando, escribiendo y escribiendo, a cabezazo limpio contra los muros. Tal vez porque en el fondo sabemos que no, que no tenemos ni idea. Pero que igual es solo en ese desconcierto honesto donde puede crecer alguna flor.

O quizá tan solo porque sí que sabemos que nos gusta recibir una nota que tenga dibujado un corazón. Por más que nos lo deje todo perdidito de preguntas. 

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Comentarios
  1. Inmejorable ejemplo del amor: Un marine de la segunda guerra mundial.
    FERRERO ROCHER: AVELLANAS RECOGIDAS POR NIÑOS.
    Para San Valentín, ¡queremos justicia para los niños, no chocolate hecho por niños!
    La investigación que estamos llevando a cabo revela que las avellanas con las que se produce Nutella o Ferrero Rocher son probablemente recogidas por niños en Turquía. Ferrero recientemente confirmó que compran a un comerciante que suministra avellanas de plantaciones donde descubrimos trabajo infantil.
    Nuestra intención era reunirnos en Turquía para que Ferrero pudiera hablar con los agricultores y trabajadores, las mismas personas que cosechan las avellanas usadas por Ferrero, que se pagan muy por debajo del precio necesario para pagar salarios dignos – y es por ello que se ven en la necesidad de llevar a sus hijos para trabajar con ellos. Pero, por ahora, Ferrero se ha negado.
    EXIJE A FERRERO QUE TOME CARTAS EN EL ASUNTO:
    https://act.wemove.eu/campaigns/Ferrero-trabajo-infantil?action=facebook&utm_source=civimail-28694&utm_medium=email&utm_campaign=20200214_ES

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