Internacional
Copos de normalidad en Bagdad
La mirada de Mónica G. Prieto: un relato sobre cómo las cosas anodinas, bajo circunstancias anormales, se convierten en algo extraordinario.
‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Mónica G. Prieto aquí.
“Esta mañana nevó en Bagdad”. La frase de mi amigo sonaba tan imposible que mi cerebro tardó en procesarla. Hablamos de manifestaciones, de muertos, de líderes chiíes y suníes, de hartazgo social y de Faluya, de tumbas en los jardines y de fosas comunes antes de que aquella mención a la nevada de la mañana resonara en mi cabeza. ¿Nevó en Bagdad? Ni siquiera contestó, porque aquellos copos que vistieron de blanco la capital iraquí no fueron más que una anécdota, pero se me antojó tan anormal que Bagdad disfrute de un momento de normalidad –la anormal normalidad de que nieve en la capital mesopotámica– que no pude evitar buscar fotos y vídeos para documentar lo que nunca pude sospechar: que incluso en Iraq ocurren cosas totalmente normales, casi anodinas. Y que, bajo circunstancias anormales, lo anormal se convierte en algo extraordinario.
No fue difícil encontrar imágenes, aunque les costaba abrirse paso entre tanta represión e injusticia. Desde hace meses, los iraquíes mantienen un pulso en las calles contra el sistema sectario de un gobierno impuesto por los invasores, contra la corrupción que devora sus recursos naturales, contra el desempleo y la influencia extranjera que ha dejado el país convertido en una marioneta en manos de Irán o Estados Unidos.
Las fuerzas de Seguridad y las milicias –grupos armados legitimados por sus patrones políticos, en el Parlamento cuando no en el Gobierno– les reprimen de la única forma que saben hacerlo: a tiros. Más de 600 muertos desde que comenzaran a asomar sus cabezas el pasado octubre con marchas masivas que reivindican una identidad nacional sobre la identidad religiosa, un gobierno elegido por todos y para todos que deje de venderse a otros países y se concentre en devolver a Iraq su orgullo y su economía, y en sanar ese tejido social envenenado durante décadas por la invasión y el sectarismo.
Recuerdo la broma que hacía con un colega durante la invasión, cuando las bombas se cebaban en Iraq. “Solo el aterrizaje de un ovni pararía esta guerra”, solía decir. E intento imaginar la sensación de la madrugada del pasado martes en Bagdad, cuando los copos cubrieron las calles y las manifestaciones de blanco para sorpresa de sus integrantes, sacándoles de la excepción en la que viven inmersos desde hace décadas –la dictadura, la guerra contra Irán, la Guerra del Golfo, la invasión, la guerra sectaria– y concediéndoles por unas horas el bien de la cotidianiedad, ese que tanto despreciamos cuando no conocemos otra cosa.
Cuentan que los niños corrieron a los parques y los adultos posaban sonrientes ante sus móviles para hacerse un autorretrato con el que inmortalizar la primera nieve en 12 años. A mediodía, cuando ya no quedaba ni rastro, se terminó la magia. “Ha sido bonito, pero se acabó. Ahora, la vida vuelve a la normalidad”, decía una manifestante seguramente antes de sumarse a otra protesta que terminará disuelta con gases y disparos. El regreso a la normalidad, al estilo de Iraq.