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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 11.
Decimoprimera entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.
Se acerca otra vez la temporada de lluvias más fuertes. Sigo en la presa Nezahualcóyotl, en el cauce del Río Grijalva, entre lo que eran los municipios de Berriozábal, Tecpatán y Ocozocoautla de Espinosa. Aquí hay una riqueza de energía hidráulica que es para volverse loca. Loca por el contraste con la humildad energética de NTec, o por el ruido atronador, no sé. Creo que es más bien por el ruido.
La misma presa es algo fuera de lugar, contrasta con todo lo que vi en estos últimos años. Es un megaproyecto de los de antes, se ve incluso en el poblado en el que vivimos quienes trabajamos en la presa: mucho muro de concreto, poco tapial de adobe. También con las personas y con las historias que cuentan noto el contraste. Frente al punto de vista noviolento que me daba Esmeralda en NTec, ayer estuve platicando con Regina, que me transmitió las historias que le contó a ella su madre de San Diego Xayakalan, la Guardia Comunal, cómo la resistencia armada indígena de Ostula fue crucial para alejar al crimen organizado.
A veces, cuando me siento sola y fuera de lugar, juego, como cuando era niña, a perderme en los placeres del vertigo que me da el cambio de escala. Imagino mi habitación desde la escala atómica. O me imagino a la presa y a mí misma desde la perspectiva del cúmulo local de galaxias. Veo toda la riqueza genética y la biodiversidad que contiene mi cuerpo, y al fijarme en las bacterias que también son yo, las de mis tripas, las de mi piel, difumino mis propias fronteras. O empatizo con la multitud de individuos del comedor comunal, recordando toda la complejidad de mi experiencia humana y proyectándola a cien vidas igual de difíciles que la mía.
Otros ratos me dedico a mirar las aratingas verdes, nuestros pericos mexicanos, porque aquí son multitud. Se ven bandadas de cientos de ejemplares. Es una gozada mirarlos volar. La belleza de los pájaros hace que vea con algo de recelo a la pareja local de gatos, Frida y Diego, que por lo demás son adorables. Entiendo por primera vez a quienes defienden que debemos intensificar las campañas de esterilización, y conformarnos con los perros, que también son maravillosos cuidadores y que no amenazan de la misma forma a la fauna salvaje.
Mi proyecto avanza con una lentitud frustrante. Aquí estoy capacitándome para el servicio industrial de bioquímica y biología molecular, en los laboratorios de la presa hidroeléctrica. No estamos muy lejos de mi gente en NTec, en realidad. Pero, a efectos, como si estuvieran en el otro lado del mundo, porque no puedo ni platicar con elles ni sé cómo les va. Me llegan noticias mínimas por internet, pero no es lo mismo.
Pese a la abundancia local de energía hidráulica, aquí vi los nuevos modelos de neveras solares. Son cada vez más grandes, para poder acumular hielo y para tener un aislamiento térmico más eficaz, pero han hecho un buen trabajo en hacerlas modulares para facilitar su transporte y ensamblaje. Más importante aún es la calidad del compresor, que es la única parte móvil y que trabaja sellado herméticamente, porque ahorita refrigera mejor. Reaparece el síndrome de la impostora, a todo tren. Miro alrededor y la impresión es de que los proyectos de todo el mundo avanzan más deprisa que el mío.
Fuera de mis horas de trabajo industrial, y fuera de los tequios, estoy aprovechando los laboratorios para aprender a hacer cosas básicas. Ya aprendí a introducir cepas de colis en mi propio cuerpo (por vía oral, con pastillas que preparo con yo misma) y recuperarlas a partir de las heces, con cuidado y con placas de cultivo. Para eso estoy empezando a jugar con mecanismos toxina-antitoxina mazF-mazE, y a hacer selección de cepas a mano, en placas. Según yo altero la concentración en el cultivo de glucosa, fructosa y galactosa, mis colis producen la toxina MazF, primero, con lo que causan la muerte celular de sus vecinas, y la antitoxina MazE, poco después, para salvarse a sí mismas. En distintas placas, pruebo distintas combinaciones en la secuencia de variación de concentración de glucosa, fructosa y galactosa, para provocar distintos comportamientos y verificar que la cepa se comporta como debe. Esto me viene bien para poder filtrar las cepas que, ante el estímulo que sea, me den la respuesta buena, descartando a todas las que dan la mala. Con la cepa buena, preparo la siguiente tanda de pastillas. Así voy potenciando la capacidad de procesamiento más primitiva. Ahora mismo estoy con cosas básicas, pero así es como se avanza. En la próxima etapa, complicaré la secuencia de concentraciones de azúcares incluyendo también a la lactosa. Despacito, pero sí que avanzo.