Análisis | Sociedad

Por qué necesitábamos tanto el revolucionario discurso sobre el amor de Phoenix

Estamos asistiendo a un cambio histórico: los discursos que reivindican el amor como la mayor fuerza transformadora y revolucionaria empiezan a resonar desde tribunas 'mainstream' y son pronunciados por voces que hacen añicos el modelo heteropatriarcal neoliberal. Intervenciones con una enorme capacidad de incidencia en la opinión publica global.

Medios de comunicación que despiden a sus periodistas mientras mantienen entre sus asalariados a columnistas que viven del insulto, del racismo y del fascismo se han apresurado a subir a sus webs el discurso de Joaquín Phonenix tras ganar el Oscar al mejor actor por su interpretación en Joker. Quieren arañar visitas gracias a ese artefacto de construcción masiva que suponen las palabras del intérprete. Tráguense ese sapo queridos directivos que desdeñan la humanidad; celebremos nosotros esta pequeña victoria que es de todas. 

Porque sí, porque que un hombre dedique la recepción del premio más importante de su carrera, en un contexto de difusión tan enorme como los Oscar, a que “cuando usamos el amor y la compasión podemos crear e implementar sistemas de cambio beneficiosos para todo los seres vivos y el medio ambiente” tiene una capacidad de incidencia pública y política para el que un tratado internacional requeriría años de implementación. El amor es el motor que determina gran parte de nuestras vidas: con quién compartimos nuestro tiempo, a quién cuidamos, quién nos cuida e, incluso, cuando se puede elegir, por qué trabajamos en lo que trabajamos. A desentrañar el papel del amor ha dedicado buena parte de sus páginas la filosofía a lo largo de la historia, por amor la protección legal de nuestros niños y niñas es el bien supremo -al menos en el papel- , por el amor vivimos… Y hasta hay ancianos que por falta de amor mueren cuando pierden a sus parejas.

Sin embargo, el amor como vector político, histórico y social ha sido tradicionalmente desdeñado hasta el punto de que a la hora de estudiar los elementos más destacados de la obra de determinados pensadores, este ha sido de los últimos aspectos a abordar. Ejemplo de ello es la filófosa y teórica política Hannah Arendt. No ha sido hasta recientemente que las investigaciones sobre su legado han recordado que es precisamente el amor el que vertebra toda su obra: una fenomenología que fue creando y que partía del “amor sin mundo” -la pasión erótica que nos hace olvidar la realidad que nos circunda– para llegar al “amor al mundo”, la participación política que junto al arte eran para ella la forma más noble de vivir.

Desgraciadamente, harían falta mil tratados filosóficos sobre esta cuestión, y varias décadas, para conseguir lo que ha hecho Phoenix aprovechando que tenía ante sí uno de los micrófonos con mayor capacidad de divulgación del mundo. Gracias a sus palabras, un joven que haya visto Joker pueda plantearse que se puede ser hombre, heterosexual, reconocido -incluso, rico, por qué no decirlo- y reconocer públicamente que se ha podido ser “egoísta, cruel a veces, difícil como compañero de trabajo…” y que ahora es quien es gracias a todos los que le dieron una segunda oportunidad -pocas veces abrimos la boca para decir algo tan valioso y fecundo como ‘gracias’-. Que es legítimo que te tiemble la voz, y que tus compañeros te abracen con su aplauso, cuando recuerdas que “lo mejor de la humanidad” es “cuando nos guiamos mutuamente hacia la redención”.

Que se puede tener apariencia de aguerrido y pasional y denunciar que seamos capaces de creernos con el “derecho de inseminar artificialmente a una vaca y robarle a su bebé, a pesar de que sus gritos de angustia son inconfundibles. Y después poner su leche en nuestro café y en nuestros cereales”. Y que estas dos frases puedan resumir años de alertas científicas sobre la necesaria reducción de la ingesta de carne para frenar el cambio climático y de trabajo clandestino de fotoperiodistas mostrándonos la crueldad de la industria cárnica (A todos ellos y ellas, gracias). 

Que puedas acabar el discurso más importante de tu vida recordando el verso de la canción que tu hermano escribió a los 17 años  –“Corre al rescate con amor y la paz seguirá”– y que eso sea hacer historia: hacer saltar por los aires el sistema de valores que impuso hace cuarenta años el neoliberalismo, y recordar lo esencial: que somos frágiles, vulnerables y dependientes de otras personas y del medio ambiente. Y que precisamente esa interrelación es la que mayores momentos de satisfacción nos va a ofrecer. Que ‘la amistad cívica’, es decir, la participación política –porque ‘los otros somos todos’, como escribió el poeta mexicano Javier Sicilia- es la materialización de nuestra naturaleza como seres sociales; que como decía el poeta asturiano Pablo Ardisana -recordaba recientemente su amiga, la también poeta Laura Casielles- “lo que no es amor es mercancía”, y lo mejor de todo ello: que estés haciendo historia porque tus palabras sean irrebatibles científica y éticamente. 

Las personas que defendemos la decencia somos poco dadas a celebrar las victorias mainstream. Craso error. La única vía para frenar el auge del autoritarismo fascista es conseguir con urgencia que ser buena persona vuelva a ser el valor políticamente correcto, legítimo, la aspiración cívica compartida. Para ello necesitamos que vuelva a ser el código sobre el que se sustenten nuestras conversaciones en familia, en los parques infantiles, en nuestros lugares de trabajo y en las asambleas. Pero no lo conseguiremos sin que se resuene también desde las altas tribunas, las tertulias televisivas y los escenarios más iluminados. No necesitamos estar todos ahí, pero sí deberíamos celebrar estas victorias como propias. Porque lo son, porque necesitamos victorias, y porque necesitamos celebrar. Desde la derrota no se cabalga, desde la permanente insatisfacción no se crea ni se avanza.

Con su discurso, Phoenix ha conseguido abrir un nuevo y pequeño agujero en la línea de flotación de un sistema que ya hace aguas. Que tanta gente este hablando del mismo, que tanta gente este compartiendo este microtratado viral del ‘amor al mundo’ es síntoma de lo que necesitamos hablar de ello, de que la conversación pública verse también sobre lo bello. Y digo bello porque el contenido hace también al continente. Y esto va por vosotros, queridos columnistas que, corroídos por la envidia, intentaréis ocultar vuestra amargura acusando cínicamente a Phoenix de recurrir al buenismo para follar más. Os entendemos, ¿quién no preferiría irse a la cama con una cabeza llena de esas ideas, con esa cara y con esa planta? Pero, por favor, absteneos de escribir sobre el amor. Ya nadie os creería. Y, además, no sabríais ni por dónde empezar. 

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Comentarios
  1. Totalmente de acuerdo. Me impacto tanto el discurso que casi se me atraganta el chuleton que me estaba comiendo. Menos mal que pude pasarlo con un poco de leche y queso.

  2. ¿Es que no han pasado por el mundo personas más luchadoras y dignas de poner como ejemplo que el tal Phoenix?
    Megan Harri, Phoenix, no diré que sean mala gente pero como para ponerlos como ejemplo los hay con más merecimiento en la historia de la humanidad y en la actualidad misma..

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