Sociedad
Frida Kahlo (y el Che)
Reflexiones sobre los modos en los que el sistema capitalista mercantiliza, también, el feminismo.
Dice un poema de la arquitecta feminista Isabel Martín:
[…] Otra puntada más,
otra y otra…
da la niña brasileña,
la niña china,
la niña turca,
la india,
la marroquí,
alineada su máquina de coser junto a otras cientos
en
naves,
maquilas,
cuartuchos,
dieciséis horas al día a cuatro céntimos de dólar.
Para que luego tú y yo
paguemos diez euros en temporada y diez en rebajas.
Pero es que este mes
se llevan “a rayas”.
Se titula Moda. Forma parte de 90.3 de vaciante (Crecida), un libro de poemas de la periferia, cotidianos, de los liderazgos entrañables, del día a día, de las violencias en los cuerpos de las mujeres arrastrados durante siglos, poesía para que todas las que estuvieron excluidas de la cultura –explica ella– puedan leerla, para ti, tal vez, para las abuelas. Ahora, presten atención a este pasaje. Playa de Bolonia (Tarifa, Cádiz). Julio. Las vacas que suelen pasearse por la arena no están esa mañana. Tampoco se percibe la silueta de África. Esa mañana se levanta un tenderete junto a las tablas de madera que cubren, a modo de camino, la fina arena. “Te pega mucho. ¿La quieres?”, le dice un hombre, con su hija de la mano, a la mujer que los acompaña. “¿Qué talla es?”, se pregunta ella mientras la coge con la percha puesta. La camiseta muestra una calavera con flores en la cabeza. Representa a Frida Kahlo, un símbolo feminista que hoy en día se vende en los imperios textiles capitalistas de los que habla Martín en su poema. Incluso, ha llegado a este rincón paradisíaco del sur de Europa, donde el capitalismo, que husmea hasta debajo de las piedras, aún anda lejos de ser lo que es. La mujer la estira, la mira una y otra vez. “Otro día”, desiste, por fin, cuando la niña lo que quiere es jugar con las palas y el cubo que lleva: “Vamos, mamá”.
¿Recuerdan la camiseta que lució la vicepresidenta en funciones Carmen Calvo en el balcón de Ferraz la noche electoral del ya lejano 28 de abril? “Yes, I’m a feminist». Era de Mango y se agotó en apenas unas horas. Carmen Calvo reivindicaba obviamente la igualdad, quería lanzar un mensaje potente en un momento en el que la ultraderecha estaba –ahora más– dándolo todo. Pero el mensaje estaba escrito sobre una prenda de Mango, conjuntada con un traje de chaqueta y pantalón de Zara. ¿Está siendo el feminismo atrapado por el sistema capitalista? ¿Está vaciándolo de contenido? ¿Qué mensaje llegó a la sociedad con esa camiseta? ¿Sabemos quién es la Frida Kahlo que llevamos impresa en un bolso ecológico de tela? ¿O en la carpeta del instituto? ¿O en el mural de clase?
“Cuando un movimiento reivindicativo se populariza, como ha sucedido con el movimiento feminista en estos últimos años, es normal que sea utilizado por el mercado como herramienta de marketing. Sucedió, por ejemplo, con la figura del Che y la revolución comunista”, analiza Paula Rodríguez, experta del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sobre Trabajo no remunerado, género y economía del cuidado y de ONU Mujeres en Políticas Macroeconómicas. Rodríguez aclara, no obstante, que el aprovechamiento de estos símbolos por parte del mercado no tiene que ser obligatoriamente negativo: “Aunque podamos poner en duda si la elección de estas figuras es la más correcta, esta utilización por el mercado no tiene por qué ser perjudicial para el feminismo, sino todo lo contrario, puede ayudar a que ser feminista sea aceptado más favorablemente por la sociedad al verlo ya como algo común y generalizado. Que muchas personas lleven ahora una prenda con un lema feminista contribuye a que el feminismo no se asocie con un grupo muy reducido, a que gente muy variada se reconozca como feminista y se atreva a decirlo. Luego, estas nuevas personas feministas asumirán más o menos reivindicaciones del movimiento feminista y se posicionarán en una corriente u otra”, explica Rodríguez, que también es profesora del Departamento de Economía, Métodos Cuantitativos e Historia Económica de la Universidad Pablo de Olavide.
A Isabel Martín, por ejemplo, no le preocupa que alguien que lleva a Frida Kahlo en una camiseta, en un bolso o en una gorra, no sea consciente de su simbolismo siempre que esa persona –estos productos, por cierto, están mayoritariamente dirigidos a mujeres– se esté preguntando qué significa pagar cinco euros por esa camiseta. “La industria textil capitalista está sostenida en los cuerpos de miles de mujeres y niñas explotadas en muchas partes del mundo y en la destrucción del medio ambiente. Me preocupa más que alguien que sepa perfectamente quién era Frida Kahlo, que, por cierto, tenía una dependencia emocional de [Diego] Rivera fina, no tenga conciencia sobre su consumo y cómo explota los cuerpos y las vidas de otras personas en el mundo, dentro de que es imposible una coherencia absoluta en este sistema capitalista: “Que tu tomate ecológico viene de Perú, primo, de Perú, en avión o barco porque tú quieres comer tomates en diciembre… En fin, es difícil la coherencia todo el rato. Yo no la tengo, porque mis privilegios cotidianos de aquí están sostenidos en la miseria de allí”, añade.
Desde Ecuador, una usuaria de Twitter mostraba su hartazgo sobre la moda Frida: “Hola, soy artesana, bordadora, ecuatoriana. Y cansada de bordar frases en inglés y a Frida Kahlo, he bordado mi versión de la Venus de Valdivia, que luego será parte de una colección”.
MODAS Y ‘BOOM’ EDITORIAL
¿No corremos, al menos, el riesgo de convertir el feminismo en algo parecido a una moda? “No lo creo”, responde Martín. “En nuestras vidas cotidianas se han asentado en los últimos años varias cuestiones, y esto ya no nos lo quitan. Las más importantes a mi modo de ver son que las mujeres nos callamos menos y que se están visibilizando más las violencias a las que estamos expuestas y qué significa sociabilizarse en un sistema patriarcal. No hay vuelta atrás para las personas que han hecho clic. Una vez abiertos los ojos, aunque esté más o menos interiorizado, creo que no hay vuelta atrás”.
La periodista Noemí López Trujillo, que ha publicado en 2019 un libro sobre la incompatibilidad de la maternidad en este mundo precario, añade a la reflexión: “El feminismo, de alguna manera, ya es una moda. De lo que corremos el riesgo es de considerar que el movimiento no puede ir más allá, que las aspiraciones han sido cumplidas. Esto de romper el techo de cristal está muy bien, pero quienes limpian esos cristales rotos son las de siempre, las migrantes. Algo que las feministas migrantes y racializadas insisten mucho en repetir. Para mí el riesgo o el peligro es que nos despreocupemos de que las empresas explotan a sus trabajadoras y no pensemos en quién hace la ropa feminista que llevamos y en qué condiciones. Y ahí la culpa es de la empresa. Eso me parece más preocupante que el hecho de que se popularicen determinados símbolos o iconos”.
Este auge del feminismo –contraatacado a su vez– se ha visto también representado en las librerías. El inicio de curso pasado vino cargado de novedades editoriales con perspectiva de género. Sobre maternidad, sobre sexo, sobre el propio concepto de feminismo… Y continúa. Un apunte que puede mostrarnos el avance sobre este aspecto: hace solo 15 años existía más o menos la misma bibliografía que diez o veinte años atrás sobre feminismo. ¿Quién conocía, por ejemplo, a Colombine hace 15 años? ¿Colon… qué? Hoy, las editoriales apuestan por los contenidos feministas en varios sentidos: desde el rescate de las obras de mujeres que quedaron en el olvido hasta la publicación de ensayos, novelas y poemarios de nuevas escritoras. “Aunque las hay de distinta calidad, nivel de profundidad y, cómo no, escritos desde distintas corrientes del feminismo, más liberales, más marxistas… no es malo que haya diversidad si la lectura se hace con espíritu crítico”, señala la profesora Rodríguez.
El vientre vacío, de López Trujillo, salió a la venta el pasado 23 de septiembre de la mano de Capitán Swing, una editorial que terminó de aclarar qué era el mansplaining con Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit, que ha recuperado nombres de grandes periodistas como Nelly Bly y que ha cerrado el año con un homenaje a las escritoras hispanohablantes en El coloquio de las perras, de Luna Miguel. “Durante años y años y años, la escritura era predominantemente masculina, pero no se vendía como ‘literatura de hombres’ o ‘literatura masculina’. Ahora le po-nemos una etiqueta a este incremento de literatura, que ya existía pero por la que ahora las editoriales empiezan a apostar porque vende, y nos llevamos las manos a la cabeza porque a ver si estamos convirtiendo el feminismo en una moda o hay una sobreproducción”, sostiene López Trujillo, cuyo libro está prologado por María Sánchez, otra escritora joven que ha visibilizado el mundo de las mujeres en las zonas rurales con Tierra de Mujeres (Seix Barral, 2019). “Bien, pues que la haya. La igualdad también es copar de manera excesiva ciertos espacios a los que no hemos tenido acceso. Poder ser tan mediocres como ellos lo son en tantas ocasiones. Por primera vez, nosotras nos estamos contando a nosotras mismas. No son otros quienes nos cuentan o quienes componen nuestros relatos. ¿Que es por moda o por una cuestión de beneficios económicos? Ok. Aprovechémoslo, seamos un caballo de Troya”, concluye.
CAPITALISMO
¿Es, por tanto, incompatible el feminismo con el capitalismo? Para Paula Rodríguez, son conceptos muy amplios, con corrientes o tipologías diferentes que no tienen por qué ser siempre incompatibles e, incluso, pueden coexistir: “Aunque el capitalismo en sí se fundamenta en la propiedad privada, el mercado como mecanismo de asignación eficiente y el capital como fuente para generar riqueza –supuestos bastante dudosos, y que desde luego no persiguen la igualdad de ninguna clase, tampoco la de género–, lo que nos encontramos en el mundo real en los países o regiones más igualitarias son variantes del capitalismo suavizadas por el socialismo, que incluyen entre sus objetivos la igualdad de género. De hecho, es en los países socialdemócratas –incide– donde más se ha avanzado en la consecución de la igualdad de género o la redistribución social, en contraposición a regímenes capitalistas más liberales (países anglosajones) o regímenes autoritarios cuasi feudales. Por supuesto, los avances en igualdad en esos países se deben al socialismo y no al capitalismo, y nos quedan reivindicaciones fundamentales del feminismo difíciles de alcanzar en sistemas capitalistas, como el centrarse en el bienestar social en vez de en la maximización de beneficios para unos pocos o el reconocimiento, redistribución y reducción del trabajo de cuidados no remunerado”. La consecución de estos objetivos feministas será posible, según Rodríguez, solo si regresamos a sistemas económicos más sociales que den prioridad a la igualdad, el bienestar y la sostenibilidad.
La arquitecta Isabel Martín, que afirma que no escribe de nada si no es político –»las cosas que me pasan no son porque yo sea mejor ni peor, pasan porque estamos en un sistema muy concreto que se llama patriarcado”–, es rotunda: capitalismo y feminismo son incompatibles. Porque, claro, este mes se llevan “a rayas”.
El mayor alimento del capitalismo es la mujer. ¿Qué pasaría si la mujer dejara de pintarse, maquillarse, vestirse como le mandan de una manera subliminal, además de zapatos, adornos, bolsos, etc., etc.? Todas las tiendas se alimentan del consumo de la mujer en todo tipo de cosas que consideran la esencia de la femineidad.
Totalmente de acuerdo, el feminismo no puede ni debe ir solo, mucho menos hoy, en un mundo globalizado como vemos en el mercado textil, porque supone modos de estar en el mundo respecto a la economía, a la salud, a la cultura, a la naturaleza, a la religión…a todo lo que implique igualdad de trato, respeto y responsabilidad.
Si nos quedamos sólo en feminismo…
El feminismo, además, tiene que ser de clase y laico.
Este es el que hace «pupa» al sistema, el que tiene valores y proporciona autoestima, independencia y respeto a la mujer.
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XV Jornada Laicista de Europa Laica: Laicismo y feminismo. Gijón 21 de marzo de 2020
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