Cultura

Los universos de Lady Distopía | Perversa Brown

"Perversa se aburría soberanamente encerrada en su despacho del piso de arriba de la tienda, con lo que a veces se vestía con la ropa de esa temporada, y se mezclaba entre los maniquíes"

George Eastman Museum / EUGÈNE ATGET

Relato de Lady Distopía publicado en el dossier de #LaMarea71: ‘¿De quién es España?’ (julio-agosto de 2019). A la venta aquí

A Perversa Brown sus padres la llamaron así porque nació con los pies por delante, como si llegase al mundo imponiéndose y molestando con sus prisas por llevar a cabo un plan que tenía ya pensado de antemano. Pero con el tiempo, estos se dieron cuenta de que habían cometido un error prejuzgándola de aquella manera, ya que su única hija no tenía un pelo de malvada, ni de ambiciosa, sino que, más bien, era una buena persona, sensible, pausada, respetuosa y muy observadora. Heredó de su padre una boutique de ropa de mujer en la que, con ella, trabajaban otras ocho personas más. El ambiente era cordial, o más bien familiar, y tenían una clientela fija, con lo que el negocio iba lo suficientemente bien, como para que todos tuvieran un sueldo y unas condiciones laborales dignas

Pero Perversa se aburría soberanamente encerrada en su despacho del piso de arriba de la tienda, con lo que a veces se vestía con la ropa de esa temporada, y se mezclaba entre los maniquíes que posaban en el escaparate, a ver la vida pasar. 

Estos eran sus momentos preferidos del día, porque allí, al otro lado del cristal, se convertía en invisible. No era ni la hija de nadie, ni la jefa de nadie, ni tenía un nombre que no le hacía justicia. Los transeúntes, al pasar, la miraban pero no la veían, solo se fijaban en su ropa, mientras ella escuchaba las conversaciones, estudiaba los movimientos de la gente, observaba las oleadas de tráfico, y a veces era testigo de absurdas discusiones entre desconocidos, lo que le entristecía enormemente. 

Esta actividad contemplativa era buena para ella y buena para su negocio, ya que además de distraerse y aprender sobre la condición humana, tomaba nota de todos los comentarios, especialmente de los negativos, que hacían las mujeres sobre lo que allí vendían. 

Si Perversa escuchaba quejas sobre algún vestido demasiado caro, después en su despacho pensaba en cómo abaratar costes para bajarle el precio. Si alguien se quejaba de que las tallas eran demasiado pequeñas o solo para mujeres delgadas, se encargaba de que confeccionasen ropa más grande, y si alguna mujer se resbalaba en un día de lluvia y se caía a un charco, corría a ofrecerle un asiento en la parte trasera de su tienda, un vaso de agua con galletas, y ropa limpia con la que poder continuar con su día, como si nada hubiese ocurrido. Después, al llegar a casa, no le contaba a nadie lo que había hecho, porque ya se había cansado de escuchar las críticas de su padre, que pensaba que jamás sería una buena empresaria, y amenazaba con quitarle el apellido, por no hacer honor a su nombre. 

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