Internacional
La isla Amity: la desestabilización de una nación
Una explicación en torno al Brexit, narrada en este libro de Fintan O'Toole, editado por Capitán Swing.
¿Cómo podemos separar al bromista de la broma? Boris Johnson decidió que se conformaría con ser primer ministro, pero lo que quería realmente es ser el alcalde de la isla Amity. Amity era la isla turística ficticia de la película de Steven Spielberg Tiburón. El alcalde es el antihéroe. Sabe que un gigantesco tiburón blanco se está comiendo a los bañistas en las aguas cercanas a las playas, pero no dice nada porque no quiere arruinar la temporada turística. Una de las historias favoritas de Johnson en los discursos de sobremesa por los que ganó una fortuna era sobre esto: «Por qué mi héroe político es el alcalde de Tiburón. Sí. Porque mantiene las playas abiertas. Sí, repudiaba, rechazaba, derogaba todas esas estúpidas regulaciones sobre salud y seguridad y declaraba que la gente ¡debía bañarse!, ¡bañarse! A ver, acepto que como resultado de todo ello algún niño pequeño fuese devorado por un tiburón. ¿Pero cuánto placer obtuvo la mayoría de la gente en las playas como resultado de la audacia del alcalde de Tiburón?».
La broma se refería a todo el orden político británico. Johnson sabía perfectamente que el agua estaba infestada de tiburones, pero su objetivo era alcanzar el poder bajo el grito «¡A bañarse! ¡A bañarse!». La política del dolor ha cuajado tanto que la sangre en el agua se ha convertido en un precio aceptable a pagar por los placeres de mantener el Brexit abierto. A mediados de junio de 2019, cuando la campaña para suceder a Theresa May como líder del Partido Conservador y primera ministra del Reino Unido estaba en marcha, una encuesta de YouGov a los miembros del partido Tory mostraba una estampida hacia las aguas infestadas. Una gran mayoría de ese electorado mayor, blanco y próspero del nuevo primer ministro, alrededor de unos 120.000 de ellos, dijeron que preferían que el Brexit tuviese lugar incluso aunque supusiese una ruptura del Reino Unido (el 63 %), incluso si causaba «un daño considerable a la economía del Reino Unido» (el 61%) e incluso si llevaba a «la destrucción del Partido Conservador» (el 54%). ¡Bañaos! ¡Bañaos!
Pero Gran Bretaña no es la isla Amity. En esa misma semana, un estudio de la consultora Britain Thinks para el Observer informaba de que el estado de ánimo nacional era el más sombrío desde los años ochenta. El 65% eran pesimistas sobre el resultado del Brexit, incluyendo el 50% de los que habían votado a su favor. El 72% pensaba que «el país se dividirá más en los próximos 12 meses». El 73% estaba de acuerdo con que ·el Reino Unido es ahora el hazmerreír del resto del mundo». Y el 75% estaba de acuerdo con que «el sistema político del Reino Unido es actualmente inadecuado» (de hecho, solo un 5% estaba en desacuerdo). Dadas las distintas formas en las cuales el gobierno y el parlamento se han convertido gracias al Brexit en un juego de adivinanzas en el cual la respuesta es «Anarquía en el Reino Unido», este último resultado del estudio no es muy sorprendente. Pero es un resultado que permite, en medio del pesimismo, algún destello de esperanza. Porque el sistema político del Reino Unido es realmente inadecuado, y si se puede decir algo positivo de la crisis generada por el referéndum del Brexit es que esta verdad es ahora obvia para la gran mayoría de su ciudadanía.
El 16 de enero de 2019, el día posterior a que la Cámara de los Comunes rechazase, por un margen histórico, el acuerdo que Theresa May había negociado con la UE, The Sun, el tabloide favorito de Rupert Murdoch presentó una portada de grandiosa y jubilosa malevolencia. Bajo el titular Brextinto aparecía una espeluznante quimera con la cabeza de May acoplada al cuerpo de un pájaro dodo. No obstante, lo malo de estos dibujos surrealistas es que no es fácil controlar cómo se interpretan. Este en concreto parecía sugerir mucho más que el mensaje obvio de que May y su acuerdo estaban políticamente muertos. ¿Cuándo, le llevaba a uno a preguntar, ocurrió exactamente la Brextinción? ¿Es que esa extraña criatura estuvo viva alguna vez o siempre ha sido más bien una imagen grotescamente manipulada con photoshop de otra cosa, una crisis de pertenencia atribuida a la Unión equivocada? La búsqueda de respuestas apuntaba no a la UE, sino a los afanes de un reino radicalmente desunido.
El pájaro dodo, a fin de cuentas, podría estar proverbialmente muerto, pero tuvo una brillante vida después de la muerte en esa gran red de arrastre del subconsciente inglés que es Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. Es el pájaro dodo, cuando varios de los personajes han caído en un lago de lágrimas, el que sugiere cómo pueden secarse.
«No hubo el ‘a la una, a las dos, a las tres, ya’ sino que
empezaron a correr cuando quisieron, por lo que no era
fácil saber cuándo la carrera había terminado. Sin embargo,
cuando llevaban corriendo más o menos media hora, y ya
estaban bastante secos, el dodo gritó de repente ‘¡La carrera
ha terminado!’ y todos se arremolinaron jadeantes a su
alrededor, preguntando, ‘¿pero quién ha ganado?’»
Esto parece una descripción perfecta del estado al que ha quedado reducida la política británica, un montón de carreras frenéticas y anárquicas supervisadas por una criatura difunta, el dodo Brextinto. E incluso si May fue la perdedora obvia, ¿quién había sido el ganador? El Dodo de Carroll decreta que «todo el mundo ha ganado, y todos deben recibir premios». Habiendo vaciado los bolsillos de Alicia para conseguir premios para todos los demás, el Dodo le entrega solemnemente lo único que le queda: su propio dedal. «Os rogamos que aceptéis este elegante dedal». Es obvio que el juego del Brexit no vale ni para presentar un dedal al final.
Porque todo esto no es más que la vida después de la muerte de cosas ya difuntas. Una de ellas es el propio Brexit (otra es el Partido Tory: en 2017 la sede de los conservadores recibió más dinero de los legados de personas difuntas que de sus miembros vivos). ¿Cuándo se produjo la Brextinción? El 24 de junio de 2016. El proyecto se había mantenido vivo durante décadas por medio de la mendacidad camp sobre la tiranía de la UE y se había vendido en el referéndum como una fantasía de liberación nacional. Simplemente no pudo sobrevivir al contacto con la realidad. Murió en el momento en que se volvió real. No puedes liberarte de una opresión imaginaria. Incluso si May hubiese sido un genio de la política –y reconozcamos que no era así– el Brexit siempre acabaría siendo una elección entre dos males: el fracaso heroico pero catastrófico de escapar de la UE o el fracaso no heroico pero menos dañino de pasar de miembro de primera clase a miembro de segunda clase de la UE. Estas eran las dos auténticas vidas de ultratumba de un sueño difunto.
Si la elección entre pegarte un tiro a la cabeza o al pie era la respuesta a los problemas de Gran Bretaña, no cabe duda de que se estaba planteando una pregunta equivocada. Cada vez está más claro que el Brexit no es sobre su objetivo aparente: la relación de Gran Bretaña con la UE. El propio término Brexit contiene una verdad literalmente nunca pronunciada. La cuestión es la salida de Gran Bretaña, no de dónde tiene que salir. El tautológico lema «Irse significa Irse» es igualmente (aunque involuntariamente) honesto: el significado está en el irse, no en qué se está dejando y cómo.
Paradójicamente, este drama en torno a la salida realmente solo ha servido para desplazar una crisis de pertenencia. El Brexit representa un conflicto entre Nosotros y Ellos, pero sin duda ya es obvio, después de tres años de impotencia y caos, que el problema no es con el Ellos del continente. Es con el Nosotros británico, el desmoronamiento de una comunidad imaginada. Para la mayoría de los ciudadanos británicos, el colapso aparente del sistema político de Westminster podría ser uno de los resultados del Brexit, pero el propio Brexit es el resultado del invisible hundimiento del orden político que ha venido ocurriendo a lo largo de décadas.
Podría parecer extraño considerar que este colapso ha sido invisible dado que en gran parte es obvio: las profundas incertidumbres acerca de la Unión tras el Acuerdo de Belfast de 1998 y el establecimiento del Parlamento Escocés al año siguiente; el consiguiente auge del nacionalismo inglés; las profundas desigualdades regionales en el seno de la propia Inglaterra; la divergencia generacional de valores y aspiraciones; el socavamiento del estado del bienestar y de su promesa de una ciudadanía común; el desprecio por los pobres y vulnerables expresado por medio de la austeridad; el auge de una clase gobernante sensacionalmente autoindulgente y bufonesca. Pero los efectos colectivos de estos desarrollos interrelacionados apenas habían sido visibles en el sistema político hasta que David Cameron levantó la liebre al convocar un referéndum y pedir a la gente que apoyase el status quo.
Lo que vemos una vez que se ha levantado la liebre es que el Brexit es mucho menos sobre la relación de Gran Bretaña con la UE que sobre la relación de Gran Bretaña consigo misma. Es la proyección hacia el exterior de una agitación interna. Un sistema político arcaico ha seguido adelante incluso cuando sus cimientos basados en un sentido colectivo de pertenencia se estaban deshaciendo. Solo en un aspecto el Brexit ha prestado un servicio real: ha forzado al viejo sistema a dar sus últimos estertores en público. Es un feo espectáculo, pero al menos muestra que un Estado en descomposición formado por cuatro naciones no puede ser gobernado sin un cambio social y constitucional radical.
Si se trata más bien de la relación de Gran Bretaña consigo misma en mi opinión el primer planteamiento que deberían hacerse sería ¿es propio del siglo XXI un sistema monárquico, «un reino Unido» de súbditos?
Lo propio de este siglo, si queremos sobrevivir a un sistema depredador y enemigo del ser humano, a un clima hostil, a una naturaleza enferma, debería ser la sencillez y la sabiduría.