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Cuando papá se entere de que te he lamido el teclado…
José Ovejero pone el foco esta semana en el caso de un padre que ha mantenido a sus hijos encerrados durante años. De fondo, la película 'Canino'.
‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todas las de José Ovejero aquí.
¿Qué significa coño?, pregunta el hijo. Un coño es una lámpara muy grande, responde la madre. ¿Y zombi? Es una flor amarilla. Y el teclado no está lejos de la entrepierna. No hay pregunta sin respuesta, mamá contesta con tono seguro y afectuoso y los hijos aprenden un lenguaje que, aunque lo ignoren, no comparten con quienes viven fuera de esa casa con jardín. Ellos llevan años encerrados, los tres hermanos con los padres, porque en el exterior hay bestias que los destrozarían en cuando asomasen. Son los padres quienes los educan y adiestran, les ponen tareas, explican el bien y el mal, castigan con extrema severidad, premian, elogian y censuran. En el interior de la valla que rodea el jardín todo discurre con lógica y tiene en cuenta las necesidades de cada uno. Así, una mujer acude regularmente a la casa para que el mayor pueda satisfacer sus necesidades sexuales. Los papás están atentos al desarrollo de sus hijos.
Cambiando de escenario, el veinte de este mes comenzó el juicio contra un hombre que ha mantenido durante años a seis de sus hijos encerrados en una granja en Holanda. El padre afirmaba que su esposa había muerto por culpa de malos espíritus debido a que había tenido contacto con el exterior; para protegerlos del mundo hostil de allá afuera los tenía en casa desde que nacían, sin notificar su existencia a las autoridades. También este padre aplicaba castigos severos a sus hijos, como atar de manos al infractor o hacerle pasar el verano en la caseta del perro. Sin embargo, los cinco hijos menores defendían al padre y la vida que les había impuesto. Para ellos era una elección libre.
El primer ejemplo resume la película Canino, de Yorgos Lanthimos; el segundo está sacado de noticias recientes. No es difícil comprender a esos padres que se sienten amenazados por lo que sucede a su alrededor; ante un mundo cambiante, inestable, en el que los valores y las creencias que aprendieron resultan obsoletos, en el que la ciencia desmiente todo lo que ellos daban por seguro, levantan una empalizada alrededor de sus familias. Todo lo que sucede allí fuera es inmoral, es destructivo. Tienen que apelar a la fe y al irracionalismo para negar la realidad: lo primero que hace quien no entiende el mundo y siente miedo de él es negar la ciencia y aferrarse a sus dioses. Crear comunidades cerradas en las que seguir a un líder en el que se delega toda autoridad, del que se espera toda la verdad.
No es un fenómeno nuevo. Surge siempre que una sociedad se transforma. Los monstruos que según Gramsci aparecen entre un mundo que muere y uno que nace se crean dentro del propio hogar. Pero no es que esos padres recurran a medidas drásticas para proteger a sus hijos, es que necesitan que sus hijos los protejan a ellos: con su fe, con su obediencia, les permiten creer que el mundo sigue siendo tan estable como ellos desean, que quienes viven fuera del jardín están en el error y solo quieren su mal.
Pero lo que sucede tanto en Canino como en la vida es que quienes más sufren el proceso de aislamiento son los hijos: no solo por los castigos que reciben, sino porque al final serán arrojados a un mundo que no entienden y que odian. También: a un mundo que no puede entenderlos a ellos, empeñados en conservar la idea infantil de ese jardín en el que hay que podar y cortar todo lo que crece de forma indeseada; sin concesiones, sin compasión. Porque la fe amenazada al final siempre recurre a la violencia.
Lo de comparar el pin parental con Canino ya salió en este artículo de Público:
https://blogs.publico.es/davidtorres/2020/01/21/el-pin-parietal/