Internacional

Ihumatao: entender el conflicto por la tierra del otro lado del mundo

Una constructora pretende urbanizar terrenos sagrados para los maoríes, el pueblo indígena de Nueva Zelanda. La zona ha sido ocupada para evitar la construcción y los campamentos llevan más de 100 días en marcha.

Una constructora pretende urbanizar terrenos sagrados para los maoríes, el pueblo indígena de Nueva Zelanda. SAVE OUR UNIQUE LANDSCAPE

Fue a finales de agosto. Las últimas noticias sobre los incendios de la selva amazónica me tenían terriblemente incómoda. Además, ciertos disidentes de las FARC habían anunciado la vuelta a las armas. Se quebraba así cualquier esperanza depositada en el posible éxito de los Acuerdos de Paz. Estar en el país donde ambas cosas sucedían, Colombia, hacía que me sintiera terriblemente impotente: culpable por seguir con mi rutina, como si nada estuviese sucediendo, mientras morían árboles y personas por conflictos impuestos. “Podría estar apagando fuegos”, me decía a mí misma a modo de tortura mental. 

Por si fuera poco, calcular mi huella ecológica hizo que me marease del susto. Siete planetas Tierra harían falta si cada persona del mundo hubiera cogido tantos aviones como yo en el último año. Una actividad, la de volar, que también me encasilla en esa clase de gente privilegiada que perpetúa el funcionamiento de un sistema económico injusto con los países del sur y con la naturaleza de la Tierra. Decidí vestirme de luto, ponerme un vestido negro, como símbolo de respeto. Por los árboles quemados y los ecosistemas afectados, pensé. Estaba entonces en mi apartamento de Barranquilla y recibí una videollamada muy particular; desde Nueva Zelanda, situada exactamente en las antípodas de España, mi país natal.

Así, aquella mañana de finales de agosto, mi día comenzaba con Vaelyn Luo y Lukas Kristen al otro lado de la pantalla. Para ellos era de noche. Mis antiguos compañeros de piso se iban a dormir tardísimo. No era un día cualquiera para ellos. Estaban agotados de atender entrevistas, pero me hacían el favor. Y eso que, paradójicamente, esta pareja de jóvenes dirige la asociación de estudiantes internacionales —NZISA – New Zealand International Students’ Association—, y su máxima prioridad es el bienestar y la salud mental estudiantil. Vaelyn Luo, nacida en Singapur, acababa de regresar a Wellington, capital de Nueva Zelanda y ciudad donde la conocí. Había estado unos días en Ihumatao, un lugar situado en la península de Auckland, al norte de la isla norte —el país está conformado por dos islas— cuyo valor ecológico y cultural es elevadísimo por razones que este artículo pretende recoger. Luo se había unido a los protectores de Ihum?tao, o como se autodenominan mezclando lengua maorí e inglés; whenua warriors; guerreros de la tierra. 

“Hoy es un día histórico” gritaba mi excompañera Vaelyn, y añadía el por qué: “Cientos de personas han caminado bajo la lluvia durante seis horas para invitar personalmente a Jacinda Ardern a acudir a Ihumatao”.  Una marea de gente acababa de plantarse frente a la oficina de la primera ministra del país.  Sin embargo, Ardern, que sabía que iba a recibir esa visita, no estaba. Se encontraba visualizando un partido de rugby. Hay que tener en cuenta que Ardern no es simplemente la primera ministra de Nueva Zelanda, sino que es, además, la ministra de Patrimonio y Herencia Histórica del país. Es de esperar de un cargo así, al menos en mi opinión, algo más que estar viendo un partido de rugby en lugar de dar una respuesta pública ante miles de manifestantes que defienden, precisamente, un caso de patrimonio e historia. “El pueblo maorí tiene derechos históricos y conexiones con Ihumatao y es una vergüenza que no haya habido compromiso real por parte del gobierno para corregir el error histórico de que estas tierras estén en manos de una constructora”, argumentaba Luo. 

Ardern es la mujer más famosa de Nueva Zelanda y la persona de la que toda la prensa europea hablaba tras los atentados de Christchurch el pasado mes de marzo. Una mujer que se presentaba entonces como un ejemplo de liderazgo, representante de un país idílico, bandera de la multiculturalidad y el respeto por los valores de las minorías étnicas. Por si fuera poco, Ardern y el Labour Party llevaban entonces como tema prioritario en su agenda de gobierno dar más voz a la comunidad indígena del país. Sin embargo, su reputación ahora está en un momento bastante delicado; como explica Markus Body, universitario neozelandés miembro de Extinction Rebellion en la ciudad de Wellington: «Su misión es reflejar el sentimiento general de la población, que está del lado de los protectores de la tierra, pero ella sabe que las grandes corporaciones son agentes poderosos a los que no quiere molestar”. Asimismo, Body se muestra benevolente con Ardern:  “No podemos darle toda la responsabilidad al gobierno, está en una posición complicada y la política también debe tener lugar fuera del sistema electoral”, afirma.

Para entender la importancia que tienen estas tierras para la comunidad indígena maorí —y tras la campaña de SOUL o Save Our Unique Landscape también para el resto de la población— es necesario remontarse a 1863, cuando estas fueron confiscadas por la corona inglesa y tuvo lugar la conocida invasión de Waikato. Los maoríes que las habitaban fueron entonces expulsados a la fuerza de los terrenos en cuestión. Así lo cuenta Kelly Marie Francis, una de las indígenas que ha luchado en primera línea como guerrera de la tierra: «Ihum?tao son 8000 hectáreas que fueron robadas a los maoríes hace cientos de años». La corona disparó entonces a 500 personas para apropiarse del terreno porque, según explica Francis “esa gente daba apoyo a su rey maorí en lugar de a la reina de Inglaterra». 

Sin embargo, los hechos que tuvieron lugar durante la invasión de Waikato no se corresponden para nada con la tónica general de cómo se descolonizó el país. De hecho, el caso neozelandés es único y nada tiene que ver con el resto de países del mundo. Así lo expresa Matt Wakelin, estudiante de arquitectura con raíces maoríes: “En Nueva Zelanda los maoríes nunca fueron derrotados y han podido mantener su cultura intacta, lo cual no es habitual en un país que ha sido colonizado y eso hay que saber valorarlo», declara Wakelin haciendo referencia al tratado de Waitangi que, según SOUL, fue vulnerado en la batalla de Waikato.

SAVE OUR UNIQUE LANDSCAPE

Ihumatao, el lugar al que nos referimos, se halla a cinco minutos del aeropuerto de Auckland, la ciudad más poblada del país. Actualmente estas preciadas tierras pertenecen legalmente a una constructora cuyos proyectos urbanísticos no suponen nada bueno para este particular ecosistema. La compañía Fletcher’s Building, propietarios legales del terreno, aspira a construir ni más ni menos que 480 viviendas, algo que afectaría inevitablemente al medio ambiente de la zona. Así lo considera el biotecnólogo Markus Body: “Aunque dejaran los yacimientos arqueológicos vallados, tantas personas viviendo allí lo perjudicarán simplemente haciendo una vida normal, pues las actividades humanas son intrínsecamente peligrosas para la preservación del ecosistema”. Según él, “la ley siempre está de lado del más fuerte y este es un caso más en el que un sistema legal va en contra de los intereses intrínsecos a los valores de las comunidades indígenas que persisten en el mundo”.

Pania Newton, la portavoz más relevante de la campaña SOUL —Save Our Unique Landscape— es, sin embargo, una abogada recién salida de la Universidad que lucha por que las cosas sean distintas. Ella define Ihumatao como “un lugar sagrado en el que confluyen pasado y presente”. La joven Newton se ha convertido en toda una inspiración nacional y como contó hace ya diez meses en una Ted Talk X titulada Reconociendo la herencia indígena, “en Ihumatao el patrimonio histórico no se materializa en monumentos o estructuras construidas, sino en valores paisajísticos”. Según ella, “en los últimos 40 años, muchos lugares similares han sido destruidos”. Eso hace que Ihum?tao se posicione como el único y último de este tipo que permanece virgen en toda Nueva Zelanda, y por esa razón, kiwis e iwis se niegan a que se convierta en una urbanización masiva. 

Ihumatao es considerado un lugar de interés arqueológico que ha sido utilizado comunitariamente por su pueblo como granja y a modo de jardín gigante, al menos durante los últimos 200 años. Como narra Newton: “Se ha mantenido así en la memoria ciudadana hasta que hace no mucho se han desvelado los proyectos urbanísticos para la zona y por eso es tan importante su preservación, ya que el patrimonio cultural de este lugar incluye conexiones con el paisaje, la historia y la cultura”.

Harry Townsend estudia periodismo en la Universidad de Massey, en la capital de Nueva Zelanda. Con 24 años de edad, coordina y dirige una revista digital llamada The Anthropozine, en la que a través de la poesía y el arte se proponen soluciones cotidianas a la crisis climática. Aunque tiene algo de sangre maorí, se considera a sí mismo pakeha, palabra utilizada para designar a los blancos o a los no indígenas. La traducción de este término al español es “el otro con el que compartir el aliento”, según cuenta el propio Townsend. Durante el mes de agosto condujo en dos ocasiones unas nueve horas para llegar a Ihum?tao y «aprender a conectar con nuestro mundo como lo hacen los indígenas; a través del respeto por los ancestros», como él cuenta. Townsend maneja los conceptos de whakapapa y kari mahara (genealogía y carta de memoria, respectivamente). Está totalmente familiarizado con la cultura maorí y la adora. Su entusiasmo con la «resistencia pasiva pacífica de la causa«, tal y como la describe, concuerda con el lema de los activistas «protectors, not protesters», algo que, según cuenta Townsend, “los medios no han reflejado tal y como es, prefiriendo priorizar el enfoque de la policía». «Nunca antes me había sentido tan convencido de que me hallaba donde debía estar», confiesa refiriéndose a su estancia en Ihumatao, donde compartió mesa con “ancianos muy inspiradores que han visto esta tierra cambiar”, según describe.

El primer asentamiento maorí en el lugar data, según cuenta Townsend, del siglo XIV, hace 800 años. Como reza el manifiesto de SOUL “es importante entender que esta tierra es una parte crucial de uno de los últimos restos del paisaje de campos de piedra arqueológicamente ricos en Auckland y contiene las historias de los primeros habitantes de nuestro país, y es donde vivieron y trabajaron los primeros jardineros maoríes utilizando las piedras y los microclimas que crearon para plantar sus cultivos del Pacífico (…) Esta tierra ha sido programada para su destrucción sin una consulta adecuada. Además, el terreno está estratégicamente ubicado a solo unas pocas millas del Aeropuerto Internacional de Auckland y debería considerarse como un lugar prometedor para un visitante de clase mundial, un centro de investigación, educación, una granja de trabajo o un espacio verde abierto”.

El pasado mes de julio la policía arrestó a 11 miembros de SOUL durante un desalojo. La disputa ha sido comparada por la opinión pública a la ocupación de Bastion Point (1970). Jennifer Makitanara, joven maorí, considera que la necesidad primordial es que el gobierno intervenga pronto: “Los dos grupos enfrentados  son muy insistentes en cuanto a la consecución de sus metas” —dice refiriéndose a los protectores de la tierra y a la constructora— “entonces resulta muy difícil avanzar sin el apoyo e intervención gubernamentales”, concluye. 

“Es necesario que las tres partes se reúnan y enderecen las cosas para llegar a un compromiso o a una solución consensuada”, argumenta la joven maorí. “En cuanto a los hitos patrimoniales de Aotearoa como conjunto, resulta descorazonador constatar el bajo porcentaje de hitos maoríes declarados como tal en comparación con los de herencia colonial”, añade la estudiante maorí. «Si Aotearoa teóricamente es el hogar de los maoríes necesitamos que esto tenga representación no sólo a través del lenguaje y de las manifestaciones culturales tradicionales, sino también mediante la protección y preservación de nuestra tierra y sus hitos significativos”, afirma  Makitanara en la línea del discurso de la líder Pania Newton.

Cait Housios es otra estudiante neozelandesa que, a pesar de que piensa bastante parecido, se muestra más crítica:  «Aunque es genial que se haya paralizado la construcción hasta nuevo aviso» —dice refiriéndose a la acción de Ardern— «me parece indignante que el gobierno se haya negado a intervenir los últimos dos años”. «No creo que al gobierno le preocupe realmente que estas tierras se confiscaran ilegalmente o que sean sagradas para los maoríes, porque si les importara, habrían hecho algo al respecto mucho antes y no solamente ahora que no les quedaba otra opción, con una protesta tan multitudinaria». Según explica Housios, una solución real sería que el gobierno comprara la tierra a los Fletcher y la incluyera en la ?tuataua Stonefields Historic Reserve como SOUL solicitó en una de sus primeras demandas.  “El gobierno ha obviado toda la información que tenía disponible, permitiendo así la desestimación y gentrificación de unas tierras que son sagradas para nuestros compañeros indígenas. Me parece malvado y de poco sentido común», sentencia Housios. “Ahora que la compañía Fletcher ha accedido a vender las tierras al gobierno no me parece que sea un problema muy difícil de resolver”, añade Housios con ironía. Y prosigue: “las tierras fueron robadas, no forman parte del tratado de asentamiento por la propiedad privada. Ahora el gobierno tiene la posibilidad de recuperarlas y avanzar hacia un camino que solvente la injusticia cometida previamente y considero que deberían hacerlo”, explica.

Aquel día de la marcha los protectores de la tierra pasaron a la historia de Nueva Zelanda. Su poder de convocatoria fue el más alto como mínimo en los últimos diez años del país. Ver como el pueblo maorí defendía lo suyo me devolvió la esperanza en la humanidad aquel día de finales de agosto. Vaelyn, Lukas y yo conectamos más durante aquella llamada que en los seis meses que habíamos compartido techo. El fin de semana que estuve en la Marae, centro maorí, ellos no vinieron y se sorprendieron de que tuviera interés. Aquellos días los maoríes me enseñaron algo hermoso: y es que por haber resistido dos días allí, las puertas del lugar siempre estarían abiertas para mí. Tengo un techo al otro lado del mundo. Los maoríes me habían enseñado a pensar en circular, en ciclos, y me fascinaba seguir su historia desde la distancia. El tema se antojaba, a mi parecer, sencillo: tierras sagradas y proyecto urbanístico son dos conceptos que no casan. El resultado de combinarlos es, por supuesto, conflicto. Para la joven maorí Jennifer Makitanara, los elementos patrimoniales que deja el colonialismo “no son tan valiosos para la historia de este bello país como lo son las Marae o Ihum?tao”, confiesa. “Ihumatao es importante para nosotros, los indígenas, porque preservarlo significa que nuestra opinión importa, que nuestros derechos se respetan y que tenemos una voz”, aclara para reafirmar la importancia de enlazar el respeto a la tierra con la historia y la cultura.  “No podemos permitirnos vivir en un mundo en el que la cultura y el patrimonio de un pueblo sean ignorados”, sentencia. 

Desde aquel 28 de agosto el pueblo maorí sigue a la espera de noticias. Como tantas veces en la historia, el conflicto es por la tierra. «Lo que está claro es que gracias a la campaña de SOUL el asunto de Ihum?tao ha acatado mucha atención. El resultado es que la población neozelandesa sabe más sobre estas tierras de lo que sabía«, declara para hacer balance Stephen Levine, profesor de Ciencias Políticas en la Victoria University of Wellington. Aunque el profesor Levine, devoto de Ardern, no se atreve a decir cómo terminará el tema, considera que la clave está en qué papel desempeñarán o no el gobierno nacional o el municipio de Auckland. Como dice Kelly Marie Francis: “Los maoríes somos el único pueblo indígena del mundo que puede defenderse sin tener miedo; desgraciadamente Nueva Zelanda es todavía el único lugar del mundo en el que nuestra voz se escucha y los indígenas tenemos la fuerza suficiente para cambiar las cosas”. Lejos de que eso pueda frenarles, los maoríes siguen peleando por sus derechos y por ganar su terreno. Ojalá que sirva como inspiración o nos invite a repensar nuestro sistema y aprender de la sabiduría indígena y su respeto por la Tierra. Especialmente en los tiempos que corren. Sobre el futuro de Ihumatao, Francis, lo tiene claro: «Sé que ellos [la compañía Fletcher] saben que no van a construir en estas tierras». Y concluye: «Como somos pacíficos, es muy difícil luchar contra nosotros«.

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Comentarios
  1. En Nueva Gales de Sur, la quema tradicional impidió la destrucción de un terreno familiar. Esta técnica indígena autóctona , basada en un conocimiento local profundo, utiliza fuegos controlados para frenar grandes incendios forestales y favorecer la biodiversidad. Su práctica fue gravemente interrumpida por los invasores europeos quienes la despreciaban por considerarla ‘primitiva’.
    Los conservacionistas tienen mucho que aprender de las técnicas forestales indígenas, y es hora de empezar a escuchar. Después de que los conservacionistas de la naturaleza prohibieran las quemas controladas en el estado indio de Karnataka, ¡los incendios forestales aumentaron un 350% entre 2015 y 2017!
    La tribu de los soligas ya alertó de que este incremento era completamente prevenible, de haberles permitido continuar gestionando el bosque.
    Existen numerosas y bien documentadas pruebas que demuestran que los pueblos indígenas y tribales han moldeado, nutrido y protegido sus entornos naturales durante miles de años. Es hora de empezar a aprender de todo ese conocimiento, antes de que sea demasiado tarde.
    https://theconversation.com/our-land-is-burning-and-western-science-does-not-have-all-the-answers-100331

  2. ¿Quien ha roto los Acuerdos de Paz en Colombia y está masacrando a los ex guerrileros de las FARC?:
    Los paramilitares que siempre han ido compinchados con el gobierno colombiano.
    Las FARC nunca debieron haber confiado en semejantes genocidas (gobierno y paramilitares).
    Algunas periodistas de La Marea parece que estéis trabajando para la derecha, para el capital.
    Deprimente.

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