Internacional

Bailar después de las bombas

Un paseo por la exposición 'La fotografía durante la República de Weimar', en Bonn.

Una proletaria lee la revista 'Der Arbeiter-Fotograf' (El fotógrafo de los trabajadores), 1928. Foto: Deutsche Fotothek/Hans Bresler

La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todas las de José Ovejero aquí.

La fotografía muestra y oculta, es sabido. Elige un fragmento de la realidad y deja fuera lo que lo rodea. Puedes ver, por ejemplo, grupos de gente bien vestida en una fiesta, gente que baila, gente que se divierte –tienen derecho, ¿no?, sobre todo después de que los bailes públicos estuviesen prohibidos de 1914 hasta la nochevieja de 1918 en Alemania–. O puedes ver a un mendigo, a obreros que protestan y se enfrentan a la policía, sus cadáveres a los pies de soldados.

Si entras en ciertas salas, también ves –para eso hay que leer los carteles– a numerosas mujeres que se ponen detrás de la cámara, conquistando un espacio artístico nuevo para ellas; o, si vas a la sala de fotografía de arquitectura, te encuentras solo con obras de hombres, las fotos y los edificios.

También puedes verlo casi todo a la vez en un collage crítico de su época, de la artista dadaísta Hanna Höch, Corte con el cuchillo de cocina. Dada a través de la última cultura de barriga cervecera de Weimar, Alemania 1919. Y, según se mire, las fotografías te parecerán un recorrido turístico por el mundo del trabajo, tan atractivo para ser admirado desde fuera –ah, la máquina y el hombre, qué espectáculo impresionante– o una inmersión en la miseria y la explotación que tienen lugar en esas mismas fábricas.

Mirar significa ver, y también significa cerrar los ojos a lo que se sale del campo de visión. Mostrar significa revelar, y también significa manipular, engañar, crear contextos que desvirtúan la imagen. Durante la República de Weimar, con la explosión simultánea de la fotografía y de las revistas ilustradas, se descubre el increíble poder de la imagen para denigrar al contrario y para ensalzar a los héroes propios. Cuanto más impacta y emociona la fotografía, más necesario se vuelve el texto.

Sin saber que seis millones de soldados regresaron a Alemania después de la Primera Guerra Mundial, muchos de ellos tullidos, traumatizados, también por los propios crímenes, y sin saber que la reparación impuesta a Alemania hacía casi imposible aplicar medidas sociales para dar cabida a esos soldados, resulta imposible entender la tensión que dominaba a la Alemania de Weimar. Imposible entender también cómo la liberación de la mujer que avanza a pasos forzados en aquellos años –1919: primera vez en Alemania que las mujeres votan y pueden ser candidatas al Parlamento– será ferozmente reprimida poco después por los nazis. El mundo que reventó en 1914 se zurce mal y a toda prisa tras la guerra y vuelve a romperse por las costuras.

Qué buena es esta exposición que acabo de ver en Bonn, La fotografía durante la República de Weimar, por las imágenes y por los textos que las contextualizan. Y cuánto nos enseña sobre el presente lo que sucedió entonces: la agudización de los conflictos sociales siempre genera monstruos. Cerrar los ojos mientras bailas el foxtrot o el shimmy –o el  reggaeton– no hace que desaparezcan. Al contrario, crecen, acaban ocupando la pista de baile e imponiendo su propia música, casi siempre militar.

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