Los socios/as escriben
‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 7.
Madrugón inquieto. La tormenta tampoco ayuda a volver a la cama, aunque me iría bien descansar. Mañana va a haber que arrimar el hombro para desembarrar, el tequio de cuidados del entorno. Me apetece poco o nada, pero menos me apetece que nos coma el lodo. Hace tiempo que empiezo a sentirme dentro del «nosotres» de estos anarquistas. Y como dice siempre Rosario, aparte de los tequios que son colectivos, aquí cada une tenemos nuestras inquietudes, nuestros proyectos, nuestra aportación individual al proyecto común. Mi proyecto es ayudar a que mi sociedad, la sociedad anarquista, se dote de sus propias computadoras cuánticas. Y como total veo que no me voy a dormir, pues creo que voy a soltar lo que llevo dentro y luego bajo a un desayuno temprano. Creo que sobró algo de la cena.
Como las computadoras que tenemos ahorita, las computadoras cuánticas que deberíamos tener en el futuro quizá no sean muy numerosas, y seguro tendrán que ser de baja huella de carbono, redundantes, reparables y robustas. Es la única forma responsable de vivir, pero desde luego hoy en día no existen computadoras cuánticas que respondan a esa descripción. Al revés, las maquinas cuánticas de la Supremacía, son delicadas y voraces en energía. No podemos ni queremos aspirar a competir con ese despropósito irresponsable, pero sí que necesitamos computadoras cuánticas, aunque no sean como las suyas. Coprocesadores cuánticos, especializados en transformadas de Fourier o en el algoritmo de Grover, para empezar. Una de esas, acoplada a las mejores computadoras de las que ya tenemos, nos permitiría multiplicar su rendimiento sin aumentar la huella climática. Nuestra sociedad sufre carestías y no todo se consigue con educación ni con asambleas. A veces la única solución es obtener una respuestas numéricas fiables a problemas numéricos difíciles. A veces urge mejorar las moléculas que nos curan o predecir la dinámica atmosférica del próximo tifón, y si el resultado llega tarde, morimos.
He estado pensando en un esquema de trabajo inicial. Mi plan a largo plazo sería diseñar células que sirvan de computadoras cuánticas. Es decir, dentro de cada bacteria tener una computadora chiquita. La computadora podría alojarse en un orgánulo artificial que contuviera toda la maquinaria molecular necesaria, algo comparable al orgánulo que llaman «estigma» que usan las algas verdes para detectar la luz y moverse al punto justo, ni mucha luz ni muy poca, para optimizar su fotosíntesis. Y será dentro de ese orgánulo donde estará funcionando la computadora cuántica, que realmente será un grupo de proteínas de diseño. La limpieza del orgánulo es que, como en el caso del estigma de las algas verdes, ahí podemos meter todas las proteínas auxiliares que hagan falta para el funcionamiento y el mantenimiento de la computadora.
Cada molécula-qubit puede ser entonces una pequeña proteína capaz de manifestar efectos cuánticos: superposición de estados, interferencia cuántica, coherencia. Algo como lo que se encontró en el criptocromo del petirrojo: la brújula cuántica que llevan en los ojos muchas aves migratorias. Habrá que revisar todos los ejemplos que ya se conocen en la Biología Cuántica y tomar prestado del mundo natural alguno de ellos, o bien emplearlos como inspiración para contruir nuestros nuevos biocomponentes cuánticos sintéticos. El objetivo final, para que todo el proyecto tenga utilidad práctica, sería meter en cada procesador hasta 128 qubits entrelazados entre sí, eso bastaría para resolver multitud de problemas prácticos. Los qubits sufrirán errores durante el cálculo, y la corrección de errores es costosísima, así que para esos 128 qubits «útiles» habría que presupuestar unos 1024 qubits en términos de moléculas.
¿Y cómo manejamos un supracomplejo proteico que acople 1024 de esos biocomponentes cuánticos? El propio supracomplejo sería un monstruo sin precedentes en la Biología Sintética, pero creo que no es algo que sea imposible de preparar. Lo complicado más bien será controlarlo mediante estímulos que podamos procesar, como un código. Necesitamos que partes de la proteína actúen a modo de interruptor o conmutador, en cuanto a que tengan varios estados posibles y con eso procesen las señales. Quizá jugando con el plegamiento proteico, con las distintas formas posibles de liar el ovillo de aminoácidos. Hay mucho material de partida para este objetivo: toda la maquinaria celular se basa en motores moleculares con piezas biestables y triestables. No será fácil construir algo tan ambicioso con estas piezas, pero tampoco es algo inconcebible.
Con este supracomplejo proteico nos podremos plantar, si la cosa me sale bien, en una capacidad de cálculo un poco superior a lo que a principios de siglo llamaban «Noisy Intermediate Scale Quantum Computing». En lugar de apenas 50-100 qubits, con ruido y sin mecanismos de corrección de errores que tenían en la NISQ, nosotras tendríamos más de 100 qubits de trabajo, limpios de ruido porque podemos usar los otros 900 qubits para corregir todos los errores que se produzcan en los 100 qubits de trabajo. Claro que no podremos competir con los miles o decenas de miles de qubits que manejan los supercomputadoras cuánticas de la Supremacía. Pero estarán adaptados a nuestra forma de vida: nuestros procesadores cuánticos serán modestos pero de bajo coste, de bajo mantenimiento, robustos y autorreplicantes. Tengo miedo de que sea una aspiración demasiado ambiciosa. Tengo claro que parte de mi interés en esto es la continuación de mis sueños de gloria capitalista, cuando quería desarrollar algoritmos cuánticos para vender a la gente cosas que no necesita. Pero no se exige ni pureza ni uniformidad en el anarquismo, al revés, lo que se celebra es la diversidad. Así que no pasa nada por ser ambiciosa o haber sido educada en el capitalismo. Igual que el resto, no soy perfecta. Tengo un trabajo que hacer, ganas y capacidad de hacerlo, y el convencimiento de que es un trabajo que a la larga tendrá una gran utilidad social. Y se supone que ese es el gran reto, el averiguar dónde podemos ser más útiles, y volcarnos en ese proyecto.
Me preguntan por privado si lo de las tecnologías cuánticas y la huella de carbono es cierto.
Mi respuesta:
«Ahora mismo lo poco que va de tecnologías cuánticas, va a temperatura de helio líquido o inferior (con pocas excepciones). Eso lo hacemos empleando precisamente helio, y a corto plazo tiene un gasto energético importante. Pero a largo plazo irá a peor, porque -aparte de licuefactores para recuperar una parte del helio que empleamos y que no se pierda todo- el helio nuevo lo extraemos de depósitos de gas natural. Cuando ese se acabe y tengamos que sacarlo del aire, eso va a ser la pesadilla, porque es muy escaso. Y enfriar solo empleando electricidad es posible pero también es un gasto energético muy importante.»
Totalmente de acuerdo. Yo hace ya como 10 años que no le leo, pero fue de mis autores favoritos, especialmente en cuanto al aspecto de la especulación/divulgación científica o ciencia ficción «dura». Tanto por la calidad de la ciencia que introduce en sus novelas como por lo bien (o al menos para mi gusto) que la introduce en la trama, sin que estorbe ni una pizca. Cuarentena, Ciudad permutación, Diáspora… y, menos por la ciencia que por la política, El instante Aleph.
Lean a Greg Egan!