Cultura
No solo en Argentina hay giles (y otras películas del año)
Estas son algunas películas recomendadas por nuestro crítico de cine en 2019. ¿Te falta por ver alguna?
La odisea de los giles, de Sebastián Borensztein
Según el diccionario, en Argentina ser un “gil” es ser alguien ingenuo, incauto. Es un término denigrante aunque tiene sus matices. “Un gil nunca piensa mal, no cree que haya gente dispuesta a aprovecharse de la debilidad de los demás”, explica Ricardo Darín, protagonista y productor de La odisea de los giles. Un gil, podría resumirse así, es un inocente, sí, pero también es alguien noble.
En la película se cuenta la historia de un grupo de trabajadores que forman una cooperativa en su pueblo para reutilizar unos viejos depósitos de grano. Cuando todo está preparado para empezar a funcionar, unos indeseables se aprovechan del colapso financiero y del posterior corralito que vivió el país en 2001 y les roban toda su inversión con la colaboración del propio banco. El estreno en Argentina ha coincidido con una nueva crisis económica, lo que ha dotado a la cinta de una nueva significación. Y el éxito ha sido arrollador. Cuando la película se presentó en el Festival de Toronto, Darín tenía dudas sobre cómo sería recibida por el público canadiense. “Temía que la consideraran demasiado localista. Pero no. En todas partes hay seres aplastados, humillados, abofeteados, que necesitan reparación y consuelo”.
La reparación, en el caso de estos giles, llegará en forma de venganza: van a recuperar lo que es suyo, con lo que la historia se convierte en una trepidante película de atracos. Y no solo eso. El filme de Sebastián Borensztein lo tiene todo: es una comedia tronchante, un drama conmovedor, una peli de suspense y un manifiesto político. La complicidad del elenco (extraordinario, tocado por una varita mágica) se contagia sin ninguna duda a la platea, que terminará, como explica Darín con evidente placer, “embriagada por un espíritu cooperativista y solidario”.
Los años más bellos de una vida, de Claude Lelouch
Antes de Richard Linklater estaba Claude Lelouch. Antes de Ethan Hawke y Julie Delpy estaban Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée. Sus personajes de Un hombre y una mujer (1966) atraviesan medio siglo de historia del cine y cierran su trilogía ahora, cuando ambos bordean los 90 años, en Los años más bellos de una vida. La película original (que le valió a Lelouch el Oscar al mejor guion) narraba el enamoramiento entre dos viudos jóvenes con hijos, piloto de carreras él, script de cine ella. Y era muy moderna para su época: sorprende que fuera ella quien diera el primer paso en aquella relación. “Yo jamás habría hecho algo así. Es fantástico que lo haga una mujer”, piensa él. Y también es ella la que acude al rescate ahora, para sacar a aquel esporádico amante de la bruma de su demencia senil.
Las miradas que le dedica Anouk Aimée lo dicen todo: está la pena de ver a su viejo amigo tan disminuido, está la ternura imponiéndose a la petulancia del piloto chulito y ligón que sigue siendo él, está el amor derrotando al tiempo. Pero el amor no es solo el que ellos se profesan sino también el que Lelouch ha utilizado para filmarlos, antes y ahora, en un ejercicio autorreferencial y mitómano.
Trintignant, enfermo de cáncer, anunció tras el estreno de Happy End (2017) que se retiraba del cine porque ya no podía valerse por sí mismo. Aimée llevaba siete largos años sin ponerse delante de una cámara. Sin embargo, ambos han sacado fuerzas para mirarse a los ojos una vez más, con el inovidable tema musical de Francis Lai de fondo, tal y como lo hicieron hace 53 años. “Qué bellos éramos entonces”, dice Trintignant sacando una fotografía de la cartera. “Uno siempre es bello cuando está enamorado”, contesta Anouk Aimée. Y tiene razón. Ella es la prueba.
Varda por Agnès, de Agnès Varda
Mirar por la cámara es como tocar un instrumento musical. Es un acto delicado, lleno de matices, destinado a provocar movimientos en la sensibilidad y el intelecto de la audiencia. En ese sentido, Agnès Varda, fallecida el pasado marzo, fue una virtuosa de su instrumento, una genio, una de las más grandes personalidades creadoras de la historia del cine. En Varda por Agnès, una suerte de autobiografía documental, explica su carrera como cineasta y sus procesos de creación. “Interpreto el papel de una pequeña anciana, regordeta y parlanchina, que cuenta su vida. Sin embargo, son los demás los que me interesan y a los que me gusta filmar”, dice Varda, a sus 90 años, con su voz melodiosa y su mirada de niña.
Esta mujer, la única entre los componentes de la Nouvelle Vague, puso siempre al ser humano en el centro de su obra. Abrazó la vanguardia con Cléo de 5 a 7, se acercó a los Panteras Negras en Oakland, defendió el feminismo y el derecho al aborto. O simplemente rodó la vida cotidiana de su calle (la rue Daguerre, en París, donde vivió junto a su amado compañero, el también cineasta Jacques Demy), con sus panaderías, sus tiendas, sus carnicerías… “Nada es banal si sientes amor, empatía hacia la gente que filmas”, asegura. Con el cambio de siglo, ya septuagenaria y sin financiación para su personalísimo cine, agarró una pequeña cámara digital y se fue a grabar a personas que recogían objetos y alimentos del suelo.
De esa modesta premisa salió una obra maestra del documental: Los espigadores y la espigadora (2000). La directora va desgranando todos estos episodios en primera persona en una cinta que es una clase magistral de creación artística y también un testamento con el que se despide del mundo y de la gente que tanto amó.
Cafarnaúm, de Nadine Labaki
En España pasó el tiempo (añorado por muchos, según las encuestas) en el que los niños y niñas trabajaban. Pero hoy, si uno sale de Europa occidental, no podrá evitar esa desgarradora visión a cada paso. El mundo está lleno de niños que viven una vida de mierda. La directora libanesa Nadine Labaki cuenta la historia de uno de ellos, uno cualquiera, todos en definitiva, en Cafarnaúm.
Premiada en Cannes y nominada al Globo de Oro, al BAFTA y al Oscar, la cinta es una sacudida, un puñetazo, un choque brusco con esa realidad no tan lejana. Zain, el protagonista, se escapa de casa tras enfrentarse a sus padres (a los que acaba denunciando por traerle al mundo) por pactar el matrimonio de su hermana, de solo 11 años. Labaki hace con el relato de este niño explotado y sin papeles un cuento universal. Zain es primo hermano de Oliver Twist y de la Fantine de Los miserables. Y Cafarnaúm, una denuncia y una demoledora obra de arte.
LA IDIOCRACIA, por Ana Cuevas.
Idiocracia es una película del 2006 que plantea la posibilidad de que estemos en los albores de algo que podíamos denominar una «apocalipsis idiota». En ningún momento me parece ciencia ficción. Las evidencias están ahí. Metiéndonos el dedo en nuestros malogrados cerebros parra buscar alguna neurona que aún respire. Ardua labor. Es evidente que estamos inmersos en un proceso involutivo que solo puede acabar en la autodestrucción.
En Idiocracia se empieza exponiendo que la evolución no premia la inteligencia. Y si tenemos en cuenta que el número de seres inteligentes es manifiestamente inferior al de seres poco inteligentes, el resultado es obvio. Ganan los estúpidos.
Idiocracia nos muestra una sociedad que desprecia la historia y la cultura y cuyas habilidades de lectura y escritura se han degradado ostensiblemente en favor de las máquinas. ¿Para qué pensar si algún algoritmo puede hacerlo por tí? Y a la hora de gobernar se vota a los tontos que son famosos.
En España, esta unidad de destino en la estulticia, tampoco nos faltan candidatos/as al premio de político-«cuñaó» del milenio. Son esos que cada vez que abren la boca provocan cortocircuitos en el entendimiento de las masas. Negacionistas de la historia y de la ciencia si se tercia. ¡Todo por la pasta! Aunque ellos le llaman Patria.
La señora Díaz-Ayuso, flamante presidenta de la comunidad madrileña, habría encajado como un guante en el perfil de la élite de Idiocracia.
Es solo una muestra de la botonería nacional. Pero es tan cuqui que, si no existiera, habría que crearla. Además, Isabel es la evidencia encarnada de que cualquier majadero/a puede llegar a gobernar….
https://www.diariodelaire.com/2020/01/la-idiocracia-mata.html
LA ODISEA DE LOS GILES
Sebastián Borensztein, 2019
lalechuzaendiciembre.blogspot.com
El título es de una literalidad cristalina. Suceden muchas circunstancias denominadas odiseas por su importancia, su injusticia, su dolor y también por su heroicidad, sus dificultades, sus improbabilidades y sus superaciones finales. Y aparecen muchos personajes giles o mejor dicho, muchos giles diferentes.
Como casi siempre que se trata de crisis económicas son los hombres los protagonistas, ya sean víctimas o autores. Sin embargo, en esta película aparecen tres mujeres claves para entender la fuerza de la historia y dar credibilidad a la misma, sólo con ellas resultar real, como la vida. De otro modo hubiera sido una trama incompleta.
Desconozco la novela sobre la que se basa la película, pero por sí sola dispone de todos los elementos fílmicos para tener interés y cercanía con espectadores vivos de cualquier lugar del mundo en los últimos 15 años. Los aspectos de impotencia ante la crisis económica que causó fenómenos como el corralito se suceden por doquier, la corrupción institucional, la avaricia de quienes saben lo que está pasando y lo ocultan deliberadamente caiga quien caiga, la solidaridad entre afectados y la injusticia en la resolución del problema sitúan la acción, como decía, aquí o allá, en la Argentina de 2001 o la España de 2007 que continua con sus estertores todavía. ¿ Quién sabe cuándo acabará o si se queda como parte del sistema establecido?
Los personajes están de fábula, en sentido literal, parecen animalillos sacados de sus hábitats e incorporados en una aventura antinatural por lo que mantienen la frescura hasta las últimas consecuencias y el resultado es una auténtica locura de humor, dolor y satisfacción.
Ocurre que alguna vez ganan los justos.
Entre el argumento y los actores es para no perderse ninguna de las cuatro.
Este es el cine que te transmite valores y te ayuda a crecer como conciencia.
Gracias por la selección.