Cultura
Historia de un matrimonio: un clásico generacional
"Lo que a nuestra generación le sobra es consciencia de las contradicciones que arrastramos, que nos constituyen y sobre las que intentamos flotar y construir una vida en medio de relaciones líquidas, incertidumbres y descreimiento", escribe la autora a raíz de la película 'Historia de un matrimonio'.
Puede que influyese la banda sonora clásica, el tono tostado de la cinta, o que sus protagonistas, Scarlett Johansson y Adam Driver, formen parte de nuestro imaginario cinematográfico contemporáneo. Pero lo cierto es que desde las primeras escenas de Historia de un matrimonio tuve la sensación de estar viendo un clásico: un clásico generacional, pese a que parezcan dos conceptos contradictorios entre sí. O precisamente porque lo que a nuestra generación le sobra es consciencia de las contradicciones que arrastramos, que nos constituyen y sobre las que intentamos flotar y construir una vida en medio de relaciones líquidas, incertidumbres y descreimiento, mientras los instintos y las pasiones siguen aflorando igual que cuando se vivía sin apenas margen de decisión, y la existencia era una sucesión de etapas más o menos previsibles. Ese equilibrio casi imposible, al que cantaba Iván Ferreiro, o «La distancia adecuada» que rimaba y medía entre susurros Christina Rosenvinge.
Historias de un matrimonio empieza donde nunca queremos acabar: en la ruptura de la pareja, como la novela de Isaac Rosa Final feliz. Pero, al contrario de este libro, que tan bien retrató, entre otras cuestiones, el impacto de la precariedad en las relaciones, la película nos sumerge en el pantanoso proceso por el que dos personas que una vez se amaron por encima de todas las cosas, terminan destruyéndose movidas por rencores, miedos e inseguridades. Hasta llegar a ese momento en el que el peor zarpazo lanzado contra el otro en forma de palabras –¿acaso hay un arma más letal, desalmada e irreversible que las palabras?– termina volviendo al emisor con efecto boomerang, desmembrando a la persona que una vez fue a los ojos de la otra y rompiendo para siempre el hilo de complicidad que tantos años tardaron en tejer y que, desde ese mismo instante, saben que ya nunca se podrá recomponer. Solo por esa escena, en la que hay más del mejor teatro que de cine, Johansson y Driver merecen todos los premios a los que están nominados. Una secuencia tras la que el espectador queda igual de exhausto y quebrado que los intérpretes.
La cinta de Netflix se presta a análisis fáciles sobre las trampas del amor romántico, los roles tradicionales de género, de cómo el divorcio es también, a veces, un privilegio de clase. Y sin embargo, aunque a veces parezca imposible, la película no es un alegato contra el amor, contra las relaciones o contra la esperanza de que algo alguna vez mereció la pena. Una desgarrada interpretación de una canción en un bar que encierra el recuerdo de la excepcionalidad de lo una vez vivido («Being alive, being alive»), una mirada de aceptación de que cada uno es quien es y de que está bien que así sea, unas manos que atan los cordones del zapato del otro, una carta de amor que cobra más sentido que nunca cuando ya no hay vuelta atrás… Momentos, gestos, miradas que nos salvan del desgarro y del cinismo, ese con el que escudamos nuestras palabras para proteger a nuestro corazón, ese que nunca como en la actualidad evita mirar de frente a lo único seguro, la muerte, pero que se ha vuelto perezoso, esquivo y volátil de tanto contemplar, radiografiar y analizar la muerte de las relaciones.
Historia de un matrimonio es una historia de amor, que comienza con la misma carta con la que termina, con las palabras que frente a aquellas que fueron lanzadas como proyectiles, se quedaron cautivas en la garganta de sus emisores –¿acaso hay un artefacto con mayor capacidad de construir complicidad, ternura y humanidad que las palabras?–; justamente esas que por no ser verbalizadas no se las llevó el viento y las que, quién sabe, podían haber aplacado la tormenta, reconducido el hilo argumental y regalarnos un final feliz clásico. Pero entonces, no sería nuestro clásico generacional. O, al menos, no según la triste información que le hemos regalado en estos años a los algoritmos de Netflix.
¿A qué generación te refieres que le sobra consciencia de las contradicciones que arrastramos?
Mira que yo la veo muy dormida e inculta. (no importa que sean licenciadxs. La cultura no es éso).
Pero es lógico con tantas distracciones, con tanta publicidad consumista, con unos estudios encaminados a ser útiles al sistema capitalista, un sistema al que le interesa que desaparezca la Filosofía y que no se piense por uno mismo. Deprisa, Deprisa, no nos de por pensar.
De este caldo surgen estos ciegos cerebros fascistas:
Estudiantes en Movimiento Aragón denuncia pintadas fascistas en la biblioteca María Moliner y reclama «una universidad pública, laica, de calidad y por supuesto antifascista»
https://arainfo.org/aparecen-pintadas-fascistas-en-la-biblioteca-maria-moliner/
Vandalizado en Zaragoza el monumento dedicado «a los aragoneses confinados en campos de concentración alemanes»
https://arainfo.org/vandalizado-en-zaragoza-el-monumento-dedicado-a-los-aragoneses-confinados-en-campos-de-concentracion-alemanes/