Análisis | Cultura
Breve estudio del aplauso
"Cuando ya es imposible que no estemos en los lugares, es el momento de escuchar que aquí las cosas siempre se han hecho de otra manera. Que tus formas no valen, que tus modos son débiles o torpes. Imperfectas siempre en virtud de unas normas que no inventamos", escribe la autora.
Mi foto de la semana es un fotograma de un vídeo de 72 segundos que se hizo viral estos días. Es la rapera Sara Socas lanzándole a los miles de personas que asistían a una batalla de gallos en Ciudad de México un zasca de los que hacen época. O, mejor: una verdad como un puño. “Ojalá no aplaudáis estas cosas en eventos”, rimaba para acabar su respuesta al rapero Rapder, que acababa de retarla con bromas sexuales.
El vídeo se hace viral no solo por la rapidez y lucidez de una respuesta que aúna conciencia, sororidad y valentía –el tipo dice “las mujeres más bonitas están donde yo nací”, ella responde “entonces por qué coño las estáis dejando morir”; el tipo dice “otro día más sin poder cogerme a Sara”, Sara responde diciéndole a la audiencia que ya basta de reír esos chistes–. Se hace viral también porque que tire la primera piedra la que no se sienta reconocida en Sara. Y porque no siempre logramos resolver así de bien, y cuando lo consigue una, lo conseguimos todas.
De acuerdo, la mayoría de nosotras no estamos rimando ante audiencias masivas. Pero vamos a repasar esos 72 segundos, que no son tantos (aunque vale la pena escuchar el cuarto de hora de la intervención completa). Vemos un entorno absolutamente masculinizado, en el que son hombres quienes marcan las reglas y quienes reparten los triunfos y buena parte de quienes ofrecen los aplausos. Vemos a una única mujer en escena, y además es joven, chiquita, parece frágil. Permanece atenta, en guardia, mientras es el turno de los demás. Y cuando llega el suyo, lo que le dejan en bandeja para coger el relevo es una evidencia de machismo. Se pone nerviosa, balbucea, empieza regular. Pero se recompone, es brillante, la da la vuelta a la situación.
Lo que más me conmueve de todo es lo que pasa después. Como en una prórroga que parece estar permitiéndose a sí misma más que ninguna otra cosa, Sara abre el zoom y explica lo que acaba de pasar. Explica que es una mierda, y se le quiebra un poquito la voz. Y, fijaos: aunque suena el aplauso, y es para ella, cuando se da la vuelta baja los hombros y la cabeza con ese cansancio que nos llevamos todas a bambalinas después de tener que pelear por algo que no debería ser necesario.
“Vaya chiringuito que tenéis montao, pa repartir entre vosotros el bacalao”, canta Tremenda Jauría a pleno autotune. Como el escenario de Sara, nuestras oficinas, redacciones, aulas, pantallas, son entornos donde los jueces son hombres, los precedentes de triunfo son hombres y los aplausos se reparten con lógicas que ha marcado mucho tiempo de hombres recibiéndolos. La neutralidad es un mito que encubre una falsa universalidad que siempre ha tenido género.
“Mi novio me decía que no me saldría, que eso se nacía, que yo no podría”, rima Tribade en un tema con Arianna Puello. “Siempre la cagas, coge el micro bien”. Primero dicen no puedes, luego llega el mansplaining. Cuando ya es imposible que no estemos en los lugares, es el momento de escuchar que aquí las cosas siempre se han hecho de otra manera. Que tus formas no valen, que tus modos son débiles o torpes. Imperfectas siempre en virtud de unas normas que no inventamos. No vale la vulnerabilidad, no vale la duda, no vale caer y levantarse, no vale la contradicción, no vale reinventar las reglas. Como si eso no pudiera ser lo que emociona. Como si, de hecho, no lo fuera.
“Será mejor que trates mejor a esas bitches, no sea que un día me escuchen y se compinchen”, nos dejó sonando Gata Cattana. En tiempos en los que parece que nos creemos que las cosas se resuelven con censura, siempre me gusta recordar que yo me pasé la adolescencia escuchando a Alejandro Sanz, a Joaquín Sabina y a La Oreja de Van Gogh. Cantaba que “después de ti no hay nada” y que “sin embargo un rato cada día te engañaría con cualquiera” y “vuelve a mí, mira mis ojos llorar”, porque, simplemente, encajaban perfectamente en el modo en que entendía la realidad. No había visto ni leído ni pensado ni vivido otra cosa. Ahora, si suena cualquiera de estas canciones, me vomitan un ratito los oídos. No hizo falta censura: lo que pasó es que vi y leí y pensé y viví. Y esas letras dejaron de contar mi mundo. El deseo de eso para quienes tiene enfrente es lo que significa el alegato final de Sara.
“La puerta de entrada siempre tuvo un cartel que dijo que estaba cerrada”, vibra Ana Tijoux. Si todas lo cantan, debe de ser por algo. Si a todas se nos pegan esos estribillos en la cabeza, debe de ser por algo. Las puertas cerradas nos han dado en las narices en todos los entornos, y no siempre se tiene la lucidez ni las fuerzas de responder tan bien como Socas el otro día.
Pero ¿sabéis? Las canciones de todas estas mujeres siguen también con otros versos, versos que se engarzan en un canto colectivo que, cada vez más, suena en un modo u otro en nuestras cabezas cuando nos vemos en un momento como ese.
“Venir de vuelta, abrir la puerta, estar resuelta, estar alerta (…) Respirar y sacar la voz”.
“Que se vayan acostumbrando a tenernos sobre el escenario”.
“Facilito, tronco, deja de poner impedimentos”.
“Respect me, yo soy MC”.
En eventos, en canciones, en la oficina, en twitter, en la calle, en casa, ojalá aplaudamos ESTAS cosas. Y no las que se intentan resistir.
en japon se aplaude solo al final
por respeto a no interrumpir la inspiracion del musico ni a subirle la vanidad y qe de mas de si y de poder escuchar bien todo
y aplauden mas tiempo