Internacional

El espíritu de Paetku transforma Corea del Norte

La construcción de la ciudad simbólica de Samjiyon recuerda que Corea del Norte "es especialista en hacer de lo imposible algo posible", escribe en su artículo semanal Mónica G. Prieto.

Km Jong Il, en una fotografía de la agencia oficial norcoreana KCNA distribuida or REUTERS.

La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Mónica G. Prieto aquí.

Corea del Norte es un país hecho a sí mismo de la nada. Surgió de las cenizas de la guerra de Corea en 1949, cuando EEUU desistió en su intento de doblegarlo –una forma de someter a su archienemigo, Moscú– y dejó de reducirlo a escombros mediante bombardeos masivos. En aquel entonces no quedaba mucho por aniquilar, pero quedaba todo por construir, incluido el liderazgo asumido por Kim Il Sung, un líder insurgente que comandó la resistencia contra la ocupación japonesa y que terminaría dirigiendo Corea del Norte cuando el final de la Segunda Guerra Mundial partió la península coreana en dos: el sur quedaría en manos de Estados Unidos; el norte, bajo la égida de la URSS. 

Moscú le facilitó los fondos, el manual y los expertos para que consolidase una dictadura familiar que garantizase la fidelidad de este remoto país al eje comunista, en plena Guerra Fría. Y 30 años después de la caída del Muro, con la Guerra Fría más viva que nunca y tres generaciones de Kim manteniendo el poder, el sistema norcoreano demuestra que sigue cumpliendo su papel muy por encima de las expectativas. La prensa norcoreana ha distribuido imágenes de la inauguración de la ciudad norteña de Samjiyon, a cargo del mismísimo Kim Jong-un, promotor de un proyecto que simboliza, como pocos, la forja de un sistema totalitario.

Para comprender su envergadura hay que entender cómo funciona el régimen de Pyongyang: de la misma forma que lo hizo la extinta URSS y que lo hace China, la fidelidad del pueblo a sus líderes se explica por una mezcla de miedo, el infatigable lavado de cerebro de la población y la deificación del partido en el poder, que pasa a sustituir a la religión adquiriendo sus mismas funciones. Pues bien, en Corea del Norte, su particular Olimpo está a pocos kilómetros de Samjiyon, en el Monte Paetku, un espectacular volcán dormido donde, según la mitología local, nació Dangun, fundador del primer reino coreano y descendiente de dos deidades locales, Hwanung, el Hijo del Cielo, y Ungnyeo, una osa transformada en mujer.

Por ello, muchos reinos coreanos veneraron la montaña, considerada sagrada, a lo largo de la Historia. Esa circunstancia fue aprovechada por el fundador de Corea del Norte, Kim Il Sung, para incorporarse a la mitología en torno a Paetku y ser investido como semidios, asegurándose así la fidelidad de sus fieles. Lo hizo gracias a sus tiempos de guerrillero, cuando combatió contra los invasores nipones en los alrededores del monte. Aunque los historiadores soviéticos lo desmienten, el régimen difundió que su descendiente y heredero, Kim Jong-il, nació en una cabaña de sus montañas, atribuyéndose así la línea de sangre casi divina de Paetku que legitima a su estirpe. Y el Olimpo no puede estar descuidado, máxime cuando es un lugar sagrado para ambas Coreas.

En abril de 2018, cuando las relaciones Norte-Sur vivían un momento esperanzador, el presidente sureño Moon Jae-in le comentó a Kim cuánto le gustaría visitar ese lugar remoto de singular belleza, inaccesible, como el resto del país, para los surcoreanos. Según la prensa de Corea del Sur, Kim se dijo “avergonzado” por la “pobreza de las infraestructuras” del condado de Samjiyon, pero en ese momento tomó la determinación de devolverle la grandeza que le corresponde. Y lo ha conseguido. En solo un año, con las sanciones internacionales activas y en las condiciones más inhóspitas que cabe imaginar.

Visité Samjiyon en agosto de aquel año: la ciudad original era apenas una enorme y vetusta calle con edificios decrépitos que recorría la única carretera con asfalto que había en la región, en medio de un inmenso y frondoso bosque de pinos. Pero el bosque había sido tomado por un ejército de decenas de miles de personas que, siguiendo las órdenes de su líder, excavaban con las manos desnudas para extraer arena, hacían herramientas in situ gracias a la madera del bosque y erigían de la nada, con los medios más precarios que cabe imaginar, la misma ciudad que se puede ver en la imagen.

Algunos eran militares que vivían en barracones arcaicos, y que se calentaban con hogueras. Otros muchos, ‘voluntarios’ reclutados por el régimen para hacer realidad la fantasía de Kim. El resto, simples vecinos. La megafonía con consignas revolucionarias animaba a los trabajadores. Y las pancartas con consignas como “¡mejoremos la velocidad y la calidad de las construcciones!”, colocadas a lo largo de las calles, adornaban los esqueletos de edificios, hoteles de lujo, instalaciones deportivas y carreteras con arcén que surgían como esporas. 

“Es la mayor campaña de construcción a la que asiste el condado desde 1979. Ahora mismo estamos preparando casas para 3.000 familias y levantando 200 kilómetros de carreteras”, explicaba el orgulloso guía que nos había asignado el régimen, Kwon Hyen-ryong. En realidad, según KCNA, se han levantado 4.000 viviendas, muchas de ellas en 12 torres de apartamentos de entre 12 y 18 plantas en un esfuerzo hercúleo rodeado de simbolismo. Como dijo el propio Kim en una visita realizada al condado en octubre, para supervisar las obras, Samjiyon simboliza la lucha de su país. “El dolor infligido por las fuerzas hostiles lideradas por Estados Unidos contra el pueblo coreano se ha convertido en rabia”, y esa rabia, en el motor de la construcción de un país sometido por las sanciones.

Siempre me quedó la duda de cuántos de aquellos obreros forzosos, muchos de ellos críos y ancianos, perecerían durante las obras en invierno, trabajando a 40 grados bajo cero. Las carencias de electricidad y agua potable eran tales que en el único hotel habilitado entonces para los turistas se cocinaba con leña. Sea como fuere, las expectativas de aquella ingente obra han quedado superadas por la realidad. La calle decrépita se ha transformado una “utopía socialista” con apartamentos, hoteles, centros comerciales, instalaciones médicas, centros culturales y una estación de esquí. Samjiyon se ha convertido, según la propaganda de la agencia oficial norcoreana, KCNA, “en un modelo de ciudad socialista moderna de montaña, epítome de la civilización moderna” y por encima de todo, en una nueva bofetada de autosuficiencia.

Ni las sanciones ni el aislamiento pueden con la determinación de un país que basa su supervivencia en su capacidad para desarrollarse al margen del mundo a fuerza de explotar a un pueblo esclavizado, sus contados recursos y una ambición ilimitada. Samjiyon es el compendio de muchas cosas. Cada vez que Kim viaja a Paetku, su visita suele preceder anuncios políticos, y la última visita –en la que volvió a ser fotografiado a lomos de un caballo blanco– tenía como objetivo, según la KCNA inculcar en los norcoreanos el “espíritu revolucionario infatigable” de Paetku frente al “bloqueo y presión sin precedentes impuestos por los imperialistas”.

El paseo por el monte sagrado a lomos de un caballo blanco reafirma su liderazgo frente a los tiempos complejos que vive Corea del Norte desde que su líder decidió apostar al acuerdo con Estados Unidos. El inmovilismo de las negociaciones frustran a un Kim que se siente engañado. Lleva tiempo advirtiendo a Washington de que si no hay un cambio de postura de aquí a finales de año, se verá obligado a adoptar una “nueva vía” que pasa por el regreso a las pruebas de misiles balísticos intercontinentales o incluso pruebas nucleares que recuerden a Donald Trump el poder de su interlocutor.

La novedad podría ser anunciada durante el pleno del Comité Central del Partido de los Trabajadores anunciado por sorpresa para este diciembre, un encuentro anual que ya se había celebrado en abril y que suele ser aprovechado para comunicar decisiones políticas “cruciales” para el país: en esta ocasión, bien podría comunicar el regreso a la política byungjin, que combina el desarrollo económico y el militar y, por tanto, la vuelta a los ensayos balísticos. No en vano, hace pocos días amenazó a Estados Unidos con enviarle un indeseado “regalo de navidad”, y no hay que olvidar que tiende a aprovechar las festividades norteamericanas para sus pruebas de misiles: la última fue el día de Acción de Gracias, cuando Pyongyang lanzó dos proyectiles de corto alcance para probar una nueva lanzadera múltiple.

“El hecho de que Pyongyang decida celebrar esta reunión antes de fin de año indica que ha tomado una decisión”, considera Rachel Minyoung Lee, analista del portal especializado en Corea NK News. “Si consideramos el anuncio del pleno del partido y la visita al Monte Paektu, el mensaje parece ser que Corea del Norte no cederá ante Estados Unidos, y que seguirá avanzando a pesar de las dificultades». “El mensaje está claro: va a ser un gran año para nosotros el próximo año. Y no un año de diplomacia y cumbres, sino de fuerza nacional», evaluó en declaraciones a Reuters el experto John Delury, de la Universidad Yonsei de Seúl. Las señales no deberían ser desdeñadas. Samjiyon recuerda que Corea del Norte es especialista en hacer de lo imposible algo posible, y confirma la determinación de una estirpe de dirigentes capaces de cualquier cosa con tal de seguir dirigiendo, a su manera, Corea del Norte.

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