Opinión

Cortar la cabeza a un pollo

"Lo que nos une es que tendemos a despreciar a quien no comparte nuestra economía afectiva. También nos une nuestra manera de justificar la indiferencia", reflexiona el escritor en su artículo semanal.

Pollos en un mercado tradicional de Yakarta, en Indonesia. REUTERS / WILLY KURNIAWAN

La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todas las de José Ovejero aquí.

Mis tíos extremeños tenían un rebaño de cabras. Cada una tenía nombre. Si una se apartaba demasiado del rebaño, mi primo, que era el encargado de llevarlas a triscar por el monte, la llamaba por ese nombre; a veces le daba un silbido; a veces le tiraba una piedra. Ya entonces a mí me parecía extraño poner nombre a un animal al que después vas a seccionar la garganta con un cuchillo. Más extraño aún me parecía que las cabras tuviesen nombre pero los cerdos no, como si las primeras estuviesen dotadas de más personalidad que otras especies, o quizá es solo que eran más fácilmente reconocibles. Las vacas también tenían nombre; las ovejas no. Creo recordar que las gallinas eran anónimas.

A mi abuela extremeña le regalaron un corderito cuando ya vivía en Madrid. Lo tuvo un tiempo en su piso minúsculo. Lo alimentaba y cuidaba, se reía con sus trastadas. Y llegado el momento se lo comió.

No es posible vivir sin administrar los afectos, es decir, sin cerrar la puerta a muchos de ellos. De lo contrario nos sentiríamos todo el tiempo en carne viva: la existencia sería insoportable si nos doliese cada uno de los males ajenos, todos, todo el tiempo –porque todo el tiempo hay masacres, violaciones, torturas–. Cada uno tiene su umbral de indiferencia al dolor de los demás. Mis tíos, mi abuela, que eran pobres o muy pobres, se habían acostumbrado a suspender su empatía hacia los animales con los que convivían para poder subsistir.

Hoy hay personas que sufren y se escandalizan por la represión en Venezuela pero no levantan una ceja por la que tiene lugar en Bolivia. Y viceversa. Quien llora por los perros abandonados pero se salta las noticias sobre desahucios. Lo que nos une es que tendemos a despreciar a quien no comparte nuestra economía afectiva. También nos une nuestra manera de justificar la indiferencia: sí, los inmigrantes se ahogan en el mediterráneo pero no podemos acogerlos a todos; sí, violan a muchas mujeres, pero deberían tener más cuidado; sí, es verdad que el Estado español financió a asesinos, pero ETA mataba más. Es cierto, los mataderos son un horror, pero somos una especie omnívora y hay que dejarse de ñoñerías.

Empiezo a pensar que el proceso de civilización está relacionado con la reducción progresiva del daño que causamos a otros (humanos y animales), lo que exige crear las condiciones necesarias para ello (mis abuelos necesitaban comer carne, yo no), y con la voluntad de poner en tela de juicio las coartadas de nuestra indiferencia. 

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Comentarios
  1. si tuviera que matar a un pollo para comerlo me temo que no comería pollo mas. En un caso de hambruna no creo que este precepto se cumpliera pues el instinto de supervivencia es el mas fuerte y creo que comería hasta piedras si no hay otra cosa.
    podemos comer menos carne y pescado y preservar la naturaleza en vez de atiborrarnos y desperdiciar los recursos del planeta

  2. Carmen, no se puede denominar bestialidad a algo que forma parte de nuestra naturaleza. Lo que no es natural es tener animales en un corral y luego comérselos. Ese es el motivo de que te sintieras mal en el pasado. Cogiste cariño por unos animales y luego te sentiste mal porque murieran. La evolución cultural hizo que los seres humanos domesticaran animales, pero hay que recordar que no estamos hechos para domesticar. Estamos hechos para cazar. La domesticación se reveló como un medio de subsistencia útil y por eso se adoptó.

    Respecto a la tragedia del avión, supongo que te refieres a la que cuenta la película «Viven». Yo no he visto la película y no conozco la historia, pero me contaron la trama y tengo entendido que los supervivientes se comieron a sus compañeros, fallecidos durante el accidente. Creo que es un buen ejemplo de cómo las personas pueden enfrentarse a sus tabúes en determinadas circustancias. En cualquier caso, creo que hicieron lo correcto. Comer carne humana para poder sobrevivir.

  3. «Empiezo a pensar que el proceso de civilización está relacionado con la reducción progresiva del daño que causamos a otros».
    Yo también creo que va por ahí. Los verdaderos cambios que son los cambios de conciencia creo que van paso a paso.
    Me siento muy identificada con tu relato de tus tíos extremeños. Yo soy hija de agricultores de subsistencia y, encima, de secano, también a las cabras y a los mulos les poníamos nombre, a las ovejas no y menos a cerdos, gallinas y conejos.
    En los tiempos del franquismo en el campo no se pasó hambre; pero haber no había una peseta en mi casa. Así que cuando el ganado se hacía viejo y ya no daba más de sí, se sacrificaba y comía.
    Yo era una niña sensible y recuerdo que cada muerte me suponía enfadarme con mis padres, estar unos días de duelo y desde luego me guardaba bien de comer la carne del animal al que yo había tomado cariño.
    Reconozco que he perdido aquella sensibilidad.
    Algunas veces me pregunto por qué y llego a la conclusión de que nos hemos acostumbrado a la bestialidad que parece que se ha adueñado del mundo, un mundo manejado por seres maléficos, por auténticos demonios. El «infierno» creo que ahora está en este planeta.
    En circunstancias extremas no se que seríamos capaces de hacer.
    ¿Recuerdas la tragedia del avión que transportaba al equipo uruguayo de rugby y se estrelló en la cordillera Andina en 1972?, los que sobrevivieron estuvieron 72 días desaparecidos y confesaron que se comieron a sus compañeros muertos.

  4. Joe! Los progres han tomado el testigo de los curas. En cuanto pueden te sueltan unas letanías, llenas de descalificaciones, desde su altura moral. Lo ven todo menos justamente eso: poner verde a la gente no funciona y además, molesta. Despreciar dice el texto. Nos ha llamado despreciables por todo el morro. Y además, no comer carne le debe hacer más inteligente. En serio, prefiero a tu familia, tu eres un monsergas. Ellos, al fin y al cabo, no iban dando lecciones, triste.

  5. No es natural sentir empatía por animales ni por personas que no forman parte de nuestra familia. Es un proceso cultural que tardó miles de años en aparecer.

    En el siglo XIX existía el concepto de que los depredadores se sentían culpables después de matar a un animal. No tiene ningún sentido que un león sienta lástima por sus presas. No es viable ni práctico, desde un punto de vista evolutivo.

    Lo mismo nos ocurre a los humanos. Los que sienten cariño por sus mascotas, alimentan a estas con productos de origen animal o vegetal. Vivimos en una época en la que podemos permitirnos el lujo de sentir lástima por ciertos animales, pero no tiene sentido pretender que este pensamiento sea universal. Que hasta el siglo XX no aparecieran leyes contra el maltrato animal demuestra hasta qué punto resulta ajeno a nuestra naturaleza preocuparnos por otras especies animales o vegetales.

    Por otro lado, desde hace miles de años, las personas han tenido cariño por sus mascotas. Es lógico que la convivencia despierte simpatía hacia individuos (de nuestra especie o de otra). Pero no tiene ningún sentido pretender que nuestras mascotas tengan más derecho a vivir que cualquier otro animal o un árbol.

    Cuando alimentamos o desparasitamos a nuestras mascotas, estamos siendo egoístas. Este egoísmo forma parte de nuestra naturaleza, pero no podemos pretender inculcar ideas egoistas como normas de comportamiento social. Una norma social debe beneficiar a la sociedad, no a las mascotas de algunos miembros de la sociedad. Por supuesto, sería absurdo recriminar a la gente ser vegana. De igual forma, sería absurdo recriminar a la gente comer carne o huevos.

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