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Sillas que existen

"Política, en términos de comunicación, es a menudo hacer que exista lo que no existe, y que no exista lo que está ahí", reflexiona en su artículo semanal Laura Casielles a propósito del 25-N.

El Ayuntamiento de Gijón colocó en 2018 una silla por cada mujer asesinada desde 2003, en una acción contra la violencia machista. ELOY ALONSO / REUTERS

La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Laura Casielles aquí.

Lo confieso: yo nunca había creído que las declaraciones institucionales sirvieran para nada. Declaraciones institucionales, es decir: esos discursos y circulares perfectamente medidas que un organismo público emite para expresar su posición sobre un tema. Me parecían una iniciativa política de las del género de parole, parole, parole; un modo de decir sin hacer; algo sin efecto. 

Pero esta semana lo he entendido. El 25-N, día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, por primera vez en años, distintos parlamentos autonómicos y ayuntamientos NO hicieron una declaración institucional. Los partidos que niegan no ya la lucha contra las violencias machistas, sino su mera existencia, habían ganado una pequeña partida. Convencieron de su idea de que esas no eran palabras a las que sumarse a sus cómplices de menos-extrema-derecha, y los espacios de representación de la ciudadanía dejaron de expresar una voz unánime a favor de la igualdad y su protección. 

Son solo palabras, palabras que no se dicen, en este caso. Pero es grave en tanto síntoma. Las palabras compartidas son, en política, un modo de acotar los consensos, el punto mínimo de partida que no cabe poner en duda, el idioma común en el que se puede hablar. En eso consisten las instituciones, lo sabemos desde la Ilustración: son la herramienta que hace sólidos los avances sociales, al institucionalizar –precisamente– algo que se consigue definir o construir colectivamente, y que se acepta de manera común que no debe retroceder. Esto es importante porque es lo que nos protege, como ciudadanas y ciudadanos, para que las cuestiones fundamentales, los derechos y obligaciones, no estén sujetas al vaivén ideológico o las derivas autoritarias de los gobiernos.

Es un mantra el de que lo que no se nombra, no existe. El 25-N tiene que ver precisamente con eso. La violencia machista fue durante mucho tiempo algo no nombrado, algo que ocurría de puertas adentro en las casas y las vidas, y que no se consideraba parte del ámbito de lo común. Los testimonios valientes de mujeres que se jugaron (y, demasiadas veces, perdieron) la vida por contar lo que les ocurría puso palabras a una realidad en la que otras pudieron reconocerse. A partir de ahí, se avanzó sin pausa. Pasó de llamarse violencia doméstica a llamarse violencia de género porque el feminismo hizo entender que se trataba de un problema no personal sino estructural, anclado en el modo en que está construida la sociedad y nuestro modo de pensarla. Luego el término se amplió a violencias machistas porque entendimos, de nuevo colectivamente, que había muchas más cosas que los golpes y las agresiones sexuales, que hablábamos de un continuo de situaciones que impregnan la vida de las mujeres apuntalando y reproduciendo la desigualdad. 

Nombrar es hacer que las cosas existan o no en el ámbito de lo público y de lo común y, a menudo, también que entendamos su realidad en nuestro fuero interno. Porque cuando no tenemos una palabra para algo que nos ocurre, le ponemos otra, y como las palabras tienen efectos, cambia el modo en que lo percibimos, y por tanto también el modo en que hacemos (o dejamos de hacer) algo al respecto. Hay una inmensa diferencia entre llamar a una situación problema de pareja y llamarla violencia de género. Hay una inmensa diferencia entre llamar a algo no supe decir que no y llamarlo violación.

En el día sin declaraciones institucionales, cuando vimos a una mujer llamada Nadia Otmani gritarle al secretario general del partido que niega la violencia machista, leí en un tuit que no logro encontrar de nuevo (¡lo siento, lúcido y desconocido autor!) que lo que Ortega Smith le estaba diciendo a esa mujer era que la silla de ruedas en la que estaba sentada por haber recibido tres tiros al tratar de defender a su hermana de un maltratador no existía. 

Política, en términos de comunicación, es a menudo hacer esa prestidigitación. Que exista lo que no existe, y que no exista lo que está ahí. Que quienes creen en las palabras que alguien dice pasen a ver la realidad de una manera determinada, en contra incluso de sus ojos, su intuición o su vivencia. 

El año pasado, con motivo de ese día en el que aún había declaraciones institucionales, el Ayuntamiento de Gijón puso en la calle 927 sillas vacías. Una por cada mujer asesinada desde 2003, el año en que se empezaron a contabilizar las víctimas de violencia machista. Esas sillas existen, esas mujeres existen, la violencia que las mató existe. Como existen la silla de ruedas de Nadia Otmani y las vivencias de su hermana. Y las de cada una de nosotras.

El feminismo, como otras tomas de conciencia, no es algo en lo que se pueda dar marcha atrás. Hay cosas que, cuando se han visto, ya no se dejan de ver. Y hemos visto y nombrado, en nuestras vidas privadas y también colectivamente. Las declaraciones institucionales son solo palabras, palabras, palabras. Pero es una señal de alerta cuando las instituciones retroceden, cuando se desmorona algo que se había institucionalizado porque era un avance concebido colectivamente como necesario de solidificar en el idioma común, como lugar innegociable a partir del cual debatir y construir. Es la señal de una desprotección. Y eso es, justo, lo que no podemos permitirnos.

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Comentarios
  1. Yo también soy descreída con las declaraciones institucionales porque sé cómo se hacen, quién las hace y para qué se hacen. Sin embargo, me pasa como a ti, en este caso todo cobra otro sentido. El que representantes públicos hayan protagonizado el 25N de esta manera me escandaliza y me indigna mucho. Siento que se ningunea, otra vez, a la mitad de la población por su sexo. Siento que el desprecio se dirige hacia o más importante que es el respeto y el ser persona. Compruebo que se vanaglorian de ello, que ufanos presumen del golpe asestado a las mujeres dentro de las instituciones. Y compruebo, a diario, que se les permite, que ya han empezado y que continuarán…me temo.

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