Internacional
Cuando las redes matan
El suicidio es uno de los problemas más acuciantes de Corea del Sur. La periodista analiza en su artículo semanal lo que se oculta tras las cámaras espías y el ciberacoso.
Tras su anterior intento de suicidio, la estrella del K-pop surcoreano Goo Hara se vio obligada a disculparse ante sus fans. “[Lamento] haber generado preocupación y conmoción”, dijo. Quizás lo que realmente lamentaba era haber escrito el mensaje en las redes –un lacónico buenas noches acompañando una imagen suya, con los ojos hinchados– que generó la alarma y derivó en una intervención de su representante, que encontró a la exintegrante del grupo Kara en su apartamento, inconsciente y rodeada de humo. El domingo, cuando la cantante de 28 años decidió consumar su muerte, no hubo avisos.
Su cadáver fue hallado en su apartamento del prestigioso barrio de Gangnam, en Seúl, apenas unas semanas después de que su amiga Choi Jin-ri, más conocida como Sulli, se quitara la vida en el distrito de Seongnam. Ellas son las últimas de una larga lista –40 celebridades surcoreanas han cometido suicidio desde el año 2000, según cálculos del diario local Hankyoreh– y simbolizan uno de los problemas más acuciantes de Corea del Sur, la nación desarrollada con más suicidios del mundo, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Una pandemia nacional que se cobra tres vidas de cada 1.000 personas y que ya es la principal causa de mortalidad entre menores y jóvenes de entre 10 y 30 años.
Los motivos son muchos: la enorme exigencia académica y profesional y el miedo al fracaso subyacen tras muchos de los suicidios, pero una de las razones que comienza a asociarse a este tipo de tragedias es el ciberacoso. Para las mujeres anónimas, toma forma de molka o vídeo sexual grabado sin consentimiento ni conocimiento de la víctima. Se trata de cámaras espía colocadas en baños públicos, hoteles e incluso universidades o establecimientos comerciales, y es un fenómeno tan común que ha llevado a la Administración de Seúl a coordinar cinco ministerios para intentar ponerle fin. Incluso hay patrullas civiles financiadas por los ayuntamientos para buscar y neutralizar los dispositivos que graban a las mujeres en sus momentos íntimos, en grabaciones que se han convertido en un género pornográfico en Japón o Corea.
En el caso de los famosos, la presión toma forma de permanente escrutinio por parte de unos seguidores que se consideran autorizados para juzgar, criticar y exigir a sus ídolos conductas determinadas. La semiesclavitud a la que somete la industria musical a sus criaturas –formadas durante años en las denominadas granjas de talento, y obligadas tras su debut a firmar condiciones draconianas con las compañías discográficas que les arrebatan el control sobre su vida pública y, en buena parte, privada– hace doblemente complicado rechazar esa hipervigilancia digital.
En el caso de las mujeres, a todo eso se suma el peso de una sociedad patriarcal que condena los gestos de independencia femenina, criminaliza a las víctimas y beneficia al agresor con una notable impunidad. Goo Hara es un buen ejemplo de esa lacra que persigue a las mujeres más allá de todas las fronteras. Desde hacía años, sus seguidores la acusaban de ser una mujer de plástico, fruto de la cirugía, lo que la forzó a admitir públicamente haber pasado por quirófano, como si eso cuestionase sus aptitudes o su carrera artística.
Lo peor llegó cuando rompió con su exnovio Choi Jong-beom, y este la extorsionó amenazando con distribuir vídeos privados de contenido sexual, lo cual multiplicó los comentarios vejatorios en las redes. Choi terminaría siendo condenado, pero su condena fue suspendida poco después. Goo fue lo bastante valiente para denunciarle. Otra mujer valiente fue una de sus mejores amigas, Choi Jin-ri, también conocida como Sulli, actriz e integrante del grupo de K-pop F(x), una conocida feminista muy criticada en las redes por su valor, su independencia de criterio y por defender el aborto o campañas como la que defiende que las mujeres que lo deseen no utilicen sujetador.
En 2014 se tomó un año sabático, alegando estar “mentalmente agotada por los comentarios negativos y los rumores” sobre su vida. En 2017, se la vio junto a Goo en el funeral de otro ídolo del K-pop. Sometida a críticas misóginas viscerales en las redes sociales, Sulli se suicidó el mes pasado. Tenía 25 años. Muchos se acordaron entonces de una de sus últimas imágenes, en la que se la podía ver llorando en el funeral por el cantante Kim Yong-hyun, uno de los rostros más conocidos del archiconocido SHINee. Se suicidó quemando briquetas en su casa, el sistema más común en Corea del Sur para quitarse la vida de forma discreta e indolora.
Porque hay hombres víctimas de la lacra tecnológica, sí, pero son muchos más los que se sirven de ella para agredir: hace unos meses se supo que tres conocidas estrellas del K-pop de la banda masculina BigBang utilizaban una chat privado para compartir los vídeos que se grababan violando a mujeres drogadas o inconscientes.
En Seúl, cuando acompañaba a una de esas patrullas en busca de cámaras espía, una de sus integrantes me comentó su frustración ante la incapacidad de frenar el fenómeno. “La tecnología está implicando un retroceso en nuestras libertades de la que apenas somos conscientes: ahora no somos más libres, estamos más expuestas y con el molka somos consagradas como objetos sexuales de la sociedad patriarcal”. Aquella frase aún me resuena en los oídos. Sin límites, la tecnología es un arma de doble filo que se ceba en las más débiles.
Si quieres saber de suicidios vete a Palestina.
El artículo está bien, salvo por un detalle: fue solo un miembro de Bibgang el implicado en el caso del grupo de chat. Los demás eran personas anónimas y miembros de otros grupos de k-pop.