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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 4.
Cuarta entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'
En estos meses me asombré de mil formas distintas con cómo viven aquí, pero está visto que me quedan sorpresas. Hoy tuve una tarde rara de risas con Rosario, un compañero… una compañera… une compañere un poco peculiar de la Universidad Libre.
Me puse a platicar con elle después de cenar. En parte, explicándole que llevo aquí solamente medio año pero que me voy encontrando en casa. La ausencia de ruido (que no silencio). La abundancia de verde, ¡tanta vegetación!, la ausencia de gris, la ausencia de plásticos. La biblioteca. La libertad. El compartir todo, uf. ¡Pero todo es gratis! Con lo capitalista que fui yo, y lo fácil que me estoy acostumbrando a no pasar necesidad y a trabajar en colectivo. Le conté que las primeras semanas hubo toda una fila de sorpresas, de cosas que no cuadran con las expectativas que tenía al llegar a un enclave anarquista. Las risas, el coro, los talleres de cosquillas, la hilarante riqueza conceptual del baño seco para el compostaje y de la permacultura. Que algo tan aparentemente banal y tan despreciado en la Supremacía como son las heces sea tan vital para el cuidado que mantiene fértil nuestro suelo. Trabajar en el agro, la vida en solidaridad, la satisfacción de comer lo que cultivamos entre todas.
Pero todavía estoy bastante mal por el asesinato de Salvador, no me quito de la cabeza la escena, no me deja dormir, a veces no me deja concentrarme. Al final las compas de la brigada de mantenimiento cambiaron las tablas, porque efectivamente la sangre nunca se pudo limpiar. Estoy angustiada por la violencia. El asesinato de Salvador, que por lo que me han explicado mil veces es uno más de los muchos que llevan a cabo, mediante infiltración y mediante extorsión, las distintas potencias fascistas en contra de nuestra revolución anarquista. Mi propia angustia ética, lo cerca que estuve de practicar el magnicidio para detener a Johnson, las noches que sigo pasando sin dormir, arañándome hasta sangrar, aunque esto último no se lo confesé. Expliqué a Rosario mi preocupación por la amenaza militar y medioambiental de la Supremacía. Le conté que en la Supremacía todavía nos quedan bombarderos B-52, de hace 100 años. Cacharros que queman 12 mil litros de combustible por hora. 12 mil litros por hora. 200 litros por minuto. Hay gente que conduce su coche 10 años con lo que esos monstruos gastan en una hora. Y eso es nada al lado de las fortalezas volantes modernas que se desarrollarían si la Supremacía retomara el camino de la guerra a gran escala. Podrían conquistar el mundo, pero ¿para qué? Para enfrentarse perpetuamente a poblaciones fanáticas, hostiles, ingobernables, mientras el mundo se cuece en sus propios jugos, porque el clima no resiste ni una locura más.
Yo estuve como una hora soltándole ese rollo, ¿y qué hace Rosario? Pues me mira a los ojos, me dice que la siga al comedor comunal, se pone a preparar dos cacaos con chile y empieza a platicarme sin más de los grillos y de los «grillados».
Estuvimos platicando de grillos hasta mucho después de acabarnos los cacaos y limpiar el cazo y las tazas. Se ve que aquí hay algunos poblados que tienen criaderos a pequeña escala de grillos, que luego emplean en hacer harina alta en proteínas. Los grillos se llevan las mejores partes de lo compostable, pero nutricionalmente sale a cuenta porque son proteínas de mucha calidad. Yo no sé todavía si me lo creo, pero Rosario me lo contó con la cara muy seria. Es igual que antes se comían chapulines, en realidad. Y me dijo que otros grupos y comunidades, hipersensibles ante la explotación animal, se oponen a esa industria del grillo, por lo que supone a nivel simbólico y a nivel práctico. Platican de la incoherencia entre buscar la libertad para nosotros e imponer la opresión a los grillos. Defienden que en esta sociedad sin rejas coercitivas, lo único que hace pensar en cárcel, explotación o genocidio, lo único que despierta fantasías de poder, son los criaderos de grillos. A estos idealistas los ridiculizan y los conocen popularmente como «grillados». Poniéndose más en serio, Rosario me confesó que, independientemente de que la existencia de esas jaulas le parezca repulsiva, realmente esta sociedad sigue teniendo mucho más de coercitivo y explotador de lo que nos damos cuenta, y que no tiene nada que ver con los grillos. Pero que, despacio y con nuestras contradicciones, nuestra revolución iba a poder más que cualquier número de B-52 de la Supremacía.
Me gusta platicar con Rosario, creo que no he conocido nunca a alguien como elle. Y me hace mucha gracia cuando sonríe y se le insinúan los colmillitos.
Las decisiones morales son personales. Para mí supuso un cierto cambio leer la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Declaraci%C3%B3n_de_Cambridge_sobre_la_Conciencia
La opresión de unos seres humanos por parte de otros es sistémica, es terrible, y hemos de seguir luchando contra ella. Saber que muchos animales no humanos tienen conciencia simplemente nos ayuda a extender la lucha contra la opresión también a ellos.
En términos absolutos, la opresión no tiene por qué tener que ver con comer o no comer animales con conciencia: en una sociedad con eutanasia, a mí no me oprimiría para nada que tras ayudarme a morir se comieran las partes de mí que gustasen: lo que sirva para trasplantes, al quirófano, y lo que no, a la cafetería, y lo que no sirva ni para una cosa ni para otra, a compostar. Pero si para comerme me han de criar en un campo de exterminio, entonces sí se me estaría causando un sufrimiento sin sentido. Y tampoco es cuestión de purismos, de ahorrar a los animales no humanos todo sufrimiento: los animales humanos también sufrimos, y bastante. Pero, si puede ser, sin campos de exterminio.
En cuanto a la dieta, yo soy muy de garbanzos. No hace falta hacer «carne artificial».
Y en cuanto al medio ambiente, desde luego que se puede dañar con todo tipo de dieta, o incluso sin ninguna. Pero, a día de hoy, para comer vacas agrava más el cambio climático que comer garbanzos.
Me ha parecido especialmente interesante la reflexión que haces al final de este capítulo sobre el problema de la opresión a los grillos como fuente de proteínas para la alimentación humana. ¿Podemos vivir, alimentarnos, sin «oprimir» ningún ser vivo? ¿Dónde ponemos el límite? ¿Es el veganismo la respuesta? ¿Producir alimentos «artificiales» no daña el medio ambiente? ¿Y la producción de los suplementos vitamínicos que, al parecer, requiere una dieta vegana? Son preguntas hechas desde el desconocimento y la ignorancia, evidentemente. Gracias por la atención de quienes hayan leído este comentario. Y por las respuestas.