Internacional

Palestina y la ley de la jungla

Mónica G. Prieto analiza en su artículo semanal la normalización por parte de Trump de los asentamientos israelíes en Cisjordania, "una de las decisiones más irracionales que cabía esperar".

Un grupo de palestinos alrededor de los restos de una casa, destruida por el Ejército israelí. REUTERS / IBRAHEEM ABU MUSTAFA

La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todos los artículos de Mónica G. Prieto aquí.

En su carrera contrareloj para destruir cualquier atisbo de esperanza o de justicia en el conflicto israelo-palestino, la Administración Trump ha decidido, en una de las decisiones más irracionales que cabía esperar, normalizar la existencia de los asentamientos israelíes en Cisjordania. A partir de ahora, las colonias no están violando a ojos de Washington la legalidad internacional, pese a la resolución del Consejo de Seguridad 2334 que en 2016 consideraba una “flagrante violación” de la ley internacional los asentamientos donde residen 600.000 colonos en tierras palestinas. También supone un revés para la Cuarta Convención de Ginebra, que prohíbe a las potencias ocupantes el movimiento de su población hacia tierras ocupadas. 

Para el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, la lectura es muy distinta: Washington ha enderezado un «error histórico» y aceptado la «realidad sobre el terreno» de su ocupación. No se recuerda una decisión tan drástica ni tan unilateral desde la declaración de la ciudad ocupada/dividida de Jerusalén como capital del Estado hebreo, el mismo que se formó sobre las entrañas de Palestina, o el reconocimiento por parte norteamericana de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, situados en Siria y declarados “territorio ocupado” por la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Día a día, paso a paso, la Administración Trump revierte setenta años de sanciones y resoluciones internacionales para legalizar una ocupación de libro, un apartheid consumado ante la impotencia o la indiferencia de un Occidente que nunca quiso imponer soluciones al pueblo judío, símbolo de las víctimas del Holocausto, pese a la profunda injusticia hacia los palestinos. La consternación de medio mundo contrasta con la euforia desatada entre los halcones israelíes, decididos a aprovechar el momento para acabar con cualquier aspiración territorial del Estado palestino.

“El pueblo judío tiene el derecho moral y legal de vivir en su antigua patria”, ha afirmado la exministra de Justicia (2015-2019) Ayelet Shaked, mediante el tweet con el que agradecía a Donald Trump y Mike Pompeo un revés histórico a la justicia. “Ahora es el momento de declarar una soberanía total sobre esas comunidades”, pedía Shaked. Lo mismo ha urgido el Consejo Yesha, la entidad que agrupa a los asentamientos en la Cisjordania ocupada, y no sería de extrañar que la decisión estuviera muy próxima, dado que Benjamin Netanyahu ya había prometido en campaña que se anexionaría los asentamientos judíos, arrebatando aún más tierra árabe.

En realidad, la decisión equivale a una vistosa victoria de la política de hechos consumados que lleva aplicando Israel desde 1967. La multiplicación de asentamientos judíos y de población colona en Cisjordania se ha disparado en los últimos años como parte de la política gubernamental para lastrar cualquier decisión internacional de poner fin a semejante forma de ocupación. Si, según la Oficina Central de Estadísticas israelí, en 1999 había 177.000 colonos habitando Cisjordania, la cifra roza hoy en día los 400.000. Para la UNRWA, el número de colonos es bastante mayor, dado que suma no solo las 143 colonias en Cisjordania y las existentes en Jerusalén Este sino también 106 asentamientos oficiosos que ni siquiera gozan de la legalización del Ejecutivo de Tel Aviv. La normalización de esas edificaciones sin permisos es otra medida que se generaliza más, en un intento de apoderarse de más tierra, aunque eso implique la expulsión de población palestina. 

Según un informe de la UNRWA, la oficina de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos, en la “segunda mitad de 2018 el avance de las unidades de vivienda continuó a un nivel sin precedentes. La construcción de más de 7.000 viviendas (4.350 en Cisjordania ocupada y 2.900 en Jerusalén Este) avanzaron en diferentes etapas del proceso de planificación e implementación (mediante licitaciones y planes)”. Eso se explica porque, según la organización israelí Paz Ahora, Netanyahu aprovechó la llegada al poder de Trump para impulsar los asentamientos, que en 2018 habrían aumentado un 9% de media, según la ONG. “[Trump] puede declarar que la noche es día, pero eso no cambia el hecho de que los asentamientos no son solo ilegales según las normas internacionales, también son un enorme obstáculo para la paz y la estabilidad regional”, ha valorado Hagot Ofran, del grupo Peace Now. 

Para la población palestina, la noticia no puede ser más devastadora. El negociador Saeb Erekat lo denomina intentar reemplazar la ley internacional por la ley de la jungla. “Los asentamientos en los territorios palestinos, incluida Jerusalén Este, no son solo ilegales según la ley internacional: son crímenes de guerra. Una vez que la Administración de Trump decide socavar la ley internacional, se convierte en una amenaza mayor para la paz y la seguridad mundial”. Nabil Abu Rodeina, portavoz de Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, denuncia que “Estados Unidos no está cualificado ni autorizado para negar legitimidad a las resoluciones internacionales”, pero su observación no tiene validez en la era actual, donde las leyes no son más que papel mojado a merced de gobernantes sin escrúpulos especializados en retorcer la realidad hasta convencernos de sus propias mentiras.

Como han mencionado algunos palestinos, esto equivale al funeral de los Acuerdos de Oslo. La orquesta la pone Washington. El momento elegido para el anuncio no parece casual. Coincide que el rival de Netanyahu trata de formar una coalición de Gobierno y que el Tribunal de Justicia europeo acaba de ordenar a sus Estados que “los alimentos originados en los territorios ocupados por el Estado de Israel deben indicar su lugar de origen” para que los consumidores puedan tomar “decisiones informadas” a la hora de hacer la compra. También coincide con un momento turbio para el propio presidente norteamericano, en plena investigación para un potencial proceso de impeachment, y como destacaba el analista israelí del International Crisis Group, Ofer Zalzberg, en un tweet, “parece un movimiento preventivo ante una inminente sentencia de la Corte Penal Internacional, que se adoptará antes del 2 de diciembre, con respecto a si los asentamientos israelíes equivalen a crímenes de guerra de acuerdo con el derecho internacional”.

El problema ahora no solo es Palestina, sino que, con decisiones arbitrarias en contra de la legalidad internacional, se envía el mensaje de que las normas que con tanto sudor y sangre pactaron las naciones para regir el mundo de la forma más justa posible son maleables, interpretables y susceptibles de ser transgredidas porque, o bien es improbable que se pague por ello, o bien porque siempre puede haber un Gobierno que convierta la transgresión en la nueva norma. La credibilidad de las instituciones internacionales es papel mojado. La ley de la jungla irrumpió en el mundo en 2017, cuando Trump tomó posesión de la presidencia norteamericana. Que luego no le pidan a los pistones libres que gobiernan países sin el mandato de sus ciudadanos que acaten las leyes, porque líderes en teoría legítimos las desdeñan a voluntad.

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Comentarios
  1. La expulsión masiva de beduinos forma parte del intento de Israel de desterrar a la población palestina de sus territorios históricos.
    La lógica del sionismo, por mucho que sus seguidores más ingenuos no lo perciban, lleva a sustituir a las familias palestinas por familias judías, lo que Israel denomina oficialmente judaización.
    La lucha durante décadas de decenas de miles de beduinos israelíes contra su expulsión de sus hogares –en algunos casos por segunda o tercera vez– debería ser una prueba suficiente de que Israel no es la democracia liberal de tipo occidental que pretende ser. La semana pasada, 36.000 personas de la comunidad beduina –todas ellas ciudadanas israelíes– descubrieron que su Estado se dispone a convertirlas en refugiadas en su propio país, internándolas en campos de confinamiento. Por lo visto, estas ciudadanas israelíes no son de buena madera. El trato que reciben tiene resonancias dolorosas en el pasado. En 1948, 750.000 palestinos fueron expulsados por el ejército israelí fuera de las fronteras del Estado de Israel recién proclamado en su territorio: fue lo que el pueblo palestino llama su nakba, o catástrofe.
    El sufrimiento palestino no es un desafortunado efecto colateral del conflicto. Es el propósito declarado del sionismo: incentivar a la gente palestina que todavía vive en el país a abandonarlo voluntariamente, para huir de la asfixia y la miseria. El ejemplo más claro de esta estrategia de sustitución de poblaciones es el trato que da Israel desde hace tiempo a los 250.000 beduinos y beduinas que formalmente tienen la ciudadanía israelí. Se trata del grupo más pobre de Israel, que vive en comunidades aisladas, principalmente en la vasta zona semiárida del Negev, en el sur del país. En gran parte fuera de la vista, Israel ha tenido las manos relativamente libres en su propósito de reemplazarlos.
    La mayoría de los beduinos tienen títulos de propiedad sobre sus tierras que son mucho más antiguos que la creación de Israel. No obstante, el Estado israelí se ha negado a reconocer estos títulos y muchas decenas de miles han sido criminalizados por el Estado, que ha denegado el reconocimiento legal de sus aldeas. Durante décadas los han forzado a vivir en chabolas o carpas porque las autoridades no aprueban la construcción de casas ni la prestación de servicios públicos como escuelas, agua y electricidad. Los beduinos tienen una posibilidad si desean vivir dentro de la legalidad: han de abandonar sus tierras ancestrales y su modo de vida para trasladarse a uno de los míseros asentamientos.
    Adalah, un grupo de juristas que defiende a la población palestina en Israel, informa de que Israel ha estado expulsando por la fuerza a familias beduinas durante más de siete décadas, tratándolas no como seres humanos, sino como peones en su sempiterna batalla por reemplazarlas por colonos judíos. El espacio de sustento de las comunidades beduinas se ha ido reduciendo continuamente y su estilo de vida se ha vuelto imposible.
    Esto contrasta fuertemente con la rápida expansión de los asentamientos y los ranchos unifamiliares judíos en las tierras de las que han sido expulsadas las familias beduinas.
    Estas expulsiones interminables se asemejan menos a una política necesaria y razonada que a un tic nervioso ideológico muy feo.
    https://vientosur.info/spip.php?article15310

  2. «quienes glosan y celebran la caída del Muro de Berlín guardan silencio, ante otros Muros; por ejemplo el Muro con que el Estado de Israel condena a Palestina al apartheid, la desestructuración geográfica, exilio, confinamiento en Campos de Refugiados… y la muerte. Desde luego la muerte porque se contabilizan más asesinatos –muchos más- en el entorno del Muro levantado por el Sionismo bajo indecente pretexto de “proteger la única democracia de Oriente Medio”, que los que contabilizó el Muro de protección de la mal llamada RDA».
    -A. Puig (LQS)-

  3. Occidente no es que tenga respeto a Israel, es que Israel es el amo económico del mundo. Es el que maneja las finanzas mundiales y maquina y conspira a la sombra de EEUU.de América.
    Parece que no nos queremos enterar, de las guerras y conflictos en Oriente Medio, Siria e Irak inclusive, no está ausente Israel que busca desestabilizar la zona en su provecho.
    No tienen nada que ver los judios del Holocausto con la Israel de hoy.
    Incluso, igual que pasó con la voladura de las Torres Gemelas que se dice que los ejecutivos judíos fueron avisados previamente, se dice que las grandes fortunas judías antes de empezar el genocidio nazi, emigraron de Alemania.
    Salvo minorías y opositores a la ocupación ilegal y genocida del Territorio Palestino, en Israel hace demasiados años que gobierna la ultraderecha, la que quiere anexionarse a otros pueblos y la sociedad le vota porque es una sociedad egoista y bestia, sin ninguna sensibilidad, hasta el punto de que se han publicado imágenes en las que se veía como la gente festejaba, como si de un gol se tratara, los disparos mortales de soldados israelitas contra población indefensa, incluídos niños, palestinos.

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