Los socios/as escriben
‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 3.
Tercera entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'
Me cae que esto sí que no me lo esperaba.
¿Tanta historia de utopías y hermandad, tanta revolución y tanta dignidad y al final aquí también matan a la gente? Pero, ¿a dónde me trajiste, Manolo, cabrón?
Me voy a poner a escribir diario otra vez, al menos de vez en cuando. Lo que me pide el cuerpo es salir corriendo y dando alaridos por la selva, y no volver. Pero sé que no. Pues escribo.
Yo llegué hace cosa de un mes a Nuevo Tecpatán. Me contaron cómo iba la cosa, más allá de las generalidades que me había explicado Manolo. Trabajo voluntario, sí, pero trabajo. Las tareas comunes (o «tequios» que dicen aquí) que son la labranza, los cuidados y los cuidados del entorno. Y para quienes tenemos ganas de trabajo más especializado, además de los tequios, están las asambleas de colectivos. Me dijeron las que había en Nuevo Tecpatán y me apunté, cómo no, a la Universidad Libre. Capitalista o anarquista, si me dejan saltarme dos años y meterme en la academia, allá voy.
Y al poco de llegar yo, no hace ni un mes, empezaron a comentar que «alguien» estaba haciendo sabotaje a las computadoras de la Universidad Libre. Y se lo tomaban muy en serio. Acá tienen pocas computadoras, y valoran mucho el conocimiento. Yo estaba fatal. Por un lado, se me desató el miedo natural a cargar yo con las culpas: ¿quién va a ser más sospechosa que la nueva? Y, ¿cómo castigarán los anarquistas a una traidora? No quise ni preguntar. ¿Me van a matar? ¿A encerrar? Pero por otro lado, un miedo mucho peor. El miedo a de verdad ser yo la saboteadora. Son muchos meses de vivir en la clandestinidad, el insomnio es muy malo, y este mundo no es el mío. Perder la cabeza es perder la identidad. Dudar de la propia cordura es el peor vértigo.
Montaron una asamblea. Aquí parece que todo lo resuelven con asambleas. Tampoco me lo creía: platicaban de todo menos de buscar a un culpable, que sería lo normal. Decían que no querían envenenar el ambiente poniéndose a sospechar de nadie. Mejor para mí, desde luego. Yo estaba tan preocupada pensando que me iban a castigar por los sabotajes que no retenía nada. Más tarde, leyendo con calma el acta de esa asamblea, me enteré de un montón de cosas importantes sobre cómo se organizan.
En cuando al sabotaje, quedaron simplemente en que llevarían cuidado, y en que trabajaríamos en parejas hasta que se resolviera el misterio. Yo estoy con Ixchel, una compañera de aquí que lleva nombre de diosa maya. Vamos juntas porque somos las dos que nos presentamos voluntarias cuando pidieron quién quería hacer un estudio sobre los libros de la biblioteca del pueblo. Dentro de lo que hay, parece que me puedo entender con ella.
Y ayer por la mañana, cuando menos lo esperábamos, oímos las voces de alarma. Era Ivana, la emigrante noreuropea, que se acababa de encontrar a Salvador degollado sobre su cama. Nunca había visto algo así. El cuerpo estaba como intentando salir de la cama en dirección a la puerta, la cabeza y brazos colgaban fuera de la cama. Estaba todo empapado de sangre. Las sábanas y la camisa, fatal, pero los tablones de madera del suelo también.
Salvador era un señor mayor, de la edad de Manolo pero sin haber salido de su continente natal. Llegó aquí huido del fascismo del Gran Chile. Feminista, por lo que decían. Un poco pesado, no callaba, eso sí me dio tiempo a verlo en las pocas semanas que le conocí. Ahora sí calla. Toda la tráquea seccionada, y una mancha de sangre en el suelo que ya no se va a quedar limpio del todo nunca, me parece. Si tuvieran suelos de plástico…
El asesinato les obligó por fin a mencionar a una sospechosa: Fidelia, la chica que compartía turno de trabajo con Salvador y que es, hasta donde se sabe, la última que le vio con vida. La pusieron en búsqueda y captura, o lo que en un Estado normal sería en búsqueda y captura. Por lo que entendí, lo que harán ellos cuando la encuentren será exiliarla.
Aquí todo son lloros, pero tiran para adelante. Está claro que tenían ya estos protocolos de actuación escritos. A falta de policía, jueces o cárceles, supongo que les sirve. Yo temo que con esto tengo insomnio para todo el verano. No es igual saber que existen los asesinatos políticos que ver uno de cerca, y encima no hago más que acordarme de lo cerca que estuve yo de cometer uno. Insomne, nerviosa y autolesionándome, arañándome las pantorrillas hasta sangrar.
Asco de sangre y de barro, asco de terapia de escritura.
Para quien no leyese la mini-serie que inspiró esta, o no la recuerde bien, este capítulo 3 que tenemos aquí sucede al tiempo que el relato «Actas de asamblea: ¡tenemos un infiltrado!»:
https://www.lamarea.com/2018/06/24/actas-de-asamblea-tenemos-un-infiltrado-5/