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P.

Queralt Castillo Cerezuela recuerda el periodismo que practicaba Pablo L. Orosa (P): "lento, del que se queda fuera de las estridencias, por el que merece la pena dedicarse a esto tan precarizado, intrusivo e insultante".

Jaffna, Sri Lanka. Foto: Pablo L. Orosa

– Ay, ¿por qué no vivimos los tres juntos?- les pregunto yo

– Porque vivimos a miles de kilómetros y ninguno va a ceder, imagino- dice M

– ¿Hacemos un Skype?

– Yo ando enfermo, no es el mejor momento para mí.

– ¿Qué te pasa?

– Ando con mucho catarro

– El catarro es un coñazo

El martes, M insistía con el Skype: teníamos ganas de hablarnos los tres, como hacíamos siempre. Teníamos que contarnos Mozambique, Macedonia (donde está M afincado) y México.

– P, ¿cuándo hacemos el Skype?

– Cuando esté mejor, hoy no que ya tengo fiebre.

– Ay, pobre. Cuídate, Pabli (así o P es como le solía llamar). Caldos y reposo

– ¡Gracias!

Luego M soltó una burrada y P otra, y nos reímos los tres. Y esa fue mi última conversación con P. El miércoles 13 de noviembre.

Esto ocurría en el grupo “La Empresita”, en el que hablábamos casi cada día, nos contábamos desde asuntos personales y escribíamos grandes soliloquios acerca de la deriva del periodismo. Nos quejábamos de las tarifas, de los periodistas estrella, de los enfoques de los temas. P nos enviaba fotos de su perrito Sozinho, al que M insistía en llamar Pancho, o algún vídeo de su abuelo, por el que sentía una devoción que no se puede explicar con palabras. También nos pasábamos textos, contactos y nos enseñábamos las fotos que tenemos colgadas en Tinder. Quita esa, P, estás fatal ahí. Pon la de la contraportada del libro, que sales súper guapo- le dije hace poco.

La Empresita es el nombre provisional que le dimos a un proyecto al que empezamos a dar forma hace un año y medio y que ya nunca verá la luz, porque sin P, no hay Empresita. Éramos tres, P, M y yo, Q. Y así era como nos llamábamos, por las iniciales. ¿Qué queríamos? Hacer buen periodismo. Habíamos pensado en montar una pequeña productora de contenidos internacionales y teníamos un plan piloto preparado para documentar la despoblación en el valle de Gistaín, en Aragón. Venga, veníos, que yo tengo casa cerca de ahí. Convencemos a algún fotero y nos hacemos unos reportajes a tres manos. ¡Esto les interesa a los ayuntamientos y a las diputaciones! -les había dicho yo en mil ocasiones a M y a P.

– Yo salgo para Kosovo en dos semanas – Este era M, que desde que Erdogan lo echó de Turquía, ronda explicándonos los Balcanes.

– Yo salgo para Suráfrica en un mes- decía P.

– ¡Mamones los dos! ¡Yo también quiero irme!

– Tú quédate en Barcelona, haz contactos y busca financiación -, decía P, el más pragmático de los tres (y el que tenía la cabeza más amueblada, con diferencia).

Así eran nuestras conversaciones. ¿Habéis leído el reportaje de…? ¿Sabéis que hay un medio en Hong Kong que…? Se han equivocado publicando esto. La Empresita pronto se convirtió para mí en un masterclass en la que aprendía cada día. Porque no había día en que no se comentasen cosas. Y si, en estas sigo, empeñándome en juntar letras, es en parte gracias a estos dos macacos, P y M, que tanto saben de periodismo. Periodismo del bueno, del lento, del que se queda fuera de las estridencias, por el que merece la pena dedicarse a esto tan precarizado, intrusivo e insultante. Había mencionado, en múltiples ocasiones, nuestro querido P de dejar el periodismo: quiero vivir tranquilo. De hecho, tenía pensado reconvertirse en profesor. ¡Y qué gran profesor hubieras sido, compañero! Él no romantizaba la profesión, sabía lo duro que es la vida del freelance y la decadencia de las tarifas. ¿De veras nos vale la pena, compañeros?

Hermano, mentor, profesor y compañero

P era uno de los mejores periodistas del momento, pero ante todo era un hermano, un mentor, profesor y compañero inigualable. No le gustaban los percebes, ni otras cosas ricas que se comen en Galicia. La tortilla de Betanzos, sin cebolla (mantuvimos varias discusiones acaloradas sobre este tema e incluso un día se cabreó con Nacho Carretero por colgar una foto de una tortilla de Betanzos con cebolla). Era implacable. ¿Cómo podía Nacho Carretero, con todos los seguidores que tiene, hacer apología de la tortilla de Betanzos con cebolla? Lo denominamos El Asunto Carretero.

Q, este reportaje que has escrito es una mierda. Q, no pongas ese tuit, que te expones demasiado. Q, eres la diosa del drama, cállate y deja de explotarte. Q, no puedes ser que vayas como pollo sin cabeza cada dos por tres, céntrate. Quieres vivir en Birmania, vete¸ quieres vivir en Marruecos, vete. Pero por Dios, deja de quejarte. Y así siempre. Se convirtió en mi mano derecha cuando fui editora de internacional de Jornada. Tengo que confesar que muchos textos de mis colaboradores pasaron por sus manos; él mismo fue el principal colaborador del periódico y nos envió textos desde Uganda, Kenia y Suráfrica. Textos hermosos, llenos de historias de vida, de esperanza. Me manda esto Albert Naya de Estambul, ¿me echas un cable? ¡Que dice que le han dado permiso para empotrarse con el ejército turco en Afrín, ¿qué hago, se lo publico? Le he pedido a Bárbara Bécares que me envíe unos textos desde el campo de refugiados de Velika Kladusa, ¿cómo lo ves? Oye, ¿tenemos a alguien en Filipinas? Joder, P, tengo un marrón: en Guatemala tenemos a Asier Vera, Pradilla y Carolina Gamazo. ¡Y me gustan los tres! Y él, con esa paciencia infinita, con ese talante y ese buen criterio que lo caracterizaba, lo resolvía todo. Siempre ahí, siempre presente, siempre dispuesto. P era diplomacia, saber estar y savoir-faire. Menos un día que perdió los papeles por las redes porque Endesa no le quiso atender en gallego. Su tuit se volvió viral y salió en algunos periódicos. Joder, un tuit sobre Endesa me hace más conocido que mis reportajes desde Uganda, se quejaría.

La acústica de la casa de sus abuelos, vivía de manera intermitente pero sosegada (cuidaba de ellos cuando no estaba de viaje), era excepcional. Mandaba unos audios que parecía que hubiesen estado grabados en un estudio. A veces, me los mandaba en gallego. Y me encantaba. La cobertura, sin embargo, llegaba a medias. Estoy en la aldea, no podemos hacer Skype, decía. Y M y yo le esperábamos. Estoy viendo el tour, no me hables ahora. Y le esperaba. El puto tour, le solía decir. Porque si algo le gustaba a P, eso era el tour. Y Guardiola y el Depor. Ahora no, Q, que estoy en Riazor. Con M tenía interminables discusiones de fútbol y ciclismo en las que yo quedaba fuera.

Se cabreaba P y se mofaba, cuando yo usaba anglicismos. Mándales un pitch, a ver qué te dicen, decía yo, y él contestaba con un: no me seas cosmopaleta, Q. Y nos reíamos, porque tenía razón. Barcelona te sienta fatal, eres mucho más simpática cuando estás en el extranjero. Y volvía a tenerla. Era, P, un tipo que sabía leer a las personas, y por eso eran tan buen periodista. Sus reportajes desde Asia, CentroAmérica o África enamoraban a cualquier editor, y no era para menos. Dice Lola Hierro, editora en Planeta Futuro, que cuando llegaba un Orosa se lo rifaban, porque apenas había que editarlo. Y toda la razón tiene.

Andaba ahora en lo de intentar hacer mejores fotos, pero P, no se puede ser perfecto. Amante de la Galicia profunda, la de las aldeas y las meigas, le gustaba salir a correr. El mamón de M puede comer todo lo que quiera y no engorda, pero yo me tengo que cuidar. Recuerdo el día que me dieron una entrevista con Mia Couto, escritor que él me había descubierto. Cabrona, llevo yo detrás de él hace siglos y ahora vas tú y lo entrevistas antes que yo. No sé si lo entrevisté yo antes que él, pero P lo hizo en su casa de Maputo, y su entrevista en Luzes, medio por el que sentía auténtica devoción, quedó cien veces mejor que la mía. Porque lo que hacía P, solía quedar mejor siempre.

No quiero acabar sin mencionar a sus abuelos, uno de los motivos por los que P no residía fuera. Recuerdo cuando publicó Falame do Silencio (Xerais, 2018) y me mandó una foto de su avo con el libro, o un reciente vídeo con un cachorro que habían adoptado. Ahora no, Q, estoy preparando churros con chocolate para mi abuelo. ¿Cómo preparas churros en casa? – le contesté yo. Pero P era magia, y si a su abuelo le apetecían churros, él los conseguía. No puedo dejar de pensar en ellos y en esa familia que queda huérfana de manera irreparable. A sus padres, el abrazo más cálido.

Mandaba fotos todo el tiempo, P. De su aldea, del huerto, de las playas de Mozambique que visitaba cuando se tomaba algún día libre estando de viaje, de los manjares de los países que visitaba. Cuando volvía de los viajes, solía parecer un náufrago. Por Dios, P, pasa por el barbero. Y a veces se presentaba a las llamadas de Skype en pijama. Por Dios, P. ¡adecéntate!

Podría escribir mil líneas más, hablar de P hasta el infinito. Porque esto es lo que era él: un ser infinito con un corazón inmenso. Tan inmenso como este vacío que se abre ante todos los que le conocíamos. No miento si digo que nunca en la vida he sentido una devastación tan profunda, una pena tan desgarradora. ¿Qué vamos a hacer, M, sin él? Esto se me queda grande. Hermano, te quiero. Sigue escribiéndonos allí donde estés, porque nunca tus palabras fueron tan necesarias.

«Comencé a viajar por el mundo en busca de gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas. Gente que puede cambiar el mundo. O quizás oscurecerlo aún más. Porque el periodismo encuentra en la escala de grises el espacio para ser lo que soñó ser: una ventana desde la que mirar y entender”.

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Comentarios
  1. Lo siento mucho Queralt. Una pérdida por lo que voy leyendo de él no sólo para su familia y amigxs, para todxs.
    ¿De veras nos vale la pena, compañeros?
    Sí Pablo, aunque mucha gente no lo sepa, necesitamos más que nunca el buen periodismo. A toda persona que está haciendo un buen trabajo por un mundo más justo le hace la vida difícil este injusto sistema en el que nos ha tocado vivir.
    Espero que desde tu nuevo destino sigas haciendo periodismo e inspirando a tus colegas a quienes tu partida ha dejado desconsolados.

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