Internacional | Otros
Los manifestantes árabes que asustan a Teherán
"Iraq vive una revolución social fuera de los focos de unos medios (y de una audiencia) agotados de sangre mesopotámica", reflexiona la periodista.
Las manifestaciones y la represión policial en Chile, Ecuador, Bolivia, Barcelona, Hong Kong y el Líbano ensombrecen las protestas cívicas más ensangrentadas de la actualidad. Iraq, víctima de dos décadas de invasión, guerra, terrorismo, injerencias internacionales y desgobierno, vive una revolución social fuera de los focos de unos medios (y de una audiencia) agotados de sangre mesopotámica. Eso, pese al número de muertos víctimas de la brutal represión policial –250 hasta el momento– y el relativo éxito de las protestas, ahora que el primer ministro Adel Abdul Mahdi se ve abocado a adelantar elecciones tras la retirada del apoyo de sus dos principales aliados en el gobierno, el clérigo chií Muqtada al Sadr –líder del principal grupo parlamentario– y Hadi al Amiri, responsable de la alianza parlamentaria de grupos chiíes arropados por Irán y la segunda fuerza más votada del país.
Abdul Mahdi pierde así el apoyo de las dos fuerzas que le auparon al poder hace apenas un año como hombre de consenso, ante la imposibilidad de ambas, por separado, para hacerse con el gobierno. En definitiva, pierde el respaldo de Irán, la potencia regional que maneja Bagdad desde la invasión. Pero eso no implica que Irán pierda un primer ministro: ganará otro. Por eso, el objetivo último de los manifestantes, deshacerse de un sistema político sectario en manos de religiosos impuesto por los ocupantes norteamericanos, aún está lejos de cumplirse. Teherán ha optado por deshacerse de Abdul Mahdi como concesión a unos manifestantes que arremeten, entre otras cosas, contra las interferencias iraníes en su país.
“Queremos un país”. “No tenemos patria”, gritan en las calles envueltos en banderas nacionales. Precisamente por ello, este movimiento de protesta es sorprendente: porque tiene como escenario Bagdad y las principales ciudades chiíes y porque esta comunidad mayoritaria denuncia en sus calles a su propia clase política, que llegó al poder tras el derrocamiento del suní Sadam Husein. Irán fue la gran ganadora de aquella invasión. La teocracia chií formó y armó a los líderes religiosos chiíes sobre quienes recayó un gobierno que tutela desde entonces. Aquella ocupación militar reforzó a los ayatolás regalándoles una nueva zona de influencia que venía a sumarse a la que ya tenía en el Líbano –donde Hizbulá, socio preferente de Teherán, forma parte del Ejecutivo– y a la que con el tiempo se sumarían Siria, a donde Irán envió a su Guardia Republicana para ayudar al dictador chií alauí a reprimir las protestas pacíficas, y partes de Yemen.
El Gobierno de Teherán se acomodó a una nueva realidad donde las sanciones y amenazas occidentales son contrarrestadas por su poder real e incontestable de la región, que solo se mide con Arabia Saudí y con Israel. Un control de facto solo amenazado por una fuerza que suele ser ninguneada por los regímenes autoritarios: el pueblo. Hartos de desempleo, de corrupción y de sufrir servicios públicos extraordinariamente deficientes pese a ser el segundo productor de petróleo, los iraquíes han incluido su repudio a Irán en sus consignas. Ven cómo los iraníes se hacen con imperios financieros, controlan la actividad económica y reciben contratos de proyectos de reconstrucción en Iraq mientras ellos siguen sin empleo, sin luz ni agua corriente. Por eso queman banderas iraníes y gritan “Irán, fuera” a las puertas del Consulado iraní en Kerbala, ciudad sagrada para el Islam chií. Y eso es una línea que Irán no está dispuesta a cruzar. Si los votantes chiíes dan la espalda a los políticos respaldados por Teherán, en Iraq o en Líbano, la teocracia podría ver en riesgo ese arco chií que con tanto trabajo ha logrado construir en Oriente Próximo.
Un día después de que el descontento derivado de la corrupción institucional y de las dificultades económicas llevaran a miles a protestar en las calles, el responsable iraní de las Fuerzas Al Quds –cuerpo de élite de la Guardia Revolucionaria iraní, especializada en la guerra no convencional– general Qassim Soleimani, arquitecto del aparato de seguridad regional iraní, aterrizó en Bagdad para entrevistarse con Abdul Mahdi. “En Irán sabemos bien qué hacer con los manifestantes”, le dijo Soleimani, según contaron dos responsables iraquíes citados por la agencia AP. Al día siguiente, la respuesta a las protestas cambió. Francotiradores anónimos dispararon a cabeza y pecho de los manifestantes y la cifra de víctimas se disparó: 150 muertos en una sola semana.
Desde entonces, hombres encapuchados y a menudo armados se encaran con los protestantes, sin que las fuerzas de Seguridad iraquíes intervengan. Curiosamente ocurre algo similar en el Líbano, donde el movimiento ciudadano que repudia el sistema sectario y exige una democracia real, sin cuotas de poder para cada comunidad, está comenzando a verse confrontado con partidarios de Amal y Hizbulá, ambas facciones chiíes armadas e impunes. También en el Líbano el primer ministro suní, que dirigía un gobierno de coalición con Hizbulá, ha dimitido, sometiéndose a los deseos de los manifestantes. “Las protestas demuestran el fracaso del modelo de poder de Irán, dado que puede expandir su influencia pero sus aliados no pueden gobernar con eficacia», explica Ayham Kamel, experto en Oriente Próximo del Grupo Eurasia.
Iraq está envenenada, por los años de violencia sectaria, por los agravios hacia el exterior, y por el secuestro permanente de su política a manos de intereses ajenos. Exactamente lo mismo se podría decir del Líbano. Lo interesante es que tras años de venda sectaria, los pueblos han perdido el miedo a quienes manejan sus hilos y por fin comprenden que la continuidad del sistema sectario les condena: solo una generación de tecnócratas podría sacarles del impass y del saqueo económico a cargo de sus dirigentes. Eso es algo que no puede permitir Teherán, tras dos décadas maniobrando para garantizarse un papel esencial en los países con presencia chií, incluso en los democráticos. El régimen de los ayatolás no va a dejar que nadie le arrebate la esfera de poder que le convierte en un agente imprescindible de la región, porque sin ese papel, está a merced de sus enemigos.
Por el momento, el ayatolá Ali Khamenei se ha pronunciado este miércoles por primera vez para acusar a Estados Unidos y sus aliados de “provocar el caos”, al tiempo que instaba a Iraq y Líbano priorizar la seguridad nacional y calificaba de “correctas” las demandas de los manifestantes. Porque cambie lo que cambie como resultado de las protestas, lo que no puede cambiar es el hecho de que Irán maneje hilos en Oriente Próximo.
Parece que te olvidas Mónica G. Prieto de pirómanos y sembradores de caos como ISRAEL y USA, y sus ocultos y ambiciosos planes sobre Oriente Medio.
De paso, dile a Argentina y Uruguay: No hay nada «amistoso» sobre el Apartheid Israelí.
“no permitir que el juego más bonito del mundo sea utilizado para encubrir violaciones a los derechos humanos”.
Israel usa a las prestigiosas selecciones de futbol como Argentina y Uruguay y a sus jugadores de fama internacional como Lionel Messi y Luis Suárez para lavar su sangriento régimen de opresión, apartheid y ocupación.
El club de futbol Khadamat Rafah superó los enormes obstáculos causados por el brutal asedio de 12 años de Israel y las reiteradas agresiones militares para ganar el campeonato de la Liga de Gaza 2019. Sin embargo, las severas restricciones de Israel, que vergonzosamente niegan a los palestinos su derecho a la libertad de movimiento, impidieron que el equipo jugara en la Copa Palestina. Esto es crueldad diseñada.
https://bdsmovement.net/es/argentina-uruguay
Totalmente de acuerdo con Pedro Tostado.
Creo que la autora comete un error cuando habla de manifestantes pacíficos en Siria cuando ha habido una guerra de 3 años provocada por las injerencias de EE.UU. y la Unión Europea con el objetivo de controlar un pais estratégico por su situación geográfica y al que enviaron milicias armadas y financiadas de integristas mulsumanes con el fin de acabar con el único pais interconfesional (y el Líbano) de Oriente Medio y controlar sus reservas minerales y de petroleo.