Análisis

El origen de las protestas en Chile: la hoguera de las desigualdades

Ya son quince las personas fallecidas en las protestas de Chile, que vive su primer toque de queda en décadas a raíz de unas protestas que tienen múltiples causas. El politólogo Juan Pablo Luna opina que pueden influir en las reformas políticas anunciadas por el gobierno de Santiago Piñera.

Protestas en Santiago de Chile 18O (Migrar Photo)

Las autoridades chilenas insisten que el 18/O, como se han conocido las protestas surgidas en Santiago de Chile a raíz de la subida del precio del viaje en metro, es el resultado de la delincuencia. Pero detrás hay un inflamable conflicto dominado por la desigualdad económica y política.

La gota

El precio del boleto de metro en Santiago de Chile disparó la indignación, pero su reducción no puede, por sí sola, apaciguar la rabia (es lo que técnicamente se llama una causa asimétrica). Hoy el conflicto es otro y es uno de muy difícil solución. Una prueba tangible de ello lo es la difusión de la protesta fuera de Santiago, ya muy lejos del alcance de la línea de metro. También los cacerolazos en el barrio alto.

Migrar Photo

La acción de protesta que llevaron a cabo numerosas personas que entraron en el metro sin pagar pasó a ser comparada con la elusión tributaria, de la que tanto se ha documentado en estos años en páginas de CIPER. Cuando la primera ilegalidad pasó a ser “reprimida con todo el peso de la ley”, el contraste entre uno y otro tipo de falta y sus consecuencias legales para los infractores (aplicación de la Ley de Seguridad del Estado para los primeros, ‘un castigo’ en forma clases de ética en la universidad para otros), se catalizó la indignación de los movilizados. Y a eso siguió la retahíla de salidas en falso de los portavoces del gobierno, una imprudente escapada del presidente Piñera a la pizzería con su familia, y la criminalización del movimiento como único atisbo de reacción.

La militarización y las medidas de fuerza para restablecer el orden terminaron catalizando la protesta y generando aún más desorientación en el oficialismo y más caos en las calles. Mientras tanto, la oposición quedó atónita, entrampada entre la empatía de algunos, la mano dura de otros y las ambiciones cortoplacistas de casi todos.

Esto no implica justificar el vandalismo y los múltiples y lamentables desmanes que dejó atrás. Tampoco la brutal represión que sobrevino por parte de las fuerzas de orden, que ya se ha cobrado al menos la vida de 15 personas, ni lo que nos deparen los días que nos resta vivir hasta recuperar alguna “normalidad”. Se trata, más bien, de intentar analizar el vaso y su contenido, más allá de la gota que lo derramó.

El líquido

Parafraseando el tango, en Chile, la desigualdad es “cruel y es mucha”. Y mucho se ha escrito ya sobre la profundidad y ambigüedad de sus posibles efectos políticos y sociales, como se analizan en las columnas Por qué la elite política no puede entender lo que quiere la sociedad y Por qué usted puede estar ayudando a la crisis de nuestra democracia. Una clave ineludible del análisis la constituye, en mi opinión, la conceptualización de “anomia” propuesta por Robert K. Merton[1]. Pero me interesa aquí avanzar tres argumentos complementarios sobre la contingencia chilena actual.

Primero, la desigualdad que parece estar impugnada no es solo ni principalmente la socioeconómica. Es también la desigualdad ante la ley y la percepción, recurrente, de injusticia y abuso entre quienes viven muy cerca en términos físicos, pero a décadas de distancia en términos de las garantías que poseen respecto a sus derechos básicos de ciudadanía civil y social.

Segundo, más allá del conflicto por el precio del pasaje, la altísima valoración social del Metro de Santiago hace difícil entender su rol como objetivo principal del vandalismo del 18 de Octubre. Su continua expansión hacia la periferia urbana le ha otorgado progresivamente una función social irremplazable e incuestionable. No obstante, la expansión del Metro también se asocia a dos fenómenos vinculados al trasfondo del descontento y la indignación. Descarto que dichos fenómenos hayan explícitamente puesto al Metro como objetivo de la acción vandálica, pero me parece interesante problematizarlos aquí.

Por un lado, el Metro ha acortado las distancias físicas y temporales entre los desiguales. Y aún en un contexto en que la desigualdad objetiva se ha reducido según las mediciones tradicionales, el Metro posiblemente ha contribuido a politizar (volviéndolas más visibles en términos sociales) las enormes desigualdades que hoy siguen marcando la vida de quienes residen en una u otra zona de la ciudad. Por otro lado, más allá de sus múltiples efectos positivos, la expansión de la red de Metro también ha jugado un rol visible en la expansión de la especulación e inversión inmobiliaria, otra de las claves fundamentales para la reproducción de la desigualdad y segregación urbana en Santiago.

Tercero, el líquido que se ha acumulado es, en realidad una emulsión inestable. No hay una indignación, hay muchas. Si bien existen procesos en que la indignación se consolida y genera acción social como el de la noche del 18/10, los componentes, como el agua y el aceite, inevitablemente terminan separándose.

Tampoco son todos descontentos derivados de la situación económica objetiva o de trayectorias de movilidad social específicas, hay de todo. Algunos nos parecen muy relevantes o cercanos, otros no tanto.

Desde el descontento de sectores de clase media endeudada por el consumo de bienes “aspiracionales”, al de quienes pusieron todos sus ahorros para comprar la casa propia en lo que luego se descubrió era una zona de alta contaminación ambiental. Desde quien después de años de trabajo se desayunó con la drástica reducción de sus pensiones, a quienes protestan contra la dominación patriarcal y siglos de abuso de poder. Desde quienes en una población deben salir a las cuatro de la mañana a ver si consiguen número en el consultorio de su barrio y deben pagarle un peaje a los patos malos de su pasaje, a aquellos que descubren en el narco nuevos canales de contestación y movilidad social.

Están, los que creen que aún después de Catrillanca se necesita más Comando Jungla y quienes creen que el Plan Araucanía se queda muy corto. También quienes votan con furia y aquellos que en cambio deciden irse a la playa el feriado de la elección, porque igual el lunes siguiente “hay que ir a trabajar igual”. Mientras tanto, otros reaccionan a la “ideología de género” y se refugian en referentes religiosos que prometen la salvación ante tanto relajo. Y otros tantos, piensan que los inmigrantes son quienes tienen la culpa de la falta de trabajo. También están los taxistas que ven tambalear su empleo porque el estado no ha podido regular a Uber, plataforma ilegal que da trabajo a desempleados y a inmigrantes por igual. Otros, decidieron salirse de la atasco del automóvil y se volvieron fundamentalistas de la bicicleta. Pero todavía hay quienes deben combinar dos micros y un metro para llegar a trabajar como “asesora del hogar” a la casa de  jóvenes que se pasan yendo a marchas para protestar contra el lucro y el abuso.

Por supuesto también están los ambientalistas, enfrentando los proyectos de empresarios que mientras tanto se quejan de que con tanto descontento y protesta, ya no hay seguridad jurídica ni condiciones de inversión. La lista de descontentos con algo es infinita, amorfa, y crecientemente irreductible a las claves de la política institucional. Pero están ahí, y conviven, en tensión, con la complacencia (y ahora con la incredulidad y desconcierto) de aquellos que apuestan a “las instituciones”[2].

Hoy más que nunca, imputar las preferencias de quienes participan de la acción de protesta a la racionalidad del movimiento es riesgoso. Como argumenta Mark Granovetter en un clásico análisis de instancias de acción colectiva similares a la que estamos viviendo en Chile, es riesgoso proyectar en la acción colectiva las preferencias individuales de quienes se hacen parte de ella[3]. Mediante distintos mecanismos de agregación es posible que preferencias individuales inconsistentes entre sí terminen generando una acción colectiva a la que los analistas le asignamos una única o principal motivación. Y el problema es que traspasados ciertos umbrales, se producen cascadas de acción colectiva (y reacciones y contrarreacciones) que terminan con la paradoja de movimientos colectivos articulados en base a preferencias individuales inconsistentes o muy poco cristalizadas.

En otras palabras, la explicación de por qué esto sucede ahora y no antes, y por qué el movimiento cristaliza en torno al pasaje del Metro y no en torno a otros temas, responde más a lógicas de agregación de la acción colectiva que a las preferencias individuales específicas de quienes hoy están indignados. Lo que importa es que las indignaciones individuales, mediante mecanismos incluso paradójicos, están generando acción colectiva.

El vaso

El vaso se desbordó pero también está roto. La noche del 18/O circularon dos teorías conspirativas (y oportunistas) sobre quién estaba orquestando el caos. Algunos señalaron a la “extrema izquierda” y otros al gobierno (en este caso, por haber liberado zonas, con el propósito de justificar ulteriormente el Estado de Emergencia y la militarización).

No obstante, y con la información con que contamos hasta el momento, la hipótesis más plausible parece ser la de un espasmo incubado por quienes llamaron a la protesta inicial, que luego se expandió de modo inorgánico mucho más allá de su foco original.

En esto, el carácter descentralizado de la protesta también incidió. A diferencia de una marcha en un lugar puntual, la protesta avanzó y creció a partir de múltiples focos descentrados y de la difusión y emulación rápida de repertorios de acción de protesta. Luego llegaron la impericia de la reacción oficialista (primero subestimando el tenor del descontento y luego criminalizando y reprimiendo todo lo que se moviera). El oportunismo descoordinado de la oposición también se sumo al entrevero.

Este patrón de difusión es el mismo que se ha registrado en instancias recientes y similares alrededor del mundo (por ej., las movilizaciones registradas en Brasil en los últimos años o la movilización de los chalecos amarillos en Francia durante 2019). Usualmente se lo asocia al potencial movilizador y de alcance de las redes sociales[4]. El problema es que la movilización que ambientan las redes sociales no sustituye a la organización y usualmente desborda los ámbitos en que la acción de protesta se origina inicialmente.

Tradicionalmente los movimientos de protesta contaban con portavoces. Y los portavoces, con cierta orgánica que les permitía representar al movimiento en la negociación de un acuerdo finalmente legítimo. El movimiento del 18/O no tiene, al menos por el momento, ni portavoces ni una organización que lo estructure. Por eso lo más probable es que se vaya desgastando progresivamente, tanto por sus tensiones internas como por la ya brutal acción represiva del estado. Al mismo tiempo, el impacto del 18/O en la agenda de políticas públicas del gobierno puede llegar a ser muy significativo. Más allá del precio del metro, ¿qué pasará ahora con las reformas pendientes (tributaria, pensiones, salud) y con proyectos resistidos por el oficialismo como el de las 40 horas semanales?

Mientras eso sucede, escucharemos múltiples vocerías oficialistas y opositoras dando palos de ciego. En el caso del oficialismo, porque no tienen con quién negociar y el tiempo para lograr controlar la situación se les escurre como agua entre las manos. Seguramente invocarán la esencia de lo nacional y la grandeza y excepcionalidad de Chile, intentando persuadir a los indignados de deponer la protesta, porque estas cosas, aquí, no pueden pasar. Menos aún en vísperas de las cumbres del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) y la COP25 (esperar que esa invocación surta el efecto esperado refleja con agudeza el tenor del desconcierto). En el caso de las fuerzas opositoras porque tampoco parecen contar con la capacidad de representar el descontento de forma legítima y propositiva. En este contexto, es probable que ambos campos sigan atizando el fuego, echándose culpas unos a otros y dando cátedra de falta de empatía con los que viven por donde el Metro llegó hace poco. Por supuesto, todo esto puede empeorar. Solo hace falta que se escape una bala.

Este análisis fue publicado originalmente en CIPER (Centro de Investigaciones Periodísticas) Chile

[1] Según Merton, el desajuste entre los objetivos que priman en una sociedad (fines) y los medios legítimos para alcanzarlos genera anomia (en oposición a la conformidad), dando lugar a distintos tipos de adaptación según se acepten solo los fines pero no los medios (innovación), los medios pero no los fines (ritualismo), o ninguno de ellos (rebelión). Por estos días veremos varias instancias de innovación, ritualismo, y rebelión.

[2]Parte de este pasaje fue publicado previamente en un comentario a un texto de Carlos Peña en el sitio intersecciones.org

[3] Mark Granovetter 1978. “Threshold Models of Collective Behavior”, American Journal of Sociology. Vol. 83-6, 1420-1443.

[4]Es también ese potencial el que ha posibilitado, en las últimas horas, la proliferación de acciones solidarias para la limpieza del metro o para el transporte en autos privados de quienes quedaron varados y sin transporte público.

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Comentarios
  1. Malmö, Suecia, he estado en una manifestación de solidaridad con los chilenos que están siendo asesinados, torturados y encarcelados por la policía y militares chilenos, contra la guerra que ha declarado el indigno presidente Piñera. Eramos más de 600 personas, de los 315 mil habitantes de esta ciudad. Mucha gente joven, con las fotos de sus ancestros desaparecidos y asesinados por la dictadura de Pinochet, hoy tan vilmente vuelta a la realidad por un aprendiz de dictador. Recordamos al presidente Allende, asesinado por Kissinger y sus secuaces chilenos. Que no se apague este despertar del pueblo chileno.

  2. Para la Falsimedia nacional Chile no es Venezuela y Piñera es de los nuestros.
    El escritor reaccionario Vargas Llosa fue entrevistado por el diario-apoyo de Pinochet, El Mercurio, y se mostraba desolado, aturdido y sorprendido porque no esperaba este levantamiento popular, ya que Chile, «es un ejemplo en América latina» (no conocía las consecuencias de las privatizaciones salvajes de sus amigos o se hacía el distraído).
    Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, que recoge TeleSur, el 10% de la población más rica gana 27 veces el sueldo de la población de menores ingresos.
    Chile es un país con uno de los sistemas educativos más caros del mundo; donde el servicio de agua y el sistema de pensiones son privados; y las dificultades en el acceso a viviendas son enormes para la gran mayoría de la población.
    Bachelet también aplicó políticas neoliberales por lo que ahora guarda silencio ante la violencia gubernamental.

    11/9/2019: CHILE. 11 de septiembre, Allende, la Unidad Popular, la memoria como arma revolucionaria
    Desde el mismo momento en que el fascismo dio el golpe de Estado en Chile el 11 de septiembre de 1973, un coro reformista alertó al mundo que eso pasaba por querer hacer políticas de izquierdas «radicales», que la extrema derecha y sus poderes cívico-militares se alteran y reaccionan como saben, que hay que ser moderados. Una advertencia que transmite el miedo y la derrota con la que conviven los disfrazados de progresismo.
    Sin embargo, lo ocurrido en Chile dejó otras muchas lecturas en el seno de la izquierda. La memoria del asesinato de Allende y la represión con detenciones, torturas, asesinatos, desapariciones y exilio que provocó la dictadura de Pinochet, se convierte en un arma imprescindible para próximas batallas.
    https://insurgente.org/chile-11-de-septiembre-allende-la-unidad-popular-la-memoria-como-arma-revolucionaria/

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