Pasar de sentir ira a patear a una persona indefensa, pasar de ser individuo a ser parte de la turba enardecida, es el tránsito de estar entre los seres civilizados a ser un agresor, un potencial asesino, un peligro público. Un recorrido psicológico de tamaña trascendencia debería tomar días, meses, años de reflexión, de putrefacción interna del odio hasta nublar los sentidos, de pérdida del pudor ante la consideración pública que acarrea; tiempo, mucho tiempo, para asumir sus consecuencias sociales, vitales y penales. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones es resultado de una relámpago que incendia la espina dorsal, carboniza el raciocinio y devasta la razón en segundos.
Pero, ¿qué malestar, qué ira, qué clase de odio pueden llevar años macerando unas personas que ante el intento de unos activistas de paralizar el tráfico ferroviario en una estación de Londres se lanzan a su caza, lo arrastran por las piernas, lo patean cuando lo tienen acorralado en el suelo? ¿Qué puede llevar a hombres y mujeres, que en su mayoría van a trabajar, a aplaudir esa agresión contra dos hombres que buscan llamar la atención ante la emergencia climática? ¿Qué proceso de deshumanización, de aniquilamiento de unos estándares morales compartidos, de vaciamiento ético y filosófico han vivido para comportarse así? ¿Qué clases de vidas frustradas, qué clase de trabajos desempeñan, qué relaciones humanas mantienen para que en unos instantes decidan mostrarse tan viles, tan despiadados? ¿Qué tanto tenían que perder para que no dudasen en lanzarse contra el obstáculo que se interponía en llegar a tiempo a su destino? ¿Temían perder sus empleos por el retraso o ser penalizados económicamente?
Canning Town es uno de los barrios más empobrecidos de Londres y los viajeros soliviantados se disponían a viajar en tren eléctrico, el medio de transporte más limpio de la ciudad. Por todo ello, los líderes de Extinction Rebellion reconocieron ayer el error que supuso esta acción. Pero, aún así, ¿qué hace que unas personas, en cuestión de segundos, pasen a comportarse de manera tan abyecta?
Estas imágenes son el fiel retrato de lo que ha hecho el neoliberalismo con nuestras sociedades: “arrebatarnos un horizonte moral compartido, una causa y fin a nuestras vidas, vaciar a las democracias representativas de justicia social y dejarlas en una mera sucesión de ceremonias institucionales”, como explica en una entrevista del próximo número en papel de La Marea la periodista turca Ece Temelkuran. “El vacío de causa del neoliberalismo ha sido el que han llenado los populismos de extrema derecha y el neofascismo”, sentencia.
El neoliberalismo ha convertido a masas despojadas de expectativas de mejora de vida y de una ética compartida en hordas de paramilitares del sistema. Ya no hace falta que Boris Johnson mande a la Policía a detener a los activistas de Extinction Rebellion, que consiguieron tras dos semanas de protestas que el gobierno británico declarase en mayo de este año la crisis climática. Johnson y los populistas de extrema derecha han conseguido que el pueblo se sienta legitimado y llamado a tomarse la justicia por su mano y reprima al pueblo. La caza popular del disidente está servida.