Análisis

Otro entre dos: equidistancia e indiferencia

"El centro como lugar de encuentro y diálogo. No es tibieza ni debilidad. Y eso es un compromiso no con una 'verdad' o 'extremo', sino con la búsqueda de otro camino", escribe la autora.

Ilustración: XAVI ISERN
Ilustración: XAVI ISERN

Este artículo fue publicado en el Especial sobre Catalunya de #LaMarea72: (septiembre-octubre de 2019). A la venta aquí

ANA CARRASCO-CONDE // Quien dista de algo pone tierra –y alguna diferencia– de por medio. Y así, en esta distancia, se genera un espacio que, por muy enrevesado que sea, genera un segmento o línea recta. De A a B. Ambos puntos conforman de este modo los extremos de una recta cuya distancia, de ampliarse, aumentará también la diferencia. Quien dista diferencia y, por tanto, ni es igual ni coincide con el punto del que se aleja. A es lo otro (lat. alter) de B y B lo otro de A, dos posiciones o extremos de una misma línea. En cierta medida son equidistantes porque la misma distancia hay de A a B que de B a A y sin embargo no los calificamos como tal porque lo que hace de algo equidistante es, en realidad, su posición con respecto a dos posiciones al menos previamente dadas.

La condición de posibilidad de la equidistancia es por ello la previa existencia de A y B a partir de los cuales se definen las posiciones. Así lo sostiene Euclides. Lo equidistante no sería un alter (o A o B) sino, por acudir a una antigua distinción del latín, un alius: otro entre dos -pero “otro” al fin y al cabo- que, como sucede con A y B, constituye una tercera posición. Si volvemos a Euclides y al concepto geométrico apreciamos que la equidistancia, como toda posición, está compuesta de líneas de fuerza y tensiones y, por tanto, es una relación intensiva y no un mero punto que, pasivo y extenso, señala un lugar vago e impreciso. Más bien es al revés: allí donde hay una posición se genera un lugar bien concreto. La equidistancia para ser tal es precisa y delimitada, tanto que en arquitectura, en este punto de confluencia se equilibran y distribuyen las fuerzas para evitar el peligro de derrumbamiento. Por todo ello, en realidad el “equidistante” no estaría separado de los extremos y pondría tierra de por medio, como si tanto un extremo como el otro le dieran igual, sino que guarda distancia y respeta equilibradamente tanto un polo como otro. Y respetar, no se olvide, procede de respectare, es decir, observar (spectare) reiteradamente (re-) y tomar en consideración. Nada de mirar hacia otro lado o caer en la falta de pronunciamiento.

Cuando “equidistante” se aplica en el ámbito de la política o la moral, este “entre” hace del equidistante aquel que  “ni” opta por una cosa (A) “ni” otra (B) al exigirle tomar partido. De este modo como concepto político tiene como condición de posibilidad no la existencia de posiciones previas, como en la geometría, sino de posicionamientos enfrentados y excluyentes (alter) entre los que parece no hacer líneas rectas, es decir, requiere de una bipolaridad política o social que la sustente y que estigmatiza posiciones “otras” (alius), las cuales caerían en la nada precisamente porque no se contemplan: amigo o enemigo, independentista o traidor. No hay centro. Parece por todo lo dicho que la equidistancia se sitúa no entre dos polos, sino entre dos modos de entender la polis o, si se quiere, la forma de construir (gr. polizo) comunidad, pero de un modo extraño porque aparece donde se ha borrado el trazado de la línea y, por tanto, los lugares de encuentro. O con ellos o contra ellos o “ni” unos “ni” otros. Aparece el punto clave: la equidistancia no es indiferencia. Aquella respeta y aprecia la diferencia, esta no solo la ve, sino que la niega.

Revestido de los ropajes de la indiferencia, la connotación negativa de la equidistancia ha sembrado de dudas y prejuicios posiciones que son “otras” (alius): la equidistancia es la valoración peyorativa de lo tibio, débil y de lo falto de compromiso al no decantarse por uno de los extremos. “Ni” una polis “ni” otra. La equidistancia como calificativo peyorativo es síntoma de la crispación de los tiempos donde se ha borrado la línea que separaba y juntaba dos extremos. Ser crítico con las polaridades, cuestionarlas y buscar los puntos que conectan una línea que, por crispación, ha sido difuminada, no es equidistancia, al menos, no como suele entenderse. Atrás quedó Aristóteles, para quien la virtud significaba el punto “equidistante” entre dos extremos. El centro como lugar de encuentro y diálogo. No es tibieza ni debilidad. Y eso es un compromiso no con una “verdad” o “extremo”, sino con la búsqueda de otro camino. No se olvide aquello que dijera Cioran: “El diablo palidece junto a quien dispone de una verdad, de “su” verdad […] Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático”. Volcados los ojos en lo otro (alius) que no es contrario (alter) se vela el verdadero peligro: la bipolaridad que surge allí donde la democracia comienza a derrumbarse. 

La indiferencia va unida al desapego en nuestra relación con el otro o con respecto a lo otro. No pronunciarse, no tener opinión, abandonarse al “ni” una cosa “ni” otra, pero también a la búsqueda de un alius porque dé igual porque todo sea lo mismo, no sentirse interpelado, no ver las diferencias porque no se quiere, no hacer nada, salirse de la línea porque nada se quiera juntar ni separar es lo que se llama indiferencia, aquella misma, en la que Hegel veía los peligros de una noche en la que todos los gatos son pardos. Y esa, y no la equidistancia, es lo que hay que combatir.

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