Memoria histórica | Política

Estimada vicepresidenta: después de Franco (también) hubo violencia

"¿Cómo han vivido estas familias durante casi 40 años su día a día? ¿Quién les ha ayudado? ¿Quién les ha pedido perdón? Porque el problema hoy no fue lo que no se hizo entonces, en la Transición, sino lo que en democracia sigue sin hacerse. Y sin decirse, estimada vicepresidenta".

Familiares del 'caso Almería' en el Parlamento de Cantabria en mayo de 2018, en el primer homenaje institucional. O. CARBALLAR

«Salimos de una manera tan brillante de la dictadura a la democracia, sin un solo roce de violencia, salvo ETA, salvo ETA», Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno en funciones, entrevista en El País (septiembre, 2019).

Despego en Sevilla. El avión aterriza en Bilbao. Está lloviendo y no paro de tragar saliva. Las alturas me han dejado taponados los oídos. Espero, tras los cristales de la terminal, el autobús que me llevará directa a mi destino. “Cierta gente en Ilmorog, nuestro Ilmorog, me dijo que esta historia era demasiado desgraciada, demasiado degradante, de forma que debería ser arrojada a las tinieblas. Otros adujeron que como se trataba de algo tan penoso debería ser borrado para que no se derramaran lágrimas por segunda vez”, leo en uno de los libros que me acompañan en este viaje por la Transición. Se llama El diablo en la cruz, del escritor Ngugi wa Thiong’o.

Ahí está el autobús. Entrego el billete y me siento frente al paisaje, en uno de los dos primeros asientos de la fila contraria al conductor. El limpiaparabrisas me va hipnotizando. Y una hora y media más tarde, sigo tragando saliva. En ese momento, justo en el instante después de tragar, pienso en la agradable sensación que produce volver a oír con nitidez. Suena el teléfono a escasos minutos de la cita: “Perdona, no me puedo quedar mucho rato porque me han llamado del colegio para que recoja a mi hija, que se ha puesto enferma”. Ya no llueve. El sol ha salido en San Sebastián. “No importa, ya estoy aquí”, respondo. Hay bullicio en la cafetería de la estación de autobuses, donde Zuriñe Bravo, una chica de 37 años, higienista dental, se sienta dispuesta a hablar. Un zumo de naranja y un café sobre la mesa. 

“El diablo que nos hace sucumbir a la ceguera del corazón y a la sordera de la mente debería ser crucificado, y deberíamos cuidar que sus acólitos no le bajaran de la cruz para que pudiera construir el infierno en la tierra… Incluso yo, yo, el Profeta de la Justicia, sentí al principio esta pesada carga sobre mis hombros y exclamé: ‘La selva del corazón humano nunca se ve libre de todos sus árboles. Los secretos de nuestro hogar no están hechos para los oídos de los extraños, Ilmorog es nuestro hogar”, sigue escribiendo Thiong’o.

Hace frío también dentro, donde no se ve la luz del día, donde los autocares dejan y recogen a personas en un continuo deambular. Zuriñe, que tiene prisa por recoger a su hija, no se ha quitado el chaquetón. Pero aguanta en la silla más de media hora, y luego otra media y otra más… «Si me quieres preguntar algo más…”. Su gesto muestra una imperiosa necesidad de hablar de otra mujer a la que no conoció, a la que quizá casi ningún lector o lectora de este libro conozca. Se llama María José Bravo del Valle. Era su tía, hermana de su padre. La violaron y la mataron el 8 de mayo de 1980, cuando iba en una moto con su novio hacia una revisión médica. Él se había quemado la mano en un accidente de trabajo. Recorrían ese camino, llamado de la Misericordia y situado en el alto de Zorroaga, desde su barrio, Loyola. A él, Francisco Rueda, lo golpearon hasta casi matarlo. Ambos tenían 16 años.

“Y entonces, la madre de Wariinga –prosigue El diablo en la cruz– vino a mí al romper el amanecer y me suplicó deshecha en lágrimas: ‘Tañedor de Gicaandi, relata la historia de la niña que tanto amé. Arroja luz sobre lo que sucedió, que solo los que conozcan toda la verdad puedan entonces emitir un juicio. Tañedor de Gicaandi, contador de cuentos, revela todo lo que está oculto’».

El crimen, reivindicado por el grupo terrorista de ultraderecha Batallón Vasco Español, no se investigó nunca, no se juzgó nunca. Tampoco en casa, casi siempre nunca, se habló de él. Alberto, el padre de Zuriñe, el hermano de María José, está cansado, le duele que nadie llamara para mostrarles su apoyo, para darles al menos una simple condolencia. Han pasado 38 años. “Él ya no quiere hablar. Y yo le digo que me cuente, para que lo pueda trasladar. Que no cuenten otros otra historia. Que se sepa lo que pasó”, dice Zuriñe, aún con el chaquetón puesto. Su hija esperará un ratito más. Porque ese día, esa mañana, Zuriñe está dispuesta a hablar. A hablar de su tía, María José Bravo del Valle.

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Este es el inicio de una de las ocho historias que conforman Yo también soy víctima. Estampas de la impunidad en la Transición (Atrapasueños, 2018), un viaje periodístico por ocho casos que quedaron sin justicia, sin reparación y sin verdad. Porque si bien es verdad que la Transición fue una historia de éxito para muchas familias –como ha dicho la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, en esta entrevista en El País–, también es verdad que la Transición fue una historia de fracaso para muchas otras. Una verdad, estimada vicepresidenta, no existe sin la otra. Y el éxito no es éxito si para hablar de él hay que enterrar el fracaso. ¿Por qué este empeño en silenciar una parte de la historia? No sé si la vicepresidenta Calvo conoce el caso de María José Bravo del Valle. Es probable que no. Ni su propia sobrina lo conocía. ¿Pero cómo no va a conocer el caso de Manuel José García Caparrós, cuya familia aún sigue pidiendo justicia? ¿Conocemos quienes nacimos en los 80 qué ocurrió en Vitoria en 1976? ¿O en los Sanfermines del 78? ¿Conocemos qué es el caso Almería? Estoy segura de que Carmen Calvo sabe perfectamente qué es el caso Almería y puede entender el dolor de esas familias. El caso Almería ocurrió en 1981. Tres chavales fueron a la comunión del hermano de uno de ellos y nunca llegaron a esa comunión. Varios guardias civiles los detuvieron, según dicen, confundidos con etarras, y los torturaron, los desmembraron y los calcinaron. De los 11 agentes implicados, solo tres fueron juzgados en una causa donde los familiares, que eran las víctimas, recibieron amenazas, donde el abogado de las víctimas era el amenazado y donde los periodistas que querían investigar también eran señalados. Esto ocurrió, insisto, en 1981, ya muerto Franco. Esos tres guardias civiles fueron condenados finalmente por homicidio, no por asesinato. Y cumplieron buena parte de la condena en centros militares.

Yo nací a finales de la Transición, y nadie me contó hasta finales de los 90, qué era el caso Almería. Lo hizo en una clase de periodismo en la facultad el reportero Antonio Ramos Espejo, que fue uno de los periodistas que en aquella época se atrevieron a contar estas verdades malas de la Transición de las que no habla la vicepresidenta en esa entrevista. Ni el Estado. 

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¿Cómo han vivido estas familias durante casi 40 años su día a día? ¿Quién les ha ayudado? ¿Quién les ha pedido perdón? En este otro fragmento del libro habla Mari Carmen, hermana de Juan Mañas, uno de los tres jóvenes asesinados en el caso Almería. «Cuando al principio fuimos al monolito que se levantó en honor a mi hermano y los amigos en Gérgal, mi madre se encontró un trozo de cráneo y decía que era de él, de Juan. Lo cogió y se lo metió en el bolsillo y se tiró con el cráneo guardado años y años. Tú dime a mí, para una niña con 15 años y para un niño como Francisco Javier [el hermano que iba a hacer la comunión], lo que aquello puede ir creando dentro. Y no tuvimos ayuda psicológica ninguna. Yo veía a mi madre todos los días, todos los días, con el trozo de cráneo, con los recortes de periódicos y con varias pertenencias de él, un trozo de jersey que le trajeron en un sobre. Me acuerdo cuando él llegó aquel último día a Almería. Me acuerdo que me había comprado un jersey de hilo, era por este tiempo, como ahora, y me dijo ‘ay, déjame el jersey que me lo ponga’. Lo mataron con ese jersey. Y le trajeron a mi madre el trozo de jersey con trozos de carne pegada. ¿Tú como vives ese día a día con esa edad?».

Cuenta también Puri, hermana de Manuel José García Caparrós, que cada vez que suena una ambulancia llama a sus hijos para preguntar si están bien. O cuenta, por ejemplo, Zuriñe, la sobrina de María José Bravo del Valle, que a ella siempre ha ido a buscarla su padre –el hermano de María José– cuando salía por la noche por miedo a que le pasara algo. Y que pensaba que su abuela, la madre de María José, estaba siempre triste no por que le hubieran violado y asesinado a su hija, qué va. Zuriñe pensaba, en su desconocimiento, que su abuela estaba triste porque era así. 

Son las consecuencias de esas heridas sin cerrar que nadie ve, más que quien lo está sufriendo. ¿Cómo han vivido los familiares de los abogados de Atocha? ¿Cómo ha vivido Alejandro Ruiz Huerta Carbonell, uno de los supervivientes? ¿Siente aún miedo?, le preguntaba en el libro: “Lo que ocurre es que el miedo se va acumulando a lo largo del tiempo, y se une a toda la presión psicológica que produce un hecho como este. Me ha costado mucho y te afecta en cuestiones como el saber relacionarte con la gente. He pasado muchas veces por tratamientos psiquiátricos, he sentido inseguridad personal, inseguridades afectivas. Por eso me tuve que plantear, después de mucho esfuerzo personal, que yo tenía que volver a vivir”. ¿Alguien se ha preocupado de la familia de Arturo Ruiz y Mari Luz Nájera? El Estado tampoco se ha preocupado del albañil Francisco Rodríguez Ledesma, a quien este viernes, por enésima vez, colectivos sociales pondrán una placa en la esquina del Cerro del Águila, donde fue herido por uno de los tiros al aire de la Transición mientras pasaba por una manifestación de trabajadores y trabajadoras de la fábrica textil Hytasa. Y dice la vicepresidenta del Gobierno en funciones que no hubo ni un roce de violencia. Casi 200 muertes violentas por parte de organizaciones fascistas, paramilitares o de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Sin contar los asesinatos terroristas de ETA.

Una mujer testigo de aquel disparo, que acabó con este albañil meses después en el hospital, ni siquiera quiere hablar hoy de lo que ocurrió aquel 8 de julio de 1977 en Sevilla, justo un año antes del disparo que acabó con la vida de Germán Rodríguez en Pamplona, unos meses antes de los que acabaron con la vida de Manuel José García Caparrós en Málaga y Javier Fernández Quesada en Canarias, unos meses después del disparo que acabó con la vida del joven almeriense Javier Verdejo, al que no dejaron terminar de escribir “Pan, trabajo y libertad”. 

Es lo que cuenta Edurne Portela en El eco de los disparos (Galaxia Gutenberg, 2017): «La continuación del silencio en el presente protege, escuda, ayuda a negar la evidencia para seguir viviendo en ‘paz’, permite no realizar una autocrítica de nuestra propia participación en la violencia pasada. Pero este seguir viviendo en una paz artificial ha tenido y sigue teniendo consecuencias terribles para el tejido social».

Dudé mucho al principio si escribir este libro del que les hablo porque no estaba segura de si podía aportar algo a las investigaciones que ya se habían realizado, como las de Mariano Sánchez Soler o el último libro publicado por Carlos Fonseca sobre Yolanda González. Egoístamente pensé en que a mí me podía enriquecer bastante y a las generaciones más jóvenes. Ha habido lectoras que me han dicho que no conocían ningún caso de los recogidos. Y estoy contenta. Porque al final este trabajo me ha permitido acercarme a esta parte de la historia tan próxima aún y tan ignorada en las escuelas. He celebrado año tras año la Constitución, he crecido en una época mejor que en la que lo hicieron mis padres –ya no–, pero hay una parte de la historia que no conocía porque no me contaron. Porque el problema hoy, desde mi punto de vista, no fue lo que no se hizo entonces, en la Transición, sino lo que en democracia sigue sin hacerse. Y sin decirse, estimada vicepresidenta. Ojalá todo se resolviera con exhumar a Franco. Ojalá. Pero están las víctimas de Franco y las víctimas después de Franco. Todas igual de víctimas. 

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Comentarios
  1. Que le doy infinitas gracias a Dios que mi madre se hubiera venido a la Argentina antes de la guerra civil.

  2. Tremenda metedura de pata ¿inconsciente? de la «Vice». Esto debería de bastar para echarla de un gobierno que se autodefina como de Izquierdas.

  3. Muerto el perro se acabò la rabia ?…puès me parece que no !! .
    La transiciòn española se hizo con mucho cuidado , para que los crìmenes del franquismo quedaran impunes . Ya sabemos que en la guerra civil hubo excesos por ambos lados . Pero quièn se levantò en armas contra un gobierno dèmocratico y legitimo fuè Franco y fuè el ùnico culpable de todo lo sucedido despuès. España sigue siendo un paìs casposo en blanco y negro , porque el legado de Franco aùn perdura en el 2019 y sigue habiendo vencedores y vencidos . Algo que esta derecha española tan casposa nos lo hacen recordar amenudamente . Despuès de la muerte de Franco y en la transiciòn se siguiò torturando y matando . Tenemos un ejemplo de terrorismo de estado con el GAL , que quiso combatir el terrorismo de ETA con màs terrorismo . Por desgracia para la democracia de este paìs , este asunto acabò tapado y con unos cabezas de turco encarcelados , para callar algunas bocas y poco despuès puestos en libertad . Franco no solo viviò con el CDS , si no tambièn con el PSOE , porque ya sabemos de las implicaciones del PSOE de F. Gònzalez con el GAL , y que todo ha quedò en agua de borrajas . Parece que en este paìs , solo se ha perseguido al terrorismo de izquierdas y con el de la extrema derecha se ha tenido mucha manga ancha . El PSOE , tiene un pasado muy oscuro , en la II Repùblica luchò contra el franquismo y en la transiciòn luchò al lado de ellos . Por lo tanto sra Calvo , haga un poco de memoria hìstorica de la transiciòn española , porque el PSOE de F . Gonzalez . tiene un pasado muy negro y no es precisamente para tirar cohetes al aire por ser unos luchadores antifranquistas .

  4. En la madrugada del 22 de septiembre de 1976, seis agentes de la policía franquista acribillaban a balazos en su propio domicilio, en el santacrucero barrio de Somosierra, al estudiante de magisterio BARTOLOME GARCIA LORENZO.
    Aquel crimen, cometido en medio del fragor de unos años de intensa lucha social, nacionalista y antidictatorial, generó la mayor movilización conocida en la historia de la Isla de Tenerife. Pero los policías que asesinaron a Bartolomé no sólo no recibieron castigo alguno, sino que fueron premiados con ascensos.
    Cuarenta y tres años después de aquellos luctuosos acontecimientos este vídeo trata de recuperar la memoria de Bartolomé García y rinde un homenaje a su sacrificio.
    http://canarias-semanal.org/art/10399/43-aniversario-del-asesinato-del-canario-bartolome-garcia-lorenzo-video

  5. Recordando a Txiki, Otaegi, Sánchez Bravo, García Sanz y Baena Alonso (los últimos fusilados del franquismo, 27 septiembre 1975).
    «SOLO MORIREMOS SI NOS OLVIDAIS».
    FUSILADOS AYER POR SU LUCHA CONTRA LA DICTADURA DEL CAPITAL, SEGUIMOS HOY LUCHANDO CONTRA LA DICTADURA DEL CAPITAL.
    […] Se debe recordar que las únicas pruebas presentadas por la acusación, para condenar a los militantes revolucionarios, fueron las declaraciones que aquellos mismos habían hecho ante la policía y la Guardia Civil bajo salvajes torturas […]
    Los cinco revolucionarios fueron condenados a muerte tras juicios farsas.
    A Juan Paredes Manot “Txiki”, preso en la prisión Modelo de Barcelona, lo fusilaron junto al cementerio de Collserolla, en las afueras de la ciudad. Nacido en Extremadura y crecido en la gipuzkoana localidad de Zarautz, tan sólo contaba con 21 años. Ángel Otaegi, de 33 años y natural de Nuarbe, Gipuzkoa, fue fusilado a las nueve menos veinte de la mañana, en la prisión de Burgos. Los tres militantes del FRAP fueron fusilados en Hoyo de Manzanares, Madrid. José Luís Sánchez Bravo contaba con 22 años y murió a las nueve y media; Ramón García Sanz, con 27, a las nueve y diez, y José Humberto Baena Alonso, de 24, a las diez y cinco.

  6. Necesario y emotivo artículo. Gracias Olivia.
    Vergüenza ajena y ira siento señora Carmen Calvo de oir estas sus palabras porque parece ser que es usted un poco lerda, y creo que no, o cree que somos todos imbéciles, ¡vamos! cree usted que trata con niños que aún creen en los reyes magos.
    Ya está uno cansado del cuento de la ejemplar Transición, de la España «democrática» asentada en un genocidio impune y en las «ataduras» hechas a conciencia por el dictador para que todo siguiera igual, así como del gran enemigo del «democrático» pueblo español, ETA, fundado precisamente para combatir a la dictadura francofascista tan valorada por el «democrático» pueblo español.
    Vergüenza debiera darle señora Calvo que incluso un individuo más a la derecha que usted, José María Aznar, denominara a ETA «movimiento vasco de liberación».
    Por la boca muere el pez, señora Calvo.
    VITORIA (Grupo Adebán)
    https://www.youtube.com/watch?v=gvp-KBwlkKk

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