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Kilroy estuvo aquí

"El grafiti es un movimiento artístico nacido en un contexto histórico concreto, tras el éxodo rural y el desarrollo de las pandillas, pero hoy día la subcultura urbana no necesita autoafirmarse con la misma vehemencia, sino de forma más constructiva", afirma el autor.

Una reproducción de Kilroy was here. J.-N. L.

MARIO CRESPO // En su camino hacia la liberación de Europa, las tropas aliadas se topaban a menudo con una enigmática pintada compuesta por un monigote y una leyenda. A medida que la guerra avanzaba, la pintada ganaba presencia en las zonas liberadas. Desde Túnez hasta Italia. Desde París hasta Berlín. Se trataba de una figura cuya enorme nariz asomaba por encima de un muro. A su lado la frase: «Kilroy was here» (Kilroy estuvo aquí). Una composición que se convertiría a la postre en un icono. Y también en un misterio, pues nadie sabía en realidad quién ostentaba la autoría, qué significado escondía ni por qué el tal Kilroy poseía el don de la ubicuidad.

Tiempo después se descubrió la verdad: James J. Kilroy, un inspector de astilleros del Ejército americano, solía marcar las planchas de acero de los barcos con tiza para asegurarse de que habían sido revisadas. Pero en ocasiones la tiza se borraba y las planchas le eran devueltas, por lo que decidió escribir con pintura la frase «Kilroy was here» y añadirle un dibujo. Una combinación que no tardó en despertar la curiosidad de los soldados que embarcaban en las naves. Así las cosas, los aliados comenzaron a reproducir la pintada en las paredes, vallas y señales de los territorios libres, y con el paso de los meses se transformó en una suerte de código secreto, una forma de comunicación, pues cuando las tropas encontraban el grafiti, sabían que se hallaban en un área segura. «Kilroy estuvo aquí» es por lo tanto uno de los primeros grafitis virales de la historia.

Resulta difícil datar con certeza el origen de lo que hoy conocemos como grafiti, pero la realización de mensajes y dibujos en espacios comunales existe desde la Prehistoria. Las pinturas rupestres, primeras manifestaciones pictóricas, tuvieron cierta continuidad en los símbolos y jeroglíficos del Antiguo Egipto. No obstante, la actividad de pintar paredes viviría su apogeo durante el Imperio Romano; se trataba de inscripciones de tipo político, reivindicativo o personal realizadas en lugares públicos. Esta costumbre fue parodiada por los Monty Pyton en su film La vida de Bryan: el protagonista realiza una pintada de protesta en la residencia de Pilatos y, tras ser pillado in fraganti, es obligado a copiarla cien veces porque ha cometido una falta de ortografía. De hecho, el término grafiti proviene de aquella época (del latín scariphare; incidir con el scariphus –estilete o punzón–).

Sin embargo, no será hasta mediados del siglo XX, con la comercialización de los aerosoles, cuando se masifique esta forma de escritura. A finales de los años sesenta, los jóvenes de los barrios de Nueva York marcaban su territorio escribiendo sus nombres o seudónimos sobre vagones de trenes y paredes. Una década más tarde, esta técnica se volvería más sofisticada con la inclusión de imágenes de la cultura pop, desarrollando así a un modo de expresión de la subcultura del hip hop: el grafiti.

Quienes vivimos en entornos urbanos coexistimos con infinidad de pintadas a las que casi todo el mundo llama grafitis. Están por todas partes. Nos rodean. Forman parte del imaginario colectivo. De la cultura popular. Elaboradas firmas. Dibujos murales. Mensajes reivindicativos. Declaraciones de amor. Poemas y aforismos. Debido a su enorme variedad y tipología, a su abrumadora presencia, a su ilegalidad, y a otros factores, la mayor parte de la gente no sabe si catalogarlas como obras de arte o actos de vandalismo. En otras palabras, la controversia que genera el grafiti se reduce a la pregunta de si sirve para decorar nuestras ciudades o para ensuciarlas. Pues bien, a fin de simplificar el debate, deberíamos antes de nada proceder a la desambiguación de la palabra.

Dejando a un lado las latrinalias (firmas y dibujos de escaso valor realizadas en los baños, puertas o ascensores), existen dos tipos principales de grafiti: el que se genera como un acto de rebeldía, protesta o reivindicación, y que sirve para establecer unos códigos urbanos entre bandas, y el que proviene de una motivación creativa y se utiliza para transmitir un mensaje social, cultural o político. El primero se basa en el tagging (acción de firmar) y se desarrolla al mismo tiempo que explota el neoliberalismo. Se trata de afirmar la identidad convirtiéndola en una marca, en un producto. Se construye por medio de una elaborada e incompresible tipografía y se realiza de manera ilegal en vagones de tren o paredes de edificios. El segundo, no siempre ilegal, es heredero de la cultura pop, utiliza técnicas pictóricas más complejas para sus composiciones y se conoce como arte callejero (Street art o post-grafiti). A su desarrollo contribuyeron, a finales de los años ochenta, artistas como Jean Michel Basquiat o Keith Haring. Hoy día, su mejor representante es el artista que se esconde bajo el seudónimo de Bansky, cuyas obras han traspasado los muros y se cotizan en subastas como si fueran picassos.

La dicotomía entre arte y vandalismo se ha convertido en un dilema para los ayuntamientos. El “problema del grafiti” es una de las cuestiones más escurridizas y difíciles de resolver para los consistorios. Algunos municipios han puesto a disposición de los artistas espacios públicos donde volcar su talento, pero esto no ha servido para erradicar las pintadas sobre el mobiliario. La solución, más allá de la limpieza y las multas, es compleja y depende de varios factores. Por una parte, habría que empezar a distinguir entre las latrinalias, las firmas y el arte callejero. No se trata de luchar contra el grafiti, sino de saber contra qué se lucha. Ha llegado el momento de que la ciudadanía, las instituciones y la prensa dejen de usar el término grafiti para referirse a cualquier letra, símbolo o dibujo que haya sobre los muros, trenes, bancos, papeleras, persianas metálicas y demás soportes que ofrecen las ciudades, puesto que es una forma de demonizarlo; escribir tu nombre o pseudónimo sobre un sillar medieval con el único propósito de estropear el patrimonio no es equiparable a realizar una composición artística sobre una pared baldía.

Por otra parte, algunos grafiteros deberían asumir que inundar las calles con letras nerviosas (conocidas como “potas”) que solo sirven para testimoniar que los arriba firmantes estuvieron o pasaron por allí no es un acto de generosidad cultural. El grafiti es un movimiento artístico nacido en un contexto histórico concreto; tras el éxodo rural y el desarrollo de las pandillas, pero hoy día la subcultura urbana no necesita autoafirmarse con la misma vehemencia, sino de forma más constructiva; ya no estamos en el Nueva York de los años ochenta, ni tampoco en el Madrid de los noventa, ni siquiera en el Alcorcón de los dos mil y el monigote de Kilroy sería hoy un dibujo de Bansky.

Mario Crespo: @Mario__Crespo

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Comentarios
  1. Mi generación escribía frases que te hacían pensar o incluso te despertaban en alguna medida de tu letargo. («Si luchas puedes perder, sino luchas estás perdido», ect)
    En estos tiempos de egos, narcisismos, cretinismo, tiempos que una siente de involución, las pintadas y los carteles son para informarnos de que Pedro se casa con María, de que es el cumpleaños de Roque, de hacerte perder tiempo y atención en algo que, por su vanalidad, sólo te produce hastío, tedio y desánimo.

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