Tus artículos

‘La casa de papel’ y la comercialización del lenguaje de resistencia

"Es Netflix intentando decirnos: ¿Lo veis? Nosotros también vemos las noticias y nos indignamos con todo lo que sale. Nosotros también molamos. Pero mientras tanto, vamos a hacer malabares fiscales para pagar lo menos posible”.

GUILLERMO GARCÍA PÉREZ (SECCIÓN DE OPINIÓN: TUS ARTÍCULOS) // Que el poder ha comercializado la insubordinación propia de la juventud es algo que lleva sucediendo desde prácticamente los años 50 y la llegada del rock and roll. Después le seguiría la contracultura hippie en los 60, después el punk. Le seguirán el glam y el grunge. El capitalismo ha entendido que ahí hay negocio, busca la empatía del sector más joven de la población e intenta crear una conexión apelando a la desconexión con la vida adulta. “Si eres joven y rebelde, Coca-Cola te comprende”.

Pero esta búsqueda de negocio no se limita al mundo de la música, toca todos los palos posibles. La moda, la publicidad, la literatura. Y, cómo no, el cine y la televisión. Desde Rebelde sin causa hasta El club de la lucha, y todo lo que hay entre medias, el cine ha sido una vía catalizadora de toda actitud y pensamiento que podría considerarse subversivo. Esto es ser rebelde, muchach@, compórtate así. Nada de lecturas extrañas, nada de asociaciones, nada de movilizaciones. Una frase de Tyler Durden en Facebook y a funcionar.

Y con todo ello, llegamos a nuestros días. Los días de las plataformas y sus series. Los días de: capítulo 8 temporada 2, de evitar los spoilers a toda costa y donde millones de personas nos movilizamos para ver quién sobrevivirá en el último episodio. Y ahí es donde entra La casa de papel.

La casa de papel, para quien viva bajo una piedra, es una serie que comenzó su emisión en Antena 3 y, tras dos temporadas, Netflix compró los derechos y comenzó a emitirla en su plataforma. En estas dos primeras temporadas para televisión, la historia trata sobre una banda de ladrones, orquestados por la mente maestra conocida como El Profesor, que se disponen a robar en La Casa de Moneda y Timbre. Spoiler, les sale bien.

La serie no deja de ser un conjunto de elementos palomiteros de consumo rápido muy propios de estos años. Personajes femeninos fuertes e independientes, intereses amorosos aquí y allá, personajes masculinos aparentemente fuertes y rudos pero que luego tienen su corazoncito, personajes antipáticos que son machistas y racistas, y un largo y predecible etcétera. Deja caer algún que otro detalle de ámbito político y social en estas primeras temporadas, pero de una manera tímida, porque están atados a la visión políticamente correcta de las cadenas de televisión. Hablan de cómo se roba un dinero que no es de nadie. Luego que sí es de alguien, de un gobierno corrupto y dirigido por ladrones (a esa ironía le faltan unas luces de neón). Y como es bien sabido, se muestra Bella Ciao casi como un leitmotiv de la serie. Pero más adelante volveremos a Bella Ciao.

Todo ello pisa el acelerador en la tercera temporada con el aterrizaje de la serie a Netflix. Esta plataforma lleva tiempo queriendo mostrar una actitud fresca, alternativa y divertida. La plataforma para la gente guay. De nuevo. Si eres joven y rebelde, Netflix te comprende. Y como tal, nuestro querido servicio de streaming ve en La casa de papel una oportunidad de oro para coger una amalgama de ideas, pensamientos, actitudes e incluso ideologías y crear un producto llamativo para todos aquellos descontentos con la sociedad actual, el poder y, más concretamente, los últimos acontecimientos políticos de nuestro país.

Desde el principio de esta nueva temporada, La casa de papel ha intentado vender una idea al espectador: la del Robin Hood del siglo XXI. Todo gira en torno a que estos ladrones de bancos, ahora elevados a la enésima potencia, se han convertido en unos luchadores contra el sistema, y se enfrentan al mismísimo núcleo del Estado español. ¿Por qué? Pues porque han atrapado a uno de los miembros de la banda. Y comienzan una guerra contra el Estado vendiendo una imagen de que es el Estado el que, de la noche a la mañana, ha cogido manía a un grupo de personas aleatorias. Pero no son un grupito pintón que aparecía por ahí, son ladrones que han robado la Casa de Moneda y Timbre, y se han quedado el dinero. Remarcar este detalle parece algo estúpido por nuestra parte, pero es necesario ya que la serie nos vende todo el rato una sensación de victimismo hacía nuestros protagonistas. Como si ellos hubieran cometido el robo más grande de la historia y después se hubieran dedicado a repartirlo por asociaciones contra los desahucios, casas okupas y la lucha contra el capital. Se lo quedan. Y aquí comienza la aventura. Esta vez a por el Banco de España, donde se supone que hay una cámara secreta y sellada hasta arriba de lingotes de oro y, agarrémonos todos, un conjunto de cajas de seguridad con todos los trapos sucios habidos y por haber de la historia de la democracia española.

El caso es mezclar todo y tirárselo a la cara del espectador. Es Netflix intentando decirnos: “¿Lo veis? Nosotros también vemos las noticias y nos indignamos con todo lo que sale. Nos indignamos con los sobresueldos, nos indignamos con las cajas B, las puertas giratorias, las cloacas del Estado, los espionajes organizados por parte de la policía. Nosotros también molamos. Pero mientras tanto, vamos a hacer malabares fiscales para pagar lo menos posible”.

Y entonces comienzan una serie de imágenes que rozan la vergüenza ajena para todo aquel que haya salido tres o cuatro veces a la calle para luchar contra la situación del Estado español. Una serie de ladrones robando el Banco de España, con rehenes retenidos contra su voluntad y bajo una amenaza constante. Y mientras tanto, fuera en la calle, varias decenas de personas protestando y apoyando a la banda de El Profesor. Pero, ¿apoyando qué? ¿Quién puede apoyar eso? ¿De verdad tienen esa imagen de los movimientos sociales? ¿Esa es la idea que tienen de la movilización popular? Ridículo.

Un gentío que protesta a favor de un ladrón de millones de euros, detenido, mientras sus compañeros buscan repetir la jugada hasta que le dejen en libertad. Pero paremos un segundo y hablemos del compañero detenido. Aquí la serie podría haber sido valiente de verdad, haber puesto cierto dedo en la llaga. Pero no, como todo en La casa de papel, refleja la realidad de una manera totalmente infantil. Nos habla de cómo el personaje de Rio (el compañero detenido por la policía) es torturado por parte de un cuerpo no oficial de la policía nacional. Y ¿cómo muestra esta serie las torturas por parte del Estado de derecho? Pues con un gas que deja atontado a nuestro camarada, encerrándole en un cubículo. Nada de palizas perfectamente orquestadas, nada de simulación de ahogamiento, ninguna de las prácticas que, de nuevo, saliendo tres o cuatro veces a las calles para organizarse, uno puede conocer de primera mano.

Y después de esta breve pausa, volvamos a la imagen principal. Nuestros amigos encerrados en con sus rehenes y una multitud fuera vestida con las ropas que usan los atracadores, un mono rojo de trabajo y una máscara de Dalí. Y aquí comienza lo que indicamos en el título de este texto al que tan amablemente le estáis dedicando unos minutos, la mercantilización del lenguaje de resistencia. Toda la temporada se sueltan mensajes como “Resistid”, “Rebelaos”, “Luchad contra el poder», “Llevad esa máscara con orgullo”, “Esa máscara es un símbolo de resistencia”. Aquí es donde comienza el problema de verdad, usar un producto con una clara intención mercantilista que nos quiere vender que esto es ser un luchador antisistema, esto es luchar contra las injusticias del Estado. Déjate de leer para cultivar tu pensamiento crítico, pasa de eso de organizarse, lo de movilizarse déjalo para otro día. Consume nuestro producto y en carnaval cambias la máscara de V de Vendetta por la de Dalí. Así todo el mundo sabrá lo rebelde que eres, y ellos habrán ganado. Pero cuidado con el joven antisistema que oculte su cara en la próxima manifestación a la que vaya, no se le ocurra ocultar su cara con un pañuelo y una capucha para evitar el reconocimiento policial. Pues el mismo sistema que le vende la máscara de Dalí le tachará de radical, de terrorista y de criminal peligroso.

Y la guinda a este pastel la tuvimos hace escasos días, un debate en las redes sociales de esos que paralizan el mundo para decidir el color de un vestido. Un debate que nace a raíz de una canción: Bella Ciao. Canción utilizada en la primera temporada para darle a la serie, de nuevo, un matiz de antisistema y de lucha contra el poder opresor. Esta canción, como seguramente todos ustedes sepan, con origen en el folklore italiano que fue adoptada por los partisanos durante la Segunda Guerra Mundial en su lucha contra el Ejército nazi y las tropas del Il Duce. La canción se convirtió rápidamente en un himno de lucha contra el fascismo y ha llegado hasta nuestros días en parte gracias a diversos grupos de música de esta misma ideología que han buscado perpetrar la tonada, como es el caso de Banda Bassotti en Italia o el grupo español Boikot, realizando una versión en español además de mezclarla con otras canciones populares de los años 30 pertenecientes al bando republicano.

Y aquí llega la guinda, aquí es donde se puede ver la intencionalidad de este tipo de obras. No solamente la ya explicada comercialización de las ideologías, si no también la supresión de todo cariz político. El debate, si se puede llamar así, surgió en redes sociales como Twitter, donde algunas personas criticaban el intento de politizar la canción Bella Ciao, intentando otorgar toda la autoría a nuestra querida serie La Casa de papel.

Y así estamos y así seguiremos. Mecidos en una sociedad a la que hay que arrebatar todo tipo de capacidad analítica y crítica. Y donde el Estado nos ofrece, propone, convida y obsequia con obras con las que apagar nuestra frustración. Obras con las que podemos silenciar nuestras ganas de cualquier tipo de cambio en nuestras vidas. Pues es eso todo que queremos, ¿verdad? Saber que hay alguien que palpita y experimenta lo mismo que nosotros. Mirar el televisor y pensar: “Oh, ellos sienten lo mismo que yo. Hacen lo que a mí me gustaría hacer, cambian lo que a mí me gustaría cambiar. Bien, estoy contento. Me satisface. Creo que así estoy bien. Ok, lo compro. ¿Qué más echan?”.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios
  1. Yo también tengo netflix y tambien tengo subsccripciones en HBO y showtime ,están buenas las series de allá. Adoro la casa d papel ! Vieron la frase de palermo Oro bañado en sangre americana! ! aquí huele a asufre! Jaja estuvo grandioso,esto del asufre no lo entendieron ni la mitad.

  2. Esta Delia parece un CEO de Netflix, defendiendo el grupo corrupto y su financiación particular.
    Está bien que haya voces fuera del coro mediático. Si no te gusta, hazte miembro de LaMarea y articula tu respuesta, en vez de decir lo que se puede hacer.
    El artículo está bien planteado, con dos ideas: la comercialización de la resistencia y el consecuente vaciamiento de su significado. Estoy de acuerdo con que la revolución jamás se trasmitirá por la tele. Netflix es una plataforma de financiamiento internacional, y por lo tanto jamás incitará a buscar un camino para rebelarse contra el sistema, sino, al máximo, podrá adormecer masas.
    Ojalá haya más artículos críticos para desnudar el engaño de la industria del entretenimiento. Gracias.

  3. Que la gente la haya cogido como referente en las fiestas de disfraces, o que los lamentables politicos españoles den vergüenza ajena bailando Bella Ciao en mitines, no es culpa de la serie sino de la sociedad infantilizada que tenemos gracias a las redes sociales.
    La serie ofrece lo que ofrecen las buenas series. Y hay que decir que es bastante ingeniosa, tiene una estupenda producción, banda sonora, y algunos actores estupendos (Rodrigo de la Serna, Pedro Alonso) , y en definitiva consigue lo que pretende, que es entretener al espectador.
    Pero es ficción, no un panfleto político adoctrinador, y por tanto despellejarla como has hecho no es lo que toca. Es como si alguien se pone a decir que Breaking Bad incita a las drogas o que Walking dead incita a matar a tus vecinos. Por favor. Eso es que no han entendido nada.
    Netflix no es solo La casa de papel, tiene algunas grandes series y peliculas y por tanto me gusta y lo pago con gusto , y no por ello me he que identificar con ningún personaje de ninguna obra, simplemente se trata de disfrutar de los contenidos.
    Me parece mal eso de meter a todos los que ven Netflix en el mismo saco.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.