Cultura

Para leer en libertad

La Feria Internacional del Libro de Azcapotzalco, un barrio al norte de Ciudad de México donde apenas hay una librería papelería y población obrera, va ya por su décima edición.

Tres personas muestran un libro en la Feria de Azcapotzalco. E. P.

Artículo publicado en #LaMarea71: ‘¿De quién es España?’ (julio-agosto de 2019). A la venta aquí

Tendrá unos 25 años y lleva una camiseta ajustada y, calada casi hasta las cejas, una gorra de béisbol roja que no oculta del todo las rozaduras o heridas que interrumpen su pelo casi rapado. Cruza los brazos musculosos y tatuados frente al pecho en una postura que tiene algo de desafío. Su rostro es inexpresivo. No ríe ni aplaude cuando lo hacen los demás asistentes. Está de pie a mi lado, detrás de las hileras de sillas ocupadas por quienes escuchan al escritor brasileño Luiz Ruffato, y me digo que seguramente pasaba por ahí y se ha detenido a averiguar qué congrega a esa multitud delante del escenario. Resulta difícil imaginar que ese chico se interesa por la literatura.

Cuando me invitaron a ir a la Feria Internacional del Libro de Azcapotzalco, miré en un mapa dónde se encontraba. Después aprendí a decir el nombre del lugar sin que se me trabara la lengua. Por último, averigüé que se trata de un barrio al norte de Ciudad de México, uno de esos barrios que solo tienen una librería papelería y una población mayoritariamente obrera con un nivel educativo poco elevado. Uno de esos sitios, en fin, en los que parece aventurado montar una feria del libro. Y sin embargo ya van por la décima edición, nueve de ellas organizadas por la Brigada para leer en libertad.

Yo tenía noticias de la Brigada porque había conocido a Paloma Sáiz y a Paco Ignacio Taibo II cuando organizaban la Semana Negra de Gijón. Ambos tienen una larga trayectoria de activistas culturales. Cuando Paloma trabajaba en la Secretaría de Cultura montó diversas iniciativas cuyo objetivo era el fomento de la lectura: Para leer de Boleto en el Metro, que permitía a los viajeros tomar prestado un libro en la estación de salida y dejarlo en la de llegada; Letras en guardia y Letras en llamas, para acercar la lectura (y en algunos casos la escritura) a policías y bomberos respectivamente; bibliobuses, ferias del libro. Cuando echaron de la secretaría a Paloma y otros empleados, ella y Paco decidieron continuar la labor y crearon la Brigada con un objetivo muy similar: llevar la lectura a quienes tienen un acceso restringido a ella, por condiciones económicas o nivel cultural, entendiendo la lectura y la cultura como herramientas de transformación política y social. Digámoslo de otra manera: Paloma y Paco son izquierdistas convencidos de que la transformación radical de la sociedad sigue siendo un objetivo válidoy de que la cultura no ha dejado de ser un arma cargada de futuro.

¿Son revolucionarios? Desde luego son conscientes de que en una sociedad tan clasista, racista y machista como la mexicana los cambios no van a llegar pidiéndolos por favor. Por eso la llegada de Paco a la dirección del Fondo de Cultura Económica –que le ha obligado a apartarse de la Brigada– ha sido vista por parte de la élite intelectual (y social) como la incursión de un apache en un baile de salón.

Me lo cuenta en un encuentro en Perugia, en el salón de un hotel que no merecería recuerdo alguno salvo porque el dueño se ha inmortalizado en un fresco barroco vestido con armadura. Mientras responden a mis preguntas, Paloma y Paco se pelean por tener en brazos a un bebé, hija de una intérprete contratada para el encuentro. En el FCE había un chef para los directivos y sus invitados, aparcamiento limitado a los jefes, y era una empresa estatal con pérdidas, que había abandonado la literatura por los ensayos literarios, un monstruo burocrático, de corrupción, de nepotismo, una entidad que funcionaba a mayor gloria y beneficio de los intelectuales más cercanos al poder. Paco cerró el restaurante y abrió el aparcamiento, revisó las cuentas, se echó las manos a la cabeza al descubrir que el Fondo había perdido los derechos de algunos de los grandes autores mexicanos que tenía en su catálogo. Y decidió continuar allí algunas de las experiencias de la Brigada: bajar el precio de muchos libros, regalar otros, crear clubs de lectura, llevar ferias del libro y bibliotecas a zonas desfavorecidas o azotadas por el narcotráfico. Las críticas arreciaron. No sé si será verdad que un conocido intelectual del equivalente mexicano a la gauche divine –que en ningún lugar del mundo es divine y mucho menos gauche– afirmó que el FCE iba a perder la nobleza (según otra versión: el glamour).

La gestión

¿Y no hay críticas de fundamento a la labor de Taibo en el FCE? Una escritora me comenta algo que es el mal de todas las revoluciones, también de las culturales: se está rodeando de gente de la que se fía, pero no necesariamente la más capacitada. Si la afinidad ideológica es imprescindible para quien pretende desmontar un poder establecido, enraizado en la corrupción y los favores mutuos, a la larga el gobierno de los fieles puede convertirse también en una rémora. Un editor con el que converso en la feria del libro de Madrid opina algo similar: apenas se ha rodeado de editores de verdad, dice, y amplía su crítica a la labor cultural del gobierno entero: han eliminado decenas de miles de empleos en cultura y el dinero que han ahorrado lo invierten en la petrolera PEMEX. «No me gusta nada, –dice el editor–, pero seamos justos, esperemos cuatro años y veremos si me equivoco».

Paco tiene un estilo provocador que atrae rápido la atención y también las críticas. Pero mientras converso con ambos en Perugia es Paloma la que domina la conversación, la que matiza, la que explica. Y cuando sube al escenario en Azcapotzalco queda claro que es ella la organizadora y quien toma las decisiones. Paloma conduce la Brigada con una interesante mezcla de amabilidad y firmeza. Gracias a esta mezcla, y al empeño de muchos colaboradores, nació esa asociación civil a la que no auguraban mucha vida. Antes, desde la secretaría, contaban con unos fondos de los que ya no disponen. La Fundación Rosa Luxemburgo les echa una mano pero no basta ni mucho menos para cubrir gastos. Todo se vuelve más complicado desde la lejanía del poder.

¿Habéis tenido obstáculos políticos? Les pregunto. «Todos», dice Paco, aún intentando apropiarse del bebé con la excusa de que se va a hacer daño con un broche que lleva Paloma. «Todos y ninguno», dice Paloma y es ella quien me lo explica. Por supuesto los gobiernos regionales de derechas les hicieron el vacío, pero de todas formas la Brigada no tenía el menor interés en trabajar con ellos. Al mismo tiempo, muchos escritores colaboraron gratuitamente cediendo derechos y participando en sus eventos. Ahora el triunfo de López Obrador les da más posibilidades de actuación. Y aunque estén cerca de Morena, al no estar integrados en el partido, los demás grupos de izquierda no les retiran su apoyo.

Pero quizá les falta, al menos en los barrios más difíciles, la aprobación de la clase media. Si miro en derredor en Azcapotzalco me queda claro que el público está compuesto de gente de extracción humilde. La clase –es decir, la historia de sacrificios y posibilidades- se marca en la ropa, en los cuerpos, en los gestos. Dos niñas de no más de ocho años intentan vender unos dulces entre el público. Las cantinas que rodean el jardín donde se está realizando la feria tiene como plato principal arroz con pollo. Un borrachín se arrodilla delante del escenario durante un concierto y, brazos en cruz, sigue el ritmo de su propio delirio; nadie le increpa ni le retira de allí. Por cierto, es el primer evento literario que conozco en el que las actuaciones musicales no atraen más público que las presentaciones de libros. El público aguanta durante horas un coloquio sobre derechos humanos, una charla sobre los cuatro primeros meses del gobierno, conversaciones sobre libros, un concierto de flauta de un músico que casi ninguno de los presentes podría permitirse escuchar en una sala de conciertos. Muchos de los que allí se encuentran son conscientes de estar asistiendo a actos a los que no asistirían en otro lugar. La avenida Polanco marca una línea divisoria poco llamativa pero radical entre Azcapotzalco y los barrios acomodados.

Sin riesgo de acabar en la basura

Llega la hora de regalar libros. Marina Taibo, también miembro de la Brigada, los ofrece desde el escenario y muchos asistentes levantan la mano para expresar su interés como participantes en una subasta. Esperan sentados, sin arremolinarse, a que alguien les entregue el libro. Yo había preguntado a Paloma en Perugia si esos libros no corrían el riesgo de acabar en la basura.

–Nunca, ¿cuántas veces has visto un libro en la basura?

–En España, muchas.

–En México no; jamás, dice Paco.

Y Paloma me explica que nunca regalan los libros al primero que pasa, sino después de una conferencia, de la presentación del libro, a gente que esté interesada. Otro punto fuerte de sus ferias es la venta de libros a bajo precio. Rescatan libros de saldo o esos que ya están con un pie en el más allá, en las bodegas en las que aguardan su destrucción. No cualquier cosa, no morralla, libros en buen estado y de autores de prestigio. Aunque se ve alguno de esos puestos en los que los libros se amontonan como la ropa de saldos en los mercadillos, en la mayoría de las mesas reina el mismo orden que en una librería de Condesa. El temor de libreros y editores a que se desvalorice el producto cultural, a que les hagan una competencia desleal desde el doble frente de la Brigada y del FCE, es infundado para Paloma y Paco: quien tiene dinero no dejará de comprar el libro que desee por haber adquirido una novela a setenta pesos. Están convencidos de estar creando lectores, de dirigirse hacia esa república de lectores con la que sueñan. Igualmente contribuyen a ello con los bibliobuses y haciendo colectas de libros para crear bibliotecas en escuelas y en poblaciones que carecen de ellas.

Y como el desplazamiento físico es costoso y a veces complicado, también están empeñados en que al menos los cursos por Internet de la Brigada y los encuentros y ferias puedan ser presenciados en línea. Por eso Jose se mueve entre la cámara fija y el escenario, graba a los autores comentando libros en la feria. Jose me cuenta –cuando no está hablando de Zizek o de Nani Moretti o de Kieslowski– cómo hacen la difusión y que tienen decenas de miles de seguidores, dentro y fuera de México.

Cuando termino mi última actividad en la feria se forma una cola para la firma de libros. Muchos llevan en la mano un ensayo mío descatalogado que han adquirido a un precio muy bajo. Unos pocos alguna de mis últimas obras, que también han podido comprar allí, porque no se excluye a las distribuidoras comerciales. Confieso que cuando me dijeron que durante el coloquio hablaría de un libro mío que ya ni se encuentra, me molesté. Tengo, como escritor, ese reflejo de querer vender mis últimas obras, darles un empujón, fomentar el éxito de lo reciente. Pero una vez allí me doy cuenta de que me da igual o, más bien, de que lo único que me importa es que lean cualquier cosa que les sirva. La Brigada no busca el negocio y yo, entretanto, he perdido el interés por hacerlo.

Durante unos minutos cae un chaparrón nocturno que no interrumpe los actos ni hace clarear las filas, a pesar de que los toldos no bastan para contener el agua. Sentado en una silla en un lateral, el joven de la gorra roja, ese que pensé que estaba allí por casualidad, sigue escuchando seis horas después con el mismo gesto impasible.

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Comentarios
  1. …» llevan la lectura a quienes tienen un acceso restringido a ella, por condiciones económicas o nivel cultural, entendiendo la lectura y la cultura como herramientas de transformación política y social.
    … la transformación radical de la sociedad sigue siendo un objetivo válido y la cultura no ha dejado de ser un arma cargada de futuro».
    Loable iniciativa la de la Brigada y loable el buen criterio y el anhelo de aprender de un pueblo humilde que sabe valorar la cultura. Los mejores cimientos para construir sociedades libres y justas. ¡Qué gozada estar entre un público humilde y así de entregado!.
    La cultura, el conocimiento y la ética son lo más necesario. Es por falta de ellos que hoy tenemos el Planeta enfermo y un mundo insolidario dónde el hombre se ha convertido en un depredador de su propia especie.
    Mientras tanto en Colombia cuyos presidentes nunca han estado interesados en promover la cultura, éllos se deben al capitalismo más salvaje y a los aliados del capital, militares y paramilitares, gente cruel y bruta que odia la cultura, así que la sangre del pueblo, que no de los poderosos, se sigue derramando en Colombia.
    http://canarias-semanal.org/art/25907/700-lideres-sociales-y-135-excombatientes-de-las-farc-asesinados-durante-el-proceso-de-paz
    Un balance de la violencia política en el país sudamericano, reveló que desde el inicio del actual calendario electoral iniciado el pasado 27 de octubre de 2018 hasta el 27 de agosto del presente, un total de 364 líderes políticos, sociales y comunales han sido víctimas de distintos ataques armados en Colombia.
    Según un informe de la ONG Instituto de Estudios sobre Paz y Desarrollo (Indepaz) y el movimiento político Marcha Patriótica, ya son más de 700 líderes sociales y 135 excombatientes de las FARC que se encontraban realizando labores comprendidas dentro de proceso de reincorporación a la vida civil asesinados desde la firma de la paz en 2016.
    Según el informe de la misma Fundación, “la falta de voluntad política para la puesta en marcha y el mantenimiento de la Comisión Nacional de Garantías de Seguridad y la Unidad Especial de Investigación, dificulta la creación de posibles soluciones para mitigar el riesgo de quienes suscribieron el Acuerdo y expresa la falta de compromiso del Gobierno con la integridad de los exguerrilleros”.

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