Cultura

Cuéntame qué pasó anoche

Aroa Moreno nos presenta 'Lagunas. Memorias de una alcohólica', el nuevo libro de Sarah Hepola (Pepitas de calabaza, 2019)

Portada de 'Lagunas', el nuevo libro de Sarah Hepola

Artículo publicado en #LaMarea71: ‘¿De quién es España?’ (julio-agosto de 2019). A la venta aquí

Lagunas
Sarah Hepola
Pepitas editorial

Leo una buena parte del libro de Sarah Hepola un sábado por la mañana recordando todo lo que pasó la noche anterior: nada. Pero lo leo y mastico una pequeña parte de esa amargura de la fiesta que se alarga demasiado, de haber sido simpática con quien tal vez no lo hubiera sido al día siguiente, de no poder precisar exactamente las conversaciones que tuve. Leo su juventud y reconozco la inseguridad y aquello de querer conquistar territorios que hasta entonces habían sido solo de los hombres. Pero el texto de Hepola va mucho más allá de una sensación pasajera, está lleno de agujeros: la saturación y el brillo de las resacas hasta el tope, hasta el colapso, hasta el fundido a negro de la memoria. Hepola tiene apagones, pero los escribe de una forma tan sincera que, a veces, quiero apartar la mirada de esas líneas precisas y eléctricas: no hay en este libro ni una sola frase escrita para quedar bien.

Entre la diversión y la sordidez, como en la ebriedad, Sarah Hepola repasa en Lagunas (Pepitas de calabaza, 2019) una memoria de los años que pasó enganchada al alcohol, se esfuerza en recordar todo aquello que se bebió para olvidar. Cuando tiene siete, se acaba los restos de cerveza que dejan sus padres. Cuatro años después, vive su primer black out. “Yo adoraba el alcohol y me devoró. Adoraba la fama y la maquinaria de la valoración y me destrozaron”. El alcohol es una lucha de poder contra la familia, contra la sociedad y contra sí misma. Borracha es más segura, es más lanzada. Borracha se parece a las mujeres a las que admira y se atreve a decirle los chicos lo que bloquea estando sobria. Borracha empiezan a pasarle cosas. Y borracha las olvida todas. No es la mujer que bebe a escondidas en la oscuridad de su cocina, no guarda botellas en el garaje, no le tiemblan las manos ni llora mientras se traga el vino. El alcohol es su droga contra la soledad. La tolerancia al alcohol cambia de una persona a otra y depende de varios factores, entre ellos, la frecuencia con la que se bebe. Quien vomita a la segunda copa, no sufrirá un coma etílico, no perderá episodios de su vida. Cuando la sangre alcanza un punto de saturación alto, se cierra el hipocampo, la parte del cerebro encargada de la memoria a largo plazo, y se pueden sufrir lagunas al día siguiente: ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Quién eres? No reconozco la ventana por donde entra esa luz de mediodía.

Hepola ha perdido miles de noches y distingue entre dos tipos de olvidos: las lagunas parciales, una luz que se enciende y se apaga en el cerebro: recuerdas besar a un hombre, pero no quién se insinuó primero; y las lagunas en bloque, la luz se va y no vuelve en horas. A las segundas pertenecen escabrosos episodios con desconocidos en hoteles y casas a las que nunca sabe por dónde ha llegado. “En mi vida, el alcohol ha enturbiado muy a menudo la cuestión del consentimiento”. El alcohol atraviesa todas su relaciones sexuales: desde el primer beso hasta el último desconocido con el que se acuesta. No esquiva la turbiedad, Hepola sabe que algunos de esos hombres se han aprovechado de su estado ebrio para acostarse con ella, que el consentimiento se diluye y lo que por la noche fue un sí, de mañana puede haberse convertido en un no. Pero también pone el foco en otro aspecto: el alcohol consiente un tipo de sexo que nunca permitiría estando sobria. ¿Lo hace por ella o lo hace por ellos?, se pregunta. 

Hepola no resulta dramática ni patética, es periodista freelance para importantes medios norteamericanos y escribe con potencia, humor y veracidad. Y va narrando todas sus caídas (literales) y recaídas, hasta que ya no puede más, hasta que reconoce que no quiere ser la mujer que olvida. Quiere dejar de reconstruir su vida basándose en testimonios ajenos. Revisa su pasado y la raíz, toda historia de un alcohólico contiene un principio, pero ninguno sabe cuál será su final. Los dos primeros tercios del libro son tan francos que resultan perturbadores. Pero casi todas las memorias sobre la ebriedad están redactadas desde un estado sobrio y una se alegra por Hepola, que ahora tiene 44 años y sabe que necesitar ayuda para dejar la adicción no significa haber fracasado. La misma fuerza que supuestamente le daba la bebida, comienza a encontrarla dentro de sí, deja el alcohol y decide recordar, no solo lo que ha hecho la noche anterior, sino quién es y, sobre todo, qué desea ser. 

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