Análisis

Esto ya pasó en Weimar

"La Gestapo no tenía que responder ante ningún tribunal ordinario y no tuvo restricciones del Estado porque la Gestapo era el Estado", reflexiona el autor.

Cuarteles generales de la Gestapo, en Berlín (1933). BUNDESARCHIV

Artículo publicado en #LaMarea70: ‘La memoria de Europa’ (marzo de 2019). A la venta aquí

En el edificio de la antigua sede de la Escuela de Artes Industriales y Artesanos y en las estancias del Hotel Prinz Albrecht, que ocupaban el bloque colindante, se instalaron la sede de la Policía Secreta del Estado (Geheime Staatspolizei), cuyo acrónimo era Gestapo, y sus calabozos. Otras construcciones cercanas, donde se alojaron las oficinas de las SS y de Seguridad del Reich, conformaban la topografía del terror nazi en Berlín. Esta era una de las primeras piezas con las que se formaría la maquinaria represiva del Estado alemán bajo el nazismo. Heredera de la Policía Secreta de Prusia (Preussische Geheimpolizei o PGP), que venía funcionando desde mediados del siglo XIX, la Gestapo de Hermann Göring, que firmó su acta de creación el 26 de abril de 1933 en calidad de ministro del Interior, fue concebida como un mecanismo institucional capaz de eliminar toda contestación social y toda oposición política, incluida la que pudiera proceder del interior de las estructuras nazis, como ocurrió en la llamada “noche de los cuchillos largos”.

En 1936 esta organización controlaba ya toda Alemania y sus actividades se habían centralizado. Frente a otras oficinas de investigación, como la OVRA de Mussolini o el PVDE en el Portugal del dictador Salazar, la Gestapo funcionó en paralelo a la transformación del Estado. Adquirió más poder e intensificó su represión conforme se iban implantando las leyes del nuevo Estado que desmantelaban el sistema de Weimar, bloqueando la participación política y sindical mediante la limitación del derecho de reunión y la ilegalización de las organizaciones comunistas, primero, socialistas, después, y sindicalistas católicas, más tarde. Impidiendo la crítica, al restringir la libertad de expresión y de prensa. Y suspendiendo los poderes soberanos y la autonomía de los Länder.

El aparato nazi tenía plenos poderes y no estaba obligado a rendir cuentas al Parlamento, confirmaba el régimen de partido único e impulsaba un nuevo sistema jurídico que proclamaba al Führer fuente suprema del derecho. Todo lo cual, junto al ordenamiento corporativo de la economía alemana –que acababa con la resistencia del movimiento obrero y dejaba en manos de los capitalistas y los junkers el control absoluto de la economía del país– fue posible gracias al funcionamiento del aparato de represión que desarrolló progresivamente la Gestapo. Esta pasó de recopilar información sobre los sospechosos de actuar contra el nuevo régimen, infiltrarse en los movimientos obreros y sindicales y controlar la prensa libre, a extorsionar, fabricar informaciones falsas, difundir en la prensa acusaciones infundadas, torturar y asesinar. Los delitos que perseguía la Gestapo siempre estaban relacionados con la realización de actos contra el nuevo Estado. Un Estado que pronto fue uno con el partido de Hitler.

La novela de George Orwell 1984, generalmente calificada de distopía, parece más bien describir, con un realismo crudo, las prácticas de la Gestapo, incluida la producción de una neolengua, sobre la que ya Kemplerer advirtió al dar cuenta de la manipulación que los nazis había hecho del idioma alemán para introyectar las ideas del nazismo en las consciencias. La Gestapo no tenía que responder ante ningún tribunal ordinario y no tuvo restricciones del Estado porque la Gestapo era el Estado.

En su Construyendo una nación (Aufbau einer Nation), Göring afirmaba haber declarado ante millares de compatriotas que cada bala que saliese del cañón de la pistola de un policía era una bala suya, y que si eso era asesinato, él había dado la orden, y lo defendería y lo asumiría responsablemente. Los objetivos de la Gestapo culminaron cuando diseñaron la creación de una sociedad de la que fueron excluidos, mediante la reclusión y la muerte, todas aquellas personas que no cumplían el ideal del nuevo Estado.

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