Análisis
Modulaciones del terror: terrorismo, fascismo y supremacismo
"El terrorismo no tiene que ver con la derecha o con la izquierda, que están dentro del espectro político constitucionalista, sino con atacar el orden establecido (caso del terrorismo yihadista) o bien tratar de reforzarlo (terrorismo supremacista) imponiendo un terror que consideran equivocadamente justo", escribe la filósofa.
Decía François Furet que la guerra de 1914 había tenido para el siglo XX el mismo carácter condicionante que para el siglo XIX la Revolución Francesa. Aquella guerra, tan distinta, por recordar a Jünger, había inaugurado un nuevo modo de matar y de morir, un nuevo modo de ser, un nuevo modo de ver al otro, amparados en las trincheras, que, tras el final de la guerra, propició según Furet el ascenso de figuras como Lenin (1917), Mussolini (1922) y Hitler (1923).
Cuando Jünger escribe en Tempestades de acero que había contemplado en los rostros una “forma hasta ahora desconocida de manifestarse del ser humano” no sabía hasta qué punto su intuición fue pronóstico del horror. Es el comienzo de los totalitarismos, desde el fascismo al comunismo, identificados usualmente como modulaciones extremas, derecha e izquierda, de la exaltación de una época. Con la Revolución Francesa apareció el Terror. Con los totalitarismos comienza, por decirlo ahora con Hannah Arendt, el periodo de la irrupción de Estados criminales, de terror, en los que la criba ideológica, racial, religiosa y nacionalista llega hasta cumbres –mejor sería decir simas- nunca vistas.
En esta somera genealogía del terror asociada a acontecimientos históricos clave, si siguiéramos con las asociaciones de Furet para aplicarlas al siglo XXI, el acontecimiento determinante sería el ataque contra el World Trade Center el 11 de septiembre del 2001. No porque sea el primer gran atentado, pero sí porque con él se produce un cambio en la geopolítica con impacto a nivel mundial. Se habla así de un Nuevo orden mundial en el que fluyen e influyen ideologías con los rostros de la política, pero también de la economía. Nuevo orden con nuevas modulaciones del terrorismo, que hace imprescindible pensar las relaciones entre terrorismo, fascismo y supremacismo.
El ejemplo lo tenemos tristemente en lo acontecido en un supermercado Walmart de El Paso el 3 de agosto por un integrante del supremacismo blanco. Lo llaman tiroteo pero no estaba precisamente robando las cajas registradoras. Estaba asesinando, como objetivo, latinos. Y no deja de ser significativo que fuera en un supermercado y en una zona fronteriza porque allí donde puede entenderse que el límite de una frontera separa, también desde otra perspectiva, une y conecta materializándose en la forma de un mercado. Allí donde algunos quieren ver un muro que separa, otros percibimos un paso que conecta y enlaza. Pero este paso se entiende, por algunos, como amenaza.
Del periodo del terror pasamos a la época de los Estados criminales y, de esta, al tiempo de la expansión del terrorismo más allá del Estado, aunque no de las fronteras. Época, periodo y tiempo suponen una trayectoria expansiva preocupante no sólo por su duración en el tiempo, sino por los desplazamientos en la mano ejecutora.
La acotada e identificable mano del terror ya no es, como en la Revolución Francesa, el de un comité establecido para tal fin (como el Comité de Salvación Pública o el de un Estado fascista, como en el caso de los totalitarismos), sino el de la mano de un cualquiera que toma la iniciativa y considera, además, justificado su acto. Abandera textos sagrados, difunde comunicados proclamando su autoría, deja escritas cartas cuando sabe que su “misión” requiere su sacrificio e incluso difunde manifiestos explicando sus actos, como el caso de Brenton Tarrant o de Patrick Crusius. Y así, tras los atentados perpetrados por el supremacismo blanco, por ejemplo de corte islamófobo (Nueva Zelanda) o contra los latinos (El Paso), y movidos por las analogías, se comienza hablar de un terrorismo ultraderechista para diferenciarlo del terrorismo yihadista y de otro, anterior, “de izquierdas”. Aunque se aprecian rasgos comunes, en los que parece existir más una relación de imitación que de causa y efecto, quizá sea interesante preguntarse, de nuevo, por la génesis del terrorismo y por la modulación de las formas del terror. ¿Hay un terrorismo de derechas y otro de izquierdas?
El 12 de diciembre de 2001, Jacques Derrida en sus lecciones sobre el origen de la soberanía escribe: “si tuviésemos que proceder a una genealogía conceptual del terrorismo […] habría que reconstruir todas las teorías políticas que han convertido el miedo o el pánico (por consiguiente, el terror o el terrorismo como saber-hacer reinar el miedo) en un resorte esencial y estructural de la subjetividad, de la sujeción, del ser-sujeto”.
El terrorismo nace de la creación simbólica de un antagonismo como bien viera Carl Schmitt dentro de la dinámica amigo-enemigo, lo que quiere decir que el enemigo, el hostis, que no es un simple rival, es el puesto existencial. Y se le odia. A muerte. Y se personaliza. Este hostis tiene un carácter público, es decir, manifiesto y visible porque permite al sujeto definirse a la contra. Los atentados en El Paso son desde luego actos terroristas con un hostis muy visible, cuya existencia se cree que amenaza la del hombre blanco, caucásico y de origen cristiano. De “invasión hispana de Texas” hablaba el perpetrador de la masacre en Walmart en su funesto manifiesto. Nosotros versus Ellos. Esta idea ya da una clave de qué implica el terrorismo y de por qué, aunque la etiqueta “terrorismo ultraderechista” haga ver algunos de las características de este movimiento, no deba agotarse en ella. Esta clasificación oculta más que enseña porque no hace sino profundizar en este corte antagonista con el que leemos nuestro mundo. Los terroristas supremacistas no son meros representantes de la derecha, sino de otra cosa algo más siniestra que busca no la vida, algo característico de la política (biopolítica), sino la ilusión de vida a costa de la muerte (necropolítica).
Más allá de los lugares comunes, de lo que entendemos cuando escuchamos “terrorismo”, más allá de esa identificación con el miedo o el pánico de la que habla Derrida ¿qué es el terrorismo? Procedamos a la genealogía. Terror, del verbo terreo, significa originariamente hacer temblar (tremere) y, en consecuencia, hacer caer o huir. En la antigua Grecia, Terror era una divinidad, Deimós, que junto a su hermano Phobos (Miedo) acompañaba siempre a su padre Ares, la guerra, a la batalla. Él no es el miedo, sino el responsable de dejar tan desamparado al guerrero, de hacer caer tanto sus estructuras de seguridad, que su hermano podía hacer su trabajo. Desde esta perspectiva el terrorismo haría alusión –y así solemos entenderlo- a este hacer temblar y podría ser entendido como aquellos actos intencionados y sistemáticos de violencia alimentados por una ideología dogmática política o religiosa que tienen como propósito dañar de forma indiscriminada a otro considerado un enemigo. En esta dinámica el mal es siempre el otro. Asesinarlo es un “mal menor” frente al “bien” que cree abanderarse.
La cuestión clave es por qué y es aquí cuando comienza la genealogía histórica: el terrorismo no tiene que ver con la derecha o con la izquierda, lo que implicaría que están dentro del espectro político constitucionalista, sino lo que lo excede y ataca el orden establecido para destruirlo (caso del terrorismo yihadista) o bien tratar de reforzarlo (terrorismo supremacista) imponiendo un terror que consideran equivocadamente justo. Ecos de Robespierre: “El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible”. Pero no, no es justicia. El terrorismo es la afirmación de la muerte sobre la vida y de la destrucción que quedan muy fuera de las políticas no criminales de derecha o de izquierda. Recuérdese que “política” no sólo se asocia con “polis” (ciudad), sino con “polizo” un verbo griego que significa construir o edificar. Ver el mundo desde esta dinámica no deja ver que en el mundo, por muchas que sean las diferencias, dentro de un orden “justo” y muy lejos de las políticas del terror lo único que existe es un nosotros.
La ultraderecha, cuando desde su hegemonía llega al extremo de asesinar y discriminar por motivos de raza, etnia, religión o orientación sexual, se convierte en terrorismo, pero una forma de terrorismo muy concreta que se llama fascismo. No en vano fascismo, que procede de fasio (grupo político) significa etimológicamente haz o manojo de paja o de juncos. Virgilio señala que portaban fasces aquellos que representaban la autoridad como cónsules o dictadores, pero en su interior se encontraba un hacha para imponer ese poder contra el otro que amenaza el poder del grupo. De nuevo ellos versus Nosotros. El supremacismo, como forma de fascismo, se sitúa abiertamente en la creencia de que su posición de partida no sólo es la superior por albergar el poder, sino porque, si lo ocupan, es porque son superiores por motivos biológicos: en el interior de aquellas fasces, ya no hay hachas sino rifles semiautomáticos. Al radicalizar posiciones los supremacistas se han salido de la política. Ya no son de derechas. Son otra cosa. De ahí por ejemplo que los propios terroristas supremacistas afirmen que el gobierno, por muy de derechas que sea, no es lo suficientemente eficaz. Ya no se trata, como dijera Arendt, de un Estado criminal, como en el caso del fascismo, sino de un orden en el que la sociedad presenta preocupantes síntomas de criminalidad.
Algo parecido –con las debidas matizaciones– pasó en la Revolución francesa, en la que, tras el “terror rojo” de corte jacobino y revolucionario, que, por cierto, tenía como propósito “reforzar” y “defender” el orden instituido por la revolución, apareciera en 1815 el “terror blanco”, denominado así por los colores monárquicos, en el que “ultramonárquicos” o “ultraabsolutistas”, más extremos que el propio monarca Luis XVII, eliminaban a todo aquello que supusiera un riesgo al régimen establecido.
Lo acontecido en El Paso y antes en Nueva Zelanda, Texas, Dayton, Charleston son atentados alimentados por un antagonismo que niega el nosotros y es desde el nosotros como tenemos que pensarlos. Cada atentado y cada muerte nos concierne. Ni de derechas ni de izquierdas, el terrorismo ya no responde a estas etiquetas. Y dándonos cuenta de este hecho quizá llegue el momento de no radicalizar insensatamente desde la política posiciones nos llevan al inhóspito lugar de la necropolítica, de los Estados del terror y de la gestión de muerte.
Pareciera como si el objetivo más razonable de nuestro poder moderno fuera el exterminio de los adversarios y como consecuencia ciertos iluminados trataran de llevar a cabo aquello que el poder insinúa pero parece no cumplir.