Análisis

Claro que nuestros pezones son una cuestión política

“Del Playtex puntiagudo de nuestras madres a los sujetadores acolchados del Oysho han pasado 40 años y una bochornosa vuelta del puritanismo que se ha cebado con nuestros pezones”, escribe la autora.

Tuccia velata, una escultura de 1742 de Antonio Corradini, expuesta en el Palazzo Barberini de Roma (Patricia Simón)

Haya sido conscientemente o no, probablemente el acto con mayor carga política que Melania Trump ha llevado a cabo en estos cuatro años de exposición pública, haya sido haber acudido a actos oficiales sin sujetador. O mejor dicho, sin un sujetador que borre la marca de los pezones en sus vestidos. Precisamente, la controversia mediática que ha generado que a la primera dama estadounidense se le notasen los pezones en varias apariciones públicas debería hacernos comprender el involucionismo que estamos viviendo. Y por ello es de agradecer que se escriban artículos sobre esta cuestión, a sabiendas de que puedan ser criticados o malinterpretados, como le ocurrió a este de Beatriz Serrano, que fue tachado de sexista en las redes sociales.

Del Playtex puntiagudo de nuestras madres a los sujetadores acolchados del Oysho han pasado 40 años y una bochornosa vuelta del puritanismo que se ha cebado con nuestros pezones. Porque era a ellos a los que se estaba refiriendo el periódico conservador italiano Libero cuando tituló la noticia de su comparecencia ante sede judicial con un «Carola Rackete sin sujetador en la fiscalía. Descaro sin límites». En respuesta, mujeres de distintos países convocaron una acción en solidaridad con la capitana por la que salieron a la calle sin sujetador el 27 de julio.

La ola involucionista que está viviendo el mundo, así sea en forma del neofascismo de Bolsonaro, Salvini o Abascal, o del radicalismo islamista financiado por los países del Golfo, tiene una agenda compartida en la que el primero de sus objetivos son los derechos de las mujeres, de las personas del colectivo LGTBIQ+ y de las librepensadoras que ejercen y defienden el libre albedrío. Y para ello han rehabilitado conceptos como el recato, que interpretan como sinónimo del saber estar, pero también de una autoprotección ante los peligros que nos esperan a las mujeres en ese espacio público que no nos pertenece, la calle. Y para ello están expandiendo el burkini en países como Marruecos o Argelia, y códigos de vestimenta absolutamente superados en Occidente. Porque ¿qué es eso de que en España trabajadores de aerolíneas se dediquen a impedir el embarque de pasajeras con escotes que consideran impúdicos, como ha ocurrido en dos ocasiones en las últimas semanas? ¿Quién les ha otorgado el carnet de policías del honor? ¿En dónde está escrito hasta qué centímetro del canalillo se puede mostrar para poder viajar en un aeropuerto europeo? 

Hemos pasado de quemar los sujetadores como símbolo de la liberación de la mujer a embolsar nuestros pechos en perfectos cascotes de relleno que los homogeneizan, a ser posible, todos en un redondeado 90B que invisibilice esa peligrosa protuberancia viva que cambia de forma según la temperatura, el estado de ánimo, la postura. Incluso venden almohadillas adhesivas para difuminar esos pezones que también han sido borrados de los maniquíes, no vaya a ser que en medio de un cambio de temporada escandalicen a los viandantes y perturben la cabecita de nuestros niños y niñas. No nos escandalicemos cuando en algún museo romano decidan cubrírselos a alguna escultura con una equis de cinta aislante como hacen en el mundo paralelo de Instagram para sortear la censura.

Hemos pasado de que ir sin sujetador sea un extenuante ejercicio de reivindicación de la libertad –porque lo es, y si no estén atentas y atentos a las miradas y comentarios que sigue suscitando tamaña provocación– a que no ocultar que tenemos pezones sea toda una salida de tono de tinte sexual, como le recriminó parte de la prensa internacional a Melania Trump, o un signo de insumisión y desacato a la autoridad, en el caso de la capitana Rackete según el periódico Libero.

Y claro que nuestros pechos y pezones son elementos sexuados, como nuestra cara, nuestros hombros, nuestras piernas, nuestros brazos o nuestras manos, aunque el heteropatriarcado evite reconocerlos así porque supondría desterrar la supremacía de las prácticas falocéntricas que tan ‘eficientes energéticamente’ le resultan. El peligro es que si nosotras asumimos este mandato, no solo terminaremos borrando nuestros pezones, sino también cubriendo nuestra cara, nuestros hombros, nuestras piernas, nuestros brazos y enguantando nuestras manos.

Las mujeres de Irán y de Afganistán saben bien lo rápido que se pasa de llevar minifalda o pantalones a niqab o burka, y la de décadas que cuesta desterrarlos. En algunas regiones de Marruecos o Argelia están empezando a comprobarlo. Las españolas vimos cómo el nacionalcatolicismo se metió en nuestra cama, se sentó a nuestra mesa a diario y nos convirtió en súbditas de Dios, de nuestro padre y de nuestro marido durante 40 años por la gracia de la Iglesia y de Franco. Nuestras madres aún tienen fresco el recuerdo de la de resistencias, críticas y censuras que tuvieron que aguantar cuando quisieron ser dueñas de su imagen y de su armario. Esperemos que las hijas de esta Europa neoconservadora no tengamos que volver a lucharlo.

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Comentarios
  1. A veces la provocación va en una mirada, en un gesto de la cara o en un simple pensamiento, que enseña la inteligencia y llega al corazón… Eso es la vida, que utiliza todas las formas posibles para crear sentimientos, y nadie debe coartar, ni prohibir, ni siquiera dirigir…tan solo hay que pulir la inteligencia, con una gran amplitud de miras, asumiendo la aceptación de lo que somos y la empatía con lo que no…
    Un gran artículo lleno de sentido de la razón.

  2. Criticas a la censura franquista. Te diré que la censura franquista comparada con lo que hay hoy, era un juego de niños. El problema no es solo los pechos femeninos. El problema ya es cualquier desnudo. Hace un tiempo estaba metido en un grupo de fotografía de aficionados. Se proponían temas y la gente subía fotos relacionadas con ese tema. Un día se me ocurrió subir una foto de desnudo que entraba dentro del tema propuesto. No sería la mejor foto del mundo, tampoco la peor. Y tampoco era nada pornográfico. Sin embargo la cantidad de burradas que pude leer en los comentarios solo porque era una foto de desnudo. Ni que decir tiene que me largué enseguida de dicho grupo. En otro grupo de fotografía que estaba pasó lo mismo, pero era otra persona la que subió la foto. Estamos en un tiempo totalmente incogruente. Por una parte vamos de liberales, de abiertos, de tolerantes y, por otra parte, nos da un infarto cada vez que vemos un desnudo públicamente. Así nos va. Eramos muchísimo más abiertos con Franco.

  3. la lucha no se puede dejar para otro día y educar es fundamental, volvamos a las misiones pedagógicas!!! a la ignorancia se la combate con libros, cultura, cine, música, arte…

  4. para no volver a vivirlo hay que educar en la igualdad y la libertad, no pasaran!!!
    me visto como me da la gana y hago top less y no llevo sujetador desde hace 38
    y si envejezco no me pongo color: harta de discriminaciones contra las mujeres!!!!
    al que no le guste que se j….

  5. De momento, a las únicas a las que he oído decir que los pezones y los pechos no son sexuados, que son órganos exclusivos para el amamantamiento, y que sólo en la horrenda especie humana se sexualizan los pechos, es justamente a las feministas. Nosotros, heterosexuales practicantes, suscribimos por completo este párrafo del artículo: «Y claro que nuestros pechos y pezones son elementos sexuados, como nuestra cara, nuestros hombros, nuestras piernas, nuestros brazos o nuestras manos», y sólo negamos que precisamente seamos nosotros los que pretendemos desexualizar cualquier parte de la mujer. Creíamos, por el contrario, que aquello que nos hace odiosos al feminismo es justamente que sexualizamos a la mujer en todas sus partes y extrapartes. Así que, si hay que denunciar un puritanismo verdaderamente novedoso y estrafalario es el que viene del feminismo. Y es una prueba más del guirigay que son estos feminismos que nos rodean, la ingente cantidad de disparates y mensajes contradictorios que envían, con la única conexión mística y retórica del «heteropatriarcado» de marras, que ni existe ni se le espera, ay, con lo bien que nos vendría.

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