Cultura
Memoria física de una mujer
Giraud disecciona en 'Tener un cuerpo' cinco periodos de la vida de una mujer con una voz en primera persona que va iluminando escenarios y secuencias, propiciando el viaje físico, pero también político, de cuestionamiento social y de género.
¿Recuerdas cuando corríamos descalzos por la arena de la playa? No sabíamos nada de las enfermedades de la piel bajo el sol, del pulmón calcinándose en aquellos coches llenos de humo con sus ventanillas subidas y todos los niños respirando adentro. El pescado estaba siempre limpio de muerte porque el mar no conocía las mareas negras. Y no hablábamos nunca de las fobias, ni del asco. Desde aquella época anterior a la conciencia del peligro parte esta narración, Tener un cuerpo (Contraseña, 2019), de la escritora francesa Brigitte Giraud.
¿Tenemos un cuerpo o somos un cuerpo? ¿De qué depende el deseo: el cuerpo sobresaltado, el vientre contraído? ¿Cómo es posible que perdamos con los años la relevancia puramente sensual de aquella primera vez en que una boca estuvo sobre nuestra boca? ¿Toma la palabra el cuerpo ante la incomunicación?
Giraud responde en este libro dividido en cinco partes que diseccionan cinco períodos de la vida de una mujer: la infancia, la adolescencia, el amor, la maternidad y el duelo con una voz en primera persona que va iluminando escenarios y secuencias, propiciando el viaje físico, pero también político, de cuestionamiento social y de género.
A través de una geografía que revisa todas las cicatrices de la vida de la narradora que, en muchos casos, coincide con la propia Giraud, el lector presencia la recta infantil de la que después se formará la cadera, el pecho, hasta el proceso del descubrimiento de la mirada del otro en el propio cuerpo. Una travesía por todo el proceso de domesticación de lo que nace salvaje, del bloque de carne que ponemos a prueba: de las subidas al tobogán, del salto desde el peldaño más alto de las escaleras, de la sangre en las rodillas peladas y del desafío a todas las prohibiciones hasta las primeras experiencias de la piel y la respuesta precisa de la máquina: “Pago por no haber entendido que el cuerpo existe y contrapone su lógica técnica, su mecánica, implacable a la creencia mágica y adolescente. Es esta intervención médica, esta aspiración de todo mi ser, esta interrupción voluntaria del embarazo lo que me interrumpe brutalmente la infancia”, escribe Giraud.
En algunas de sus páginas más intensas, la narradora volverá a permitir la gran transformación física: su cuerpo contendrá finalmente otro cuerpo. La mujer es “habitada”, se convierte en plural y Giraud escribirá uno de los fragmentos más impresionantes acerca de dar a luz y sus connotaciones corporales. Con “violencia y alivio” pare a un niño llamado Yoto. Y es entonces cuando tiene lugar la contradicción: el centro de gravedad se desplaza del centro de su cuerpo al del hijo, resignificando el vacío interior. La mujer contempla las primeras veces del cuerpo del niño: “(Yoto) toca el pincho del cactus, la cadena de la bicicleta, la caca del perro. Mete las manos en el agua de fregar los platos, monta una tempestad en la bañera. Se mete en la boca el rotulador, prueba la mimosa. Muerde la vela, mastica papel de periódico”.
El relato va estratificando las dermis en un viaje al centro de la anatomía a través de los recuerdos sin tabú ni censura. Va construyendo la casa que alberga todos los cuerpos de una mujer que formarán una única pieza. La autora no deja piel sin tocar: la víscera del accidente sobre la carretera, el cuerpo en rebeldía tras la experimentación con las drogas, el cuerpo resignificado como herramienta de trabajo, la devastación tras la pérdida del compañero, la comprensión de que la muerte es un cuerpo que desaparece y la sanación.
“Sangre, nervios, materia viscosa, maculada de coágulos y de granos, flemas en forma de ocho o trenzadas igual que circuitos eléctricos, ramificaciones líquidas condensadas bajo la gelatina”, la memoria es el órgano que le servirá a Giraud de bisturí para tomar estos apuntes falsos del natural de su pasado, la parte física encargada de dar sentido al conjunto, de tender el puente hasta la identidad, de conseguir que cuando el cuerpo falte, la presencia siga.
Tener un cuerpo
Brigitte Giraud
Editorial Contraseña
Nos cuenta La Biblia, que todos los males del Hombre comenzaron con el mordisco que, la primera mujer que pisó la Tierra, decidió darle a una manzana.
¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa!
Las mujeres llevamos soportando el peso de la culpa desde el inicio de los tiempos.
Culpables del Pecado Original y culpables también de todos los pecados no tan originales que se han ido sucediendo a lo largo de los siglos.
(Iria Bouzas «Por mi grandísima culpa»).