Opinión
Qué significa hacer memoria
"El olvido no es ningún vacío, sino la página borrada de un texto diluido en la que, con peligrosa pluma, puede sobreescribirse otra historia que cambie y condicione para siempre la nuestra", reflexiona la filósofa.
Cuando se cuenta el tiempo comienza la memoria. Es un contar extraño porque el cómputo no es el de los años vividos, sino el de lo vivido en aquellos años lo que hace de la cuenta no una suma, sino un relato tejido de recuerdos que, a la manera de una red, parece poder traer algo del pasado, pero el pasado. Eso es lo que significa “relato”: referirnos a lo que fue y traerlo a nuestra presencia de alguna forma como si pudiéramos recuperarlo.
Se tiene así la idea de que recuperar la memoria de los otros es una forma de que estos “hagan memoria” y entendemos por tal su propia e individual historia. Una historia que, a su vez, como un antiguo negativo que corriera el riesgo de borrarse ante la exposición excesiva de la luz, se quemara con la exposición de los días dando lugar al vacío del olvido. Esto hace de la memoria no solo un tiempo vivido que es susceptible de ser contado, sino el territorio frágil de un legado.
Ahora bien, quizá hacer memoria no consista en traer al presente la propia e individual historia, sino dar cuenta de que el tiempo vivido por cada aquel que recuerda constituye el tiempo que conforma el sustrato en el que convivimos nosotros, y que su historia es, seamos conscientes o no, la nuestra. Hacer memoria es reconstruir un pasado común. El pasado solo existe en la medida en la que es traído al presente como relato y es en calidad de tal como podemos ser conscientes de que la memoria del otro no solamente es importante por dar cuenta de lo vivido, sino por explicar por qué y cómo vivimos nosotros.
El olvido no es ningún vacío, sino la página borrada de un texto diluido en la que, con peligrosa pluma, puede sobreescribirse otro texto y otra historia que cambie y condicione para siempre la nuestra.
ENTERRAR LA MEMORIA REPUBLICANA, por Cándido Marquesán.
…Frente a un Azaña con todo tipo de vicios, emerge entre los buenos, un enviado de la divinidad, el “Caudillo”, dotado de poderes taumatúrgicos, con virtudes sobrenaturales: “Caudillo por la gracia de Dios”, aparecía en torno a su efigie en las monedas”. Un ejemplo de culto a la personalidad.
Fue un relato maniqueo. La República: anticatólica, antipatriótica, antinacional, anticlerical…, sustentada por los enemigos seculares de España: comunismo, masonería, judaísmo, anarquismo…, la chusma, las hordas, los rojos… En contraste: los buenos, nacionales, españoles, salvadores, héroes, mártires…, sacrificio, divinidad, humanidad… Un capítulo de lectura para niños comenzaba así: “En España empieza a amanecer”….
Para los golpistas, la (mal llamada) Guerra Civil tuvo en muchos aspectos poco de guerra y mucho de depuración ideológica. Así, los campos de concentración franquistas nacieron apenas 24 horas después del golpe de Estado como parte de un «plan preconcebido por los sublevados» con el objetivo de «sembrar el terror y eliminar al adversario político».El propio general Franco dejó dicho que en una guerra como la que vivía España era preferible «una ocupación sistemática de territorio, acompañada por una limpieza necesaria» que una rápida victoria militar «que deje al país infectado de adversarios».
Así, la idea que más se repetía era la de «limpieza». «Limpiad esta tierra de las hordas sin Patria y sin Dios», diría José María Pemán, intelectual y propagandista de los sublevados. El general Mola, en sus directrices previas al golpe, pidió «eliminar los elementos izquierdistas: comunistas, anarquistas, sindicalistas, masones….». El objetivo también lo señaló el general navarro: «El exterminio de los enemigos de España». El oficial de prensa de Franco, Gonzalo de Aguilera, de hecho, puso número a esa «limpieza». Según sus cálculos, había que «matar, matar y matar» hasta «terminar con un tercio de la población masculina de España».
(Alejandro Torrús, El «holocausto ideológico» del franquismo)