Sociedad

Maternidad, capitalismo y contradicciones

Tres expertas, con el relato de Naomi Klein de fondo, cuentan su experiencia.

Una mujer embarazada. ÁLVARO MINGUITO

 «Para Toma». Naomi Klein dedica a su hijo un libro gestado al mismo tiempo que intentaba gestarlo a él: Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima (Booket, 2014). Durante los cinco años que tardó en investigar y escribirlo pasó por varios abortos, múltiples intervenciones farmacológicas y tecnológicas fallidas y, finalmente, el embarazo y los primeros momentos de la maternidad. «Nuestro sistema económico no valora la labor reproductora de las mujeres, paga a los cuidadores sueldos miserables y no remunera mucho mejor a los maestros; y si alguna vez oímos hablar de la capacidad reproductora femenina, suele ser únicamente en aquellas ocasiones en que los hombres tratan de regularla».

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, lo dijo durante los dos debates electorales: «Sin hijos, no hay pensiones. Sin hijos, no hay futuro. Yo seré el presidente de las familias, de la natalidad». El líder del PP, Pablo Casado, también habló de una Ley de Maternidad como acostumbra a tratar el asunto la derecha. De los dos líderes que representan opciones de izquierda, Pablo Iglesias, de Unidas Podemos, fue el que se aproximó más al discurso de Klein e, incluso, corrigió el planteamiento de la presentadora: la sostenibilidad de las pensiones no está vinculada a la demografía sino a la calidad del empleo, vino a decir el dirigente. Olvidaron, no obstante, a quienes no quieren ser madres, por las razones que sean. Ahora hay incluso mujeres que renuncian a la maternidad como una acción-protesta para cambiar el sistema y hacer frente al colapso climático. Klein peleó por ser madre a pesar del futuro incierto que espera a su hijo: «Empecé a rezar por que aquellos invertebrados aguantaran vivos un año más: el tiempo suficiente para que mi hijo tuviera la edad mínima para asombrarse de aquellos seres. Pero luego dudé: ¡tal vez es mejor que nunca vea una estrella de mar si ha de verla en semejante estado!». Más allá de la emisión de CO2 y sus terribles consecuencias –argumenta Klein– lo que está destruyendo el planeta, lo que contribuye al cambio climático, es el capitalismo y su máquina de crear desigualdades. ¿Y cómo influye el capitalismo en la maternidad? ¿Quiere el capitalismo que seamos madres? ¿Por qué mujeres con ideología de izquierda, contrarias al neoliberalismo y, por descontado, feministas son finalmente madres en una época donde, se supone podemos elegir? Tres expertas en igualdad –y madres– reflexionan sobre ello.

Julia Cañero.

Mano de obra

«No creo que se pueda relacionar directamente el capitalismo con el deseo de ser madre de una mujer en cualquier parte del mundo, en cualquier cultura, en cualquier sistema económico. Sí podemos establecer relaciones en cómo es tratada la maternidad. Por ejemplo, el patriarcado quiere maternidades sumisas y sin posibilidad de elección, donde ser madre se convierta en un aspecto fundamental para el desarrollo de la mujer. La unión del capitalismo con el patriarcado ahonda en esta idea de maternidad, que además crea mano de obra gratuita e invisible en las mujeres como productoras de futuros/as trabajadores/as y consumidores/as», explica Julia Cañero, antropóloga en el grupo de investigación EtnoCórdoba Estudios Socioculturales, de la Universidad de Córdoba. Además, sostiene, las criaturas, al ser seres no productivos, no tienen los mismos derechos dentro de un sistema capitalista: «Por ese motivo la inversión en infancia es mínima y la pobreza infantil es tan alta». Y cita expresamente el caso de las familias monomarentales.

Lina Gálvez, catedrática de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Pablo de Olavide y recién elegida eurodiputada como independiente en las listas del PSOE, sostiene igualmente que cualquier sistema económico para funcionar necesita mano de obra: «Se concibe, se gesta, se pare, se cuida, se socializa, se forma… y todo eso lo han hecho gratuitamente las mujeres a lo largo de la historia. Lo cual se ha interpretado por el feminismo marxista precisamente como una plusvalía de la que se adueñaban los empresarios al poder pagar salarios más bajos a los trabajadores gracias al trabajo gratuito que realizaban las mujeres. Pero también antes del capitalismo». Gálvez cita economías preindustriales donde la eficiencia demográfica era muy baja, se tenían que tener muchos hijos para que sobrevivieran y para que pudieran trabajar como mano de obra en el campo, donde todas las manos eran válidas y se usaban como fuerza de trabajo. «Pero también es cierto, como supo ver Malthus –añade la catedrática– que cuando las condiciones eran mejores y crecía la población, esta ejercía una presión muy fuerte sobre los recursos, que volvían a escasear provocando hambrunas y un descenso demográfico. Hasta el siglo XVIII, en paralelo a la revolución agrícola y los inicios de la industrial, no comenzamos a ver la transición demográfica que ha hecho crecer exponencialmente la población mundial».

Lina Gálvez.

Patricia Rodríguez Pagés es periodista y está especializada en formación en género. «Me sorprende la extrañeza que expresan algunas mujeres que se sienten excluidas del feminismo porque se declaran liberales y no entienden esa crítica al capitalismo. El hecho de negar que el capitalismo ha utilizado a las mujeres a su conveniencia es de una miopía absoluta». Y añade: «Es imposible no ligar hechos como la eclosión de la leche en polvo y la falta de información pediátrica sobre la importancia de la lactancia materna al momento en el que las mujeres se incorporan masivamente al mercado laboral, primero en EEUU y después en España. El mensaje era: ve a trabajar, no te sientas mal si no puedes amamantarlo porque la leche en polvo es fantástica. Y los pediatras recomendaban cinco minutos exactos en cada teta, hasta que, obviamente, el niño se moría de hambre o se te iba la leche». Hay mujeres que todavía hoy son mal miradas por dar el pecho. Ella fue mal vista por no darlo. «El capitalismo nos empujó al mercado laboral vendiéndonos que era una forma de independencia femenina y de liberación, nos dio algunos medios para que nos sintiéramos mejor (bajas ridículas y productos ‘que te sustituyen’) pero nos mintió sobre la doble carga y, sobre todo, nadie nos habló del sentimiento de culpa, que es lo que, creo, más nos esclaviza, y que es algo que va con la etiqueta de ser madre y nunca te cuentan. Puede que la crianza natural, esa reivindicación de las esencias de la maternidad, haya tratado de librarnos de eso, tratando de reivindicar el apego, la lactancia… pero creo que tiene una dificilísima simbiosis con esta vida de trabajos full time y prisas y cero conciliación. La reivindicación está muy bien, pero la realidad es que con cuatro meses dejé a mi hija en una guardería de 9 a 4 de la tarde, mientras aún le daba el pecho. Fue una auténtica odisea».

Patricia Rodríguez Pagés.

La periodista cuenta que fue madre porque sentía la necesidad de vivir esta experiencia: «Creo que es la más brutal que viviré jamás. Es una explosión de sentimientos y la certeza de que existe el amor y el dolor ilimitado. Me encantaría volver a sentir alguna otra vez ese momento del embarazo y del parto, tal y como lo recuerdo de mi hija Luna. Fue una experiencia para la que no tengo palabras pero después bajo a la tierra: tengo dos hijas a las que espero darles todo lo mejor que pueda, todo lo que tenga de mí. Ni el contexto actual ni mi generosidad es tan ilimitada como para seguir dando vida sin tener la más mínima duda de que esas personas van a tener todo lo que yo creo que deben tener para defenderse en este jodido mundo».

La culpa a la hora de elegir

Porque ahora podemos elegir no ser madres –o eso creemos–, ¿pero podemos elegir ser madres sin renunciar a ser nosotras mismas? «Las madres que eligen como prioritaria la crianza verán mermado su desarrollo profesional y las madres que elijan su empleo se estarán perdiendo una parte muy importante del desarrollo de las criaturas, que además influye en su bienestar. Obligar a las madres a elegir no es justo, crea sentimientos de culpa y de frustración», denuncia Cañero, que insiste en que mantener hoy una idea antimaternalista incluso significa no avanzar en la teoría feminista: «Si la izquierda y el feminismo no apoyan la maternidad jamás podremos transformarla y empoderarla, y tampoco podremos transformar el sistema. Debemos reapropiarnos de la maternidad, igual que de todos los procesos vitales de las mujeres, desde la menstruación  hasta el embarazo, parto, lactancia, exterogestación, puerperio, menopausia… Por eso pienso que un feminismo antimaternalista es en realidad neoliberal, pues mantiene la única idea de liberación de la mujer a través de su incorporación y contribución a un sistema capitalista. Una maternidad feminista debe ser anticapitalista».

Cañero explica que no tenía una gran relación con la infancia antes de ser madre, prácticamente nunca había cogido a un bebé y apenas había jugado con menores más allá de trabajos de adolescencia en animaciones infantiles. «Sin embargo, siempre había sabido que quería ser madre, igual que supe que daría el pecho sin tener conocimiento de que hoy en día podría ser incluso un acto revolucionario. No sé bien por qué decidí ser madre pero sí que fue meditado hasta el extremo. Una vez que lo fui mis esquemas se rompieron, me pareció tener una conexión más cercana con la tierra, con lo realmente importante, la maternidad me deconstruyó y ya es parte de mi personalidad, de mis relaciones sociales, de mi profesión y de mi activismo».

Da las gracias a su educación feminista y dice que le debe la capacidad crítica y la posibilidad de elección: «Debo confesar que antes de ser madre podría haber defendido tesis contrarias a las que hoy defiendo. Asumo ese enorme desconocimiento previo que, no solo es provocado por no haber vivido la experiencia, sino porque vivimos en una sociedad adultocéntrica donde apenas se tiene contacto con niñes ni con madres hasta que no eres una de ellas. Por lo tanto el shockes fuerte. Y si mantienes los mismos objetivos vitales que tenías antes de ser madre, el choque lo tendrás con tus criaturas. Para mí la crianza respetuosa ha sido fundamental para crear vínculos y un pequeño espacio democrático en mi casa. También me ha hecho crecer. Fuera de ella, he descubierto el lactivismo, la tribu que crea un grupo de apoyo a la lactancia materna y crianza e incluso he aprovechado mi situación personal para redirigir mi carrera profesional, investigando sobre la maternidad. Como feminista aún tenía un problema y me he sentido juzgada por esta forma de crianza que he elegido, aunque mi colectivo siempre me apoyó». Ahora forma parte de la Plataforma PETRA Maternidades Feministas: «Desde entonces en mi ideología feminista no solo entra la maternidad. Es parte de ella y de mi visión del mundo».

PIB y demografía

España tiene una de las peores tasas de natalidad y, hasta junio de 2018, se contabilizaron menos de 179.800 nacimientos, el peor dato desde que existen registros en 1941. La media de edad a la que las mujeres son madres ahora asciende a los 32 años. «La natalidad es un factor esencial para cualquier sistema económico. El problema estriba en que el mundo y sus recursos son uno, pero los PIB, los derechos y deberes van por barrios, por Estado-nación. Y ahí, los equilibrios son distintos. En Europa hablamos de crisis demográfica pero la población mundial sigue creciendo y presionando los recursos porque las capas más empobrecidas sueñan con vidas similares a las de los ricos, entre los que estamos nosotros, los habitantes de los países ricos, que, por supuesto, no estamos dispuestos a ceder en nuestras formas de vida. Entonces, ¿necesitamos crecer más demográficamente?», se pregunta Gálvez. «Por otra parte –incide–, cuando eso se ha controlado, como la política de hijo único en China, los resultados han sido catastróficos. Infanticidio femenino, abandono de niñas y un desequilibrio demográfico entre los sexos nunca visto que ha generado y sigue generando desigualdades enormes».

El capitalismo tras el cambio climático

Naomi Klein, que temió que un embarazo ectópico que tuvo hubiera sido provocado como consecuencia de haber cubierto la información del vertido de BP en el Golfo de México –“había respirado gases tóxicos muchos días y, en una ocasión en concreto, incluso me introduje hasta la cintura en agua contaminada para llegar andando hasta una playa aislada que estaba cubierta de petróleo», relata–, cuenta también en el libro cómo el cambio climático –provocado por el capitalismo– puede influir en ese desequilibrio demográfico entre sexos. El caso de ‘los niños perdidos’ en la reserva de los aamjiwnaang, situada justo al sur de la ciudad industrial de Sarnia, en el Ontario meridional, es un ejemplo. Hasta 1993, la proporción de niños y niñas que nacían allí se mantenía más o menos dentro de la media nacional. Todo cambió con la proliferación de plantas petroquímicas. Un estudio confirmó que, al terminar el periodo comprendido entre 1993 y 2003, habían nacido el doble de niñas que de niños. Y otro estudio detectó que un 39% de las mujeres había tenido abortos involuntarios, frente al 20% en la población femenina general. «Una investigación publicada en 2013 mostró que el factor posiblemente responsable de esa alta incidencia eran productos químicos que alteraban las hormonas, ya que tanto las mujeres como los niños presentaban en su organismo niveles de PCB superiores a la media», concluye Klein.

Tres mujeres embarazadas. INDIEGOGO / HELENA SCHÄTZLE

«Aquí en España las dificultades de conciliar y la baja corresponsabilidad de los hombres, las instituciones públicas o las empresas con los cuidados, explican la baja fecundidad, pero en otros contextos, la desigualdad lo que explica es una fecundidad muy alta porque las mujeres no tienen control sobre su propia sexualidad, su cuerpo o su reproducción. Y es lo que ocurre también cuando se utiliza el cuerpo de las mujeres para gestar para otros como si fuéramos vasijas. La desigualdad de género, el patriarcado, se manifiesta de maneras muy diferentes en los distintos lugares pero siempre persigue ese control del cuerpo, la sexualidad y la capacidad reproductiva de las mujeres», insiste la catedrática Gálvez, que hace un inciso: «Veo una nueva sublimación de la maternidad por ciertas izquierdas que hablan de la doble explotación que las mujeres tenemos en el mercado y en la casa y que prefieren quedarse con la de la casa, y para ello subliman la maternidad y los cuidados. Sin ser consciente de que, aunque no nos pueda gustar, vivimos en una sociedad de mercado donde la mayor parte de los recursos, los derechos y el lugar en la sociedad los adquirimos a través de nuestra participación en el mercado de trabajo, y que los niños crecen y las utilidades familiares y sociales cambian. Además no veo detrás de esas sublimaciones un auténtico debate sobre cómo se generan los recursos que luego se redistribuyen». Rodríguez añade: «Lo que me hubiera gustado es que me hubieran dejado hacer lo que realmente me diera la gana. Y haber tenido un año compartido de baja. Esto es realmente cuidar a las madres, a los padres y a los hijos. Dejarlos elegir en libertad y con medios».

Para Gálvez, la maternidad es un proyecto de vida: «Yo no creo en eso del instinto o del reloj biológico. Si fuera así comenzaríamos a ser madres a los 13 o 14 años, y eso no es así cuando las mujeres tenemos capacidad de decisión sobre nuestros cuerpos. Por tanto, es un proyecto de vida y por eso tiene que cuadrar con nuestra carrera profesional o el que encontremos una pareja si es que decidimos que haya también un padre u otra madre en ese proceso. Las mujeres estamos biológicamente preparadas –la mayor parte de nosotras– para ser madres y culturalmente aleccionadas para serlo».

En su caso, afirma, la maternidad fue muy pensada, deseada y calculada: «Siempre tuve claro que no quería ser madre sola. Así que cuando me enamoré de un hombre que además vi como el padre de mis hijos, me decidí. No era la primera vez que me enamoraba, ni que cohabitaba, siquiera que me casaba, pero sí la primera vez que sentí que nuestro proyecto de pareja también pasaba por procrear y criar. Era, además, un hombre corresponsable. Con otro tipo de hombre jamás habría sido madre. Al mismo tiempo, yo ya tenía los méritos para mi cátedra y, por tanto, la maternidad ya no iba a competir con mi carrera. Así que se puede decir que fui catedrática antes que madre. Una catedrática joven y una madre mayor, con 41 años. Si hubiera sido madre más joven lo habría vivido de manera muy conflictiva. Sé que hay otras mujeres que lo hacen y lo han hecho muy bien. No es que trabaje menos desde que tengo a la niña, ahora con 8 años, pero no tengo la presión de antes».

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Comentarios
  1. PROSTITUCION, otra lacra más del capitalismo.
    El “sistema prostitucional”, dentro del capitalismo neoliberal, fabrica “materia prima” en los países pobres para explotarla-exportarla al “mal llamado primer mundo”
    La superviviente de las redes de trata y activista feminista rumana Amelia Tiganus lamenta que “a eso se le quiera llamar trabajo”.
    Tiganus ofreció una conferencia sobre prostitución y pornografía organizada por la asociación contra la violencia machista Andereak. Toda su intervención se centró en hacer pedagogía de la postura abolicionista de la prostitución, que mantiene una parte del feminismo, junto a la regulacionista que defiende otra parte. Le avala el conocimiento del sórdido y brutal mundo del proxenetismo y todas las connivencias que lo sostienen, que ilustró con muchos ejemplos, descarnados pasajes extraídos de sus vivencias.
    Buena parte de su exposicion se centró en lo que denominó el “sistema prostitucional”, un orden sostenido por los Estados que, siguiendo la lógica del capitalismo neoliberal y la globalización, fabrica “materia prima” en los países pobres para explotarla-exportarla al “mal llamado primer mundo”, como lo demuestra el hecho de que la práctica totalidad de mujeres explotadas sean extranjeras del Sur y del Este. En este proceso, señaló, intervienen los proxenetas-tratantes, que son autóctonos y manejan un negocio que mueve “millonadas” (10 millones de euros diarios, que se contabilizan en el PIB) “con la colaboración de policías, jueces y empresarios ligados a la extrema derecha”. Los Estados, puntualizó, “ponen la base legal”. En el Estado español , la prostitución es alegal, por lo que no se persigue el proxenetismo.
    “La prostitución tiene que ver con la feminización de la pobreza y una puta se fabrica privando a las mujeres de referentes, oportunidades y autoestima”.
    “El putero no es un cliente, no es lo mismo pedir una chuleta que penetrar por todos los agujeros posibles a una mujer en una situación extremadamente vulnerable”.
    “No sé cómo se ha podido colar esta basura del libre consentimiento, que es misoginia, dentro del movimiento feminista”.
    “El estigma desaparecerá, no cuando digamos todas somos putas, sino todas somos mujeres y la prostitución nos afecta a todas”.
    En cuanto a la pornografía, se refirió a un estudio reciente que señala que se empieza a consumir desde los ocho años a través de los móviles y la calificó como “marketing de la prostitución”. Siendo aún niños, “asisten a una misoginia explícita y extrema”, lo que les hace acudir a la prostitución a “edades cada vez más tempranas” para realizar “actos que ven en las pantallas y que no son de placer sexual sino de dominación”.
    http://andra.eus/la-prostitucion-es-violencia-extrema-y-a-eso-le-quieren-llamar-trabajo/

  2. Un medio ambiente tóxico para el planeta y para nuestros bebés, que serán las adultas del futuro. Trabajo reproductivo gratuito para generar mano de obra proletaria. Maternidades planificadas por el sistema capitalista, con persecución del aborto y búsqueda incesante de alternativas, como la de los vientres de alquiler.

    Este es el panorama. Sé cuán difícil es resistirse a la presión que condiciona el hecho de la maternidad, determinada por nuestras propias pulsiones internas y el sistema de socialización patriarcal, pero creo que nos debemos plantar. Ni una gestación más. Tenemos un arma formidable: nosotras podemos decidir si queremos convertir la reproducción en política eficaz o no.

  3. no hay peor represor que la religión!!!
    Sra klein deje de querer que la imiten cada cual decide lo que quiere y sino quiere tener hijos pues no los tiene y no por eso la mujor es menos mujer o incompleta o chorradas del patriarcado que ahora nos lo sacan las pseudo feministas

  4. Naomi Klein habla en esta obra de «anticuerpos intelectuales» para referirse a lo difícil que es cambiar de idea, cambiar de perspectiva, en definitiva cambiar de vida, lo dice en relación al negacionismo respecto al cambio climático, pero se puede aplicar a cualquier asunto.
    Nuestra cultura crea y transmite roles de género que resultan difíciles de cambiar incluso a las personas que saldrían ganando si cambiaran. Creo que un componente básico de este impedimento es eso de los «anticuerpos intelectuales», incluso viendo las cosas no las admitimos.
    Pero confío en la posibilidad de crear una cultura diferente, poco a poco, anticapitalista para que sea antipatriarcal.

  5. para reflexionar mas sobre la maternidad y feminismo: Mona Chollet»Brujas»,Mona Cholet «belleza fatal»(en francés «beauté fatale»)
    leer abre la mente , je,je

  6. No estoy de acuerdo con que si no quieres ser madre eres neoliberal, una mujer debe poder decidir lo que quiere y nadie debe decirle o chantajearle de que si no quiere es neoliberal venga ya!!!
    Yo soy feminista y decidir tener descendencia joven al mismo tiempo que me pagaba mis estudios y mis gastos porque mi pareja y yo así lo habíamos elegido(seguramente desde la juventud de 24 y sin la madurez que tengo hoy y porque creiamos en un mundo nuevo mejor que la dictadura y la mierda de infancia y adolescencia que había pasado, nunca me arrepentí porque si hubiera dudado pues hubiera abortado y punto, los dos trabajando y deseando ser libres de nuestras vidas pero con la promesa de senos fieles , no por un papel que no queríamos sino por honestidad…a los tres de tener descendencia separación por las buenas, a los 8 enemistad definitiva…) , pero comprendo hoy a mi hija que me dice que no quiere tener hijos y que no quiere moner en este mundo contaminado una vida mas que vaya a joder el planeta.
    Estoy harta de feministas que quieren volvernos al patriarcado o a la dictadura de la maternidad y a ellas les recomiendo Simone de Beauvoir que sigue explicando bien el tema a pesar del tiempo. la libertad es la de dejar que la gente elija lo que quiere y se la deja en paz, no son ovnis ,ni brujas , ni esto , ni lo otro….elegir te hace libre no impongas a los demás porque lo que a ti te funciono a otros puede que no les funcione, eso se llama la VIDA.

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