Los socios/as escriben
Crónica de la tristeza y el hostigamiento desde Sant Jaume
"Lo que se convocó por la ANC y otros colectivos independentistas como protesta legítima y de apoyo a los presos políticos, se convirtió en la peor cara del independentismo", asegura el autor.
Decía Pepa Bueno en su editorial en Hoy por hoy esta semana que “los comunes empiezan a entender ahora en qué consiste el hostigamiento independentista a todo catalán que no dice o hace lo que ellos quieren”. ¿Exagerado? No lo sé, no todo los independentistas son así, pero estas palabras sí describen lo que sucedió el pasado 15 de junio de 2019 en la Plaça Sant Jaume de Barcelona durante la investidura de Ada Colau.
Llegué con mi cámara y grabadora con la intención de recoger voces diferentes e imágenes, pero nada más entrar a la plaza, por la calle Llibreteria, con ganas de compararla tal y como fue hace cuatro años, noté la intensidad y hostilidad. La primera imagen que vi fueron unas vallas que abrían camino de la puerta del Ajuntament a la Generalitat. Estas separaban el tumulto de gente en dos partes y sobre sus cabezas decenas de banderas independentistas y carteles a favor de los presos y contra Ada Colau. Al fondo, frente al lateral de la puerta del Consistorio barcelonés, en un pequeño espacio arrinconado, se abría una pancarta que ponía “Alcadessa”.
Tranquilamente empecé a acercarme y a hacer unas primeras panorámicas. Cuando iba entendiendo los gritos me detuve. A lo lejos, empecé a reconocer algunas caras de compañeros antifascistas e independentistas de mi barrio, Sants. Antes de acercarme, aún lejos del grupo de els Comuns, escuché al otro lado a una chica que gritaba “Alcaldessa, Alcaldessa” pero, junto a ella, dos personas le gritaban de todo en la cara. Aquí empecé a darme cuenta de que no iba a ser una investidura tranquila. Me indignó tanto la forma en que le gritaban que, pese a no tener la intención de intervenir y lanzar consignas, porque solo tenía en mente cubrir los acontecimientos, no pude quedarme imparcial y me junté a la chica con el mismo grito en favor de Ada Colau. Yo soy un común y no acudía como militante-simpatizante porque ya sabíamos qué incómoda iba a ser la investidura en relación con la votación. Cuando nos gritaban a los dos, decidimos caminar hacia donde se concentraban la mayoría de pancartas favorables a Barcelona en Comú. Desde entonces, no hubo forma de mantener ninguna imparcialidad porque cuando llegamos allí, el hostigamiento era continuo y la tensión cada vez mayor.
Un hombre que portaba un lazo amarillo me habló de buenas formas cuando le contesté a una señora que me gritaba por detrás. Me dijo que no hacía falta gritar, pero yo no gritaba, solo hablaba fuerte, intentando argumentar las críticas agresivas de la mujer independentista pero en voz alta, porque no había forma de hablar en tono normal. Pensaba que no se oiría nada en tono normal. El chico me dijo que a Colau le saldrán caros los votos de Manuel Valls, a lo que yo le intentaba argumentar que no había ningún acuerdo ni reunión ni nada con esos votos independientes de la candidatura de Ciudadanos (a día de hoy, Valls ya lo ha dejado claro y Cs ha roto con él).
Finalmente, tras haber empezado a ver caras conocidas y saludar a la gente, en medio de los gritos, le dije a este hombre que lo que estaba pasando en la plaza era muy triste. Muy respetuoso, él confirmó con su cabeza y me dijo que se iba, quizás por el agobio, por el ambiente o porque no se sentía representado por los suyos. A lo mejor se fue a otro sitio más tranquilo. De todas formas, fue la única persona independentista con quien pude intercambiar impresiones y opiniones sobre lo que sucedía allí y sobre la situación política. A partir de aquí todo fue una lucha de gritos, empujones, insultos y tensión.
Empecé a mirar y a hacer fotos hacia el lado de los independentistas. Un hombre me pitaba tan cerca que le pedí que no lo hiciera en mi cara y que se apartara, él me empujó y ya se montó un jaleo que provocó que, en menos de dos segundos, tuviese a unas cuantas personas sobre mí. Desde entonces fuimos increpados y gritados: “Con Valls sí se puede”, “Alcaldessa del 155”, “Colau es un frau” [fraude], “represors”, “Fora, fora” [fuera], “Botifler” [traidores], “no sou d’esquerres” [no sois de izquierdas], “Alcaldessa espanyola, fora de Catalunya”… y lo que ya fue el colmo: “Franquistas” y “Fascistas”. Incluso me llegaron a gritar “sudaca” y “fora de Catalunya”. Todo un repertorio visceral.
Nos pedían con desprecio que aplaudiéramos a Manuel Valls, y sus miradas y gritos, de donde escupían saliva por la intensidad, nos dejó hechos polvo a algunos. Desde mi grupo respondían con: “3%” y “Convergent el que no boti”. Entre pitidos, gritos, cortes de manga de personas mayores y los empujones, solo pude escuchar desde la pantalla grande el discurso de Quim Forn, preso. En el grupo en el que yo me encontraba, respetamos su discurso, cosa que no sucedió con el de Joan Subirats y Ada Colau.
Cuando iba a salir la ya alcaldesa y los concejales, la tensión era máxima. Nos tiraban las pancartas de “Alcadessa”, nos increpaban y hasta hubo tensión con los bomberos que llevaban la pancarta de los presos políticos. Los insultos no cesaban. Incluso la concejala de feminismo, Laura Pérez, denunció al día siguiente los insultos machistas. Lamentable y desafortunada fue también la frase de Maragall al referirse a los insultos en Plaza Sant Jaume: «Si hubiéramos llegado a un pacto, el ambiente en la plaza habría sido otro».
Intenté hacer fotos y vídeos que retrataran sus caras, porque realmente nunca me había sentido tan intimidado, indignado y violentado (desde los que he vivido en manifestaciones antifascistas, huelgas, desahucios, desalojo de la Plaça Catalunya durante el 15-M y cuando rodeamos el Parlament). Pero cuando realmente sentí miedo fue cuando vi cómo empujaban a un compañero y giré la cámara para grabar. Algunos de esos personajes se tapaban la cara, llevaban gafas oscuras. Uno de ellos me vio y me gritó mientras otro vino a por mí. No tuve otra opción que meterme bruscamente entre el grupo de Barcelona en Comú hasta perderlos de vista. Todo quedó registrado en los vídeos que pasé al equipo de comunicación de els Comuns. Un espectáculo muy lamentable que provocó una ruptura emocional en mí.
Ya por la noche no me esperé y, agotado, emocional y físicamente, puse TV3 donde solo mencionaron que había dos concentraciones (una de ellas muy numerosa), unos gritos en contra de Colau y poco más. Vi las noticias de La Sexta y de Betevé (canal municipal) con las que me enteré que le habían lanzado objetos y una bandera independentista enorme a Ada Colau en su paso hacia el Palau de la Generalitat.
No se puede decir que todos y todas las independentistas sean como las que vi en la Plaça Sant Jaume (he ido a muchas diadas y a manifestaciones por los derechos de Cataluña), ni que sean los votantes de ERC y JxCat, pero cuando entraron los dirigentes de estos partidos era vitoreados y alabados. Mientras, nosotros fuimos agredidos e insultados.
Lo que se convocó por la ANC y otros colectivos independentistas como protesta legítima y de apoyo a los presos políticos, se convirtió en la peor cara del independentismo, que solo concibe una forma de ser catalán. Si no estamos ciegamente al 100% con ellos, somos sus peores enemigos. Curiosa forma de ver la democracia, algo que queda muy lejos de la revolución de las sonrisas, como se pudo haber visto en algunas Diadas o hace cuatro años en esta misma plaza.
Nos hemos dejado la piel
Barcelona en Comú y el gobierno municipal de Ada Colau se han dejado la piel en sacar adelante un programa de gobierno acordando con PSC, ERC y la CUP, en la cual los tres partidos no se lo han puesto fácil. Tanto que los tres, en algunas ocasiones, han votado en contra (junto con la derecha del PDcat, C’s y PP) de proyectos sociales, presupuestos con altísimo gasto social y otros proyectos importantes. Recuerdo el incomprensible voto en contra de la CUP por la remunicipalización del agua y el no apoyo de ERC al Tranvía de la Diagonal, entre otras. Muchas rebajas se hicieron por haber gobernado con el PSC, cuando se propuso una y otra vez a la CUP y a ERC que entraran en el gobierno para hacer contrapeso. Pero todos hicieron una oposición durísima, incluso antes y después de la expulsión del PSC del gobierno tras la aplicación del 155.
Tanto Ada Colau como militantes y simpatizantes de els Comuns, en su mayoría, hemos ido a votar al 9-N (sí-sí y sí-no), salimos a defender los colegios y a votar el 1-O, salimos en las huelgas de octubre, pedimos la solución política del conflicto catalán y un reconocimiento de Cataluña como sujeto político. Els Comuns siempre han defendido el derecho a decidir y el referéndum en todo momento (aunque a estas alturas no queda claro si eso solucionaría algo). El Ayuntamiento no solo se ha personado contra agresiones homófobas y machistas, si no también contra la violencia de la Policía el 1 de octubre.
Una investidura agridulce
Ya lo demostró Ada Colau con su cara en la investidura, en las entrevistas hechas hasta hoy y en su discurso como alcaldesa reelecta. Los tres votos independientes de Valls no fueron buscados ni pactados. Barcelona en Comú buscaba un tripartito de izquierda y progresista con ERC y PSC. El veto de estos dos dio paso a movimientos que permitieran liderar las políticas desde la cabeza del ayuntamiento y no subordinada a Maragall (el candidato de ERC que ha pertenecido a la vieja estructura del PSC durante décadas). Y es que ERC y PSC no son muy diferentes en el fondo. Les diferencian la cuestión nacional y estar en bloques enfrentados en el Procés. Contamos con el historial del PSC en Barcelona y el Estado. Una ERC girando cada vez más a la derecha desde el Procés y su alianza con los neocovergentes en la Generalitat.
Sin embargo, ERC y PSC son los únicos con quien se podría hacer un programa progresista para la ciudad de Barcelona y hubiese sido un primer paso en pro del diálogo y el entendimiento. La realidad muestra quién quiere tener la razón a costa de todo (partidismo y lucha por el relato) y no dialogar y buscar soluciones, cuando se debe ceder. En ese camino y asumiendo contradicciones, sí lo hace y ejerce Barcelona en Comú. En Barcelona no se quisieron, y encima somos traidores, pero en decenas de pueblos y ciudades catalanas sí hubo pactos que contradicen a los hiperventilados: Sant Cugat (ERC, PSC y la CUP) y en Tarragona y Lleida hay alcalde de ERC con apoyo de els Comuns.
Sin duda, ahora es todo un reto y será una dura legislatura para Ada Colau y su equipo. Desde los votos incómodos que no fueron negociados ni buscados y la peor tensión que para nada está mostrando su cara más democrática. Solo esperaremos a ver quién es quién durante estos próximos cuatro años de legislatura en Barcelona. Veremos quién apoya los proyectos sociales y estratégicos (transporte, inversión social, vivienda, lucha contra la contaminación, servicios públicos, etc.) para la ciudad y con quién se votará en contra.
Jorge A. Trujillo es socio cooperativista de ‘La Marea’.
…en ningún caso se plantean pedir un indulto, ya que considera que no tendría «sentido» porque el objetivo «no es salir de la prisión a cualquier precio» sino «resolver democráticamente el conflicto político». «Un indulto sin voluntad de afrontar el problema por parte del Estado sólo revelaría su voluntad de perpetuarlo en perjuicio de las próximas generaciones». (Jordi Cuixart, en su libro Ho tornarem a fer)
AZNAR Y GONZALEZ APLAUDEN FELICES EL PACTO DE ADA COLAU CON EL PSC.
Ada Colau logró la alcaldía de la ciudad Condal aceptando los 3 votos del ultraderechista Manuel Valls (ex-primer ministro “socialista” francés) con “resignación cristiana” o tal vez con humildad agnóstica. El resbalón y caída en el charco se limpiarán con un lazo amarillo en el balcón del ayuntamiento de Barcelona.
Lo peor del asunto es que personajes como José María Aznar (criminal de guerra como George W.Bush, Javier Solana y Tony Blair) y Felipe González (padrino espiritual del grupo terrorista GAL), aplaudieron y sonrieron felices ante el hurto que supuso pactar con el PSC para dejar fuera al independentismo republicano de ERC.
Sería muy duro gritar que Colau, ahora, tiene las manos manchadas con la baba de Manuel Valls, al que ovacionan Aznar y González, Vera y Barrionuevo, que a su vez tienen la cara salpicada con la sangre de miles de víctimas iraquíes e inocentes.
https://insurgente.org/el-caso-de-ada-colau-dime-quien-te-aplaude-y-te-dire-quien-eres/
cuando «la palabra » no manda llega el ruido de las botas , hay que crear un clima para que la ciudadanía vuelva a hablarse y argumentar y dejar los insultos de una vez que no benefician mas que los ultras del otro barrio que quieren tirarnos banderas del aguilucho en los morros.
Esto tiene que ser desde la base la que empuje a las élites para que bajen de su burro y no se va arreglar con juicios esperpenticos que nos dejan a la altura del betún en Europa(o es que nunca dejamos de estar a esa altura de la dictadura que no se ha ido)