Cultura
Mike Leigh: “Nunca te traiciones”
"Mi consejo es: haz la película en la que tú crees", defiende el maestro inglés.
Mike Leigh hace gala de una independencia radical. Han sido muchos los productores que han osado indicarle cómo hacer sus películas, si debía cortar aquí, reescribir esto otro o contratar a alguna estrella americana para obtener más beneficios en taquilla. A todos los mandó a paseo. Lo han nominado al Oscar siete veces… y nunca lo ha ganado, lo que dice mucho más de la verdadera dimensión de esos premios que de la filmografía del maestro inglés, una obra que ha puesto siempre al ser humano en el centro de la acción. Carne, hueso y sentimientos. Nada más. Y de esa aparente simplicidad han brotado obras maestras como Secretos y mentiras (1996), Happy, un cuento sobre la felicidad (2008) o Another year (2010).
En la película que estos días está presentando, La tragedia de Peterloo, Leigh ha abierto el foco y ha elaborado un relato coral que pasa de lo doméstico a lo épico, con las masas populares como protagonistas y con un discurso antiélites como soporte ideológico. Bueno, un discurso no. Varios. Muchos. Seguramente demasiados. Eso ha disgustado a buena parte de la crítica, pero el director no va a cambiar ahora, a sus 76 años. Hace el cine que quiere y las críticas le resbalan.
La tragedia de Peterloo cuenta la génesis política de una masacre. En 1819, menos del 3% de la población británica tenía derecho al voto. Manchester, epicentro de la revolución industrial, con una enorme concentración de trabajadores, ni siquiera tenía un representante en el Parlamento. Esto es lo que pedían los manifestantes que se reunieron en la plaza de San Pedro el 16 de agosto de aquel año: sufragio universal masculino (las mujeres siguieron marginadas un siglo más) y un delegado político a través del cual dar curso legal a sus reivindicaciones laborales. Aquella concentración prodemocrática y absolutamente pacífica fue disuelta a sablazo limpio por la caballería del 15º Regimiento de Húsares del Rey. Hubo 15 muertos y más de 600 heridos. Aquí es donde la historia de Leigh se hace universal y conecta con España (con la Semana Trágica de 1909 o la Revolución de Asturias de 1934), con Argelia (las masacres de Sétif, Guelma y Kherrata en 1945), con México (la matanza estudiantil de 1968), con Irlanda del Norte (el Domingo Sangriento de 1972), con China (Tiananmén en 1989)…
Cuando usted hizo El secreto de Vera Drake (2004), su película sobre el derecho al aborto, dijo que era una respuesta al resurgir de los valores religiosos extremos. ¿Qué le preocupa ahora?
Es curioso que me haga recordar eso, mi preocupación de entonces por la religión. Eso está también en La tragedia de Peterloo. Los magistrados que alientan la represión del movimiento obrero también eran pastores religiosos. Su poder en aquella época, que era enorme, sigue siendo muy peligroso hoy.
¿Pudo haber una revolución a la francesa en Inglaterra y fueron precisamente los acontecimientos de Peterloo los que actuaron de freno?
La idea es interesante pero no lo creo. Hay muchas otras razones por las cuales nunca ha habido una revolución inglesa. Peterloo solo es una de esas posibilidades. Luego está la organización del gobierno, el Parlamento, la institución monárquica… Había muchos obstáculos de diferente índole. Pero aún puede haber una revolución. Mañana o la semana que viene. No desesperemos. [Risas]
Algunos críticos han relacionado su película con Lincoln(2012), de Steven Spielberg, porque allí también había muchísimos discursos y se decía que eso actuaba en su contra. ¿Le inquieta que Peterloo pueda tener una acogida similar?
Pues sí, pero hemos sido muy cuidadosos. No quiero criticar a un compañero, pero sí creo que Lincoln adolecía de un exceso de discursos muy directos. Espero sinceramente que ese no sea el caso de Peterloo. Aquí todos los discursos son orgánicos, tienen una función, definen a los personajes, todos los discursos son reales, tienen un fundamento histórico y empujan la narración hacia adelante. Y tiene que haber discursos porque de eso va la película, porque es una historia política. Así que, ejem, lo que más lamentaría es que viendo esta película alguien se acordara de Lincoln.
Y aquí Leigh se pone a reír socarronamente. Es extraño, porque se avisa a la prensa antes de cualquier entrevista que Leigh es un hombre de cabreo fácil que no duda en cortar y corregir al entrevistador o entrevistadora. Pero hoy está de buenas. Se disipa pues la duda de si no se habrá convertido ya definitivamente en William Turner, el artista desabrido y hermético que retrató en su película de 2014. Nada de eso. De hecho, le sorprende la fama que se ha ganado. Para él no tiene lógica que le pinten como un ogro cuando se dedica a trabajar armoniosamente en equipo y está consagrado a una obra que habla de la compasión, de la calidez humana y del humor, de cómo vivimos, cómo nos comportamos, cuáles son nuestras motivaciones y cómo funciona la sociedad. Hoy, relajado, se permite vacilar a una periodista que lleva una Union Jack en la tapa de su libreta. “¿Eso de ahí es una bandera? ¿Por qué lleva una bandera británica?”, pregunta. “Es que… es una libreta de Harry Potter”, responde ella, intimidada. “Ah, vale, por un momento me había preocupado”, bromea guiñando un ojo el viejo republicano.
En España solemos decir que el siglo que mejor explica nuestros problemas políticos y territoriales es el siglo XIX. Usted ha ambientado en el XIX tres de sus películas: Topsy Turvy, Mr. Turner y ahora La tragedia Peterloo. ¿Por qué le atrae especialmente este periodo histórico?
Creo que es más que nada una coincidencia. Lo que me interesa es el tema que se trata en esas películas, no el periodo histórico que retratan. Pero, evidentemente, el siglo XIX está inserto en nuestra memoria de una forma muy clara, sobre todo en alguien como yo, que nació en 1943. Mis abuelos nacieron en la década de 1880 y yo crecí en Manchester, en una casa victoriana, en un barrio construido en la época victoriana y estudié en un colegio que estaba en un edificio victoriano. Los profesores que me dieron clase nacieron con el cambio de siglo. En muchos aspectos, ese ambiente nos seguía rodeando. El siglo XIX está en mi ADN, más que el siglo XVI o el siglo X. Supongo que por eso tengo una especie de empatía con ese periodo. Por supuesto aprecio mucho a Dickens y a Thackeray y a todos esos grandes autores del XIX, pero pesa más mi propia conexión biográfica con ese siglo.
En cualquier caso, usted es más conocido por sus historias sociales, mucho más actuales. ¿En qué registro se encuentra más cómodo?
No sabría decirlo. Para mí la gente es gente, al margen del siglo en el que transcurran sus historias. Obviamente, una de las cosas buenas de rodar historias contemporáneas es que puedes colocar a los personajes en la calle y rodar la vida alrededor de ellos, las tiendas, los coches, la gente que camina por allí. En una película de época lo tienes que construir todo, pero tampoco es un gran problema. Es un aspecto técnico, nada más. Cuando hice Topsy Turvy, mi primera película de época, se dijo que el tema, la vida de los compositores Gilbert y Sullivan, no cuadraba demasiado con mis anteriores películas. Pero yo la hice exactamente igual, hablando de ellos como gente real, con sus penas y sus alegrías, haciendo hincapié en el lado humanista.
Usted ya ha contado que la masacre de Peterloo es muy desconocida en el Reino Unido, que no se estudia en las escuelas y que ni siquiera se conoce en Manchester. ¿En qué momento se enteró usted de esta historia y por qué quiso hacer una película con ella?
Yo conocí la historia siendo ya casi adulto. Hasta ese momento no había leído nada de ella. Y la he hecho porque nadie la había contado antes en el cine y porque creo que no es un acontecimiento aislado en un tiempo y un lugar. Es algo que ha ocurrido, por desgracia, en otros muchos sitios, en la plaza de Tiananmén, en el Domingo Sangriento o aquí mismo, en España. Y pensé que ahora, cuando se cumplen 200 años de la matanza de Peterloo, era un momento perfecto para hacer memoria.
¿Hay alguna película de su filmografía de la que se sienta especialmente satisfecho?
Soy padre, tengo dos hijos, y no puedo preferir a uno antes que al otro. Con mis películas me pasa lo mismo. Además, ha de tener en cuenta que yo soy un director muy afortunado. He hecho 21 películas y puedo volver a verlas. Todas. Porque cuando las hice nadie interfirió en ellas. Conozco a otros directores que dicen: “No puedo ver esa película. No quiero volver a saber nada de ella. No la soporto”. Porque tuvieron que cambiar el final, tuvieron que cambiar el reparto o cualquier otra cosa que un productor imbécil quisiera cambiar. Yo no tengo ese problema. Me gusta ver mis películas. Tampoco es que me las ponga todas las noches como Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses[risas]… pero me gustan.
Usted ha sido profesor en la London Film School y seguro que al final del curso tenía un último consejo que dar a su alumnado. ¿Cuál era?
Solo tres palabras: nunca te traiciones. Ese es mi consejo para los directores y las directoras jóvenes. No cedas. Haz la película en la que tú crees. No hagas la película que otra gente te dice que tienes que hacer.
Eminentemente europeo
Hasta los 17 años, Leigh no había visto más que películas inglesas y americanas. Eso cambió cuando se fue a estudiar a Londres y se quedó prendado del cine japonés, el neorrealismo italiano y la nouvelle vague francesa. Ahí está, dice, el fundamento de su cine. Quizás por eso se siente un extraño en Hollywood. Y quizás también por eso, por considerarse un director eminentemente europeo, es muy crítico con el Brexit, que ha calificado como “un desastre, un caos, una estupidez y una idea de ignorantes y de personas xenófobas que es mala para Europa, para Gran Bretaña y para el mundo”. Se define como un “saludable ateo” y un “republicano de corazón”, y aunque sus películas no llamen directamente a la acción, siempre hay en ellas algo subterráneo, una toma de partido por la gente corriente y, más concretamente, por la gente buena, por personas que quieren ayudar a los demás, cuidar a los demás, hacer lo correcto. Y eso es muy importante hoy porque, como ha indicado en su reciente visita a España, “creíamos que el fascismo era una cosa del pasado y no es así”.
Un gusto escuchar a personas auténticas, inteligentes y con valores porque en estos tiempos escasean. Gracias por tu visita. Un placer visitantes como tú. Ven con frecuencia.
«El poder de la religión en aquella época era enorme y sigue siendo muy peligroso hoy».
Ya lo sabemos en este país, Mike, un país que además está volviendo aceleradamente al nacionalcatolicismo y al francofascismo.
José-Luís Iglesias de Asturias Laica dice en unas recientes declaraciones en La Voz de Asturias: A la Caverna le importa un bledo San Pedro, las bendiciones y sus parafernalias. La Caverna tiene sus máximos intereses en la defensa de un régimen que se sustenta en tres pilares fundamentales: La Banca (el capital financiero), La Monarquía y la Iglesia católica. Un Régimen que le permite mantener el Estado como su finca privada, un régimen que a la iglesia le mantiene sus privilegios y en definitiva un régimen a través del cual mantiene su poder inalterable desde hace siglos.
Y esto que no se lo toquen porque están dispuestos a lo que sea necesario. ¿Alguien lo duda?
da gusto saber que quedan todavia combatientes y que dicen «no pasaran» no se puede uno dormir el combate no ha acabado!!!