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¿Dejar de volar? Sí, lo estoy pensando
"¿Qué credibilidad van a tener la ciencia (o los gobiernos) cuando explican la gravedad de la crisis climática, cuando pidan comprensión o restricciones, si desde el sector público académico seguimos volando como si esto no fuera con nosotros?", reflexiona el autor.
En el número de mayo-junio de La Marea, el reportaje de Santiago Sáez nos plantea: «Dejar de volar. ¿Lo habías pensado?».
Soy investigador científico en el ámbito universitario, y llevo 20 años en el mismo oficio. Durante ese tiempo, al menos en mi entorno hemos vivido el volar una o varias veces al año como una tarea más, engorrosa pero necesaria. ¿Vas a hacer una estancia de investigación de un par de meses? Avión. ¿Vas a migrar unos años como investigador postdoctoral? Avión. Pero el grueso de huella de CO2 lo dejamos en congresos y reuniones internacionales. Cruzarte el globo, una y otra vez, hasta distintos puntos de Asia, de Europa y de América, para charlar durante unos días con los colegas que trabajan en tu campo. Un desastre climático por escalas. Una vergüenza de la que casi no te das cuenta; si las primeras veces te planteas la magnitud de lo que estás haciendo, tu entorno lo normaliza.
Volar para ir a un congreso no solo se ve como normal: se ve como inevitable en el oficio. Primero porque en el currículum parece que «hace feo» no tener al menos un congreso internacional al año, y si empiezas a perder puntos en el currículum en pocos años el sistema te expulsa. Y segundo porque, como en las redes sociales, en el mundo académico necesitas tener una cierta «presencia» para que tus colegas se enteren de lo que haces, por encima del ruido de lo que hacen todos los demás. La abundancia de artículos científicos publicados es abrumadora, es literalmente imposible leerlo todo en tu campo. Así que, si confías en que ya te leerán, en que ya te contactarán para colaborar, en que ya te citarán… no tienes la misma carrera que si te mueves en persona y te aseguras de que la gente que trabaja en tu campo se entera de tu trabajo y de cómo conecta con el suyo. Y explotar o no esa posibilidad te hace ir por delante o caer por detrás.
No se me entienda mal: la respuesta a la pregunta del título es «sí, claro que sí». No solo he pensado en dejar de volar, sino que tengo claro que en mi oficio es inevitable moverse por tierra, y poco a poco cada vez somos más quienes lo tenemos claro. Es cierto que la mayoría, con los argumentos expuestos arriba se atrincherará en una excepción («en nuestro campo eso es imposible, si pretendéis regularnos es porque no tenéis ni idea de cómo va nuestro trabajo»). Se puede pensar que en esto cada cual llevamos nuestro ritmo, o se puede pensar que no valen más excusas porque realmente todos estamos llegando ya con retraso. En mi caso, empecé hace unos pocos años con una limitación que hoy me parece ridícula por lo poco ambiciosa: cada año solamente un viaje intercontinental por aire. Pero todo es empezar, y eso ya me forzó a ir negociándolo en el trabajo, porque ya era salirse de «lo normal», que es ir con la máquina a tope. Más o menos por las mismas fechas empecé a sustituir los vuelos de ida en los congresos europeos por una paliza de trenes y autobuses: viajes de 30h, haciendo noche. De nuevo, negociar para salirse de «lo normal», o más bien para intentar modificar lo que se considera normal.
La ficción* nos permite imaginarlo más vívidamente, pero por desgracia no es ficción: el fenómeno de los refugiados climáticos va a ir a peor, y desde esa perspectiva negarse al «sacrificio» de volar menos parece absurdo. Volar menos, sustituir aviones por trenes, es simplemente hacer daño más despacio. Pero es lo decente, y es necesario.
Hoy aún somos pocos, pero estoy convencido de que vamos a tener que hacerlo todos más pronto que tarde. ¿Qué credibilidad van a tener la ciencia (o los gobiernos) cuando explican la gravedad de la crisis climática, cuando pidan comprensión o restricciones, si desde el sector público académico seguimos volando como si esto no fuera con nosotros?
Así que claro que hago un esfuerzo por reducir mis emisiones por transporte. Un esfuerzo consciente, continuado, y siempre insuficiente. Y lo extiendo a mis demás fuentes de emisiones, desde luego. Hago ese esfuerzo aun siendo consciente de que, siendo necesario y siendo difícil el cambiar los hábitos individuales, es mucho más necesario y mucho más difícil el cambiar el sistema productivo. Las tareas que tenemos por delante: derribar el capitalismo, renunciar al productivismo, al desarrollismo, al extractivismo… serán logros que a día de hoy parecen imposibles y que van a exigirnos compromiso, organización, solidaridad y creatividad. Por el camino, pasaremos por mil anécdotas. Una: dejar de volar.
*Si necesitáis un estímulo emocional para actuar hoy y esquivar lo que nos viene para dentro de unas pocas décadas, os recomiendo este breve relato de ciencia ficción especulativa: https://www.technologyreview.com/s/613349/a-full-life/
Aquí es donde se ve lo importante de la inversión pública en carreteras y otros tipos de infraestructuras.
Este verano he estado en Guatemala en un viaje programado por un turoperador.
Lo mas alucinante fue hacer un trayecto de menos 300 km ( entre el lago Tikal y la capital) en avión por la sencilla razón que el viaje en carretera podría durar en el mejor de los casos unas 8 horas. Quiero decir que si ocurre cualquier incidente como puede ser un accidente de camión, el atasco puede suponer 2 más horas adicionales.
Lo que me da a pensar que la clase dirigente de ese país considera que los bajos salarios no hace necesario invertir en carreteras para reducir el tiempo y los riesgos que sufre la población local.
Algo que aquí no valoramos lo suficiente.
Por cierto, algún día tendremos que plantear la cuestión de porqué se eliminaron los trenes nocturnos con coche cama o literas. Un viaje en AVE coche cama entre España y Alemania no debería ser imposible.
Y por supuesto cuando se decida que el mundo de la aviación debe pagar impuestos como cualquier camión o autobús, dudo que los viajes en avión sean más baratos que un viaje en AVE o autobús.
¿Sabías que la industria ganadera genera tantos gases de efecto invernadero como todos los coches, trenes, barcos y aviones juntos? ¿O que el 80% de la deforestación de la Amazonía está relacionada con la ganadería industrial? ¿Y que para producir 1kg de filete de ternera son necesarios 15.000 litros de agua, mientras que 1 kg de zanahorias requiere 131 litros?.
El consumo desmesurado de carne y el modelo productivo de ganadería industrial se han convertido en un problema ambiental global que tiene consecuencias nefastas para el planeta.
Necesitamos que se reduzca drásticamente el consumo de carne y que la carne que consumimos provenga de ganadería ecológica, local y producida de forma extensiva.
#RetoSinCarne y #PlanetaEnCarneViva,
Coherente y honesto Alejandro, no se si hay muchos científicos así.
CARLOS TAIBO: «La conciencia de que el colapso se va acercando puede producir sorpresas».
Defiendo desde hace mucho la construcción de espacios autónomos que describo como autogestionados, desmercantilizados y despatriarcalizados. De espacios que nos permitan salir con urgencia del capitalismo y que, por añadidura, se federen entre sí y procuren acrecentar su dimensión de confrontación con el capital y con el Estado. Esos espacios bien pueden ser escuelas que nos enseñen a movernos en el escenario posterior al colapso.
Pero creo que no está de más que agregue que bien haríamos en buscar muchas de esas armas en los países del Sur, de la mano a menudo de horizontes precapitalistas que remiten ante todo al mundo rural y a muchas de sus prácticas. Al respecto, y por rescatar dos ejemplos, creo que es muy sugerente lo que llega del zapatismo en Chiapas y lo que ofrece el confederalismo democrático en Rojava. Bien puede suceder que las respuestas a muchos de nuestros problemas las proporcionen personas mucho menos corroídas que nosotras por la lógica mercantil del capitalismo.
Sostengo, en cualquier caso, que en todos los lugares debemos buscar la alianza de quienes creen y practican la autogestión y de quienes son conscientes de los retos derivados del colapso. Estos últimos, los retos, reclaman, en fin, el despliegue de un programa encaminado a decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar, descolonizar y descomplejizar nuestras sociedades.
https://insurgente.org/carlos-taibo-la-conciencia-de-que-el-colapso-se-va-acercando-puede-producir-sorpresas/