Análisis
El arte de incordiar
"El incordio hace caer. Y en esta caída permite ver la estructura ideológica que nos mantiene".
Incordiar es estar en medio y estar en medio es obstaculizar. Este es justo el lugar de la filosofía: el medio. Y desde el medio, en el medio y para poner por medio, desarrolla su labor. Se encuentra en el corazón mismo (lat. cordis) de aquello que piensa y desde lo que piensa. No está por tanto “más allá”, ni colocado en un lugar privilegiado y lejano del mundo, piensa sobre él. No se piensa desde fuera. Por mucho que conozcamos al Zaratustra de Nietzsche como el sabio eremita, no podemos olvidar que si este es quien es no es porque se retirara a las montañas, sino porque regresó de ellas y, una vez en el pueblo que se encontraba en su ladera, comenzó a hablar en mitad del mercado. Su filosofar comienza en el medio. Este medio puede y debe entenderse como la cultura de la que forma parte, de la que usted y yo formamos parte. Todo pensar comienza in media res por dos motivos: porque estamos ya dentro de un discurso, el de nuestra sociedad y el de nuestro tiempo; y porque pensamos con un lenguaje que nos es legado y que lleva dentro de sí inoculado muchos aspectos implícitos en los que no solemos caer en la cuenta. Comenzar a pensar es comenzar a caer, como Alicia en la madriguera, aunque lo hacemos en realidad ya orientados por la estructura de la que formamos parte. Por eso una de las condiciones de la filosofía es salirse del camino, caer y extraviarse. Lo que no es tarea fácil porque, por lo dicho, aquel que reflexiona no está fuera de la sociedad sobre la que reflexiona.
Decía Nietzsche que la filosofía debía ser intempestiva, es decir, válida más allá de todo tiempo, fuera del tiempo. Pero quizá deba ser, es ante todo, inoportuna porque importuna, es decir, porque impide el paso, lo obstaculiza, porque, desde el medio, pone por medio y, como hiciera Sócrates con sus conciudadanos, los interrumpa en medio de la calle para preguntarles por aquello que damos por sabido. Una palabra no es solo una palabra. Los conceptos y frases hechas de uso cotidiano están cargadas de contenidos semánticos que han variado con el tiempo y con las ideologías. El lenguaje, aquello que no solo nos permite comunicarnos sino pensar también el mundo, no es inocuo. Recibimos un martillo, por traer de nuevo a colación a Nietzsche, pero la forma de este martillo está condicionada por el uso que se le dio. Hemos pues de reapropiarnos del martillo, darle la vuelta, como debemos darle vuelta a conceptos, sacarlos de los lugares habituales (memoria, decisión, maternidad) para dotarlos de otro sentido o, al menos, para ver de qué están cargados. El arte de incordiar obtura o bloquea la puerta (portus) que todos cruzamos con la rutina al impedir el paso fácil, cortando el camino como hiciera Sócrates, e, incluso, sacando aquella puerta de sus goznes. La filosofía es un incordio por tanto no por intempestiva, sino por sacar de sus goznes al tiempo y a la sociedad desde la que se piensa. La filosofía desquicia y es –permítaseme el guiño- disruptiva porque nos obliga a salvar el obstáculo que hemos sacado de su sitio habitual. Muestra que nuestra realidad no es tan compacta como parece, sino que está hecha de un conglomerado de piedras conceptuales. Y al sacar piedras de su lugar aparecen visibles las brechas por las que, silenciosamente, se introducen puntos de vista orientados y condicionados que heredamos.
La filosofía, como arte de incordiar, no se pregunta por el ‘a dónde voy’ o por ‘de dónde vengo’, lo que implica ya una trayectoria con un punto de partida y un punto de llegada, y ni siquiera tampoco por el ‘por qué’ de las cosas –¡oh, anatema!, según se dice, la gran cuestión filosófica– porque el “por qué” de algo nos sitúa de nuevo en una orientación concreta inserta en una red de causa y efecto por la que solo podemos preguntarnos mientras nos arrastra (con razón Marx y Engels sostenían aquello de que la filosofía se había dedicado a pensar el mundo y no a transformarlo), sino que nos para en seco y nos invita a interrogarnos por el “qué”: qué entendemos por aquellos conceptos habituales en cuyo sentido más profundo no habíamos caído. El incordio hace caer. Y en esta caída permite ver la estructura ideológica que nos mantiene. Los incordios que usted encontrará en las páginas de La Marea no son sino cortes o brechas, como efectos obstáculos, que tienen como propósito dar que pensar lo que ya desde siempre nos fue dado.
Más que en ningún momento de la historia estamos hoy necesitadxs de Zaratustras y de verdaderxs sabixs..
En menos de dos décadas nos hemos dejado idiotizar de tal manera, mayores y jóvenes, que dudo de que seamos recuperables en cordura y salud psíquica; ya no digo sabiduría porque a ésta no la hemos llegado a conocer.
Los artículos de Ana son una buena terapia para mi holgazana mente.
Por ahí circula un artículo que no tiene desperdicio y que es un fiel retrato de la sociedad actual:
https://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2018/08/20/la-idiotizacion-de-la-sociedad-como-estrategia-de-dominacion
La filosofía y la sabiduría van cogidas de la mano , todos somos artífices de ella , pero cada una o uno en su forma de comprenderla , por eso el sabio es sabio , porque jamás dará su opinión de nada , de esa forma su opinión jamás servirá para influir en el pensamiento e ideología