Análisis

Somos la antiespaña (I): los árabes fuimos nosotros

"Los divulgadores de mitos disfrutan de un nuevo momento de gloria", asegura el autor después de que un estudio genético haya desvelado que no hay rastro árabe en la población andaluza.

La expulsión de los moriscos [1894], de Gabriel Puig Roda.

Un estudio genético ha desvelado que no hay rastro árabe en la población andaluza. La noticia, que se mueve en un resbaladizo territorio anterior a 1945 al hablar de “huella genética musulmana”, sostiene que este descubrimiento provocará un conflicto entre científicos e historiadores. No creo que ningún miembro de este segundo colectivo se haya sorprendido mucho. Por utilizar referencias conocidas, la llegada de élites dirigentes, romanos, visigodos o musulmanes, tiene más que ver con la entronización de los Baratheon o los Lannister que con una migración masiva. Su legado es, sobre todo, cultural: leyes, costumbres, religión, lengua, moneda… No aportan genes, sino memes. 

Tariq, bereber, entró en la península con menos de 10.000 hombres, mayoritariamente procedentes del norte de África, como él. Justo antes de la batalla del río Guadalete, recibió el apoyo de otros 5.000 hombres, también bereberes. Tras el triunfo, el yemení Muza desembarcó en Cádiz con 18.000 hombres más, de procedencia mixta, y juntos conquistaron la península en una campaña que combinó la victoria militar con el pacto de sumisión. Una vez estabilizado el territorio, hubo más emigraciones del norte de África, territorio que también había pertenecido al imperio romano, como Hispania. Se calcula que la población peninsular en esos años estaba entre los tres y los cuatro millones de personas, lo que quiere decir que la nueva población, mayoritariamente del norte de África, estaba en torno al 1%. Abderramán se impuso al emir Yusuf con 5.000 hombres, de procedencia siria, yemení y bereber. Hubo musulmanes en España, pero no eran árabes, sino norteafricanos y, sobre todo, autóctonos.

También hay que tener en cuenta otros datos: la salida de población. Tras la conquista de Granada hubo una huida masiva, que se unió al goteo de los siglos anteriores. También, tras la rebelión de las Alpujarras. Tras esta última, unos 80.000 moriscos del reino de Granada fueron deportados a otros lugares de la Corona de Castilla. Y llegamos a la expulsión. Entre 1598 y 1614, alrededor de 300.000 moriscos tuvieron que salir de España, sobre todo, procedentes de Aragón y Valencia, que perdió un tercio de su población. Se establecieron en el norte de África y en el próspero Imperio Otomano. Fueron alrededor del 4% de la población española en aquel momento. Son cosas de las que se habla poco. Menos aún de la emigración ibérica y europea que recibió Andalucía durante los siglos en los que fue el territorio con más PIB de toda la Corona. No sólo el oro de América o el tráfico de esclavos. Hubo una industria andaluza de textiles, tabaco, licores o tenerías que, en el siglo XIX, perdió la partida por las comunicaciones.

Es probable que encontrar a un descendiente de los Omeyas en Andalucía, si queda, sea tan raro como descubrir material genético de los visigodos en Toledo o Covadonga; habría más suerte en Galicia, donde se refugiaron los que no pactaron con la nueva élite dirigente musulmana. Quizá, sería interesante hacer un estudio genético en Túnez o Estambul para localizar a nuestros antiguos compatriotas. Esta palabra sueña extraña. Esa es la clave.

Los historiadores no quedan cuestionados, sino los divulgadores de mitos, que es otro gremio con mucha más tradición. Los relatos fabulosos, como la tumba de Santiago o la donación de Constantino, se han usado para legitimar dinastías o reclamar territorios. Los teóricamente serios cronistas antoninos, como Suetonio, pusieron a parir a los emperadores de la dinastía Julio-Claudia, cuyas supuestas barbaridades aún hoy damos por ciertas. Atribuir incestos o prácticas de zoofilia garantizaba —y garantiza— la atención del respetable. Otro uso era ennoblecer los orígenes. Túbal, pariente de Noé, fue reconocido durante siglos como el primer gobernante peninsular. De él, descendían otros nombres míticos como Gargoris, Habidis, inventor de la agricultura, o Argantonio. O Hispano e Íbero, que habían dado nombre al territorio.

El estudio sólo contradice el mito histórico que denomina invasión a la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica. Sobre todo, cuando se añade árabe. Cualquier libro de historia habla de la entrada de un grupo reducido que pactó con un grupo de visigodos y aprovechó la debilidad de los restantes para vencerlos y atravesar el territorio en dirección a Francia. Tras la derrota frente a Carlomagno, se establecieron en los lugares más fértiles y prósperos, reproduciendo un modelo feudal similar al de la élite dominante anterior: dominio militar, control de las instituciones, recaudación de impuestos y cierta tolerancia cultural y religiosa. Confirmaron su dominio tras derrotar a Carlomagno, que había atravesado los Pirineos por un pacto con el valí de Barcelona. Otro mito es creer que los bandos religiosos son grupos cohesionados y estáticos.

Algunos nobles godos se refugiaron en el norte, pero otros trataron de integrarse para mantener la posición poder. Los Banu Qasi de Zaragoza, descendientes del conde Casio (el historiador Jesús Lorenzo Jiménez ha señalado hace algunos años que tal cosa fue un mito difundido por la propia familia), es el caso más famoso, pero también es curioso citar a Omar ben Hafsún, el primer bandolero de la serranía de Ronda, que puso en jaque a los Omeyas. Abderramán III tuvo que traer precisamente a los Banu Qasi del norte para derrotarlo.

No sólo los nobles se convirtieron. Parte de la población también lo hizo, ya que ser musulmán incluía una serie de ventajas, como pagar menos impuestos y el uso, limitado, del ascensor social, ya que era una sociedad más permeable que la visigoda. Fueron los llamados muladíes. De hecho, un factor clave en el avance cristiano posterior fue la llegada de las dinastías magrebíes, almorávides, almohades y benimerines, mucho más religiosos, y que sufrieron contestación interna, como la revuelta de Córdoba. El lógico pensar que este grupo formó parte de las conversiones, voluntarias o forzadas, que se produjeron ante el avance cristiano. Si pensamos en la religión como un uso social que incorpora tradiciones y supersticiones locales, mosquearemos a la asociación de abogados cristianos, pero nos aproximaremos a la realidad.

Los mozárabes fue la población que no se convirtió al Islam. En general, las iglesias y los dirigentes religiosos fueron respetados y se desarrolló un rito mozárabe que entró en conflicto con las iglesias de los reinos cristianos del norte y noroeste: Toledo contra Santiago. Sería muy largo de contar porque es una historia que se parece mucho a Juego de Tronos. Conviene prescindir del presentismo y, sobre todo, no hay que verlo como una lucha de cristianos contra musulmanes. Las alianzas mixtas no eran extrañas ni tampoco las figuras como el Cid, caudillos militares sin una adscripción fija. El gran problema del avance cristiano fueron las guerras internas. Se luchaba por el poder. La religión era una ayuda, como los dragones.

Podríamos decir que el relato heroico de buenos contra malos llegó después, pero es falso. Desde el inicio de las campañas militares cristianas del norte, los reyes y dirigentes religiosos buscaron la legitimidad de su lucha y establecieron relatos míticos sobre la intervención divina, Santiago o San Millán, patrones de León y Castilla, y cuyos bandos entraron en disputa con la unificación. Ganó el primero. Otra cuestión clave era la legitimidad de sus reinos. En el caso de los territorios pirenaicos, Navarra, Aragón o Catalunya, el tema central era la desvinculación del dominio francés con figuras como Íñigo Arista o Guifré, y la existencia de un cuerpo legislativo foral. Y, en el caso de los reinos del norte, Galicia, León y Castilla, la vinculación con la monarquía goda, una jugada más interesante, ya que les daba el título de Rex Hispaniae, es decir, con ascendencia sobre el resto de reinos, o, mejor aún, Imperator.

Los reyes de León, después Castilla y León, querían restaurar la continuidad cristiana, rota por los pecados de los últimos reyes, sobre los que también se establecieron varios mitos, como la lujuria de Rodrigo con la hija de Don Julián o la ayuda de los judíos a los musulmanes. La derrota de los godos había sido un castigo de Dios que sí había ayudado a los cristianos al recuperar su alianza con la verdadera fe. Los reinos pirenaicos fueron absorbidos política y culturalmente y el segundo relato se extendió. Los godos ganaron. Se impuso la narración que hablaba de una ‘invasión mahometana’ de la península.

Como recuerdan Álvarez Junco y De la fuente Monge en Relato nacional (Taurus), los godos siempre entran, vienen o llegan, mientras que los musulmanes invaden u ocupan. El libro recoge cómo en la construcción del Palacio Real tras la quema del Alcázar, el ilustrado Martín Sarmiento, encargado de elegir los motivos históricos de la decoración, situó a Ataúlfo como primer rey de España. Primer rey real, ya que también estaban Túbal, Gargoris y Habidis. Estos últimos fueron retirados con Carlos III, que mantuvo al godo, un caudillo guerrero famoso por su matrimonio con la romana Gala Placidia, pero que sólo estuvo unos meses en la península. Esta narración mítica establece un hilo que une todos los territorios imperiales de la monarquía hispánica, Habsburgo o Borbón: la religión.

A pesar de que la Real Academia de la Historia nace en esa época con el objetivo de “limpiar de fábulas nuestra historia”, conserva las que sirven de base cultural a esta idea de España cuya esencia es la monarquía y el catolicismo, la alianza entre el trono y el altar que el siglo XIX convertirá en doctrina política con el moderantismo. Se conserva la participación religiosa en las batallas, los mitos originarios, como Pelayo o Santiago, y la vinculación a los godos, a los que se otorga la categoría de españoles, pese a que su presencia fue breve, comparada con los musulmanes, y su legado cultural muy escaso, ya que evitaron integrarse. Eran un pueblo muy belicoso con una tradición de tropas lideradas por caudillos que buscaban una economía extractiva y pasaron la mayor parte del tiempo en guerras internas.

Sin embargo, los godos son nuestros antepasados sentimentales y la mayoría de españoles de más 50 incluso lo estudiaban así en el colegio. Los musulmanes no eran españoles porque esa pertenencia requería ser parte de la fe católica o, por lo menos, cristiana. Ataúlfo es español, pese a que sólo estuvo unos meses en la península. El cordobés Abderramán III, no. Ni tampoco los nazaríes, que llevaban desde el siglo XII en Granada. Es probable que de esa insistencia venga nuestra cultura política del pronunciamiento y el caudilismo, que desdeña las instituciones y prioriza la imposición sobre el pacto. Los tres partidos creados en el siglo XXI son tropas acaudilladas por una élite cuyos conflictos internos se han saldado con el destierro. Como los godos. Adhesión o traición.

Los historiadores no quedan cuestionados porque no suelen despreciar estas evidencias materiales. Ni otras, como las dataciones. Ofrecen una explicación basada en hechos, pero no obligan a compartir las respuestas, ya que las ciencias sociales tampoco buscan la verdad, sino el conocimiento. Todo el que investiga algo sabe que sus tesis serán cuestionadas o descartadas por otras en el futuro porque ese es el ritmo académico. Los que quedan cuestionados son los divulgadores de mitos, los que mantienen el oficio de usar la historia para defender un proyecto político concreto que debe ser aceptado. Ellos sí buscan una verdad fija e inmutable.

Los divulgadores de mitos disfrutan de un nuevo momento de gloria. El Institut Nova Història, relanzado durante el procés, se está encontrando con la coagulación emocional de un Instituto Nueva Historia español en torno a la figura de Elvira Roca Barea y su difusión de la leyenda blanca, tan cuestionable como la leyenda negra. Ambos difunden un relato fabuloso, bastante narcisista, que debe explicar por qué estamos aquí y, sobre todo, justificar un proyecto político concreto que representa la esencia nacional, dejando fuera a los que piensan diferente: los que somos la antiespaña o la anticatalunya.

Pero esa es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.

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Comentarios
  1. He leído el artículo y vuestras intervenciones y como dijo Machado: “…una de las dos Españas ha de partirte el corazón”. En efecto, hace un par de días vi una entrevista en TV a Iñaki Gabilondo, quien con la edad se ha hecho sabio como todo hombre/mujer con la edad según mi compatriota Gracián, aunque entonces va y se muere. Decía Gabilondo que en la transición coincidimos tres generaciones que creímos poder establecer un nuevo estado democrático basado en el respeto mutuo y el reconocimiento de las naciones culturales que lo componían, realizándose el milagro de que, por ejemplo, Manuel Fraga Iribarne ex
    -ministro de Franco y derechista autoritario donde los haya, se sentara hombro por hombro con Jordi Solé Tura, comunista irredento que emitía durante la dictadura desde Radio España Independiente en Bulgaria (La Pirenaica), para discutir y redactar la Constitución.
    Oído a navegantes: andaluces, vascos, extremeños, catalanes, murcianos, gallegos, etc. creímos de forma mayoritaria en España y ese espejismo duró el poco tiempo, hasta comprobar que “eran los mismos perros con distintos collares”. Como español me pregunto por qué se suele hacer una lectura negativa y despectiva del procés cuando es secundado por la mitad del electorado catalán, en vez de analizar qué se ha hecho mal y corregirlo, para que un independentismo que estaba en cifras del 15% haya subido como la espuma y, atención, de forma transversal y entre los de los ocho apellidos y los García, López, Fernández, González, etc. de entre “los otros catalanes” de Francisco Candel. También me pregunto por qué el PP, partido que creó el citado Fraga Iribarne, yo diría “partido de los señoritos”, ganó por mayoría absoluta las últimas elecciones en el hermoso territorio de Andalucía.
    En cualquier caso, no doy opinión política alguna sino que intento entender el comportamiento antropológico y sociológico de mis compatriotas.
    Creo que el problema nace en la supremacía que ejercemos los unos sobre los otros. En la pérdida de Barcelona de 1714, junto a los catalanes había un batallón aragonés y otro valenciano enfrentándose al potente ejército francés del rey Sol, estando el ejército castellano en la retaguardia. Los gritos de la defensa eran: ¡Viva España!, porque luchaban contra franceses, como Palafox en Zaragoza o Daoíz y Velarde en Madrid. Aquel Borbón francés, nieto del rey Sol, Felipe V, arrasó con los Decretos de Nueva Planta las instituciones históricas de Aragón, Valencia y Cataluña y dejó escrito que lo hacía por “derecho de guerra”. Esta supremacía de una dinastía francesa ha sido secundada desde entonces por Castilla desde su atalaya madrileña.
    Hablemos ahora de Andalucía y de la cultura islámica que la conformó a lo largo de ocho siglos. Pero cuidado con no confundir a propios y extraños, porque el dominio andalusí llego más arriba, hasta el valle del Ebro y la cultura islámica, hegemónica en aquellos tiempos en el Mediterráneo, salpicó en toda la península hasta en el corazón de Castilla y León (ej. La ventana mudéjar en la Torre del Alcázar de Segovia).
    No voy a explicaros cómo explica la historia la España oficial desde el siglo XIX: somos europeos “de toute la vie”, católicos acérrimos, descendientes de reyes godos, dicen los castellanos, pertenecientes al imperio de Carlomagno, dicen los catalanes, etc. y en las humanidades hispánicas, excepción hecha de las universidades de Sevilla, Granada y Salamanca, se “tapan” las vergüenzas de cuando fuimos un puntal de la cultura islámica, que entonces era LA CULTURA.
    Le decía el otro día a mi sobrina Yasmín que si se dieran premios Nobel históricos, habría muchos españoles entre los laureados, como el judío Maimónides o el musulmán Averroes, ambos andalusíes. Sin duda alguna, ese olvido histórico es fruto de la Leyenda Negra creada por las potencias europeas que envidiaban la preponderancia española y que nos ha sumido en el espejismo de que aquellos bárbaros del norte eran mejores. Observad la crítica de ese síndrome en un poema de Salvador Espriu:

    ASSAIG DE CÀNTIC EN EL TEMPLE

    Oh, que cansat estic de la meva
    covarda, vella, tan salvatge terra,
    i com m’agradaria d’allunyar-me’n,
    nord enllà,
    on diuen que la gent és neta
    i noble, culta, rica, lliure,
    desvetllada i feliç!
    Aleshores, a la congregació, els germans dirien
    desaprovant: «Com l’ocell que deixa el niu,
    així l’home que se’n va del seu indret»,
    mentre jo, ja ben lluny, em riuria
    de la llei i de l’antiga saviesa
    d’aquest meu àrid poble.
    Però no he de seguir mai el meu somni
    i em quedaré aquí fins a la mort.
    Car sóc també molt covard i salvatge
    i estimo a més amb un
    desesperat dolor
    aquesta meva pobra,
    bruta, trista, dissortada pàtria.

    Está escrito en su lengua, el catalán, que todo español que se precie de serlo, hace por entender en vez de despreciarlo. Como dice el profesor de la Universidad de Sevilla, Emilio González Ferrín, “dicen que a Edad Media es obscura, porque está escrita en árabe y no lo entienden”.
    En definitiva, se ignora de forma estúpida una edad de oro islámica española que llevó a las luces del Renacimiento y de rebote se trata a Andalucía como si fuera la tía tonta de la familia, cuando los genes andalusíes nos corren por las venas. Ni árabes, ni amazighes (bereberes), ni godos, ni cristianos, ni moros, Somos una rica mezcla de sangres y culturas que nos hacen pueblos singulares y atractivos. Tofos españoles y españolas, por encima del himno, la bandera, la liturgia que monta la oligarquía en el poder y los supremacistas que pretenden mandarnos, porque son blancos, cristianos, descendientes del Cid Campeador o quizá de forma más pragmática: ladrones y criminales que se hermanan con todo tipo de poder internacional,

  2. A este personaje que ha publicado el comentario de que los españolitos del sur que tienen cara de moros… Si les cambias la ropa etc. etc…
    Perdona? Tienes alguna idea de historia? Va a ser que no. Infórmate cuántas culturas se asentaron en Andalucía, no sólo la musulmana. Desde tartesicos, fenicios, griegos, suevos, alanos, vikingos. Si, vikingos, llegaron a lo que hoy es Sevilla y parte de Andalucía. Claro está que antes fueron los Iberos.
    Por no hablar de Godos, romanos…
    Si te pasas por Andalucía comprobarás los diferentes rasgos genéticos que portan sus gentes: piel blanca, ojos azules claros, rubios pelirrojos… Pieles mediterráneas, ojos verdes, castaños. Mucha diversidad genética.
    Creo que con tu comentario has intentado ridiculizar a Andalucía y su variada cultura.
    O quizá te has confundido porque desconoces la historia y has confundido a los «españolitos de Andalucía con los bereberes o con la etnia gitana, o con mejicanos…
    Vete a saber. Culturizate por favor.
    Todas las etnias y culturas son dignas como para que alguien haga como has hecho tu ese menosprecio.
    Saludos de una andaluza de ojos verdes, piel muyyy blanca y de 1.72 de estatura.

  3. A estos estudios geneticos hay que tomarlos con pinzas. Todo depende del gen o region del ADN que se estudia. Yo hice filogenia molecular muchas veces, y menudo regiones geneticas, algoritmos y paramestros distintos que uno use dan resultados distintos. Un caso ejemplo es el del origen de los irlandeses, que depende a que gen le preguntes.

    Lei el estudio en cuestion. 150 individuos del sur, 17 regiones tandem del cromosoma Y. Eso es como hacer una encuesta electoral a 150 individuos con la unica pregunta «¿Se fue ud de vacaciones este año?». ¿Puede algo asi ser conclusivo de algo? Tambien es ironico que las distancias geneticas del mismo estudio ponen a la gente de Marruecos dentro de Europa y a los griegos dentro Africa, pero el autor concluye que los Españoles estan dentro de Europa y los Moros en Africa. Es contradictorio y descabellado. El estudio no es conclusivo de nada, es confuso y hasta contraproducente a las conclusiones que obtiene.

    ¿Quieren saber realmente? ¿Quieren sacarse la duda? Hagan comparaciones de genomas completos, y encuesten no a 150, a mas, miles. El resultado va a ser la coherencia cultural, historica, visual y sentido comun. Ninguna sub-poblacion de homo sapiens habita un lugar lleno de recursos durante tanto sin tener un exito reproductivo tal  que deje una impronta terrible.

    Por otro lado, la cultura (comportamiento) impacta sobre los genes si tenemos en cuenta a la nueva ciencia de la epigenetica. 700 años de Islam y costumbres nor-africanas creanme se grabaron a fuego en las celulas de los españoles, incluso sobre aquellos que no tienen rastro genetico bereber. Muchos gallegos rubios tienen mas de bereber que muchos marroquies; y eso hoy es ciencia y se llama epigenetica.

  4. Buen artículo. De acuerdo con lo esencial. Pero no creo que Roca Barea esté creando una leyenda blanca. Solo debela las falsedades de la leyenda negra, cosa muy necesaria. Otra cuestión es que la estén instrumentalizando algunos políticamente. Estoy harto de que en España la historia se politice, que es lo que hace usted en el cierre de su artículo. Politizar sus conclusiones. Más investigación histórica y menos soflamas, por favor. Y va por todos los historiadores españoles, que todos politizan absurdamente sus trabajos. Es ver un compañero de claustro hablando de Historia y salgo huyendo…

  5. Jajajajaja ahora los españolitos ya están libres de impurezas, a los del sur, los lavaron con Ariel, que lava más blanco, lo malo va a ser canviarles la cara y la fisonomía de moros que tienen, si los vistes como ellos son igualitos, pero bueno, todo sea por la pureza de la raza, menudo artículo, raza aria pura

  6. Buen articulo. Hace tiempo que viajo por la peninsula Iberica. Siempre que lo hago hacia el sur me encuentro la falta de una cultura que vivio en esa zona durante siglos. Es como se hubiese borrado toda huella de su esplendor. Preguntas a los habitantes de algunos pueblos sobre su creacion y estos dicen que es musulman el origen, pero nada mas. Ni quien lo creo, ni quien eran sus habitantes, su idiosincracia en aquella epoca. Me entristece que sean sus antepasados los olvidados. Pero eso si el cristianismo lo ha engullido todo y ha borrado las huellas de una epoca que ellos ni conocen ni conocerán.

  7. Haceros una pequeña matizacion, el reino de leon hasta la llegada de los trastamara(isabel en concreto) tiene el mismo rey q galicia en muchas ocasiones, en otras no, pero son dos reinos completamente distintos con sus respectivos fueros, el imperator se nombra cuando alfonso raimundez(alfonso vii) hereda de su padre las posesiones de borgoña(raimundo de borgoña, primer marido de urraca) , pero primero este fue coronado en santiago por el conde de traba y el arzobispo xelmirez rey de galicia, despues ya se corona como rey de castilla y leon y luego emperador por las posesiones europeas.

  8. El Catecismo de la Iglesia enseña que “el amor y el servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad” (art 2239), pero como habrá quien nos diga que su patria es Cataluña o Vasconia yo voy a hacer las siguientes reflexiones. A mi como cristiano (no como ciudadano, qué conste) la unidad constitucional de España me importa un bledo, la razón es obvia me niego a defender un patriotismo basado en una constitución laica, proabortista y homosexualista. Ahora la cosa cambia cuando medito en la Gesta Española de una nación católica que alumbró la evangelización del Orbe . ¡Cuanta razón tenía Berta Pensado cuando decía que era curioso que los enemigos de Cristo y de España a lo largo de la historia hayan sido los mismos! Esto nos lo confirma el gran apologista Messori : Messori: «El vuestro es un país extraño, donde se olvidan las verdaderas glorias de vuestra historia» Posdata :En algunas librerías del País Vasco y Cataluña no se venden sus libros por «españolistas».
    Para ilustrar lo que digo : La masonería catalana a favor de la independencia de Catalunya http://infocatolica.com/blog/friocaliente.php/1309220840-la-masoneria-catalana-a-favor

  9. Sí, la religión, el opio del pueblo, aún en el siglo XXI.
    Eterna aliada del poder, sea monarquía sean dictadores, sean genocidas, no importa lo que sean con tal de que no enseñen al ser humano a ser libre, como los maestros republicanos a quienes en innumerables ocasiones la iglesia denunció y persiguió con saña hasta conseguir que los asesinaran. Siempre gana la iglesia frente a la cultura. La religión es mucho más peligrosa, mucho más que la monarquía.
    Muy interesante leer versiones de la historia distintas de las oficiales que me llevan a entender algo de nuestro presente.
    Dicen que la historia se repite una y otra vez hasta que comprendemos la lección que lleva consigo.
    Hay una historia novelada de una mora altoaragonesa del siglo XVII, que a través de su vida queda reflejada aquella sociedad. «Esperando el cierzo» del escritor altoaragonés Anchel Conte. Tan hermosa como triste.
    Esperando el cierzo es la historia de una mujer mora entre cristianos y renegada de su fe entre los musulmanes. Su vida transcurre entre Huesca y Orán, pasando por los calabozos de la Inquisición en Zaragoza, a comienzos del siglo XVII. Es la historia de una mujer a la que no se le permite tener un lugar como propio, a la que se le aparta de lo que ama, condenada al destierro y la soledad, con el paisaje como constante y doloroso telón de fondo. Es la eterna historia de los heterodoxos, de los diferentes, de las personas que, por el mero hecho de existir, despiertan la repulsa de los temerosos y los intransigentes. Anchel Conte, utilizando una poderosa voz narradora –llena de sensibilidad y de lirismo–, denuncia la crueldad y la violencia de una época en que la mujer era una mercancía de cambio.

    (Esperando el cierzo es una magnífica novela donde la historia es a la vez un reflejo del presente y de la dignidad humana.
    Esperando el cierzo es la historia de una mujer mora entre cristianos y renegada de su fe entre los musulmanes. Su vida transcurre entre Huesca y Orán, pasando por los calabozos de la Inquisición en Zaragoza, a comienzos del siglo XVII. Es la historia de una mujer a la que no se le permite tener un lugar como propio, a la que se le aparta de lo que ama, condenada al destierro y la soledad, con el paisaje como constante y doloroso telón de fondo. Es la eterna historia de los heterodoxos, de los diferentes, de las personas que, por el mero hecho de existir, despiertan la repulsa de los temerosos y los intransigentes. Anchel Conte, utilizando una poderosa voz narradora –llena de sensibilidad y de lirismo–, denuncia la crueldad y la violencia de una época en que la mujer era una mercancía de cambio).

  10. Gran trabajo.
    Este país sería muy diferente si TODOS aceptáramos que vivimos en un territorio influido históricamente por múltiples pueblos o civilizaciones que, lejos de ocultarlas e ignorarlas, tendríamos reivindicar como propias y aprovechar su legado.
    El relato interesado y la manipulación sistemática de los hechos históricos siempre ha sido, y sigue siendo, una lacra para este país. Impide el avance colectivo, destruye complicidades entre pueblos, genera odio absurdo y al final, nos llevará a la autodestrucción.

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