Feminisimo | Sociedad
Sigo viva, no como Laura
Así vivió un recital de poesía contra la violencia machista el IES Vázquez Díaz, en Nerva (Huelva), el instituto donde fue profesora Laura Luelmo, asesinada en el pueblo vecino de El Campillo.
Un burro marrón y blanco come hierbajos. Una máquina oxidada, envuelta en fondos rojizos, indica que pisamos cuenca minera. Hace frío en el paraje. Las nubes, pesadas como vejigas a punto de reventar, apenas se mueven un milímetro de la estampa. Por un segundo percibes la respiración, tu respiración, y piensas en que algo, un vendaval, una tormenta, un grito, algo, tiene que estallar en mitad de este silencio, de este día sin sol. La imagen, sin embargo, permanece quieta, hierática. Y por momentos hasta el burro, mientras come, deja de mover la boca. A la espalda, en lo alto de una loma, un instituto de educación secundaria forma parte del lugar. Se abre la puerta, un portón de rejas, pero sigue sin oírse nada. Sale encogida una mujer, que es quien pone voz a esta postal. Suena algo. Suspira. Hipa. Una brizna de aire amplifica su gemido, su llanto. Camina a paso rápido hasta su coche. Cierra la puerta. Choc. Y se va. Se va con algo, una tormenta, un vendaval, un grito. Se va con ese algo que parece haber estallado, al final, dentro de su cuerpo.
Dentro del instituto ha comprobado –una vez más– cómo las violencias hacia las mujeres son una veta de mineral duro que permea a toda la sociedad, a la calle, a la escuela, a los chicos, a las chicas, que queda mucho por trabajar, por hacer, por educar en igualdad. «Yo sabía que podían emerger todas estas emociones cuando leyera mis poemas», dice en su vehículo, mientras se aleja de aquella estampa, de Nerva (5.474 habitantes, Huelva), de aquel pueblo minero donde otra mujer, la Nobel sin Nobel Concha Espina, se introdujo a principios del siglo pasado para denunciar la explotación de los trabajadores.
El pasado año, un día cualquiera, Juan Llompart Pou escuchó recitar a Isabel Martín, también onubense, en un evento de poesía en la sierra de Aracena, el Festival Verso Adentro. Desde entonces, quiso que aquellos versos de la conciencia, transformadores, feministas, llegaran al IES Vázquez Díaz, donde él es profesor y donde fue también profesora Laura Luelmo, asesinada el pasado diciembre en El Campillo, a solo nueve kilómetros de Nerva. Varios carteles, al borde de una escalera, dentro del instituto, la recuerdan: “Te enseñan a no ir sola por sitios oscuros, en vez de enseñar a los monstruos a no serlo. #TodosConLauraLuelmo #NiUnaMásNiUnaMenos”.
Isabel sube al escenario del salón de actos con un solo americano con hielo que ha pillado a toda prisa de la cafetería del instituto. Venía nerviosa por el camino. Ni Google Maps daba con el lugar. Pasarán seis clases en tres sesiones consecutivas de una hora. Es la misma exposición, pero cada sesión es única. «He nacido mujer en un cuerpo de mujer, y desde ese lugar hablo”, comienza su intervención, situando conceptos, intentando empatizar. A ella le pusieron pendientes, a su hermano (ficticio) no, dice. A ella le enseñaron que tenía que estar siempre más guapa, a su hermano no. A ella la llamaban puta, a su hermano no. Y así explica, a adolescentes y jóvenes, cómo se construyen las ideas que interiorizamos como normales, cómo las construye el patriarcado y cómo se sostiene la violencia estructural y lo que asumimos como intrínseco. Una chica asiente, parece reconocerse en esas palabras, que resuenan como un eco en aquella sala con mesas y sillas verdes, con mochilas a los pies, con zapatos de todo tipo, bambas blancas, zapatillas de deporte negras, rojas, azules, de más colores… A través de la ventana, se puede ver un patio, unas canchas deportivas con un dibujo de Mafalda sobre un muro blanco, tras una canasta de baloncesto: “Con nuestro esfuerzo… por nuestra libertad”. Al lado, un dibujo simula el rostro de Frida: “La vida es arte”.
Isabel lanza una lista de noes a los que se ha enfrentado a lo largo de su vida: si no tienes novio es porque eres peor, si no tiene hijos/as eres menos mujer, tienes demasiado culo, tiene demasiado poco culo, qué fea y qué flaca estás, no me gustas porque vas en chándal y no te “arreglas bastante” para ir al instituto, no puedes tener esa bici porque es de chico, no puedes llevar esa ropa porque entonces te puede pasar tal, ella no es tu amiga porque te va a “quitar al novio”… Todos, ellos y ellas, escuchan con atención. En todas las sesiones. Una profesora de Educación Física levanta la mano: “A mí mi abuela me llegó a decir que cómo iba a estudiar una carrera de hombres”. Y en uno de los primeros institutos en los que trabajó, asegura que le dijeron: “Jovencita y mujer. Lo tienes todo”. Ella respondió: “¿Lo tengo todo para qué? ‘Hombre, tú sabes, le vas a dar clases a niños, el cachondeo, el pitorreo…’. Después se tuvo que retractar cuando empecé mis clases, pero eso dentro del deporte es muy habitual”.
Luego vienen los síes, en este caso, sus síes, a los que podemos llamar, en cierto modo, privilegios: “En mi casa había libros –prosigue Isabel–, mi madre había estudiado y trabajaba, mi padre también, viajé donde quise (y pude), tengo pasaporte europeo, tengo la piel blanca, no soy una persona racializada, no pertenezco a una etnia considerada inferior, mis padres me apoyaron para estudiar y pudieron pagar mi carrera, tenía sitio en mi casa donde poder estar sola y concentrarme, siempre he tenido dinero para comer, puedo y sé cuidar a mis amigos/as y a mis seres queridos. Sigo viva, no como Laura”. Silencio.
Y recita este poema. “Si os resulta pesado – advierte– es porque así es la cultura de la violación”:
Lo normal se construye cuando se repiten las cosas,
cuando las cosas se repiten igual,
cuando se repiten las cosas,
cuando pasa lo mismo una y otra vez,
cuando se repiten las cosas,
las mismas cosas,
una, y otra, y otra y otra y otra vez.
Las cosas repetidas,
desde tanto tiempo atrás, repetidas.
Lo mismito de la misma manera,
la cosa la misma,
otra vez repetida
desde atrás de nuevo
igualita repitiéndose
desde tanto atrás, otra vez la misma,
desde atrás de nuevo
la cosa repetida
otra vez.
Y a base de repetirse, de repetirse, de repetirse,
en mi cuerpo
en otros cuerpos,
en los cuerpos de nosotras,
en los cuerpos de ellas,
en todos esos cuerpos,
repetida otra vez,
la misma cosa,
la vieja cosa,
repetida,
la co-sa
que llamáis
N-O-R-M-A-L.
Las cosas que nos pasan a nosotras,
por ser nosotras
que nos hacéis vosotros,
por ser vosotros,
que vosotros decís que esas cosas de nosotras
nos pasan por culpa nuestra,
por ser tan así
nosotras,
siendo vosotros
los que hacéis las cosas repetidas,
una y otra vez sobre nuestros cuerpos,
una y otra vez sobre nosotras,
una y otra vez,
todas
esas
cosas
tan normales. (1)
Una chica levanta la mano. Cuenta que hace unos días un hombre le tocó el culo en un concierto. “Sin mi consentimiento”, remarca. “Sin mi consentimiento”, repite. La chica parece haber respirado al contarlo, al sentirse escuchada. Algunas filas más adelante, un compañero, muestra dudas: “Es que si yo voy a la cantina y me tocan el culo, ¿qué pasa, eso no es acoso?”. Isabel baja del escenario, se acerca y le responde a su misma altura: sí, eso es acoso, nadie tiene derecho a tocarte el culo si tú no quieres, pero a las mujeres nos lo hacen por el hecho de ser mujeres”. No obvia Isabel el abuso infantil y ahí sí habla específicamente de niños. “Una de cada cuatro niñas sufre en este país, en este momento, abuso sexual en la infancia, y uno de cada siete niños. El 85% de los casos se da en el seno familiar. El 99% ejecutado por hombres. El abuso sexual en la infancia puede tener efectos devastadores. Está aún más invisibilizado que todo lo demás”, explica con datos de la asociación Redime. Y lanza otro poema que duele.
Que sí,
Que si no hubo intención, entonces no pasó nada
“Y tanto dolor se me agrupa en mi costao,
que por doler me duele hasta el aliento” (2)
‘La intención es lo que cuenta’ rezaba en su tumba, 1.584
intentos de un vivir digno después.
En un receso, la profesora Ana Rodríguez, coordinadora de Igualdad del centro, explica que ninguna otra actividad como esta ha calado e interesado tanto al alumnado: “A veces los llenamos de actividades, de hacer carteles, murales por el día de la mujer… sin entender muy bien para qué”. Cuenta que ha habido un antes y un después en el entorno, en el instituto, desde que Laura Luelmo fuera asesinada: “Ha hecho tomar mucha más conciencia de todo”. Pero aún queda, como en toda la sociedad, mucho esfuerzo para perforar esa veta de mineral duro.
Al fondo, al término de la última sesión, un joven y una joven comentan la charla: “Ha hablado todo el tiempo de ellos y ellas, los niños y las niñas, pero cuando habla de víctimas solo habla de ellas. Pues las mujeres también pegan. Yo no veo igualdad en el feminismo”. Varias chicas, acompañadas de una profesora, intentan sacarlos de su equivocación: les explican que lo que están diciendo no es así. Que el feminismo es la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. El chico menea la cabeza, diciendo que no, que no, que no. Las chicas se echan las manos a la cabeza y la profesora continúa insistiendo. Isabel había recitado momentos antes –y cantado con una voz bella y profunda– Las socias. “Para soportar y cambiar este sistema ultraviolento y patriarcal, las mujeres tenemos que desmontarnos una cuestión fundamental: la misoginia. Primero desmontarla hacia dentro, la automisoginia, y luego hacia fuera… y entonces podremos estar juntas con sororidad”, explica.
Las compañeras,
las socias,
las primas,
comadres
vecinas
no-so-tras,
vamos ahora de la mano
“Mira ya no estaba sola.
Mira ya no estaba sola” (2)
Haciéndonos el camino este de la vida digna posible juntas,
aprendiendo liderazgos entrañables
que ya no vale eso de competir por el príncipe…
aquel,
el azul
“Mira ya no estaba sola.
Mira ya no estaba sola”
Hemos salido a las calles sabiendo que somos porque ellas fueron.
Y que llevamos mil mujeres en las manos acompañándonos y empujando
que ya no callan,
que-no-ca-llan
y sin callarnos…
Sin más silencios.
Contra sus Manadas… socias de la vida
“Mira ya no estaba sola,
mira ya no estaba sola.
Que por tener si tenía
que y a mi propia persona
Que por tener si tenía
que y a mi propia persona”(3)(4)
Un grupo de chicas se acercan a Isabel. Les piden su teléfono, su contacto. Las escucha y las abraza. Y se va hacia la puerta, hacia el portón de rejas, hacia a la estampa silenciosa y estruendosa a la vez en la que el burro blanco y marrón come hierbajos bajo un cielo encapotado que ese día, aquel día, no termina de descargar la tormenta.
(1) Poema, Lo normal. 90.3 de vaciante. Isabel Martín. Editorial Crecida 2018
(2) Compañero, Elegía a Ramón Sijé Miguel Hernández 1936. Musicado por Silvia Pérez Cruz y Raúl Fernández Miró en el disco Granada 2014.
(3) Tangos. Letra original. Mira si yo estaba sola/ que por tener no tenía/ ni a mi propia persona. Isabel Martín los aprendió del cante de su madre.
(4) Los poemas La intención y Las socias son inéditos