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Las casi 1.000 muertes por el ébola en el Congo y Excálibur

La epidemia de ébola en República Democrática del Congo deja ya casi 1.000 muertos y, como ocurrió en el brote de 2014, la comunidad internacional sigue sin reaccionar.

Gerget, menor superviviente del ébola que perdió a su marido y a su hijo (Nacho Cosío)

“Nos ayudaron a no morir porque era una forma de protegerse a sí mismos”, me contestó, entre risas, la enfermera Esther Kumba cuando le pregunté cómo le había sentado que los países ricos desarrollasen en apenas unos meses una vacuna contra el ébola cuando la epidemia llegó a sus territorios, y no lo hubieran hecho durante décadas, mientras se sucedían los brotes en África.

La sierraleonesa Esther Kumba había atendido a centenares de enfermos durante la epidemia que a principios de 2014  se extendió de Guinea-Conakry a Liberia, Sierra Leona y Nigeria con la alacridad y el zigzeo de una culebra, con la misma celeridad con la que se mueven hoy ingentes cantidades de personas de un lugar a otro. Kumba había perdido ya a decenas de compañeros trabajadores y trabajadoras sanitarias cuando el mundo se puso en alerta –el que se considera realmente ‘mundo’, el que determina cuando deben saltar las alarmas y abrir la cartera–. Y lo hizo cuando vio la enfermedad llegar hasta la puerta de sus casas a través de España y de Estados Unidos, en agosto de 2014. Para entonces, morían más de un millar de personas en el África Occidental por la enfermedad. Fue entonces, ocho meses después del inicio del brote, cuando la OMS declaró la emergencia de salud pública internacional y los países enriquecidos empezaron a destinar fondos para su respuesta.

Gracias a ello y al sacrificio de centenares de trabajadores locales que se expusieron al contagio, se consiguió que, por primera vez, el 60% de las personas contagiadas sobreviviesen. Lo más patético es que la mayoría lo hacían gracias a tres elementos tan básicos como inexistentes hasta ese momento: antibióticos, suero para que no se deshidratasen ni desnutriesen, y analgésicos y palabras de aliento para que resistiesen a los terribles dolores y al aislamiento al que se les sometía para evitar nuevos contagios. Eso era prácticamente todo lo que habrían necesitado las más de 11.300 personas que habían muerto desde principios de año y las decenas de miles que habían fallecido en las anteriores crisis causadas por esta enfermedad.

Pero la enfermedad dejaba a más de 22.000 supervivientes muy mermados en sus capacidades físicas, estigmatizados en sus comunidades porque seguían siendo percibidos como potenciales transmisores de la enfermedad, y muy traumatizados por haber sobrevivido a sus familiares. Muchos fueron expulsados de sus aldeas y, en todos los casos, quedaban en una situación de absoluta vulnerabilidad en tres de los países más empobrecidos del mundo.

En este documental, rodado en 2015 en Sierra Leona, abordamos esta situación. Cuando lo presenté en una decena de institutos de educación secundaria, lo poco que recordaban todos los estudiantes a los que preguntaba por la epidemia, ocurrida un año antes, era Excálibur, el perro que tuvo que ser sacrificado ante la posibilidad de que hubiese sido contagiado por su dueña, la auxiliar de enfermería Teresa Romero, que se infectó atendiendo al misionero repatriado Manuel García Viejo.

Cuatro años después, el virus del Ébola vuelve a cebarse con otro de los países más machacados y devastados del mundo: la República Democrática del Congo. Desde que se detectara este nuevo brote en agosto del pasado año, casi un millar de personas han fallecido según el Ministerio de Sanidad del país, y los contagios están en su máximo, 26 al día, convirtiéndose en la peor epidemia de las diez que ha sufrido el país en los últimos 40 años, y en la segunda provocada por el virus, después de la del 2014.

Médicos Sin Fronteras lleva poniendo a las personas más expuestas al virus -sobre todo, personal sanitario– la vacuna experimental diseñada en 2015 desde mayo de 2018; ha atendido a más de 5.300 personas en los cinco centros que tiene repartidos por el norte del país, una zona donde operan un centenar de grupos armados, lo que dificulta el acceso de la población a los centros de salud. De estos, 415 fueron casos confirmados de ébola: un 40% de los pacientes sobrevivieron, casi los mismos que murieron, y un 11% fueron trasladados a otros centros, según datos de la ONG actualizados el 22 de marzo, por lo que en la actualidad serán bastantes más.

Si en la crisis de 2014-2016 se alcanzó el 60% de supervivientes fue, en gran medida, gracias a la coordinación de todos los actores involucrados –incluidas otras ONG como la española Médicos del Mundo– en la gestión de la epidemia por parte de Médicos Sin Fronteras, la entidad con más experiencia en la respuesta a este tipo de emergencias humanitarias. Pero también al presupuesto que la comunidad internacional destinó a frenarla. Ojalá hubiese invertido más en la distribución de la vacuna – la Alianza de las Vacunas GAVI destinó 5 millones de dólares a la farmacéutica Merck para que en 2017 hubiese disponibles 300.000 dosis para uso de emergencia–. Hasta el momento, según las cifras oficiales del Ministerio de Sanidad de la República Democrática del Congo, ya se han puesto más de 100.000. Ojalá no vuelva a hacer falta que el virus llegue al hemisferio norte para que los congoleños merezcan ser salvados. Ojalá a estas alturas no siga habiendo más gente que sepa qué fue de Excálibur que que en el Congo van casi mil muertos por el ébola.

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Comentarios
  1. Entiendo que en el segundo párrafo, Patricia Simón quería escribir «Africa occidental» y no «Sahara occidental». Un pequeño accidente 😉
    Por lo demás, la frase con la que comienza en artículo es el resumen de todo.

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