Cultura
El negocio del miedo
"Cuando volvieron sus padres, al verlos, se quedaron horrorizados. Y sin mirarles, los niños se inventaron una historia".
La primera vez que Marta se quedó al cuidado de su hermano Jaime, él tenía ocho años y ella doce; sus padres habían salido a cenar. Jaime escuchaba la radio tranquilamente y empezaron las noticias: una familia con dos hijos, un niño y una niña, había sido asesinada. Dieron todo tipo de detalles y aquello parecía un relato de terror. Además, vivían cerca. Jaime miró a Marta asustado. Una cuña publicitaria anunciaba un sistema de alarmas para hogares.
La siguiente noticia era el nacimiento de un bebé con malformaciones. No se conocía aún la razón, pero las investigaciones apuntaban a la pésima alimentación de los padres, que vivían casi en la indigencia, según dijo la voz desde aquel aparato. Marta intentó imaginarse al bebé, y lo que aparecía por su mente era pura aberración. Tras un anuncio sobre puertas blindadas, escucharon que se había producido un tiroteo al otro lado de la ciudad.
Marta miró a su hermano, estaba aterrorizado. Se levantó una tormenta de viento, y ella, en la cara de él, empezó a reconocer todos sus monstruos. Se movían las puertas, crujían las paredes y aparecían sombras amenazantes por todas partes. Se pusieron tan nerviosos, que empezaron a darse empujones. Después tortazos y, cada vez más nerviosos, empezaron a pegarse. Estaban histéricos, se daban bofetones sin razón aparente, por pánico, por defenderse de algo y cada vez se daban más fuerte. No era el uno contra el otro, sino los dos contra el miedo; se pegaban pero no sentían aversión, sino terror, y pegarse era una liberación.
Cuando volvieron sus padres, al verlos, se quedaron horrorizados. Y sin mirarles, los niños se inventaron una historia, porque en seguida entendieron que era imposible explicar lo que les había pasado. Porque les daba vergüenza aceptar que se habían hecho daño porque se habían asustado. Y cada minuto de aquella explicación se fue haciendo más complicado. Se sentían fatal, pero ya era imposible dar marcha atrás y contar la verdad. Y cuando por fin se acostaron, lo que sus padres pensaban que les había ocurrido era tan grave, que al día siguiente cada uno se comió una caja de aspirinas con sabor a caramelo. Para que fuera peor. Para que tuvieran que llevarlos a urgencias a hacerles un lavado de estómago y se preocuparan tanto que olvidaran lo que el día anterior les había pasado.
El negocio no fue el miedo, si no el sangrado de tubo digestivo de tragar tanto AINEs, por suerte, la madre era gastroenteróloga y el padre, se apellidaba Bayer
«El miedo no es tonto»
Eso dicen desde que tengo memoria.
No es que tenga mucha memoria.
Aun así, veo en mis alrededores al miedo del miedo como limitador de libertades.
el miedo es sano cuando no es permanente
y tan grande como ahora
y por esto hemos construido una civilizacion
qe es mejorable
Pero el neoliberalismo vive d nª degracia y enfermedad creada deliberada y masivamente
Y que es ahora la
Vida sin miedo, es nada! El miedo nos controla, nos guía, nos
Ilumina el Camino incluso. Porque el miedo es un buen acompañante, dicen profesionales de la
la mente que el
Miedo es bueno para despertar, para producir adrenalina, para estar alertas y así y así y así el negocio es más grande EL MIEDO REDITÚA!!!! El miedo es necesario
Gran relato. Verosímil y contundente.