Sociedad

Ansiedad y juventud: un trastorno silenciado

El aumento cultural de las autoexigencias y la baja tolerancia a la frustración y al malestar son algunos factores. “La ansiedad parece que define a esta generación 'millenial'", explica el profesor Manuel Rodríguez Álvarez.

Ana paseaba por Gran Vía cuando comenzó a encontrarse mal. “Pensaba que me iba a desmayar en cualquier momento”, recuerda. Intentó montarse en un autobús y no pudo. “Cuando llegué a casa me tomé una de las pastillas que uso cuando viajo en avión”. Era 2016, Ana tenía 21 años y estaba sufriendo su primera crisis de ansiedad, un trastorno que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta a 260 millones de personas en todo el mundo.

Marta tenía 15 años cuando comenzó a tener sus primeros episodios. “Fue una etapa en la que me sentía físicamente débil, con problemas de salud. Eso fue derivando en un ciclo de pensamiento catastrofista que acabó convirtiéndose en ansiedad”, relata. Su día a día era una angustia constante. “Tenía agorafobia y claustrofobia. No podía hacer nada, ni leer un libro”, recuerda la joven, ahora graduada en Psicología.

La ansiedad, en sí misma, no es “mala”, explica Antonio Cano Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS). “Las emociones son reacciones a situaciones concretas. Al igual que el estrés, la ansiedad es una sensación adaptativa muy frecuente que surge ante una posible amenaza y nos permite estar alerta”, matiza el experto. Pero la que sufren Ana y Marta no es de este tipo. No es esa ansiedad buena, no es una emoción más como la alegría o la pena. Son trastornos de ansiedad.

Según los últimos datos del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington (IHME), “el trastorno mental más común en los países de la UE es el trastorno de ansiedad, que se estima sufren 25 millones de personas (el 5,4% de la población)”. Una tendencia que se nota en edades cada vez más tempranas. Explica Cano Vindel que “el 50% de los casos de los trastornos de ansiedad aparecen antes de los 14 años, y el otro 50% en edades adultas tempranas”, es decir, hasta los 25 años. Ante estos datos alarmantes cabe preguntarse: ¿estamos ante una cuestión generacional?

Manuel Rodríguez Álvarez es psicólogo en la Unidad de Atención Psicológica (UAP) de la Universidad de Salamanca. Mantiene un contacto diario con jóvenes y asegura que un porcentaje elevado de las consultas que reciben en la UAP tiene relación directa con la ansiedad. “La ansiedad parece que define a esta generación millennial, quizá por esa falta de perspectivas de futuro, por una tendencia a la frustración de una forma más o menos inmediata por el estilo de sociedad más líquida en la que vivimos”, explica el profesor. Así lo corrobora la psicóloga Noelia Vargas: “Los principales problemas que me encuentro están relacionados con la autoexplotación a la que nosotros y nosotras mismas nos sometemos. Vivimos en un constante aumento cultural de las autoexigencias y tenemos una baja tolerancia a la frustración y al malestar”, resalta la psicóloga.

Las redes sociales no ayudan a disminuir la presión del entorno, sobre todo entre las personas más jóvenes, ya que estas suelen estar sometidas a una mayor sobreexposición. “Es una gran diferencia respecto a nuestros padres”, reflexionan Ana y Marta. “Nuestro estilo de vida y nuestra constante exposición en redes nos influye”, comenta Marta. “Esto no significa que nuestros padres o nuestros abuelos no sufriesen ansiedad. Claro que la padecían, pero quizá la externalizaban menos”, añade.

Rodríguez Álvarez también hace referencia a la presión que existe por parte de muchas familias: “Encontramos que muchos jóvenes sienten que no están rindiendo acorde al esfuerzo que están haciendo sus padres y madres”, explica. Coincide en ello la doctora Helen Trebbau, médica psiquiatra especialista en el tratamiento de adolescentes y jóvenes: “La situación de precariedad aumenta el estrés y la ansiedad generalizada en los jóvenes. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, los terapeutas ocupacionales se centraban mucho en buscar salidas profesionales para los pacientes”.

La relación entre nuestro presente, las perspectivas futuras y la ansiedad, parece clara. Cano Vindel explica que, entre 2006 y 2010, la crisis económica provocó en nuestro país un aumento de “las consultas en atención primaria por problemas de ansiedad del 8%, y hasta del 19% en los casos de depresión”. Aunque existe un amplio consenso respecto a la relación entre salud y clase social, la ansiedad parecer haberse conformado como la excepción que confirma dicha regla. José Bordalás, entrenador del Getafe, recibió fuertes críticas tras asegurar, después de la derrota de su equipo, que “la ansiedad la tiene el que no llega a final de mes. Un jugador no puede tener ansiedad, no podría ser profesional”.

Esta afirmación no ha gustado, por ejemplo, a Eduardo Álvarez Gil, fisioterapeuta del Manchester City, quien aseguraba en Twitter que “el fútbol necesita más psicólogos, y no solo para los futbolistas”. La periodista deportiva Mamen Hidalgo, criticó de esta forma las palabras de Bordalás: “Me parece grave esto porque luego tenemos a deportistas con problemas de salud mental que no se atreven a contarlo porque los vemos como héroes perfectos. Y precisamente que se sintieran libres de contarlo, con el impacto y el poder que tiene el fútbol, ayudaría a mucha gente”, aseguraba en la misma red social.

Sin embargo, “el factor del género y de la clase social amplían el margen de vulnerabilidad”, señala Noelia Vargas. La diferencia entre clases sociales se nota, principalmente, en el acceso a la terapia. “Las circunstancias de las clases más bajas generan mayor ansiedad, principalmente por la posición de indefensión en la que te encuentras, por no tener acceso o recursos para acceder a un tratamiento psicológico de calidad”, denuncia la psicóloga. En España, la atención psicológica es más fácil encontrarla en el sector privado que en el público. “Esto se debe a la falta de recursos, a la falta de profesionales en la sanidad pública, a las listas de espera…”, explica Vargas. Pero los precios de las consultas privadas hacen que una gran parte de la población no tenga posibilidad de acceso.

Brecha de género

Son muchos los elementos que influyen a la hora de desarrollar un trastorno de ansiedad. Factores genéticos, de personalidad, cognitivos, culturales, ambientales… Pero lo cierto es que, según explica Cano Vindel, “las mujeres tienen el doble de probabilidad que los hombres de tener ansiedad”, algo que corrobora Rodríguez Álvarez, quien indica que aumenta la brecha entre hombres y mujeres: “En torno al 75% de nuestras consultas son por parte mujeres”, asegura. En el informe Salud de un vistazo: Europa 2018: Estado de la salud en el ciclo de la UE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) asegura lo siguiente: “Varias enfermedades mentales son más comunes entre las mujeres, incluyendo trastornos de ansiedad, trastornos depresivos o trastornos de bipolaridad. Algunas de estas brechas de género pueden deberse a una mayor propensión de las mujeres a reportar estos problemas”. Es decir, los patrones culturales favorecen que las mujeres tengan más herramientas para identificar problemas de salud mental e, incluso, acudir a la consulta médica para buscar ayuda. Así, en la Encuesta Nacional de Salud en España del año 2017, un 9,1% de las mujeres presentaban ansiedad crónica frente al 4,3% de los hombres.

De acuerdo a un informe del Ministerio de Sanidad sobre el consumo de drogas en España, eldiario.es publicó un reportaje en el que informaba de que “el uso de hipnosedantes se ha casi triplicado en doce años y el 63,9% de los consumidores en 2018, ya sea tanto de uso ocasional como abusivo, son mujeres”. Según la Encuesta Nacional de Salud en España de 2017, en el caso de las mujeres, el 13,9% consume tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir mientras que en los hombres el porcentaje se reduce al 7,4%. Algo similar ocurre con los antidepresivos o estimulantes: lo consumen el 6,7% de las mujeres y solo el 2,7% de los hombres.

Ese fue el caso de Patricia, una veinteañera que hace unos años acudió a la consulta de su médica de cabecera por las recurrentes migrañas que sufría. Tras contestar a preguntas como si tenía mucha carga de trabajo (la tenía) y si había antecedentes de jaquecas en su familia (no los había), mientras la doctora miraba en la pantalla del ordenador los datos que iba registrando, salió de la consulta con una receta de Lírica. Hasta que no leyó el prospecto de este fármaco no descubrió que la doctora había dado por sentado que su malestar era resultado de la ansiedad y que se solucionaría tomando un ansiolítico. Patricia cambió su estilo de vida, redujo su jornada laboral y empezó a disfrutar de tiempo libre. Los dolores de cabeza desaparecieron, no así la sensación de que había sido objeto de un puñado de prejuicios de género, de una atención médica negligente y de una falta de respeto a la hora de medicar.

Sin embargo, según una facultativa de atención primaria de Gijón (Asturias), en muchos casos se ven en la obligación de prescribir ansiolíticos ante la falta de otro recursos psicológicos o la imposibilidad de recomendar lo que realmente estiman oportuno: «Hay muchas mujeres de más de 50 años que vienen a la consulta a compartir su malestar, su desazón y angustia. El nido se ha quedado vacío, sus maridos se han jubilado y los tienen todo el día en casa. Lo que necesitan es un divorcio, empezar una nueva vida, reinventarse. Pero como no hay recursos para ayudarles a hacerlo, tengo que terminar recetándoles la pastillita», cuenta.

Los ansiolíticos no son la solución

La receta contra la ansiedad pasa, por lo general, por prescribir ansiolíticos. Las benzodiazepinas, explica Cano Vindel, tienen un efecto muy rápido sobre los síntomas de la ansiedad, “pero no deben tomarse durante más de tres o cuatro semanas porque generan adicción psicológica”. Ante la pregunta de si los ansiolíticos son la solución, el presidente de la SEAS es rotundo: “No. No son la solución. A veces, son el problema. Hay quien lleva años tomando benzodiazepinas y sigue teniendo ansiedad”. “Es la solución que se le suele dar a todas esas personas que no tiene posibilidad de acceso a la consulta privada”, denuncia Noelia Vargas, quien defiende que “no es que los profesionales de la sanidad pública no sean buenos, el problema es que no tienen el tiempo necesario para ahondar en el problema. Y así no se soluciona lo que pasa, solo se le pone un parche temporal”.

Marta los ha tomado por prescripción médica. Ana, sin embargo, reconoce haberlo hecho por su cuenta. “Los recetan como si fuesen caramelos. Yo los tengo en casa por mi miedo a volar”, aclara. Pero avisa: “Un ansiolítico es una droga y nadie debería tomarlos si no se los prescribe un médico”.

Entonces, ¿cómo afrontar los trastornos de ansiedad? “Con técnicas psicológicas cognitivo-conductuales y técnicas de relajación”, indica Cano Vindel. Se trata de aprender cómo surgen y funcionan las emociones, y cómo manejarlas. “Hay estudios que demuestran que la eficacia de las técnicas psicológicas cognitivo-conductuales es cuatro veces superior a la de los fármacos. Mediante la aplicación de estas técnicas, los trastornos de ansiedad han remitido en el 80% de los casos; mediante los fármacos, solo en el 20%”. Sin embargo, lamenta, “esto no se enseña”.

Hay salida

Que las redes sociales distorsionan la percepción de la realidad y que esto puede llegar a generar ansiedad es un hecho en torno al que existe un consenso bastante generalizado. Incluso entre las propias personas usuarias: “Siento que las redes sociales me afectan negativamente, me bajan la autoestima. Siempre hay algo mejor, alguien mejor que tú, alguien con más dinero que tú… Todo se imposta mucho más”, reconoce Ana. Sin embargo, lejos de borrar todas sus cuentas, esta estudiante de Enfermería decidió darles un giro de 180 grados y utilizarlas en su beneficio. ¿Cómo? Convirtiéndolas en un altavoz con el que hablar sobre su trastorno de ansiedad: “Pensé en montar un grupo para hablar del tema de una forma más cotidiana”.

A partir de ahí, Marta y ella –amigas desde la infancia– decidieron lanzar el proyecto Sintiendo mi ansiedad, cuyo objetivo es celebrar reuniones periódicas de personas que también sufren ansiedad. Es decir, pequeños grupos de apoyo. “Esto que hacemos no son sesiones de psicología, ni mucho menos. Aquí nadie es paciente de nadie, Marta y yo somos una más porque estamos en la misma situación. Si un día quieres ir y solo escuchar, pues solo escuchas”, explica Ana. Desde que anunciaron la puesta en marcha de la iniciativa aseguran haber recibido multitud de mensajes de jóvenes en su misma situación. “Tenemos que afrontar los trastornos psicológicos de una manera natural y cercana”, porque, tal y como dice el presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, “sí, los trastornos de ansiedad se curan”.


Testimonio anónimo

“Yo lo llamo ‘la sensación’. Puedo estar trabajando, haciendo la compra o incluso tomando algo con mis amigos, manteniendo una conversación. Desde fuera nadie lo nota, pero en esos momentos es como si mi mente y mi cuerpo estuvieran disociados, como si estuviera fuera de mí. Funciono en piloto automático.

Cuando me ocurre ’la sensación’ puede durar desde una tarde a varios días seguidos. Llego a pensar que estoy loca, que tengo algún trastorno de bipolaridad o esquizofrenia. Perder la cabeza me da tanto pánico que la ansiedad aumenta, la sensación de irrealidad se vuelve más fuerte y, con ella, mi paranoia. Es un círculo vicioso que todavía no sé cómo gestionar. Pero al menos ya no recurro a los ansiolíticos, y soy capaz de mantener la compostura durante horas sin que nadie en la oficina se percate de nada, y hasta de sacar el trabajo adelante (¡Gracias, Madre Naturaleza, por dotarme de semejante piloto automático!).

Hace cinco años sufrí una crisis de ansiedad. Sucedió mientras cenaba y veía la tele. Ya ves. Me bloqueé de pánico. Un pánico irracional, absoluto, abismal. En urgencias me suministraron una generosa dosis de Valium en vena, y después de eso estuve tomando un par de ansiolíticos al día durante un año. Después fui dejándolos progresivamente. Lo peor no es la abstinencia física sino la desprotección psicológica de afrontar el mundo sin la pastillita, solo equiparable a la sensación de cuando de niña aprendes a montar en bicicleta y llega el momento de mantener el equilibrio sin ruedines de apoyo. Para que te hagas una idea, desde entonces, entre los productos del neceser –ibuprofeno, un tampón, un paquete de pañuelos– no falta un Lexatin. No echo mano de él, pero ahí está. Por si acaso.

No fue hasta el pasado año cuando decidí que necesitaba una buena terapeuta. Gracias a ese duro proceso he descubierto que no estoy loca. Que mi personalidad nerviosa y un poco obsesiva, mis escenarios vitales y familiares, y las exigencias del medio y la sociedad forman un cóctel de alta graduación que, en mi caso, ha desembocado en una suerte de trastorno de ansiedad, pero que confío superar más pronto que tarde. Si algo me apetece en esta vida es ser feliz, y no estoy dispuesta a autoboicotearme.

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Comentarios
  1. No teneís en cuenta la energía negativa que cada día hay más.
    Produce no sólo ansiedad también todo tipo de dolor y trastornos físicos y psíquicos.
    Está en el medioambiente pero la ha creado el hombre necio, que se autodenomina «rey» de la creación, sembrando muertes, odio, injusticias entre sus semejantes, saqueando, destruyendo y enfermando al Planeta para su propio beneficio y aprovechándose de la inconsciencia colectiva que le deja hacer.
    ¿Cómo queréis que estemos si respiramos veneno por los cuatro costados?
    Las especies más sensibles de árboles y de animales algunas ya han desaparecido y otras están en camino.
    Así va a pasar con el «rey» de la creación, animal más dañino que las hienas.

  2. A mi me daría un poquito de vergüenza saber lo que le funcionó al caso de Patricia («cambió su estilo de vida, redujo su jornada laboral y empezó a disfrutar de tiempo libre. Los dolores de cabeza desaparecieron, no así la sensación de que había sido objeto de un puñado de prejuicios de género, de una atención médica negligente y de una falta de respeto a la hora de medicar.») y luego proponer el mantra «adaptate o muere» tan conveniente al sistema neoliberal con la basura mal entendida del pensamento positivo, el mindfulness, etc. Seguimos como en los 70: sabemos de las causas socioeconómicas de una buena parte del sufrimiento y angustia pero nos han convencido de que somos nosotras quienes funcionamos mal. Venga!! A pedir más técnicos salud mental inútiles, mal formados y precarios!! Y pastis que no falten!!

  3. esto se cura cn deporte y leyendo
    tbn follando pero en españa ls elites- casta no ns dejan
    = solo cn el voto Up podremos parar la especulacion inmobiliaria qe defiende incluso el pp$:e

  4. Nos gustaría poder ayudar o quienes padecen de trastornos de asneidad y por eso invitamos a Marta y a cuantos tengan estos problemas a contactar con AMTAES

    Nuestra asociación AMTAES tiene Grupos de Ayuda Mutua (GAM). Son grupos que no están dirigidos por terapeutas ni profesionales de la salud. No se trata de una terapia de grupo propiamente dicha, pero produce muchos beneficios terapéuticos.

    Además intentamos entre todos dar a conocer los trastornos de ansiedad a la sociedad en general.

    Para inscribirte en AMTAES se requiere tener mas de 18 años. No hay que pagar nada, porque la asociación la construimos y desarrollamos entre todos los afectados.

    Más información en https://amtaes-asociacion.com

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